quinta-feira, 13 de janeiro de 2011

EL EXTRAÑO ERROR DE WILLIAM MILLER

Veja, abaixo, um livro muito interessante e imparcial sobre o movimento religioso que resultou no surgimento da IASD. Trata-se de um trabalho jornalístico  de qualidade.


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Introducción

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

Los meteorólogos registran las perturbaciones atmosféricas, así como las alteraciones eléctricas, las olas de frío, las olas de calor, las corrientes magnéticas, y otras fuerzas invisibles que influyen en la naturaleza física del hombre, como hechos científicos. Hay también científicos que están descubriendo e interpretando los misterios de las ondas sonoras, las ondas luminosas, y las ondas de radio, y su influencia directa en el bienestar del hombre.

¿Descubrirán algún día que muy lejos detrás de todos estos fenómenos maravillosos sopla una fuerza de vibraciones infinitamente más raras, más tenues, más rápidas que, bajo ciertas condiciones, afecta directamente los aspectos mental y espiritual de la naturaleza del hombre, empujándolo a actividades extremas y hasta sobrenaturales, así como anormales?

Esto explicaría esos extraños períodos en la historia en que genios, poetas, reformadores, oradores, idealistas, reavivadores, así como todos aquéllos a los que el mundo llama "chiflados," surgen súbitamente en todas partes, cada uno respondiendo a su capacidad individual y a su grado de desarrollo, como si estuviera bajo el embrujo de una agitación irresistible.

En tales épocas, algunos alcanzan grandes alturas en el pensamiento. Algunos son movidos a acciones heroicas; naturalezas puras y altamente sensibles repudian el mundo y sus placeres, y sus pensamientos, yendo más allá del velo de la carne, se adentran en las regiones del espíritu. Hay también entusiastas que se aventuran lejos del sendero trillado del pensamiento y quedan enredados en laberintos de su propia hechura. Éstos son aparentemente gente sensible que de repente aceptan teorías absurdas, se convierten en fanáticos, y corren de aquí para allá proponiendo extravagancias. Se pueden oír las voces de oradores, predicadores, estadistas, exhortando a las masas emotivas. Hay personas respetables y bien intencionadas, aunque de visión limitada, que se vuelven histéricas. Algunas de ellas hasta enloquecen.

Así como el viento arranca acordes de trascendente belleza de las cuerdas de algunas arpas eólicas, otras, que carecen de resonancia, producen sólo discordancias. Así las mentes y las almas de hombres y mujeres reaccionan en proporción inversa a las corrientes subterráneas de la agitación mental y espiritual.

Tales períodos vienen y van misteriosamente. Las páginas de la historia están tachonadas de ellos. Regresarán una y otra y otra vez mientras haya seres humanos que pueblen la tierra. Están marcados por un impulso vital que los mueve a separarse de las condiciones existentes. Prevalecen la inquietud y un sentido de cambio. Hay un esforzarse hacia arriba en pos de ideales que parecen inalcanzables; el público en general es excitado y sacudido incontables veces. Algo invisible e intangible lo posee.

La cresta de una ola semejante a ésta fue alcanzada en 1843 y 1844 entre algunos de los que todavía viven. Fue un tiempo en el que las corrientes invisibles encontraron salida a través de innumerables tipos de personalidades. La reverberación causada por los inspirados pronunciamientos públicos de los labios de hombres ahora famosos resonó a lo largo y a lo ancho de la tierra. Daniel Webster, Wendell Philips, Garrison, Emerson, y nuestros poetas Whittier y Longfellow, y otros de ese notable grupo proyectaban poderosos destellos de luz como si súbitamente hubiesen sido iluminados desde adentro. El trascendentalismo era predominante. Brotaban nuevas sectas como maleza en todas direcciones. Había inquietud en las iglesias. Los Unitarios ya habían abandonado la Iglesia Congregacionalista; ahora los Universalistas estaban abandonando la denominación Bautista. Éstos eran conocidos como "Los que Salen." Todo esto estaba causando mucha excitación y discusión. Theodore Parker había dejado la fe Unitaria y estaba llenando a capacidad el Templo de Tremont en Boston. Cientos de personas no pudieron entrar para oírle disertar sobre sus radicales puntos de vista acerca de la religión. En medio de toda esta confusión de ideas, se oyó una voz que venía de los distritos rurales. Débil y poco clara al principio, pero aumentando constantemente de volumen, esta voz anunciaba la estridente advertencia: "¡He aquí, el fin de todas las cosas está a las puertas!" Las crédulas masas hicieron una pausa y escucharon con pálidos rostros.

"¿Quién dice eso?", preguntaron de soslayo. "Un hombre llamado William Miller," contestó alguien. "Lo llaman el 'Profeta Miller;' y va de aldea en aldea y de pueblo en pueblo y miles acuden a escucharlo."

"¿Quién es él?"

"Bueno, es un granjero, nacido en Pittsfield, Massachusetts. Parece que vivió por algunos años en Poultney, Vermont, pero ahora vive en Low Hampton en el estado de New York. Dicen que es un hombre sincero, y parece saber de lo que está hablando. Dice que el Día del Juicio ha llegado y que la tierra va a arder como un pergamino, con todos los malvados que viven en ella. Está advirtiendo a la gente que deben despertar y ver lo que viene."

Algunos se encogieron de hombros y se rieron burlonamente. Otros se pusieron serios. Otros más se fueron a su casa nerviosos y preocupados.

No tardó mucho la profecía en difundirse. Parecía encajar con los tiempos. De una aldea rural a otra, la palabra se esparció como una lengua de fuego hasta que alcanzó a las ciudades, y entonces ya no pudo ser ignorada. Cientos, y en algunos lugares, miles de personas cayeron bajo su influencia. No sólo los ignorantes, sino también hombres y mujeres con mentes equilibradas y anterior sano juicio, corrían sin aliento de aquí para allá, algunos aterrorizados, otros regocijados, observando y esperando que los cielos se abrieran y que apareciera el Salvador en nubes de gloria. El clero de todas las denominaciones se vio obligado a predicar vehementes sermones, a escribir y distribuir folletos, y a sostener reuniones en un intento de detener la marea de tendencias fanáticas que demasiado evidentemente estaban listas a saltar y extenderse por todas partes al darse a conocer los intrincados cálculos e interpretaciones de William Miller acerca de las profecías bíblicas, así como sus métodos de descifrar los símbolos del sueño del rey Nabucodonosor y las profecías de Daniel y de Juan, incluyendo los misterios de "la bestia de los diez cuernos," "el carnero y el macho cabrío," "el cuerno pequeño," y "la bestia que salía del mar, que tenía siete cabezas," y "el cuerno que hablaba grandezas."

En su biografía de James Freeman Clarke, Edward Everett Hale dice: "Mientras tanto, la idolatría hacia la letra de la Escritura dio legítimo fruto en la proclamación de William Miller de que el mundo terminaría en el año de 1843, en o cerca del 20 de Marzo. En especial, los instintos matemáticos de Nueva Inglaterra miraron con aprobación las sumas y las restas de las cifras que se encontraban en el Libro de Daniel y el Apocalipsis las cuales, comenzando por las fechas de la Historia de Rollin, salieron nítidamente de acuerdo con el calendario más antiguo a principios de 1843."

El Reverendo Abel C. Thomas, en su "Autobiografía" (publicada en 1852), dice: "Requirió análisis y la refutación de todas y cada una de las ramas de la idea, incluyendo tanto sus principios como los detalles de la cronología, para detener el progreso del engaño. A pesar de las multiformes demostraciones de la falsedad de la idea, hubo multitudes que se aferraron a ella hasta que el tiempo hizo estallar el último subterfugio de la modificación."

Sin embargo, no debe suponerse que William Miller y sus seguidores eran los únicos que estaban bajo la influencia de una indebida agitación. 1843 fue también un año de gran reavivamiento entre los Cuáqueros. Ancianos y ancianas, hermanos y hermanas, todos descubrían poderes mediumísticos en sí mismos, conversaban constantemente con los que llevaban largo tiempo muertos, y con profetas, mártires, y personajes bíblicos, aún durante reuniones públicas. Con frecuencia, la exaltación que se acompañaba resultaba en demostraciones extremas de histeria. Emerson, que escribió un artículo en el "Dial" en julio de ese mismo año sobre la "Convención de los Amigos de la Reforma Universal," dice de esa reunión: "Si bien la reunión fue desordenada, fue también pintoresca. Los Chiflados, Las Chifladas, Los Barbudos, Los Sumergidores, Los Muggletonianos, Los Que Salen, Los Quejumbrosos, Los Agrarios, Los Bautistas del Séptimo Día, Los Cuáqueros, Los Abolicionistas, Los Calvinistas, Los Unitarios, y Los Filósofos -- todos subieron sucesivamente a la cúspide."

Es más bien impresionante notar del comentario de Margaret Fuller Ossoli sobre esta ocasión: "En medio de todos estos incultos evangelistas," escribe, "iba y venía la calma figura de Emerson, tranquilo e imperturbable." [Thomas Wentworth Higginson, "Life of Margaret Fuller Ossoli"].

Nuevamente, refiriéndose a este período, Octovius Brooks Frothingham habla de él en su biografía de Theodore Parker como"una notable agitación mental," y añade que "no parecía comunicarse o extenderse por contagio; era más bien una experiencia intelectual producida por alguna causa latente en el aire." Ninguna clase especial de personas era afectada por ella. Mientras en Boston el pequeño grupo de trascendentalistas -- Channing, Ripley, Margaret Fuller, Emersoon, Alcott, Hedge, Parker -- discutían los problemas de filosofía en el Tremont House y otros lugares, los granjeros del campo y la gente sencilla de Cape Cod estaban tan llenos del nuevo espíritu como ellos."

Fueron los granjeros del campo los primeros en responder al llamado de advertencia de William Miller. Sin embargo, este llamado pronto se extendió a los centros industriales y a los comerciantes, hasta que finalmente algunos de cada una de las clases se contaron entre sus seguidores.

Pero no debe suponerse que la parte de su profecía que tenía que ver con la Segunda Venida de nuestro Señor en nubes de gloria pertenecía exclusivamente a William Miller en aquel tiempo. Un judío convertido en Palestina, llamado Joseph Wolff, que era bien conocido en Inglaterra, predecía que el Advenimiento ocurriría en 1847, pero su teoría en relación con el Advenimiento difería completamente de la de nuestro profeta de Nueva Inglaterra, por cuanto él afirmaba que el Salvador aparecería desde el Monte de los Olivos, entraría a Jerusalén, y reinaría allí por mil años sobre las doce tribus de Israel. Estaba también la hermosa pero excéntrica Harriet Livermore, hija de un miembro del Congreso de Massachusetts, y uno de los personajes representados en el poema de Whittier "Snow-Bound," quien por varios años había estado predicando la cercanía de la Segunda Venida en muchas y diferentes partes del país, así como en la Cámara de Representantes en Washington en cuatro diferentes ocasiones, cuando grandes multitudes se reunieron para escucharla. Los puntos de vista de ella coincidían con los de Joseph Wolff, sólo que ella fue un paso más lejos y aseguró tener pruebas convincentes de que los Indios Americanos eran descendientes de la tribu perdida de Israel, e instó a que fuesen transportados a Palestina para que pudieran tomar el lugar que les correspondía en el Reino Milenial. [El padre de Harriet Livermore, el juez St. Low Livermore, era oriundo de New Hampshire, pero se mudó a Lowell al comienzo de su vida de casado y vivió allí hasta que fue enviado al Congreso. El nombre de su primera esposa era Mehitable Harms, y después de la muerte de ella él se casó con Sarah Crease Stackpole, de Boston, que fue la madre de Harriet. Él murió en 1832, y fue enterrado en el Granary Burying Ground en Boston. La tumba es la No. 77, adyacente a Tremont Street, y tiene un costoso escudo de armas esculpido en la pared que la separa de la calle. Tenía tres sobrinos, prominentes en su tiempo: el reverendo Charles Grafton, obispo de Fond du Lac; el Padre Edward Welch, en su tiempo un gran predicador en la Iglesia de la Inmaculada Concepción en Boston; y Guerney Grafton, un conocedor de arte que vivía en París. El juez St. Low Livermore tenía dos hijas, Harriet y Caroline; ésta última se casó con Josiah Abbott, de Lowell, que se mudó a Boston y fue bien conocido como abogado prominente.]

Estaba también Lady Hester Stanhope, sobrina de William Pitt, y nieta del gran Lord Chatham. Ella se instaló en una casa en Mount Lebanon para estar lista para "La Venida." En "Snow-Bound," a ella se la llama "The Crazy Queen of Lebanon" [La Reina Loca de Lebanon]. Y no es de extrañarse, ya que la pobre dama estaba tan engañada que mantenía dos raros y hermosos caballos árabes en su establo, listos y esperando el gran evento. ¡Ella tenía planes de que nuestro Señor entraría en Jerusalén montado sobre uno de estos caballos, y que ella lo seguiría en el otro!

En una carta escrita al Reverendo Abel C. Thomas el 18 de Septiembre de 1879, Whittier afirma positivamente que Harriet Livermore le contó de una visita que ella le hizo a Lady Hester Stanhope durante uno de sus peregrinajes a la Tierra Santa, y añade que estas dos damas se pelearon porque la primera afirmaba tener el derecho a ser la que montara el segundo caballo cuando llegara el Gran Día, en lugar de la segunda. Sin embargo, el Reverendo C. V. A. Van Dyke, que se había encontrado con frecuencia con Harriet Livermore en Siria, duda que las dos mujeres se hubiesen encontrado. En una carta dirigida al Reverendo S. T. Livermore, dice: "Si hubiera habido un encuentro, yo habría dado mi dedo meñique por estar presente. Habría sido una cuestión de un diamante cortando a otro. La arrogante y aristocrática mujer inglesa, y la intrépida republicana. No dudo de que habría habido algunos intercambios bastante mordaces entre ellas." [Reverendo S. T. Livermore, "Harriet Livermore - The Pilgrim Stranger."]

(N. B. - ¡Pobres personas engañadas! ¡Ojalá sean perdonadas!)

Esto respalda una afirmación hecha por Margaret Fuller Ossoli, de que "un rasgo bien marcado de este período fue que la agitación alcanzó a todos los círculos." [Thomas Wentworth Higginson, "Life of Margaret Fuller Ossoli."]

Los puntos de vista de William Miller diferían ampliamente de los de estos tres profetas de hechura propia. Miller no sólo predecía la fecha de la Segunda Venida de nuestro Salvador, sino también la destrucción por fuego de la tierra y los impíos que había en ella. Resumiendo, su creencia era como sigue: "Que Cristo aparecería por segunda vez en las nubes de los cielos en algún momento entre 1843 y 1844; que Él entonces resucitaría a los justos muertos y los juzgaría junto con los justos vivos, los cuales serían arrebatados para encontrarse con Él en el aire; que Él purificaría la tierra con fuego, haciendo que los impíos y todas sus obras sean consumidos en la conflagración general, y encerraría sus almas en el lugar preparado para el diablo y sus ángeles; que los santos vivirían y reinarían con Cristo mil años en la tierra nueva; que entonces Satanás y los impíos muertos serían resucitados, siendo ésta la segunda resurrección, y, siendo juzgados, harían guerra contra los santos, serían derrotados, y lanzados hacia el infierno para siempre," o, como lo describe el Reverendo John Henry Hopkins, D. D., en un folleto publicado en 1843 para refutar la teoría de Miller: "y consignarlos juntos al lago de fuego, y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos."

¡Tales eran las condiciones en 1843 y 1844, cuando la gran agitación religiosa barrió a miles lejos del sendero del razonamiento normal, tanto aquí como en los estados del este, hace sólo una generación! A muchos esto les parecía una especie de farsa religiosa; para otros, era una comedia, pura y simple; algunos se sintieron gravosamente sorprendidos y preocupados; muchos se burlaron; pero a los descarriados y engañados que estaban involucrados más de cerca, el fin era una tragedia -- un aplastante desengaño y una tragedia.

De la misma manera que el delirio ruge antes de que surja la fiebre, dejando al paciente exánime y respirando apenas, así también las almas dignas de lástima, simples, y crédulas que siguieron a Miller hasta el Gran Día de sus cálculos proféticos quedaron postradas y aturdidas cuando sus esperanzas se hicieron pedazos.

Los años de 1843-1844 fueron de exaltación, de visiones trascendentes, de aspiraciones beatíficas, de experimentos idealísticos e imposibles, de pensamientos elevados y equilibrados y pensamientos extraños y desequilibrados, al final de los cuales los soñadores despertaron y la velocidad de las misteriosas e invisibles corrientes disminuyó y gradualmente se apaciguó.

En cuanto a William Miller, a pesar de todo lo que sus detractores hayan dicho de él, era un hombre verdaderamemte honesto y devoto, pero había sido auto-hipnotizado por la creencia en su propio método de cálculo y sus presuntuosos poderes de interpretación. Fracasó, como deben fracasar todos los que se aventuren a intentar apiñar en un espacio de días y años finitos la suma de infinitos e incalculables misterios. ¡El patetismo, la suposición, la estupidez, la ignorancia de la pobre naturaleza humana, con su lamentable inconsecuencia y sus inconsistencias! El humor de todo ello, así como su belleza, aquí y allá, serán encontrados en los siguientes y magros trozos que restan por contar de la historia de este extraordinario episodio de nuestra historia religiosa.



EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 1

Los Primeros Años

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"A youth to whom has given
So much of earth, so much of heaven."

"¿Qué clase de hombre pudo haber sido William Miller?" es la maravillada pregunta que se hace a menudo cuando se habla de la excitación de 1843.

Bien - él era lo que uno podría llamar todo un personaje. Si alguien le hubiese dicho en su juventud que algún día estaría profetizando la aproximación del Día del Juicio y la destrucción del mundo por medio del fuego, habría estado tan sorprendido como cualquiera. Algunas veces, los caminos del Destino conducen a pastos inesperados.

Para comenzar, en su niñez William Miller fue la clase de muchacho que bajaba las escaleras, haciendo el menor ruido posible, después de que sus padres y todos sus hermanos y todas sus hermanas se habían ido a la cama, ponía algunos trozos de madera resinosa sobre los tizones que ardían a fuego lento en las profundidades de la amplia chimenea de ladrillos en la cocina para obtener luz de las llamas, y luego se estiraba cuán largo era sobre el hogar a leer con éxtasis tembloroso las emocionantes aventuras de Robinson Crusoe y Robert Boyle, y todos esos héroes de ficción que son tan queridos al corazón de todo muchacho normal que oculta en él un toque de romance, de poesía, y de caballerosidad. Luego también, la dificultad de obtener los preciosos volúmenes aumentaba su valor para él. Fue sólo cuando pudo ganar dinero picando leña "fuera de horas de clases" que pudo comprar siquiera uno, y cada libro añadido a su magra colección era amado como un amigo. Miller era el mayor de dieciséis hijos y el único al cual le interesaban los libros. Sus padres, gente tranquila y respetable en circunstancias humildes - buenos Bautistas los dos y firmes adherentes de esa fe - estaban preocupados por el deseo que él mostró de leer cualquier cosa a la que le pudiera echar mano. El padre era un granjero tan típico como puede encontrarse en cualquier parte de nuestros distritos rurales - un hombre industrioso, temeroso de Dios, capaz de alimentar y vestir a su familia con los recursos de la granja, pero incapaz de de darles nada más de lo que pueblos campesinos proporcionabam en materia de educación.

Así que William Miller fue a la escuela de distrito como todos los otros niños campesinos, pero era mejor estudiante que cualquiera de sus camaradas, y después de un tiempo se comentaba que probablemente sobrepasaría a su maestro en conocimientos si persistía en leer fuera de horas de clases, y esto no era aprobado por algunos. Pero sucedió que había en la comunidad varios hombres adinerados que opinaban de diferente manera, y se interesaron en él lo bastante para prestarle libros que estaban bien fuera de su alcance para comprarlos, y sobre estos libros se volcó su interés por leer con un gozo que era incomprensible para sus padres, que miraban este deseo por la literatura de parte de su hijo mayor con mucha desaprobación, sospecha, y aprensión. Pero esto no lo disuadió; a pesar de las amonestaciones de ellos, él siguió adelante, y, al hacerse mayor, un anhelo de obtener una verdadera educación lo acosaba con tal intensidad que, como él dijo después, "parecía casi esencial para su existencia;" pero no habría de ser - el trabajo en el campo y el ayudar en la granja reclamaban todas sus horas libres. Así que tuvo que obtener la educación que podía por medio de sus propios esfuerzos - leyendo todo lo que podía con tanta perseverancia y tenacidad que cuando hubo alcanzado la mayoría de edad había dejado a sus asociados bien atrás en materia de conocimientos de libros y le fue conferido un título de consideración por los ciudadanos de su pueblo, algo raro en alguien tan joven. Para esta época sus padres habían cambiado sus puntos de vista en relación con él. Deploraban el hecho de no haberle podido ayudar a adquirir los conocimientos que anhelaba. Lo mejor que podían hacer era permitirle tener más tiempo para sus lecturas, y le dieron un cuarto para él solo - un lujo inesperado en una familia tan numerosa - y allí absorbió una mezcla heterogénea de historia, poesía, ficción, etc., sin ningún instructor o guía que le señalara el camino, aparte de su propia inclinación.

Para la gente joven del lugar "él se convirtió en una especie de garabateador general," y su biógrafo nos dice: "Si alguien quería que le hicieran versos, o que le mandaran una carta por correo, o que algún diseño ornamental o simbólico fuera interpretado por la tierna pasión, o cualquier cosa que requiriera una tarea extra o habilidad en el uso de la pluma, era bastante seguro que fuera planeado, si no ejecutado, por él." [Sylvester Bliss, "Life of William Miller."]

Algunos meses después de su vigésimo primer cumpleaños, se casó con Lucy Smith, de poultney, Vermont. La boda tuvo lugar el 30 de Junio de 1803, y allí iniciaron su vida juntos en una pequeña granja.

Sucedió que había una biblioteca bastante grande en pueblo, que atraía al joven Miller de manera especial, y todo el tiempo que le quedaba libre de su trabajo en la granja, lo dedicaba a leer los libros que encontraba en la biblioteca. Hay que decir que Miller fue extremadamente afortunado en su elección de esposa. En vez de tratar de alejarlo de los anaqueles de libros, la joven mujer lo estimuló a dejarse llevar por su anhelo de conocimiento, dándose cuenta de que el tiempo libre de él era limitado. No pasó mucho tiempo antes de que algunos de los hombres destacados del pueblo - los que tenían granjas más grandes y una visión más amplia - comenzaran a fijarse en él y a observarlo con algún interés. Era raro encontrar a un joven recién casado que leyera con avidez antiguos y mohosos volúmenes en la biblioteca del pueblo en vez de tomar el sol con su nueva esposa durante sus horas libres, y su curiosidad se avivó.

Un año o dos después de que la joven pareja comenzó a trabajar en la granja de Poultney, se comenzaron a hacer preparativos excepcionales en el pueblo para celebrar el 4 de Julio, y todos entraban en el espíritu de la celebración con gran entusiasmo, incluyendo, por supuesto, al joven Miller y a su esposa. Mientras el primero trabajaba en su maizal con la azada, se sintió inspirado a escribir un himno patriótico para la ocasión. Esa noche, después de terminar su trabajo en la granja, se sentó y escribió versos que pudiesen ser cantados con la música de "Delight" - una antigua canción que le era familiar a todos y cada uno en aquellos días.

El alguacil designado para aquel día fue Squire Ashley, un vecino cercano de los Miller, y siendo un poco tímido ewn relación con su efusión poética, el joven consideró por algún tiempo cómo podría llamar la atención de este caballero sin parecer presuntuoso. Lo pensó durante la noche, y a la mañana siguiente caminó hasta la granja de Squire Ashley, y divisando a la Sra. Ashley sentada y cosiendo cerca de la ventana del cuarto de estar, se las arregló para introducir el manuscrito por debajo del alféizar de la ventana sin llamar la atención, y alejarse rápidamente.

"Caramba, ¿qué es esto? ¿Qué es este poema?", le preguntóa a su esposa.

"Pensé que era tuyo," contestó ella, abriendo los ojos sorprendida. "Lo encontré en el alféizar de la ventana."

"¡Bueno, es ciertamente extraño! Estas son excelentes palabras que expresan excelentes sentimientos. Y la nota al pie dice que puede cantarse al compás de 'Delight' - Lo cantaremos en la celebración. Es justo lo que necesitamos."

Squire enseguida buscó a varios amigos y los comisionó para que hicieran numerosas copias, que serían distribuídas entre la gente del pueblo de manera que pudieran participar en el canto. Había gran curiosidad sobre quién podría ser el misterioso autor, y todo esto causó cierta conmoción.

Cuando llegó el momento de la celebración y la gente se había reunido, se les dijo que se formaran en fila y cada uno a su turno solicitara una copia para que pudiera cantar un himno patriótico recién obtenido, y que cantaran con buen volumen de sonido. El señor Kendricks, el ministro Bautista, permaneció de pie donde pudiera observar el rostro de cada persona que se acercara a pedir su copia. Viendo que el rostro del joven William Miller se ruborizaba al extender la mano, Kendricks se convenció de que ésta era la persona que había estado buscando. En consecuencia, lo interrogó de cerca y logró que Miller confesara ser el autor del himno que se preparaban a cantar. Todos alzaron sus voces y lo cantaron con entusiasmo. Fue declarado un gran éxito, y perfectamente adecuado para la ocasión.

Los versos son como sigue: *
"Our independence dear, bought with the price of blood,
Let us receive with care, and trust our Maker God,
For He´s the tower to which we fly;
His grace is nigh in every hour.

"Nor shall Columbia´s sons forget the price it cost,
As long as water runs, or leaves are nipped by frost,
Freedom is thine; let millions rise,
Defend the prize through rolling time!

"There was a Washington, a man of noble fame,
Who led Columbia´s sons to battle on the plain;
With skill they fought; the British host
With all their boast soon came to naught!

"Let traitors hide their heads and party quarrels cease;
Our foes are struck with dread, when we declare for peace.
Firm let us be, and rally round
The glorious sound of liberty!"
[* Nota del traductor: Hemos omitido la traducción de estos versos porque la rima y la eufonía del original se perderían por completo.]

Dice su biógrafo: "Esta producción, con otras prosas y poemas, en seguida lo hicieron notable en la comunidad y el aseguraron un amplio círculo de amigos. Los jóvenes hicieron de su casa un lugar de reunión habitual, en el cual se congregaban para pasar sus horas libres, al mismo tiempo que él y su esposa se convertían en el núcleo que los atraía y los mantenía a todos ellos en movimiento." Las cosas aparecían brillantes para ellos; la granja prosperaba, y el joven Miller se había hecho miembro de la fraternidad Masónica, en la cual "avanzó hasta los grados más altos que podían conferir las logias entonces existentes en el país o en la región." [Silvester Bliss, "Life of William Miller.] Además, pronto fue nombrado en el puesto de condestable de policía, y en 1809, al puesto de Sheriff. Había progresado mucho en la dirección de ser ascendido al puesto de High Sheriff cuando, para sorpresa de sus amigos, fue atacado por un vehemente deseo de ingresar al ejército.

Su biógrafo se pregunta: "¿Qué fuerte impulso pudo haberlo hecho volverse en esa dirección?. Ya las ocupaciones de su posición lo habían colocado en fáciles circunstancias. Tal era la cantidad de sus ocupaciones, que mantenía dos caballos, uno de los cuales montaba, mientras el otro era mantenido en descanso, alternadamente, semana tras semana. Disfrutaba del respeto y la ilimitada confianza del público. Hasta donde sabemos, su preferencia por el ejército tuvo dos motivos: primero, deseaba participar en la gloria que descansaba en la memoria de aquéllos que le eran más queridos en la historia de su país y su familia (su padre había luchado en la Revolución); segundo, esperaba disfrutar una más atractiva exhibición de la naturaleza humana en la vida militar que la que le habían proporcionado la experiencia o los libros en la vida civil. Estaba satisfecho con haber probado lo que había alrededor de él, y deseaba probar un nuevo campo." Esto lo dice él mismo en sus "Memorias." Miller escribe: "Mientras tanto, continuaba mis estudios, llenando mi mente con conocimientos históricos. Mientras más leía, más horrorosamente corrupto me parecía el carácter del hombre. No podía discernir ni un sólo punto brillante en la historia del pasado. Los conquistadores del mundo y los héroes de la historia aparentemente no eran sino demonios en forma humana. Toda la tristeza, el sufrimiento, y la miseria parecían haber aumentado en proporción con el poder que habían adquirido sobre sus congéneres. Comencé a sentir una gran desconfianza de todos los hombres. Con este estado de ánimo, entré al servicio de mi país. Acariciaba la idea de poder encontrar en el carácter humano por lo menos un punto brillante como una estrella de esperanza - amor por el país - patriotismo."

Este tono de pesimismo y depresión que comenzaba a empañar la brillantez de su horizonte se debía a dos cosas, la influencia de los hombres a los que había tratado diariamente, y los libros que había estado leyendo. Un curso de estudio de las obras de Voltaire, Hume, Volney, Paine, Ethan Allen, y otros de la misma línea de pensamiento, habían rendido fruto según su especie. Ahora bien, estos amigos suyos eran hombres respetables y morales, y buenos ciudadanos, pero no se preocupaban de cosas espirituales. Se ocupaban sólo del mundo material, y la mayoría de ellos eran deístas jurados - hombres que de manera casual admitían la existencia de un Creador, pero repudiaban toda creencia en la religión revelada de nuestro Salvador - y en su ignorancia habían ridiculizado y se habían burlado de las estrictas maneras y creencias religiosas de Miller, y además se mofaban del hecho de que fuera a la iglesia. Los Miller eran todos Bautistas, devotos por naturaleza, y consideraban la religión con reverencia; pero esta perpetua mofa de parte de sus amigos fue más de lo que Miller podía soportar. Dio un giro, y declaró abiertamente que se había convertido en deísta. Su biógrafo describe el efecto deplorable de este cambio sobre su carácter:

"Durante este período, el efecto del deísmo sobre él fue tal que le hizo tratar a la Biblia y todos los objetos sagrados con lastimosa ligereza. Parecía derivar una especie de placer desafiante del hecho de borrar de su memoria las impresiones de su vida anterior, y aseguraba a sus escépticos asociados que había dominado su superstición, como ellos la llamaban, mediante la ejecución, para divertirlos, de las devociones de la adoración a la cual estaba acostumbrado, y especialmente imitando las peculiaridades devocionales de algunos miembros de su propia familia. Uno de ellos era su abuelo Phelps, pastor de la Iglesia Bautista de Orwell; el otro era su tío, Elihu Miller, pastor de la Iglesia Bautista de Low Hampton. Estos honorables embajadores de Cristo, y otros piadosos parientes, a menudo visitaban la casa de Miller en Poultney, y aunque él los recibía con afecto y respeto, y los atendía de manera generosa, acostumbraba imitar, con la más grotesca gravedad, las palabras, el tono de voz, los gestos, el fervor, y hasta el dolor que podrían manifestar por gente como él, para entretener a sus escépticos asociados, todo lo cual ellos parecían disfrutar con particular deleite."

Su biógrafo anota apropiadamente: "¡Poco se imaginaba que les estaba midiendo a estos fieles hombres lo que habría de serle medido a él a su vez - apretado, remecido, y rebosante!"

Su esposa y sus padres casi quedaron postrados de dolor al revelarse esta fase de su carácter, tan opuesto a todo lo que él había sido antes, y que era tan extraño a la fe sencilla y seria de ellos.

Su biógrafo continúa diciendo: "Más de un corazón quedó casi inconsolablemente afligido por esta conducta de Miller. Su madre lo sabía, y fue como la amargura de la muerte para ella. Algunas de sus piadosas hermanas observaban las incorrecciones de él con lágrimas en los ojos, y cuando su madre hablaba de la aflicción con su padre Phelps, él la consolaba diciendo: 'No te aflijas demasiado por William. Hay algo que él todavía tiene que hacer en la causa de Dios.'"

Tal era el estado de su mente cuando ingresó al ejército como teniente. Su comisión está fechada el 21 de julio de 1810, y firmada por Jonas Galusha, gobernador de Vermont. Una copia de su juramento, escrito en el reverso de su comisión, dice como sigue:

"Yo, William Miller, juro solemnemente que seré leal y fiel al estado de Vermont; que ni directa ni indirectamente haré nada que perjudique a la Constitución o al gobierno, como está establecido por la Convención. Que Dios me asista. También juro que sostendré la Constitución de los Estados Unidos.

William Miller, Agosto 13, 1811.

Los juramentos que anteceden fueron tomados y suscritos delante de mí, Caleb Handy, Jr., Brigadier General."

Todo esto sucedía un año antes de la declaración de guerra entre los Estados Unidos e Inglaterra.

"La declaración se hizo en debida forma el 18 de junio de 1812, y la primera nota de preparación encontró a Miller con cientos de sus resistentes y patrióticos vecinos Green Mountain listos para tomar el campo. Poco tiempo después, se anunció que él tomaría su lugar a la cabeza de una compañía de Voluntarios Estatales. Su comisión está fechada el día después de la fecha del acta del gobiermo estatal de Vermont, que autorizaba la creación de ese cuerpo." [Sylvester Bliss, "Life of William Miller."]

Se esperaba que la lucha tuviera lugar en la dirección de Burlington, y a la compañía del Capitán Miller se le ordenó estar allí, junto con todos los otros voluntarios que habían venido de esa parte del país. Le sucedió un accidente durante la marcha hacia Burlington, que no sólo fue casi fatal, sino que dejó una marca en él, y no se sabe qué efectos más profundos tuvo sobre su salud de los que se reconocieron en ese tiempo. Él le describió esta desafortunada experiencia a su esposa en la siguiente carta:

"Campamento de Burlington, 13 de Junio de 1813.

Querida Lucy:

Ahora estoy en este lugar después de una fatigosa marcha. Mis pies están gastados, y me duele mucho el cuerpo. Durante nuestra marcha desde Bennington a este lugar, sufrí un accidente que por poco me cuesta la vida. El último día de la marcha, cuando casi no soportaba mis pies y mis tobillos, contraté pasaje en un carruaje con cuatro o cinco de mis compañeros oficiales. El Capitán Clark y yo subimos a la parte trasera del carruaje, y mientras aseguraba el asiento, los caballos se asustaron y me lanzaron fuera. Caí sobre la parte de atrás de mi cabeza, y después me informaron que permanecí como muerto por quince o veinte minutos. Me pusieron en el carruaje y me llevaron por cinco o seis millas antes de que volviera en mí.

No tengo mucho de importancia que contar. Esperamos que los británicos ataquen en Burlington en cualquier momento. Hay como mil hombres que llegaron ayer de Bennington y Windsor, y estamos preparados para enfrentarnos a ellos con cualquier fuerza que puedan oponernos. No teniendo nada más que escribir, me suscribo

tu siempre amante esposo, William Miller."

El mismo día que escribió esta carta, recibió noticia de que había sido transferido de los Voluntarios del Estado de Vermont al rango de Teniente en el Ejército Regular de los Estados Unidos, como muestra la siguiente orden:

"Campamento Burlington, 13 de Junio de 1813.

Señor: Por la presente se le ordena acudir al Condado de Rutland, y allí presentarse al Servicio de Reclutamiento del 30º Regimiento de Infantería del Ejército de los Estados Unidos. Se regirá Ud. por las leyes de los Estados Unidos, y regresará a este puesto cuando se le ordene."

[Firmado] Mason Ormsbie, Mayor de Infantería

Al Teniente Miller, Ejército de los Estados Unidos."

Acerca de este cambio, dice su biógrafo: "Una transferencia así es considerada honorable en el sentido militar; y el cambio de servicio, que le permitía disfrutar de las comodidades del hogar y la atención de los amigos mientras se recuperaba de su reciente accidente, debe haber sido muy aceptable." [Silvester Bliss, "Life of William Miller."] Pero no había estado allí un mes cuando recibió una orden imperiosa del Cuartel General, como sigue:

"Acantonamiento Burlington, 7 de Julio de 1813.

Teniente W. Miller, en Poultney.

Por la presente se le ordena incorporarse a su regimiento en Burlington inmediatamente, y presentarse al Oficial Comandante.

Elias Fasset, Coronel, 30º de Infantería."

Nuevamente vinieron las despedidas apresuradas y la partida, y por fortuna poco sospechaba lo que le esperaba en Burlington. Poco después de incorporarse a su regimiento, la temida fiebre del ejército hizo su aparición y se esparció rápidamente entre la tropa, y las bajas fueron tan numerosas que se giraron órdenes para trasladar la mayor parte del ejército a terreno más alto. Pero el teniente Miller, que sucumbió a la fiebre rápidamente porque su salud se había debilitado por el accidente, estaba demasiado enfermo para ser trasladado, y él y algunos otros casos severos se quedaron para luchar por recobrar su salud en el lugar en que se encontraban.

Cuando llegó el otoño, casi se había recuperado, con excepción de una terrible llaga en un brazo. Como sufría mucho a causa de ella, se le aconsejó una operación. La siguiente anécdota en relación con ella revela una cualidad muy humana en su carácter que vale la pena anotar y que su biógrafo relata: "Estaba un poco disgustado por la rudeza de los desconsiderados estudiantes de medicina o ayudantes de médico, que a menudo parecían creer que un soldado incapacitado no era bueno para nada excepto para ser cortado en pedazos para experimentos. Un día, al manejar el miembro enfermo un poco ásperamente, y hablar muy ligeramente de su amputación como cosa normal, él les recordó que el brazo con que manejaba la espada todavía estaba sano, y poniendo la mano sobre la empuñadura de su espada que estaba delante de él, les dio a entender que, sin importar lo que se aconsejara en el caso, él no se sometería a ningún dolor innecesario para divertirlos. Le entendieron, y aquí terminó su rudeza. Se las arregló para conservar su brazo, y pudo incorporarse a su regimiento, que ahora estaba en servicio activo, buscando al enemigo en la frontera canadiense."

Por fin llegó el año 1814, habría de ser el período crucial de la guerra. En agosto de ese año, el Teniente Miller fue ascendido al rango de Capitán en el Ejército Regular. Ese mismo mes recibió el siguiente citatorio:

"Burlington, 12 de Agosto de 1814.

Al Capt. Wm. Miller, Capt. en el 30º de Infantería.

Señor: Se le ordena presentarse sin demora al Oficial Comandante de dicho regimiento en Plattsburg. Con todo respeto, etc., etc.

Elias Fasset, Col. 30º de Infantería y Comandante de Reclutamiento."

Fue casi enseguida después de su llegada al campamento que el momento emocionante que nuestro ejército había estado esperando llegó. Un extracto de la siguiente carta a su esposa, fechada el 4 de Septiembre de 1814, revela la excitación reprimida bajo la cual el Capitán Miller trabajaba:

"Los británicos están a diez millas de este lugar y esperamos entrar en combate mañana. Pienso que tienen que ser unos m---- tontos si nos atacan, porque ellos son como diez u once mil, y nosotros somos sólo mil quinientos, pero cada hombre está decidido a cumplir con su deber. Puede que me toque caer; si caigo, caeré valientemente. Recuerda, nunca oirás de mí si soy cobarde.

Tengo que terminar, pues son casi las once.

Recuerda a tu William Miller."

¡Cuán vívidamente revelan estas pocas líneas el suspenso y la excitación que latían en cada uno de esos mil quinientos valerosos corazones!

Tuvieron que esperar una semana, pero por fin el momento esperado llegó el 11 de Septiembre.

Era una hermosa y templada mañana, y nuestros barcos anclados se mecían suavemente, mientras alrededor de ellos chispeaban las azules aguas de la Bahía de Plattsburg en el temprano sol de otoño. De pronto, el barco vigía hizo sonar una estridente advertencia de la aproximación del enemigo, y la flota británica podía verse pasando Cumberland Head, mientras que al mismo tiempo los disparos del saludo real estremecían el aire y el eco rebotaba de una orilla a la otra.

Inmediatamente, cada marinero en nuestros barcos y cada soldado en los fuertes que bordeaban el lago saltaron a sus puestos. La batalla había comenzado.

La historia ha registrado con elocuencia la victoria del Comodoro Macdonough y descrito la precipitada retirada de las fuerzas de tierra británicas comandadas por Sir George Provost, con la pérdida de veinticinco mil hombres muertos, heridos, y perdidos en acción después de la derrota naval.

Las siguientes jubilosas cartas escritas por el Capitán Miller trazan un cuadro vívido de ese día memorable. La primera fue escrita al juez Stanley, de Poultney, y dice así:

"Fort Scott, 11 de Sept. de 1814, 20 minutos después de las 2 de la tarde.

Señor: ¡Se acabó! ¡Está hecho! ¡La flota británica se ha rendido a la bandera Americana! ¡Gran matanza en ambos lados! Pueden verse desde donde estoy escribiendo ahora. ¡Dios mío! ¡El espectáculo fue majestuoso, fue noble, fue grandioso!

Esta mañana a las diez, los británicos iniciaron contra nosotros un cañoneo intenso y destructor , tanto desde el agua como sobre tierra; entonces cohetes 'congreve' y metralla volaron como granizo alrededor de nosotros, desde todos lados. ¡Usted no tiene idea de la batalla! Nuestra fuerza era pequeña, pero ¡con cuánta valentía lucharon! Sir Lord George Provost se siente mal. Su fuerza terrestre puede esperar sellar su suerte si nuestra milicia cumple con su deber, pero en el momento de la acción no se les vio por ninguna parte. La acción sobre el agua duró sólo dos horas y diez minutos; el fuego de sus baterías acaba de cesar; el nuestro continúa todavía; las armas pequeñas están comenzando a entrar en acción. No tengo tiempo de escribir más. Tienes que imaginar cómo nos sentimos. Estoy satisfecho de que puedo combatir. Sé que no soy cobarde. Por lo tanto, llama a Mr. Loomis para que beba a mi salud, que yo pago el trago. A dos pies de mí, tres de mis hombres yacen heridos por la explosión de un obús. El bote de la flota, que acaba de tocar tierra debajo de nuestro fuerte, dice que el comodoro británico ha muerto.

De los trescientos hombres a bordo de su barco, veinticinco quedan vivos. Algunos de nuestros oficiales que estuvieron a bordo dicen que la sangre alcanza a la altura de la rodilla.

La fuerza de ellos que hemos capturado consiste de un barco, treinta y seis cañones, un bergantín de dieciocho cañones, y dos balandros.

¡Hurra! ¡Hurra! ¡Veinte o treinta británicos tomados prisioneros por nuestros milicianos acaban de llegar al fuerte! No puedo escribir más, porque el tiempo parece dudoso.

Suyo por siempre, William Miller.

Dé mis saludos a todos, y envíeselos a mi esposa."

Un jinete galopando a través del pueblo de Poultney anunció a gritos las nuevas de la victoria, y la esposa de William Miller, que esperaba con corazón ansioso, fue una de las primeras en oírlo venir. Después de lo que pareció sólo un instante, las campanas repicaron, la gente gritaba y cantaba de júbilo, y prevalecía la mayor excitación.

La carta del Capt. Miller a su esposa es un relato gráfico de aquel memorable 11 de Septiembre, un relato que vale la pena leer. No sólo describe la batalla, sino que entre líneas se puede vislumbrar algo del carácter del hombre:

"Fort Scott, Sept. 12, 1811, 7 de la mañana:

Querida esposa: Ayer fue un día de gran gozo. ¡Hemos vencido! ¡Los hemos expulsado! Como a las nueve de la mañana ayer, la flota británica disparó un saludo al pasar Cumberland Head; fue un anticipo de un enfrentamiento general. Como veinte minutos después, se pusieron al pairo. ¡Cuánta majestad! ¡Cuánta nobleza! ¡Nuestra flota estaba anclada en Plattsburg Bay, y como un insolente Yankee, no prestó atención a su saludo real! La flota británica todavía se dirigía a nosotros, osada como un león. En un momento todos estuvimos preparados para la acción. Los británicos habían dispuesto un buen número de baterías por todos lados a nuestro alrededor. Al minuto siguiente, los cañones comenzaron a escupir fuego en todas direcciones. ¡Qué escena! ¡Todo era terrible! Por seis u ocho horas, no se oyó sino rugidos y crujidos. No puedo describirte nuestra situación. El fuerte en el cual yo estaba, estaba expuesto a cada disparo. Bombas, cohetes, y proyectiles de metralla caían espesos como granizo. Tres de mis hombres fueron heridos, y uno muerto, pero ninguno de ellos era de Poultney o de esa área.

En una hora y cuarenta y cinco minutos, la flota enemiga había sido derrotada. ¡Dios mío! ¡Qué matanza de ambos lados! ¡De trescientos a bordo de un barco, sólo veinticuatro permanecían ilesos! ¡No puedo describirte el gozo general!

A la puesta del sol nuestros fuertes dispararon un saludo final, acompañado por una tonada llamada 'Yankee Doodle,' y cada cañón fue cargado con un proyectil de dieciocho libras. Esto pronto asustó al enemigo hasta el punto de que al rayar el día esta mañana no se veía ni un alma; se fueron tan de prisa que no pudieron llevarse ni un sólo artículo de su equipaje. Algunos los quemaron, y otros los dejaron abandonados. Sus pérdidas en muertos y heridos fue inmensa, además de cien tomados prisioneros, y trescientos o cuatrocientos desertores. Nuestras pérdidas no fueron tan grandes, pero sí considerables. Cada oficial y cada soldado ahora canta de gozo, y no se oye hablar de ninguna otra cosa que no sea el 11 de Septiembre, y que Lord George Provost se retiró en dirección a Canadá. Puedes darte cuenta, por mi manera de escribir, que estoy tan gozoso como cualquiea de ellos. Una batalla naval y terrestre que tuvo lugar dentro de una milla o dos, y quince mil o veinte mil hombres participando al mismo tiempo, es superior a cualquier cosa que mis ojos hayan jamás contemplado antes. ¡Qué grandioso! ¡Qué noble, y sin embargo, qué terrible! !El rugir de los cañones, el estallido de las bombas, el silbido de los proyectiles, el detonar de armas cortas, el crujido de las cuadernas, los gritos de los moribundos, los gemidos de los heridos, las órdenes de los oficiales, los juramentos de los soldados, el humo, el fuego - todo conspira para hacer de la escena de una batalla algo a la vez terrible y grandioso!

El fuerte en el cual yo estaba, estaba situado en la orilla del lago y a plena vista de todo lo que sucedía. Da mis recuerdos a todos mis amigos. Mientras tanto, acéptame como fielmente tuyo,

William Miller."

Uno de los incidentes que le proporcionaron más satisfacción fue la culminación de aquel día inolvidable, y en el cual fue designado para participar, fue preparar el cadáver del Comodoro para su funeral. Para citar de su biografía: "El honor rendido a los muertos por los Americanos fue tan digno de recordarse como la bravura con la cual lucharon." [Sylvester Bliss, "Life of William Miller."]

Así terminó la carrera militar de William Miller. Se retiró del ejército en Junio de 1815, y buscó una vez más la granjita de Poultney, donde su dedicada esposa y su pequeño hijo le aguardaban. Una vez más, plantó sus cultivos sistemáticamente, y a su debido tiempo, los cosechó. Nuevamente, sus vecinos se maravillaron de verlo pasar sus horas libres leyendo absorto algún grande y pesado volumen, esta vez no en la biblioteca, sino en el aislamiento de su propio hogar. Ni era Voltaire, ni Hume, ni Volney, ni Payne lo que absorbía su interés. Un cambio le había ocurrido a William Miller. Ahora era el Libro de los Libros - la Biblia, con sus magníficas interpretaciones de la vida y la muerte - sus misteriosas profecías, sus gloriosas promesas, su inspirada dicción, lo que lo mantenía hechizado.

¿Quién puede decir cómo y por qué vienen tales cambios?

El siguiente capítulo intentará seguir la pista a los procesos mentales que convirtieron al soldado retirado en el hombre que llegó a ser conocido en todas partes como el "profeta" Miller, que tenía un recién despertado poder para conmover a grandes muchedumbres con un lenguaje vívidamente pintoresco; una personalidad que desconcertaba aún a aquéllos que se oponían encarnizadamente a sus convicciones; que estaba escarmentado en espíritu; más o menos quebrantado de salud; arrepentido del pasado escepticismo, y que llamaba a aquéllos espiritualmente dormidos a despertar y arrepentirse, porque el fin del mundo se acercaba!







EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 2

El Despertar

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"My thoughts on awful subjects roll:
Damnation and the dead."
Dr. Watts

Hubo dos incidentes que ocurrieron durante la carrera militar de William Miller, justo cuando estaba a punto de retornar a la vida civil, que arrastraron sus pensamientos hacia nuevos canales. El primero ocurrió una noche en el campamento, y a una hora en que hacía la ronda para ver que todo estaba tranquilo y que sus hombres estaban en sus tiendas. Mientras cumplía con su deber, observó que había luz en una de ellas y oyó que alguien hablaba en voz baja pero con gran intensidad. Se detuvo y escuchó. Ahora oyó otras voces, también bajas, y se puso alerta enseguida. Había sido muy difícil evitar que los hombres jugaran juegos de azar en el campamento, y se habían dado órdenes estrictas al respecto. Por un momento, pensó que había sorprendido a algunos transgresores con las manos en la masa. Acercándose a la carpa, se detuvo y escuchó otra vez. Hubo una pausa, y entonces la voz que había oído al principio comenzó a hablar nuevamente - esta vez en tono de aparente súplica. Miller se dio cuenta ahora de que el hombre estaba orando. Encogiéndose de hombros con impaciencia, se alejó. La vida en el ejército no había disminuído su miserable hábito de ridiculizar toda observancia religiosa, y meditando en lo que había oído, decidió jugarle una mala pasada a este joven soldado al día siguiente, y darle un buen susto en relación con el sonido de las voces que habían salido de su tienda durante la noche. Así pues, cuando llegó la mañana, lo hizo venir y lo esperó de pie con el ceño desagradablemente fruncido.

"Sargento Willey," le dijo, dirigiéndose al joven cuando se aproximó, "Ud. sabe que es contrario al reglamento militar tener juegos de azar en las tiendas durante la noche. Sentí mucho ver que en su tienda había luz con este propósito anoche. No podemos tener nada de juego a tales horas. Debe Ud. para eso enseguida. Espero no tener que hablarle nuevamente acerca de esto."

El joven soldado, tomado completamente por sorpresa. se ruborizó hasta la raíz de sus cabellos. "No estábamos jugando, señor," tartamudeó, bajando los ojos.

Había algo en el rostro juvenil y cándido delante de él y en el tono de su voz que conmovió al Capt. Miller a pesar de sí mismo. Desechó la impresión de su mente, y continuó con su chiste. Creía que podría disfrutar obligando al Sargento Willey a confesar lo que había estado haciendo, para luego ridiculizarlo.

"¡Sí, estábais jugando!", exclamó, contradiciéndolo con mayor severidad, "y no puede ser! ¿Para qué otra cosa podrían Uds. haber mantenido su tienda iluminada toda la noche si no era para jugar?"

El joven soldado se enderezó en toda su estatura, y cuadrando los hombros, miró al Capt. Miller directamente. "Estábamos orando, señor," contestó, tranquila y sencillamente.

Había tanta dignidad y verdad en la respuesta y en la manera en que fue dada, que el Capt. Miller repentinamente se sintió azorado y humillado. Sin una palabra más, giró sobre sus talones, y se alejó. Los valientes y sinceros ojos que tan sin temor se habían encontrado con los suyos lo hicieron sentir incómodo. Él mismo había jugado algunas veces, y recordaba esto, y ese hecho ahora lo avergonzaba al pensar en la broma que había tratado de jugarle y que había fallado tan lamentablemente. Estaba más inquieto de lo que estaba dispuesto a admitir. La noche siguiente, permaneció sentado para tratar de sacudir la impresión que el incidente le había causado, pero no lo consiguió. Pensó en el valor que había mostrado el grupo de jóvenes soldados, cuyas voces había oído en la tienda, y su valerosa independencia al unirse para orar por la seguridad de sus almas en el medio mismo de la atmósfera dura y embrutecedora del campamento. Se sintió sacudido por ello, y pensó en su propia alma. ¿Cuál era su condición? ¿La había adormecido hasta el punto de no poderse despertar? Recordaba que a veces - de hecho, a menudo - él, como los que lo rodeaban, habían usado libremente el nombre del Todopoderoso. Esto también lo preocupaba ahora.

"One day," dice en sus "Memorias," "me sorprendí a mí mismo en el acto de tomar el nombre de Dios en vano - un hábito que había adquirido en el servicio militar; y enseguida fui convencido de su pecaminosidad."

Ahora, a pesar de todo el deísmo de William Miller, y del que mucho se jactaba, no se requería sino un poquito de investigación para descubrir una naturaleza ingenua, sencilla, y amable, oculta bajo la capa exterior de su corazón. La siguiente afirmación de su biógrafo, que era también su amigo personal, muestra esto:

"Todos los que conocen algo de la cuestión, confirmarán que su integridad personal y honor oficial fueron tales durante su relación con el ejército que imponían, casi a un grado incomparable, el respeto y el afecto de todos los que estaban bajo sus órdenes como oficial, y la sincera confianza y la estimación de sus colegas oficiales.

"Por años después de que terminó la guerra, era común que sus compañeros de armas se desviaran cinco o seis millas de la ruta principal de su viaje para disfrutar de una corta entrevista con alguien a quien se sentían fuertemente ligados; y algunos menos previsores, sintiéndose seguros de que los recibiría con una especie de paternal simpatía, que un pobre e infortunado soldado rara vez encuentra en el mundo, acostumbraban quedarse con él algunos días o semanas seguidos." [Sylvester Bliss, "Life of William Miller."]

El segundo incidente que causó una profunda impresión en él fue cuando un amigo suyo llamado Spencer murió de fiebre en el campamento. Durante la enfermedad de éste último, el Capitán Miller tuvo una larga conversación con él, de la cual hizo un relato a su esposa. Es evidente que esta conversación, seguida por la muerte de su amigo, tocó nuevamente en su interior la cuerda que por largo tiempo había permanecido adormecida. El observar las fuerzas vitales menguar y finalmente desaparecer del cuerpo del que había sido compañero de confianza parece haberlo conmovido hasta lo más profundo de su ser, e iniciado preguntas en su mente en relación con la existencia del alma después de la muerte, que lo ponían perplejo y le causaban punzante angustia y aprensión.

"Un poco más de tiempo," le escribió a sus esposa, "y, como Spencer, ya no seré más. Es un pensamiento solemne. Sin embargo, si yo pudiera estar seguro de otra vida, no habría nada terrífico; pero apagarse como una vela que se extingue es insoportable. El pensamiento es triste. ¡No! Antes déjenme aferrarme a esa esperanza que asegura una existencia interminable; una futura primavera donde cesen las preocupaciones y las lágrimas no encuentren salida; donde florezca una interminable primavera, y el amor, puro como la nieve, repose en cada pecho. Querida Lucy, escríbeme, y déjame saber cómo pasas el tiempo. Buenas noches. Estoy preocupado. William Miller."

Puede verse que su mente estaba siendo agitada por estas preguntas cuando fue dado de baja en el ejército ese mismo año y regresó a sus humildes ocupaciones de granjero. Durante su ausencia de siete años o más, su padre, cuyo hogar había estado por algún tiempo en Low Hampton, había muerto, y para estar cerca de su madre, Miller abandonó Poultney y trasladó a su familia, que ahora consistía de su esposa y un joven hijo, a una granja cercana a la de ella, que consistía de doscientos acres. Aquí él construyó una de esas típicas casagranjas de la Nueva Inglaterra, pintadas de blanco con persianas verdes, que son tan familiares a los que conocen el país, y comenzó a cultivar en serio. Pero el trabajo manual no fue suficiente para aquietar su turbado espíritu. Ahora se enfrentaba a una batalla peor que cualquiera en la cual hubiera participado durante su carrera militar, pero esta vez no era un conflicto corporal. Era una experiencia mental, cargada de angustia mental. Dudas y temores lo asaltaban por un lado, y un anhelo de fe y el gozo de la paz y la seguridad de una tranquila conciencia, por el otro. Ni siquiera su dedicada esposa podía hacer nada para ayudarlo. Estaba obligada a hacerse a un lado, observar en silencio la miseria de él, y orar pidiendo que llegara el alivio.

Refiriéndose a este infeliz período, dice en sus "Memorias": "Pensé en buscar en el círculo doméstico aquella felicidad que siempre me había eludido en mis anteriores ocupaciones. Por un corto espacio de tiempo, se quitaron de mi mente los cuidados y las cargas; pero, después de otro poco, sentí la necesidad de alguna ocupación activa. Mi vida se había vuelto demasiado monótona. Había perdido todas las esperanzas de las cuales, en mi juventud, había esperado disfrutar en mis años maduros. Me parecía que no había nada bueno sobre la tierra. Las cosas en las cuales había esperado encontrar algún bien sólido me habían engañado. Comencé a pensar que el hombre no era más que un bruto, y que la idea del más allá no era sino un sueño; la aniquilación era un pensamiento escalofriante; y el tener que dar cuenta era la segura destrucción de todos. Los cielos eran como bronce sobre mi cabeza, y la tierra como hierro bajo mis pies."

Ya sea que estuviera trabajando en los campos de heno o con la azada en su jardín, no podía escapar de los pensamientos que lo atormentaban.

"¡La eternidad!", exclamaba, "¿qué era? Y la muerte, ¿qué era? Mientras más razonaba, más lejos estaba de una evidencia concluyente. Mientras más pensaba, más dispersas eran mis conclusiones. Traté de dejar de pensar, pero mis pernsamientos no quisieron dejarse controlar. Me sentía verdaderamente miserable, pero no entendía la causa. Murmuraba y me quejaba, pero no sabía de quién. Sentía que había un error, pero no sabía ni cómo ni dónde encontrar lo correcto. Me lamentaba, pero sin esperanza." [J. V. Himes, "Memoirs." Publicado en 1841.]

A veces ocurre que una afirmación drástica despierta en el oyente un sentido de oposición que es saludable, y esto ocurrió durante una conversación que tuvo con un conocido suyo - el juez Stanley, que evidentemente era un confirmado deísta.

"Le pregunté su opinión con respecto a nuestra condición en otro estado," dice Miller en sus "Memoirs." "Me contestó comparándola con la de un árbol, que florece por un tiempo y regresa a la tierra; y con la de la vela, que arde hasta que se extingue en la nada. Estuve entonces satisfecho de que el deísmo estaba conectado inseparablemente con una futura existencia, y tendía a la negación de ella. Y pensé para mis adentros que antes que abrazar un tal punto de vista, prefería el cielo y el infierno de las Escrituras, y correr el riesgo con respecto a ellos."

Este estado mental duró por algún tiempo, y le causó agudo sufrimiento. Justo cuando todo le parecía más oscuro, una luz se hizo en su miseria. Sucedió en la pequeña Iglesia Bautista de Low Hampton, y él hace el siguiente relato de ello:

"De repente," dice, "mi mente se impresionó vívidamente con el carácter de un Salvador. Me pareció que podía existir un Ser tan bueno y compasivo como para expiar nuestras transgresiones, y por lo tanto salvarnos del sufrimiento y el castigo del pecado. Inmediatamente sentí cuán adorable debería ser un Ser así, e imaginé que yo podría arrojarme en los brazos de él y confiar en su misericordia. Vi que la Biblia presentaba un Salvador como el que yo necesitaba. Me vi constreñido a admitir que las Escrituras debían ser una revelación de Dios. Se convirtieron en delicia - continúa diciendo - y en Jesús encontré a un amigo. El Salvador se convirtió para mí en el principal de entre diez mil, y las Escrituras, que antes eran oscuras y contradictorias, ahora se convirtieron en lámpara a mis pies, y lumbrera a mi camino. Mi mente se calmó, y quedé satisfecho. Encontré que el Señor Dios era una roca en el océano de la vida."

¡Con qué oraciones de gracias observó Lucy Miller a su esposo salir del valle de las sombras, donde había experimentado el punzante sufrimiento del conflicto espiritual y mental!

"Ahora la Biblia se convirtió en mi principal objeto de estudio," continúa explicando, "y puedo decir verdaderamente que la escudriñé con gran deleite. Encontré que nunca se me había dicho ni la mitad. Me preguntaba por qué no había visto antes su belleza y su gloria, y me maravillaba de que alguna vez hubiera podido rechazarla. Encontré revelado todo lo que mi corazón pudiera desear, y un remedio para cada enfermedad del alma. Perdí todo el gusto por otras lecturas, y apliqué mi corazón a obtener la sabiduría que da Dios."

Todo otro pensamiento estaba ahora subordinado a esta grande y absorbente cuestión de la inmortalidad, y las seguridades que encontró expresadas en la Biblia en relación con ella. Pero, al estudiar este libro de revelación, rehusó ser guiado por el gran peso de la opinión acumulado a través de los siglos, y tampoco quiso aceptar las interpretaciones de una larga línea de mentes iluminadas en relación con algunos de los pasajes más oscuros. Decidió ser su propio intérprete.

De acuerdo con su biógrafo (Sylvester Bliss el mayor era miembro de las Sociedades Históricas y Genealógicas de Boston, Mass.),resolvió hacer a un lado todas las opiniones preconcebidas, y recibió con sencillez infantil el significado obvio y natural de las Escrituras. Prosiguió el estudio de la Biblia," se nos dice, "con el más intenso interés, dedicando a este propósito noches y días enteros. A veces deleitado con la verdad que brillaba del sagrado volumen, haciendo claro a su comprensión el gran plan de Dios para la redención de la raza caída; a veces perplejo y casi confundido por pasajes aparentemente inexplicables o contradictorios, perseveraba hasta que la aplicación de su gran principio de interpretación salía triunfante. Se sentía perplejo sólo para sentirse deleitado, y deleitado sólo para perseverar más en la comprensión de sus bellezas y misterios."

Causó un gran revuelo entre sus amigos y antiguos asociados en Poultney el anuncio de su cambio de creencias. "Sus incrédulos amigos," dice su biógrafo, "consideraron su salida de en medio de ellos como la pérdida de un portaestandarte," pero el regocijo entre su propia gente fue profundo y sincero. Sin embargo, pronto comenzó él a especializarse en sus investigaciones y a enfocar su atención sobre las misteriosas profecías de Daniel, y trató de penetrar el simbolismo del sueño del rey Nabucodonosor y a conectar estas profecías con otras que se encontraban mayormente en el Antiguo Testamento. Las aceptaba literalmente, rehusando reconocer la costumbre hebrea de usar metáforas, y no pasó mucho tiempo antes de que se sumergiera en un intrincado sistema de hipotéticos períodos de fechas, todas las cuales apuntaban a la destrucción del mundo por medio del fuego, precedida por la Segunda Venida de nuestro Señor.

Por más de catorce años, todo el tiempo de William Miller fue utilizado así - trabajando en su granja, y en sus horas libres trazando gráficas cubiertas por una maraña de cálculos matemáticos, todos tendientes a probar la exactitud de su sistema de interpretar las profecías de acuerdo con sus propios métodos personales. Y todos estos cállculos mostraban que el año de 1843 introduciría el Milenio. Mientras más desarrollaba su teoría, más se convencía de la verdad de ella.

"De tiempo en tiempo surgían en mi mente varias dificultades y objeciones," dice; "se me ocurrían ciertos textos que parecían pesar contra mis conclusiones; y yo no quería presentar un punto de vista a otros mientras cualquier dificultad pareciera militar contra él. Por lo tanto, continué estudiando la Biblia para ver si yo podía sustentar alguna de estas objeciones. Mi propósito no era sólo quitarlas, sino que deseaba ver si eran válidas.

"De esta manera me ocupé por cinco años - desde 1818 hasta 1823 - sopesando las varias objeciones que se presentaban a mi mente.

"Con la solemne convicción de que estaba predicho en las Escrituras que estos trascendentales sucesos se cumplirían en un corto espacio, se me presentó con fuerza la pregunta en relación con mi deber hacia el mundo, en vista de la evidencia que había impresionado mi propia mente. Si el fin estaba tan cerca, era importante que el mundo lo supiera."

Más tarde dice: "El deber de presentar a otros la evidencia de la cercanía del Advenimiento - un deber que yo había logrado evaddir mientras encontré que quedaba una sombra de objeción contra su verdad - nuevamente se me presentó con gran fuerza. Hasta ahora, yo sólo había hecho sugerencias ocasionales acerca de mis puntos de vista. Ahora comencé a hablar más claramente a mis vecinos, a ministros, y otros. Para mi asombro, encontré que muy pocos escuchaban con algún interés. De vez en cuando, alguno veía la fuerza de la evidencia, pero la gran mayoría la pasaba por alto como un cuento.

"Supuse que despertaría la oposición de los impíos, pero nunca me pasó por la cabeza que un cristiano se le opusiera. Supuse que éstos últimos se regocijarían, en vista del glorioso futuro, y que sólo sería necesario presentársela para que la recibieran." [Sylvester Bliss, "Life of William Miller."]

Este inconveniente temporal lo deprimió no poco, pero no por mucho tiempo. Al pasar el tiempo, este deseo de hacer sonar la alarma se apoderó de él nuevamente. Le parecía oír con claridad voces diciéndole que saliera e hiciera saber este descubrimiento al mundo.

"Mientras estaba en mis ocupaciones," escribe, "constantemente oía sonar en mis oídos: 'Ve y avísale al mundo acerca del peligro.' ... Sentí que si los impíos podían ser advertidos efectivamente, multitud de ellos se arrepentirían." Pero, a pesar de una peculiar certeza en relación con sus convicciones, William Miller era un hombre tímido en muchos respectos. Aunque anteriormente había ridiculizado a otros libremente, él mismo sentía aprensión al pensar en sus dardos, y temía a las críticas y el ser mal comprendido.

"Hice todo lo que pude," dice, "para evitar la convicción de que de mí se requería cualquier cosa; y pensé que hablando de ello a todos libremente yo cumplía con mi deber; pero todavía seguía escuchando la voz: 'Ve y cuéntaselo al mundo.'

"Mientras más presentaba la cuestión en conversación, menos satisfecho me sentía conmigo mismo por retenerla y no hacerla pública. Traté de excusarme con el Señor por no salir y proclamarla al mundo. Le dije al Señor que yo no estaba acostumbrado a hablar en público; que yo no tenía la debida preparación para atraer la atención de un auditorio; que yo era muy tímido, y temía presentarme delante del mundo; que yo era lento en el hablar y torpe de lengua. Pero no pude obtener alivio."

De acuerdo con su propio relato, él resistió estos impulsos interiores por nueve años más. Tenía cincuenta años de edad entonces, y su vida de constante lucha mental y trabajo físico, junto con los efectos duraderos de la enfermedad contraída en el ejército, lo había envejecido más allá de sus años, y aparentaba ser mucho mayor de lo que era. Tendía a ser corpulento, y sentía el esfuerzo de hacer ejercicios desusados.

Fue en el otoño de 1831, sin embargo, cuando finalmente comenzó a dictar conferencias, y resultó de esta manera:

Después del desayuno un domingo por la mañana, estaba sentado trabajando en sus cálculos del tiempo judío y revisando su interpretación de las profecías, cuando una voz pareció decirle más fuertemente de lo que nunca antes lo había oído: "¡Vé y cuéntaselo al mundo!"

"La impresión fue tan súbita," escribe, "y vino con tanta fuerza, que me dejé caer en mi silla, diciendo: 'No puedo ir, Señor.' '¿Por qué no?', parecía ser la respuesta. Y entonces se me aparecieron todas mis excusas - mi falta de capacidad, etc. Pero mi angustia se volvió tan grande que entré en un pacto solemne con Dios de que, si Él allanaba el camino, yo iría y cumpliría con mi deber con el mundo. '¿Qué quieres decir con abrir el camino'?, me pareció oír. 'Bueno', dije, 'si me invitan a hablar en público en algún lugar, iré y les diré lo que encontré en la Biblia acerca de la venida del Señor.' Instantáneamente, toda mi carga desapareció, y me regocijé de que no probablemente no sería llamado, porque nunca había recibido una invitación así."

Como media hora después de esto, cuenta él, un joven llamó a la puerta. Era el hijo de un tal Sr. Gifford, de Dresden. Me explicó que no había predicador que ocupara el púlpito de la iglesia del lugar al día sguiente, y que su padre había pensado que sería una magnífica oportunidad para que la congregación escuchara los puntos de vista del Sr. Miller acerca de la cercanía de la Segunda Venida y la consiguiente destrucción del mundo, y que lo había enviado a él a preguntarme si yo quería ir y disertar sobre el tema.

Esto le causó un gran impacto a William Miller. Se encontró lamentando el pacto que había hecho con Dios, pero se sentía obligado por él, y mandó a decir que iría. Era su primera experiencia de esta clase, y estaba demasiado agitado para hacer cualquier preparación real. Al subir los escalones hacia el púlpito a la mañana siguiente, casi se sintió incapaz de cumplir su parte del pacto. De pie delante de la pequeña congregación Bautista de Dresden, titubeó por un breve momento, y luego comenzó a hablar. Inmediatamente, le pareció que un nuevo talento había nacido en él, un talento del cual nunca antes había sido consciente. Al explicar sus razones para creer en la cercanía del Día de Juicio - como él se representaba la súbita aparición en los cielos del Salvador en nubes de gloria, que ellos deberían estar preparados para presenciar en cualquier momento entre 1843 y 1844 - encontró una repentina fluidez de palabras para describir la consternación y la confusión de los impíos, sus inútiles gritos pidiendo misericordia, la tierra encogiéndose a causa del fuego, los gritos de victoria de los redimidos mientras eran arrebatados en el aire, libres de la ardiente destrucción por debajo de ellos - sus oyentes se enderezaron en sus bancas como fascinados.

Así como una chispa de una máquina que pasa es suficiente para iniciar un incendio forestal, así también la primera conferencia de William Miller en la pequeña Iglesia Bautista de Dresden inició una conflagración que el clero opositor de las iglesias ortodoxas, los periódicos, los conferenciantes, y el público más normal y equilibrado no pudieron reprimir.

Después de esto, los habitantes del campo llegaron en tropel de los pueblos vecinos. Al principio, la curiosidad los traía, pero, al difundirse la noticia de su profecía, comenzó un reavivamiento, acompañado de gran entusiasmo, y "en trece familias todos menos dos personas fueron felizmente convertidos," de acuerdo con relatos de la época.

Inmediatamente, le llovieron invitaciones para disertar en varios lugares. En seguida le tocó el turno al pueblo de Paulet, y después de eso fue un viajar continuamente de un lugar a otro. Al escribir de esto, él dice:

"Las iglesias de los Congregacionalistas, los Bautistas, y los Metodistas se abrieron de par en par. En casi cada lugar que visitaba, mi labor resultaba en ganar a los reincidentes y la conversión de los pecadores. Por lo general, era invitado a campos de labor por los ministros de las varias congregaciones que visitaba, que me daban su aprobación. Nunca he trabajado en ningún campo al cual no hubiera sido previamente invitado. Las apremiantes invitaciones del ministerio y los principales dirigentes de las iglesias llegaban continuamente desde ese tiempo y durante el período entero de mi labor pública. Me fue imposible cumplir con más de la mitad de ellas. Les hablaba a casas atestadas, por todo el occidente de Vermont, por todo el norte de New York, y en el oriente de Canadá."

Para entonces, había adquirido una infalible capacidad para captar la atnción de sus oyentes, y le daba el siguiente consejo al Pastor Hendryx, un amigo Bautista suyo que evidentemente le había escrito preguntándole el secreto de su arte:

"Un gran medio de hacer el bien," explica Miller al contestar, "es hacer a los feligreses conscientes de que Ud. habla en serio, de que Ud., plena y solemnemente, cree lo que predica. Si Ud. desea que la gente sienta, siéntalo Ud. Si Ud. desea que crean lo que Ud. cree, muéstreles, por su constante asiduidad en la enseñanza, que Ud. sinceramente lo desea."

Al año siguiente, comenzaron a llegarle solicitudes para que publicara sus puntos de vista. Como de costumbre, le escribió al Pastor Hendryx sobre el tema. Su carta está fechada el 23 de enero de 1832: "He escrito algunos artículos sobre la venida de Cristo y la destrucción final de la Bestia, cuando su cuerpo sea entregado a las llamas ardientes. Pueden aparecer en el Vermont Telegraph. Si no, lo harán en forma de folleto. Están dirigidos al Pastor Smith de Poultney, y él está en libertad de publicarlos."

Para este tiempo, William Miller había adquirido un estilo y manera de predicar que le daba rienda suelta a su sentido de los valores dramáticos. Esto puede verse en una carta que le escribió al Pastor Hendryx, fechada el 30 de Mayo de 1832:

"Estoy persuadido de que el fin del mundo ha llegado. La evidencia fluye de todos lados. 'La tierra se tambalea como un borracho.' ... ¿Está la cosecha terminada y ya ha pasado? Si es así, pronto, muy pronto, Dios se levantará en su ira, y la viña de la tierra será cosechada. ¡Ved! ¡Ved! ¡El ángel con su afilada guadaña está a punto de apoderarse del campo! ¡Ved más allá a una víctima temblorosa caer delante de su pestilente aliento! Altos y bajo, ricos y pobres, temblando y cayendo delante de la tumba aterradora, la terrible cólera.

"¡Oíd! ¡Oíd los terribles aullidos de las naciones furiosas! Es el presagio de la horrenda y terrífica guerra. ¡Mirad, mirad otra vez! ¡Ved coronas, y reyes, y reinos temblando en el polvo! ¡Ved a los lores y nobles, a los capitanes y a los poderosos, todos armándose para la sangrienta y demoníaca lucha! ¡Ved a las aves carnívoras volar chillando por el aire! ¡Ved, ved estas señales! ¡He aquí, los cielos se ponen negros con las nubes; el sol se ha velado; la luna, pálida y abandonada, cuelga en la mitad del aire; desciende el granizo; los siete truenos dejan oír sus poderosas voces; los relámpagos envían sus vívidos rayos de llamas sulfurosas; y la gran ciudad de las naciones cae para siempre, para no levantarse más! En este temido momento, ¡mirad! ¡Las nubes han estallado; los cielos aparecen, el gran trono blanco se alcanza a ver! ¡El asombro llena el universo! ¡Él viene! ¡Él viene! ¡He aquí que el Salvador viene! ¡Levantad vuestras cabezas, vosotros los santos! ¡Él viene! ¡Él viene! WILLIAM MILLER."

¡Uno puede ver claramente por qué la pequeña congregación Bautista de Dresden quedó fascinada!

El hermano Hendryx se deleitaba en una carta de esta clase, con un buen sabor de reavivamiento, y esta era una de las razones por las cuales William Miller encontraba un especial disfrute en esta sociedad. En el siguiente mes de marzo, le escribió nuevamente, y se expresó así: "Más que nunca, deseo verlo, y cuando tengamos menos compañía, de manera que podamos sentarnos y comernos un buen plato de Biblia juntos. La luz constantemente está entrando, y me siento más y más confirmado en las cosas que le dicho."

Luego continúa, en tono como de charla, dándole las noticias locales, siendo una de las cuales que se necesitaba un pastor en la iglesia de Low Hampton y que todo el mundo expresaba su opinión libremente en cuanto a la clase de hombre más apto para el lugar. "Alguna de nuestra gente quieren una charla rápida," escribe. "¡Pero yo preferiría una rápida comprensión!"

Fue más o menos por este tiempo cuando aparecieron extrañas señales en los cielos, y con tal frecuencia, que causaron gran inquietud. Eran las precursoras del famoso fenómeno de la caída de las estrellas en 1833, que produjo terror y consternación entre los que habían oído la profecía de William Miller. Ocurrió que estas señales precursoras de ese fenómeno estaban dando lugar a muchos comentarios, no sólo del público en general, sino de científicos, que los observaban con desusado interés.

Esta autora fue lo bastante afortunada para encontrar un raro relato de una de estas apariciones en un antiguo diario cuáquero escrito en ese tiempo. Dice así:

"Notables luces se ven en la Segunda Familia - Watervliet, Diciembre 2, 1831.

"El sábado por la noche, 2 de Diciembre, justo después de haberme retirado, estando todavía despierto y mirando hacia la lavandería, me pareció verla incendiada. Le pedí a Asaneth Harwood que viniera a ver lo que pasaba. Ella vino, y al ver lo que yo veía, dijo: '¡Oh, esa es una luz espiritual!' Entonces, dos Hermanas se levantaron y vinieron a la ventana y vieron lo mismo. Una de ellas me dijo que mejor llamara a las Hermanas en el cuarto del frente 'porque puede ser fuego,' dijo.

"Fui y llamé a las Hermanas Polly Bacon y Ellen Brandet. Miraron hacia afuera y pensaron que los graneros de South House se habían incendiado.

"Entonces, Polly fue y llamó a Joel Smith para que viera si los graneros realmente se habían incendiado. Mientras Joel se vestía, nos arrodillamos y oramos para que, si era un incendio, pudiera ser apagado.

"Entonces fui al salón de estar y, encontrándome con William Seeley, le pedí que fuera y mirara. Fue, pero ni él ni Joel pudieron ver nada de luz o de fuego.

"Vi dos luces grandes - entonces parecían haber dos docenas de grandes sábanas de luz; entonces todas parecían convertirse en estrellitas muy dispersas; y entonces parecían desaparecer, excepto las dos grandes luces que quedaron cuando el resto había desaparecido. Las estrellas entonces aparecían otra vez.

"Me fui a la cama, y me quedé allí como una hora, y las vi todo el tiempo. Me dormí, desperté otra vez, y las vi como antes.

"Después de permanecer despierta por un tiempo considerable, me quedé dormida, y cuando desperté, habían desaparecido. [Firmado] "PERMILIA EARLS."

Nota: Permilia también dijo que parecía como si la luz se reunía en sábanas que subían una después de la otra. Cuando se hubieron reunido de esta manera, una gran estrella se disparó hacia el occidente, y luego muchas se dispararon hacia arriba como chispas desde la chimenea de un herrero.

"Entonces se reunieron nuevamente como antes, y se dispararon de manera semejante, repitiéndose lo mismo muchísimas veces.

"La luz era de color plateado. Las otras Hermanas dicen que lo mismo les pareció a ellas.

"Permilia también dice que, al cerrar sus ojos, le pareció que alguien vino y se los abrió dos o tres veces, y entonces la habitación se llenó de luces."

Fueron dos años después de esto, justo cuando la creencia en la profecía de William Miller ganaba terreno rápidamente, cuando, según todas las apariencias, los cielos nocturnos comenzaron a caer a tierra. Nada podría haber ocurrido para promover mejor la aceptación de sus cálculos proféticos que la inspiradora contemplación de estos extraños fenómenos. Los periódicos estaban llenos de ello, y especulaban con largueza acerca de las causas.

"¡Seguramente," exclamaba la gente, "las profecías bíblicas se están cumpliendo! ¡Éstas son las señales en los cielos de las cuales se ha hablado!" Muchos temblaron de temor. Algunos de los relatos que aparecieron en los periódicos son tan extraordinarios y revelan tan claramente el estado de la mente del público de ese tiempo que algunos de ellos deben ser incluídos en el capítulo siguiente.


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 3

Señales en los Cielos

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"Nature in wild amaze,
Hr dissolution mourns;
Blushes of blood the moon deface,
The sun to darkness turns."
Antiguo himno de campamentos evangelísticos.

El hombre está acostumbrado a mirar al firmamento estrellado con confianza y un sentido de ilimitada seguridad. Observa los planetas salir y ponerse. Sabe hacia dónde mirar para buscar el titilante grupo de las Pléyades, y los puntiagudos ángulos de la Silla de Casiopea. Puede confiar en encontrar la posición exacta de la Estrella del Norte, y conoce la hora en que puede observar la Constelación de Orión. Por lo tanto, cuando, poco antes del amanecer del 13 de Noviembre de 1833, se vieron miles y miles de estrellas caer hacia la tierra, y luces extrañas y rielantes se dispararon hacia arriba contra el fondo de un cielo sin nubes, y resplandecieron bolas de fuego en el cenit, explotando en el aire, difícilmente puede causar asombro la intensa alarma que se sintió en muchos lugares. Con aguda preocupación, algunos recordaron otra agitada demostración del poder de la Naturaleza, que había ocurrido cincuenta años antes y había sido registrado por los científicos como el "Día Oscuro," cuando el sol, según todas las apariencias, ni salió ni se puso, y la oscuridad cubrió la tierra, como en los días nebulosos antes de que existiese la luz. Relacionando aquel terrorífico suceso con el presente, muchos apresuradamente escudriñaron las Escrituras, comparando lo que encontraban allí con lo que sucedía en los cielos por encima de ellos, y temblando creyeron que había llegado la hora en que una de las profecías bíblicas se estaba cumpliendo delante de sus mismos ojos. Por los distritos donde se había visto a William Miller había estado haciendo sonar la alarma de la condenación que se aproximaba, la excitación era intensa, y dondequiera que su palabra había alcanzado, este asombroso espectáculo producía una profunda sensación, e hizo que de aquí en adelante muchos burladores se unieran a los que creían en esta profecía.

La siguiente carta dirigida al editor apareció en el "Baltimore Patriot" del 13 de Noviembre de 1833, y da un vívido relato de este famoso fenómeno:
"Señor Munro:

"Al despertarme esta mañana, presencié uno de los más grandiosos y alarmantes espectáculos que jamás contempló el ojo del hombre. La luz en mi habitación era tan intensa, que podía ver qué hora de la mañana era en el reloj que colgaba sobre el mantel, y suponiendo que había un incendio cercano, probablemente en mis propios predios, salté de la cama y fui a la ventana y he aquí que las estrellas, o algunos otros cuerpos celestes que presentaban una apariencia encendida, descendían en torrentes, tan rápidos y numerosos como nunca vi copos de nieve o gotas de lluvia en medio de una tormenta.

"Ocasionalmente, un gran cuerpo, aparfentemente de fuego, era lanzado a través de la atmósfera y explotaba sin ruido, y millones de encendidas partículas eran disparadas por el aire circundante. A la vista, presentaban lo que podría llamarse una lluvia de fuego, pues no la puedo comparar con ninguna otra cosa. Su duración, de acuerdo con el tiempo transcurrido desde el momento en que lo descubrí, fue de veinte minutos, pero un amigo, cuya esposa estaba levantada, dice que comenzó a las cuatro y media, que ella estaba velando el sueño de un pariente, y que por lo tanto puede decir positivamente la hora en que comenzó. Si nuestros cálculos son correctos, llovió fuego por cincuenta minutos. El galpón en el patio adyacente al nuestro estuvo cubierto de estrellas, como supongo, todo el tiempo.

"Un amigo a mi lado, que también lo presenció y en cuya veracidad tengo la más absoluta confianza, confirma mi propia observación del fenómeno, y añade que las partículas encendidas que caían hacia el sur descendían hacia el sur, y las que caían hacia el norte descendían hacia el norte. Él cree que comenzó antes del período en el cual yo lo presencié primero, y que duró más tiempo, que cuando el reloj dio las seis todavía había algunas estrellas cayendo.

"He expresado los hechos como se presentan a mi mente. Dejo a los filósofos el explicar el fenómeno.

"Sinceramente suyo, 'B.'"


Alarmante como es esta descripción, muchas otras se escribieron en ese tiempo, que la igualan. El relato de Henry Dana Ward, que fue enviado a la Cámara de Comercio de New York, es una de ellas. Ward escribe lo siguiente:
"El fenómeno de ayer se menciona un poco en la edición de esta mañana de su periódico. El informe se queda tan corto en relación con lo que yo mismo vi, y lo que vieron cierto número de amigos que lo contemplaron conmigo, que le estoy enviando al relato de la portentosa escena, tal como la presencié.

"Un miembro de la familia se levantó a las cinco de la mañana para salir de la ciudad en el barco de las siete. Levantó la ventana para ver si ya había amanecido, y he aquí que todo el oriente estaba iluminado y los cielos parecían estar cayendo. Dudando, se frotó los ojos, pero, viendo por todos lados el firmamento estrellado como si estuviese roto y cayendo como copos de nieve blanqueando los cielos, despertó a toda la familia. Al grito de : "¡Miren por la ventana!", me desperté de un profundo sueño, y maravillado vi el oriente iluminado con la aurora de los meteoros.

"El cenit, el norte, y el poniente también mostraban las estrellas cayendo en la misma imagen de algo y de una sola cosa que yo jamás oí. Llamé a mi esposa para que viera, y mientras se ponía la bata, exclamó: '¡Mira cómo caen las estrellas!', y en nuestros corazones sentimos que era una señal de los últimos días. Pues ciertamente 'las estrellas del cielo caerán a la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento.'"

Esta misma idea fue expresada en un artículo en el Connecticut Observer de Noviembre 25, 1833, que fue copiado de un periódico llamado "Old Countryman." Dice así:
"Declaramos la lluvia de fuego que vimos el pasado miércoles por la mañana, algo terrible, un seguro presagio, una señal misericordiosa del grande y terrible día que los habitantes de la tierra presenciarán cuando se abra el Sexto Sello. El momento que ha llegado está descrito, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. No es posible contemplar una imagen más apropiada de una higuera dejando caer sus hojas cuando es sacudida por un fuerte viento."
Un corresponsal del "New York American" en Acquackanonk parece haber tenido una experiencia particularmente difícil. Dice que los meteoros parecían variar en tamaño de entre el de un guisante al de una nuez, y eran de varios colores - rojos, azules, amarillos, y blancos. Sigue diciendo: "Varios cayeron a distancia de un pie de mí, y uno explotó cerca de mi cara, e instantáneamente desapareció sin dejar ningún olor en particular."

En una publicación llamada "Last Day Tokens" [Señales de los Últimos Días] (1843) se reimprimieron varios informes de periódicos de este fenómeno de las estrellas fugaces. Uno de ellos dice así:

"Los periódicos de Sussex describieron el espectáculo en su vecindario como algo singular. La gente parece haberse alarmado mucho. Pensaron que la estrellas realmente se habían escapado con fuerza de sus órbitas, y que la economía entera de la naturaleza estaba retornando a su caos original. Una persona dijo que mantuvo sus ojos sobre la estrella de la mañana, decidido a que, si ésta caía, abandonaría toda esperanza."

El "Rockingham Register" de Virginia lo llamó "una lluvia de fuego - miles de estrellas viéndose caer al mismo tiempo; algunos dijeron que comenzó con ruido considerable."

El "Lancaster Examiner" declaró que "el aire estaba lleno de innumerables meteoros o estrellas - cientos de miles de cuerpos brillantes podían verse cayendo en todo momento."

El "Salem Register" afirmó que "algunos lo atribuyen a piedras expulsadas de volcanes en la luna."

Después de estos gráficos relatos, es interesante notar la opinión de un científico. Comentando el extraordinario espectáculo, el profesor Olmstead, de Yale College, hizo la siguiente afirmación, de acuerdo con el periódico mencionado antes, "Last Day Tokens" (1843):
"Los que fueron lo bastante afortunados como para presenciar el espectáculo de las estrellas fugaces en la mañana del 13 de Noviembre de 1833, probablemente vieron la mayor exhibición de pirotecnia celeste que haya sido vista jamás desde la creación del mundo, o por lo menos dentro de los anales cubiertos por las páginas de la historia."
Después de esto, como el número de sus seguidores aumentara, el entusiasmo y la fe de William Miller en su propia profecía aumentaron en consecuencia. En una carta al buen Hermano Hendryx ese mismo año, Miller explotó en un lenguaje, al estilo de Walt Whitman, que lo deja a uno perplejo. Sin embargo, este lenguaje era particularmente suyo. Lo siguiente es un interesante ejemplo de ello:
"¡Ojalá tuviera la lengua de un Apolo, y los poderes mentales de un Pablo!", escribe en su exhuberante carta. "¡Que la Biblia sea para nosotros una roca, una columna, una brújula, una carta de navegación, un estatuto, un directorio, una estrella polar, una guía de viajeros, un compañero del peregrino, un escudo de la fe, una base de la esperanza, una historia, una cronología, una coraza, un granero, un espejo, un servicio sanitario, un libro de oraciones, una epístola, una carta de amor, un amigo, un enemigo, un ingreso, un tesoro, un banco, una fuente, una cisterna, un jardín, una posada, un campo, un puerto, un sol, una luna, una estrella, una puerta, una ventana, una luz, una luminaria, una mañana, un mediodía, una noche, un reloj de arena, un vigilante, un sirviente, una sirvienta!

"Es carne, alimento, bebida, prendas de vestir, refugio, calidez, calor, una fiesta, fruta, manzanas, fotografías, vino, leche, miel, pan, mantequilla, aceite, refrescos, descanso, fortaleza, estabilidad, sabiduría, vida, ojos, manos, pies, aliento; es una ayuda para oír, ver, sentir, probar, oler, comprender, perdonar, amar, esperar, disfrutar, adorar, y salvar; enseña salvación, justificación, redención, y glorificación; declara la condenación, destrucción, y desolación; nos dice lo que fuimos, lo que somos, y lo que seremos; comienza con el comienzo, nos lleva a través de los intermedios, y termina sólo con el fin; es el pasado, el presente, y el porvenir; discurre sobre la primera gran causa de todos los efectos, y los efectos de todas las causas; habla de la vida, la muerte, el juicio, el cuerpo, el alma, el espíritu, el cielo, la tierra, y el infierno; usa todas las figuras de la naturaleza, para resumir el valor del evangelio; y se declara como la palabra de Dios. Y vuestro amigo y hermano lo cree. "William Miller."
Pero tuvo que sufrir por este cambio de fe. Sus anteriores asociados estaban indignados. Dijeron que era una audacia que les predicara a otros lo que había negado como falacia en el pasado. Otros amigos, recordando el acerbo ridículo que Miller había hecho de ellos y su fe en días pasados, no pudieron resistir la tentación de devolverle sus propias pullas en su propia cara.

Sufría intensamente a causa de esto, y a veces sentía que su valor era severamente sometido a prueba. Como muchos que ridiculizan la fe religiosa de otros, sentía el aguijón de ello, casi más allá de lo que podía soportar, cuando se volvió contra él. Pero estaba demasiado adentro para ser apartado del camino que ahora estaba siguiendo, y continuó yendo de un lugar a otro, llevando su mensaje y haciendo sonar la advertencia.

Para este tiempo, la Iglesia Bautista le había concedido licencia para predicar, y él se refiere a esto en una carta dirigida al Hermano Hendryx, fechada el 23 de Febrero de 1834:

"Ud. sin duda ha oído decir que he estado tratando de predicar (como algunos lo llaman) en este vecindario (Low Hampton). Es verdad que he estado trabajando, a mi débil manera, en Dresden por dos o tres meses. ... Ud. se ríe, Hermano Hendryx, al pensar que el viejo Hno. Miller está predicando. Pero siga riéndose. Ud. no es el único que ríe; pero está bien. Lo merezco. Si pudiera predicar la verdad, es todo lo que pido."
En respuesta a una carta dirigida a él como Reverendo, nuevamente le escribe al Hermano Hendryx:
"Querido Hno. Hendryx:

"Ojalá Ud. pudiera mirar en su Biblia a ver si encuentra la palabra Reverendo aplicada a un mortal pecador como yo, y actuar en consecuencia. ... Decidamos vivir y morir por la Biblia. Dios está a punto de levantarse y castigar a los habitantes del mundo. El orgulloso, el altivo, el arrogante debe ser humillado; y el humilde, el manso, y el contrito, exaltado. Entonces, ¿qué me importa aquello que el mundo llame grande y honorable? Dadme a Jesús, y un conocimiento de su Palabra, fe en su nombre, esperanza en su gracia, interés en su amor, y dejadme vestirme de su justicia, y el mundo bien puede disfrutar de todos los títulos rimbombantes, las riquezas de que puede ufanarse, las vanidades que herede, y todos los placeres del pecado; y no serán más que una gota de agua en el océano."
Nuevamente escribe:
"Después de que la siega y la cosecha hayan terminado, saldré nuevamente. Si estoy en lo cierto, ¡cuán importante es el tiempo! Nueve años pasan pronto, y entonces, querido hermano, Ud. y yo debemos rendir cuentas delante del solemne tribunal de nuestro omnipotente Juez."
Evidentemente, el Hermano Hendryx, aunque concordaba en muchos puntos con la posición de su amigo, no aceptaba del todo la creencia en la venidera destrucción del mundo, y esto era fuente de gran preocupación para William Miller; en realidad, esta actitud de neutralidad de parte de su amigo, y de muchos otros miembros del clero en relación con este tema, ponía a prueba su paciencia excesivamente.

"La evidencia es tan clara," le escribió el 28 de Octubre de 1834, "el testimonio de que vivimos en el crepúsculo de la presente dispensación es tan fuerte, y que nos acercamos al Día Glorioso, que me maravillo de que los ministros y la gente no despierten y preparen sus lámparas. Sí, mi hermano, casi dos años han pasado desde que Ud. oyó la nueva: "¡He aquí viene el esposo!", y sin embargo, Ud. exclama: 'Un poco más de sueño, un poco más de dormitar.' No culpe a su pueblo si ellos se duermen bajo su prédica. Ud. ha hecho lo mismo. Sea paciente conmigo, mi hermano. En cada una de las cartas que Ud. me ha escrito, me ha prometido estudiar este importantísimo tema, y en cada una de ellas Ud. ha confesado su negligencia. El día se acerca. ¡Más de un sexto del tiempo ha pasado desde que mi Hermano Hendryx prometió, y todavía está dormido! ¡Oh, Dios, perdónalo! ¿Está Ud. esperando que el mundo entero despierte, antes de levantarse? '¿A dónde fue a dar su valor?' ¡Despierte! ¡Despierte! 'Oh, haragán! Defienda su propio castillo, o póngase del lado de la palabra de Dios; destruya o construya. Ud. no debe, no puede, ser neutral, y no lo será. ¡Despierte! ¡Despierte! Dígale al diácono Smith que lo ayude a despertarse. Dígale que lo sacuda, y que no deje de sacudir hasta que el Hermano H. se ponga toda la armadura de luz.... En cada iglesia donde he disertado sobre este importante tema, muchos, muchísimos, parecen despertar, se frotan los ojos, y luego se duermen otra vez. Pero el enemigo está despertando. En un pueblo, (North Beekmantown), el día después de mi primera conferencia, recibí una carta de matones y guardaespaldas, diciendo que 'si no salía del estado, ¡me pondrían donde los perros jamás me encontrarían! La carta estaba firmada por diez de ellos. Me quedé, y, ¡bendito sea Dios!, Él derramó su espíritu, y comenzó una obra que los que contradicen no pudieron resistir.

"Algunos ministros tratan de persuadir a su pueblo de que no me escuchen, pero la gente va, y cada conferencia adicional trae una multitud adicional, hasta que ya no caben en sus Casas de Reunión. ¡Confíe en ello, mi hermano, Dios está en esto!"

Como dijo William Miller, algunos de los del clero tomaron una posición definida y trataron de evitar que sus congregaciones lo escucharan , pero hubo otros que tomaron una actitud diferente hacia él, aunque ellos, como el Hermano Hendryx, permanecieron indiferentes a su profecía de que el mundo pronto llegaría a su fin.

Antes de este tiempo, una especie de letargo espiritual había prevalecido en algunas iglesias, y el predicador, de pie en el púlpito, desfallecía bajo el descorazonador despliegue de cabezas que subían y bajaban, dormitando, a plena vista, cada sábado por la mañana mientras él disertaba acerca de algún punto teológicamente dudoso. No añadía a su inspiración ver al sacristán caminar para arriba y para abajo por los pasillos, como era la costumbre en aquellos días, rozando las narices de viejos caballeros que roncaban, y de robustas y viejas damas que respiraban con fuerza, con un arma parecida a un plumero, como medio de despertarlos. ¡Las perplejas expresiones de ellos al ser despertados no ayudaban a encender el fervor de la oratoria de parte del predicador!

Muchos de los miembros del clero, especialmente entre los Bautistas, Metodistas, y Congregacionalistas, argumentaban que cualquier perjuicio que resultara de la alarma despertada por esa profecía estaba grandemente contrapesada por su poder para despertar, desde el más viejo hasta el más joven, en sus congregaciones, hacia el remolino del entusiasmo religioso. Cuando veían a aquellos habituales dormilones sabatinos ponerse de pie de un salto, gritando; "¡Gloria, gloria!", o derretirse en lágrimas bajo la influencia de las exhortaciones del Profeta Miller, se sentían justificados al apoyarlo.

Uno de los factores irresistibles en este poder de atracción que William Miller incuestionablemente poseía era esta variedad de disposiciones. Algunas veces, daba la impresión de ser un típico granjero que usaba una fraseología rebuscada, y revelaba cierta verdadera y antigua astucia Yankee; otras veces, aparecía como un hombre sombrío y obscuro, demostrando un indiscutible conocimiento de la letra de la Escritura, citando con exactitud hasta los pasajes más oscuros; en otras ocasiones, estallaba en una torrente de prosa dramática y a menudo poética, como poseído por una fiebre de entusiasmo y éxtasis religioso; y entonces, nuevamente, sus oyentes se sentaban por horas, escuchando atentamente su explicación de aquellos intrincados cálculos que resultaban en la alarmante deducción de que, en algún momento entre 1843 y 1844, el mundo sería destruído por el fuego.

Esta natural y espontánea manera de expresar sus pensamientos como le iban saliendo, sin titubear y de acuerdo con su humor, impartía una vida pulsante a las largas conferencias explicativas que ahora se le llamaba a presentar día tras día, casi sin cesar.

El siguiente Febrero (1835), le escribió nuevamente al Hermano Hendryx:

"El Señor abre puertas más rápido de lo que yo puedo llenarlas. Mañana tengo una cita en Whiting, que me ocupará una semana. La semana siguiente estaré en Shoreham; la última semana de este mes, en Bridgeport; la primera semana de Marzo, en Middletown, la segunda en Hoosac. Tengo llamados de Schroon, Ticonderoga, Moriah, Essex, Chazy, Champlain, Plattsburg, Peru, Mooretown, Canton, Pottsdam, Hopkinton, Stockholm, Parishville, y otros lugares, demasiado numerosos para ser mencionados."

El resultado de estas conferencias fue un anuncio formal, hecho por un gran número de dirigentes Bautistas, a este efecto:
"Por la presente certificamos, a quien concierna, que nosotros, los suscritos, ministros en la denominación de los Bautistas regulares, conocemos personalmente al Hermano William Miller, portador de esta certificación; que él es miembro, y con licencia válida, de la Iglesia Bautista regular, en Hampton, New York; que lo hemos oído disertar sobre el tema de la Segunda Venida y el Reino de nuestro Señor Jesucristo; y que creemos que sus puntos de vista sobre ese tema en particular, así como otros que pertenecen al evangelio, son dignos de ser conocidos y leídos por todos los hombres....

[Firmado] "J. SAWYER, Jr., South Reading
"E. HALPING, Hampton
"AMOS STEARNS, Fort Ann
"EMERSON ANDREWS, Lansingburgh."
Debajo aparece escrito: "Habiendo oído las conferencias mencionadas más arriba, no veo manera de evitar llegar a la conclusión de que la venida de Cristo ocurrirá tan temprano como 1843." Y a esto sigue una lista de treinta y ocho nombres de hombres de New York, Vermont, y Massachusetts.

Sus conferencias públicas durante el invierno de 1835 fueron interrumpidas por su preparación de dieciséis conferencias que fueron publicadas la primavera siguiente en Troy, New York, por el Pastor Wescott, con el acuerdo de que la copias que tuviera William Miller serían compradas por él a precio del mercado. El deseo de abarcar campos más amplios y de difundir su doctrina entre todas las clases era tan grande, que cuando se le hizo la propuesta, la aceptó de buena gana. El público, ignorante de la condiciones en relación con ella, lo acusó de tratar de hacer fortuna con la publicación.

El verano siguiente, su amigo el hermano Hendryx recibió otra carta de él, fechada el 21 de Julio.

"He sido confinado a mi casa por tres semanas a consecuencia de un ataque de bilis," escribe. "Me enfermé mientras dictaba unas conferencias en Lansingburg, New York, pero terminé mi serie de conferencias y regresé a casa, y no he estado bien desde entonces. Mis conferencias fueron bien recibidas en ese lugar, y llamaron la atención. La casa estuvo llena a reventar por ocho días consecutivos. Siento que Dios estuvo allí, y creo que en su reino glorificado veré los frutos.... Infieles, deístas, Universalistas, y sectarios estuvieron todos como encadenados a sus asientos, y en perfecto silencio, por horas - sí, por días - para escuchar al viejo tartamudo hablar acerca de la Segunda Venida de Cristo, y mostrar el modo, el objeto, el tiempo, y las señales de la venida."

Que una clara incomodidad y aprensión inquietaba la mente del público en relación con la predicción de la cercanía de la Segunda Venida era impresionantemente evidente a partir del hecho de que, mientras el Profeta Miller hablaba a grandes muchedumbres en los pueblos más pequeños y los distritos rurales sobre su interpretación de las profecías, Harriet Livermore, que veía la manera y el propósito de la venida de nuestro Salvador desde un punto de vista totalmente diferente, predicaba en el Salón del Congreso en Washington en presencia del Presidente Madison y muchos miembros de su gabinete, así como un vasto número de personas. Además, un nuevo profeta había surgido en Inglaterra, un Capitán Saunders, de Liverpool, quien predicaba que la Segunda Venida ocurriría en 1847, concordando en esto con Joseph Wolff, que esperaba que ocurriera en Jerusalén. De esta época en adelante, el Profeta Miller trabajó incesantemente, presentando hasta ochenta y dos conferencias en el otoño de 1836. Ahora la gente comenzaba a reconocerse públicamente sus seguidores, y un incidente de esta clase ocurrió cuando visitó Shaftsbury, Vermont, en Enero de 1837, donde presentó su serie entera de dieciséis conferencias.

"Al final de una de ellas, un clérigo Bautista se levantó y dijo que había ido allí con el propósito de revelar la estupidez del señor M., pero que había tenido que confesar que había quedado confundido, convencido, y convertido. Reconoció que había aplicado varios epítetos poco amables al señor Miller, llamándolo 'el hombre del fin del mundo,' 'el antiguo visionario,' 'soñador,' 'fanático,' por lo cual se sentía cubierto por la vergüenza y la confusión. Esa confesión, evidentemente muy honesta, fue como un rayo para el auditorio." [Sylvester Bliss, "Life of William Miller.]

Ahora, no bien había disertado en un pueblo o aldea, cuando todos los pueblos o aldeas cercanos deseaban escucharlo. El espacio no nos permite enumerar todos los lugares, en un amplio territorio, donde presentaba su solemne advertencia a los perplejos habitantes.

Para estos días, tenía poco tiempo para ocuparse de su granja. Todas sus energías estaban enderezadas a lo que él consideraba su misión.

Su familia ahora consistía de una esposa y diez hijos - siete varones y tres mujeres. Algunos de ellos estaban ya crecidos para esta época, y podían ocuparse de la granja. En su biografía se hace poca referencia a ellos, pero Miller con frecuencia le escribía al mayor de ellos. Una de estas cartas, escrita en Montpelier, Vermont, y fechada el 17 de Noviembre de 1838, muestra cómo la agitación producida por la naturaleza de su profecía se estaba apoderando de la imaginación del público.

"En este lugar ha habido gran excitación en relación con el tema," escribe. "Anoche tuvimos un areunión solemne e interesante. Hubo gran quebrantamiento y muchos sollozos. Algunas almas han nacido de nuevo. Difícilmente puedo alejarme de esta gente. Quieren que me quede otra semana.... Montpelier es un pueblo de tamaño bastante considerable, y tiene algunas personas muy interesantes, que parecen escuchar con mucho interés. Esta tarde me reúno con los ciudadanos, y he de darles una oportunidad para hacerme preguntas y manifestarme sus objeciones. ... ¡Que Dios me ayude a presentarles la verdad! Conozco mi propia debilidad, y sé que no tengo ni el cuerpo ni la mente para hacer lo que el Señor está haciendo por medio de mí. Son las obras y y las maravillas del Señor que están ocurriendo delante de nuestros ojos. El mundo no sabe cuán débil soy. Ellos tienen al viejo en mucho más que yo lo tengo a él."

Nuevamente, le escribe en enero de 1839:

"Ha habido una reforma en cada lugar en que he disertado desde que salí de mi hogar. La obra está progresando ràpidamente en cada lugar. Las casas de reunión están atestadas a rebosar. Prevalece mucha excitación entre la gente. Muchos dicen que creen; algunos se burlan; otros están sobrios, y pensando."

Hay una rara descripción del aspecto de William Miller en este período, que vale la pena mencionar. El Pastor T. Cole, pastor de la Iglesia Bautista de Lowell, había estado oyendo hablar de los grandes reavivamientos resultantes de las conferencias del Profeta Miller mientras viajaba por el estado de Vermont. Cole, como la gente de Lowell, sentía extrema curiosidad por verlo, y averiguar lo que tenía que decir sobre el tema de su profecía. En consecuencia, le escribió una carta invitándolo a venir a Massachusetts, detenerse en Lowell, y explicar su doctrina desde el púlpito de la Iglesia Bautista. Evidentemente, el Pastor Cole se había formado en su mente una imagen bien definida de Miller, y esperaba una figura dominante, que pudiera despertar las emociones de la multitud a través de la fuerza de su personalidad. En realidad, William Miller un tipo de hombre perfectamente sencillo y sin pretensiones, en muchos respectos muy ingenuo, y probablemente nunca prestó la menor atención a su apariencia personal. Era muy sencillo y ordinario en el vestir, y se ataviaba más como granjero que como predicador. El Pastor Cole parece haber esperado que se pareciera a "algún distinguido doctor en divinidad," de acuerdo con el biógrafo de Miller, y aunque había oído decir que siempre llevaba una capa de pelo de camello y un áspero sombrero blanco de pelo de castor, aparentemente supuso que estarían de acuerdo con la moda de los tiempos.

Cuando llegó el día de su arribo a Lowell, el pastor fue a encontrarlo a la estación. Inspeccionó cuidadosamente cada una de las personas que se bajaban del tren, pero no vio a nadie que cuadrara con su imagen mental del Profeta Miller. Pronto vio a un hombre de edad, tembloroso por la perlesía, que tenía un sombrero blanco y una capa de pelo de camello, bajarse de uno de los vagones. Temiendo que éste fuera en verdad el hombre, y si ése era el caso, lamentando haberlo invitado a hablar en su iglesia, se acercó y le susurró al oído: "¿Es Miller su nombre?". El señor M. asintió con la cabeza. "Bueno," dijo el Pastor Cole muy alterado, "sígame."

"Comenzó a caminar, andando delante, y el señor M. manteniéndose lo más cerca que podía, hasta que llegaron a la casa del Pastor Cole. Se sentía muy disgustado por haber escrito pidiendo que viniera un hombre de la apariencia del señor M. y que, concluyó, no era posible que supiese nada con respecto a la Biblia y limitaría su conferencia a sus propias visiones y fantasías. Después del té, le dijo al señor M. que suponía que era tiempo de ir a la iglesia, y nuevamente caminó delante, y el señor M. detrás. Cuando entraron a la iglesia, lo guió al escritorio, y él mismo se sentó con la congregación.

"Quince minutos después de anunciarse el texto, el Pastor Cole había quedado completamante desarmado. En esa ocasión, William Miller habló calmada e impresionantemente, y los argumentos que presentó parecían tan convincentes, que se le invitó a quedarse y hablarle a la gente por un período más largo. Esto terminó en un 'glorioso reavivamiento,' y el Pastor Cole abrazó por completo sus puntos de vista, y por seis años continuó siendo un devoto defensor de ellos." [Sylvester Bliss, "Life of William Miller.]

De Lowell, fue a Groton, y de allí a Lynn. Un memorándum en su diario dice que, desde Octubre 1, 1834 a Junio 9, 1839, presentó ochocientas conferencias.

El editor del "Lynn Record" escribió un artículo que apareció en ese periódico inmediatamente después de que William Miller había disertado en ese lugar. El artículo se titulaba "Miller y sus Profecías," y también da una descripción de él que es interesante. Dice así:

"Estábamos prejuiciados contra el buen hombre al principio, cuando vino a nosotros, a causa de lo que suponíamos era un craso error en la interpretación de las profecías bíblicas de que el fin del mundo llegaría en 1843. Todavía nos sentimos inclinados a creer que esto era un error o un cálculo errado. Al mismo tiempo, hemos superado nuestro prejuicio contra él asistiendo a sus conferencias, y aprendiendo más del excelente carácter de este hombre, y del gran bien que ha hecho y está haciendo. El señor Miller es un sencillo granjero, y no pretende nada excepto que ha estudiado las profecías bíblicas intensamente por muchos años, entiende algunas de estas profecías de manera diferente que la mayoría de la gente, y desea, por el bien de otros, difundir al público sus puntos de vista. Nadie puede oírlo hablar por cinco minutos sin quedar convencido de su sinceridad, e instruído por su razonamiento e información. Todos reconocen que sus conferencias están repletas de asuntos útiles e interesantes. Su conocimiento de las Escrituras es muy extenso y minucioso, especialmente el de las profecías, que resultan sorprendentemente familiares. Tenemos razón para creer que la prédica o conferencias del señor Miller han producido un bien grande y extenso. Su trabajo ha sido seguido por reavivamientos. Dondequiera que ha estado, ha sido escuchado con atención.

"No hay nada muy peculiar en las maneras y en la apariencia del señor Miller. Sus gestos son fáciles y expresivos, y su apariencia personal es decorosa en todas maneras. Sus explicaciones e interpretaciones de las Escrituras son notablemente sencillas, naturales, y convincentes, y la gran ansiedad de la gente para escucharlo se ha hecho manifiesta dondequiera que ha predicado."

¡Evidentemente, el editor del "Lynn Record" opinaba de diferente manera que el Pastor Cole en relación con la capa de pelo de camello y el sombrero blanco de pelo de castor! Pero la apariencia personal de William Miller, áspera y anticuada o lo que fuera, parece no haber hecho ninguna diferencia, porque dondequiera que iba, la multitud se reunía para escucharlo. Le escribió a su hijo de esta manera después de disertar en Stoughton y de ir a Canton: "Dicté tres conferencias en el último día a una casa llena a reventar," y así era en un lugar tras otro.

Luego vino un cambio. El Profeta Miller ya no era un predicador campesino trashumante. El destino tenía algo más guardado para él. De repente, se encontró dando frente a mundanas multitudes de grandes ciudades, siendo retado en el púlpito y por la prensa en relación con su creencia, y siendo rodeado por seguidores y detractores, creyentes y burladores.

Este gran cambio comenzó el 12 de Noviembre de 1840, cuando por casualidad conoció al Reverendo Joshua V. Himes, un hombre de indomable energía, que llevó al Profeta Miller de los sencillos y apacibles distritos rurales, y lo colocó en el reflector de las calles de las ciudades, para que hiciera sonar su nota de advertencia por encima del estruendo de incontables ruidos y el clamor de innumerables voces.

Se verá cómo este cambio fue como sembrar vientos y cosechar tempestades para el viejo y candoroso profeta, que envejecía rápidamente bajo la tensión de la situación que él había creado, y que ahora amenazaba con aplastarlo.

EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 4

Difundiendo la Amonestación

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"That awful day will surely come,
Th´ appointed hour makes haste."
Tomado de "The Millenial Harp" (publicado por Joshua V. Hines, 1843)

Sucedió de esta manera: El Reverendo Joshua V. Himes era pastor de la Capilla Bautista de Chardon Street en Boston. Se decía que había sido ministro de los Unitarios antes de convertirse en Bautista. Comoquiera que sea, era un personaje muy complejo, y es difícil decir si fue afortunado o desafortunado para William Miller que los dos se encontraran. Pero por lo menos puede decirse que fue afortunado para las subsiguientes generaciones - porque, de no haber sido por la influencia que Himes ejerció sobre Miller, y la publicidad que le proporcionó a él y a su profecía, con toda probabilidad William Miller habría permanecido en los distritos rurales, habría conocido los grandes centros de actividad sólo por rumores, y uno de los más extraños episodios en la historia religiosa de nuestro país habría pasado más o menos inadvertido y sin registrar.

Fue en este día, Noviembre 12 de 1840, cuando el señor Himes invitó a William Miller a ir a Boston y hablar en la Capilla de Chardon Street, y la invitación fue aceptada.

Desde el 8 hasta 16 de Diciembre, Miller disertó allí por primera vez. El señor Himes se encargó de anunciar su presencia libremente. Fue una carga considerable para la tranquilidad de ánimo del granjero-profeta el presentarse delante del criticón auditorio que ahora estaba sentado en frente de él. En todos los distritos rurales, había mirado, desde la plataforma de la conferencia, los rostros en los cuales se retrataba el asombro, el temor, y la credulidad; pero ahora, al observar las expresiones de los que estaban delante de él, se dio cuenta de que todos sus poderes para pintar imágenes, así como de persuasión y explicación lúcida, deberían resistir los hostiles sentimientos que, ahora se daba cuenta, se notaban en la gente de ciudad que ahora eran sus oyentes.

El 12 de Diciembre, le escribió a su hijo: "Ahora estoy en este lugar, predicando dos veces por día a grandes auditorios. Muchos, muchos se tienen que ir sin haber podido entrar. Se me informa que muchos están seriamente persuadidos. Espero que Dios trabaje en esta ciudad."

El señor Himes había invitado a Miller a quedarse en su casa mientras presentaba estas conferencias, y él era uno de los más atentos oyentes. Esto le daba oportunidad de sostener muchas conversaciones personales con este hombre que creía con tanta seguridad que el Día del Juicio estaba a las puertas. Aunque en apariencia tranquilo y calmado, el señor Himes guardaba en su corazón un amor por las multitudes emotivas y la excitación religiosa, reavivamientos y reuniones al aire libre, llenos de gritos de ¡Gloria! ¡Gloria!, entremezclados con frecuentes gritos de ¡Aleluya!. No gustaba de la monotonía en ningún sentido. Acción y autoridad, y excitar al público, eran como el aliento para sus narices. La creencia en la condenación eterna y el fuego del infierno, y en la ira de un Creador vengador, eran de su gusto. Siempre anhelaba ver las "bancas de los pecadores" ocupadas por completo, pero quería tener las riendas del control siempre en sus propias manos.

Cuando oyó las conferencias de William Miller, ellas cumplieron para él un deseo largamente acariciado. Quedó profundamente impresionado por ellas, y en seguida aceptó muchas de las interepretaciones de las profecías bíblicas como correctas, aunque en lo profundo de su mente no estaba por completo convencido de que el mundo sería destruído en 1843. Pero esto no hizo ninguna diferencia. Vio una gran oportunidad de sacudir a cristianos adormilados y llevarlos a un fermento de entusiasmo religioso. Creía en despertar el temor en el corazón de los pecadores, y de esta manera traerlos al arrepentimiento. Creía también que el fin justifica los medios, y sin duda creía que estaba en lo correcto cuando avivaba las llamas de la agitación histérica que la profecía de Miller había encendido, y difundió la doctrina a lo largo y a lo ancho de la región. Sin duda estaba bajo la influencia de los tiempos, pero su carácter era una extraña mezcla de cálculo y emoción, de astucia y falta de previsión. Seguía demasiado literalmente el mandato de permitir que el futuro se ocupara de sí mismo.

"Cuando el señor Miller había terminado sus conferencias," escribió, "me encontré en un nueva posición. No podía creer o predicar como lo había hecho antes. La luz sobre este tema resplandecía sobre mi conciencia día y noche. Tuveo una larga conversación con el señor Miller sobre nuestros deberes y responsabilidades." Entonces tuvo lugar la siguiente conversación:

"Le dije al Hermano Miller: '¿Cree Ud. realmente en esta doctrina?'

"Él contestó: 'Ciertamente, o no la predicaría.'

"'¿Qué está Ud. haciendo para esparcirla o difundirla por el mundo?'

"'He hecho todo lo que puedo, y todavía lo estoy haciendo.'

"'Bueno, la cuestión entera todavía está en un rincón. Hay poco conocimiento sobre el tema, después de todo lo que Ud. ha hecho. Si Cristo va a venir en unos pocos años, como Ud. cree, no se debería perder tiempo; se le debería avisar al mundo a voz en cuello, para que despierten y se preparen.'

"´Lo sé, lo sé, Hermano Himes,' dijo, 'pero, ¿qué puede hacer un viejo granjero? Nunca me acostumbré a hablar en público. Estoy solo, y aunque he trabajado mucho, y he visto a muchos convertirse a Dios y a la verdad, todavía nadie parece entrar en el tema y el espíritu de mi misión como para serme de mucha ayuda. Les gusta que predique y construya sus iglesias; y hasta ahora, allí ha terminado con la mayoría de los ministros. He estado buscando ayuda. Necesito ayuda.'

"Fue en este momento cuando me puse a mí mismo, y puse a mi familia, la sociedad, la reputación, todo, sobre el altar de Dios para ayudar al señor Miller hasta donde me fuese posible, hasta el fin. Entonces le pregunté qué partes del país había visitado, y si había visitado algunas de las grandes ciudades.

"Me informó de sus trabajos, etc. 'Pero por qué,' le dije, 'no ha ido Ud. a las grandes ciudades?'

"Contestó que su regla era visitar los lugares a los que era invitado, y que no había sido invitado a ninguna de las grandes ciudades.

"'Bueno,' le dije, 'iría Ud. conmigo adonde se le abran las puertas?'

"Sí - estoy listo para ir a cualquier parte, y trabajar de acuerdo con mi capacidad, hasta el fin.'

"Entonces le dije que podría prepararse para la campaña, porque las puertas se abrirían en cada una de las ciudades de la Unión, y que el aviso debería alcanzar los confines de la tierra.

"Fue en este momento cuando comencé a ayudarle al Padre Miller."

Esto marcó el punto inicial de una nueva época en la carrera de William Miller como profeta y como predicador. Imbuído de nuevo entusiasmo, imprimió a sus conferencias una apelación más urgente que antes, al hablarle a aquellas almas sin timón que se sentían magnetizadas bajo la influencia de un engaño poderosamente dirigido. Como una demostración de esto, después de una serie de conferencias en Portsmouth, New Hampshire, en Enero de 1840, el ministro Bautista David Millard escribió en el "Christian Herald":

"Durante los nueve días que permaneció allí, multitudes acudieron a escucharle. Nunca antes se había visto en ningún lugar un sentimiento tan intenso como el que ahora se había apoderado de nuestra congregación. Parecía haberse instalado en el lugar un espíritu de solemnidad tan tremendo que tenía que ser bien duro el corazón del pecador que se resistiera. Y sin embargo, durante todo este tiempo, no hubo ni un asomo de confusión. Todo era orden y solemnidad. Generalmente, al encontrar las almas la liberación, estaban listas para proclamarla, y exhortar a sus amigos, en lenguaje conmovedor, a venir a la fuente de Vida. Probablemente como ciento cincuenta almas se han convertido en nuestras reuniones. ... la bendita obra pronto se difundió a cada una de las congregaciones en el pueblo, que eran favorables al reavivamiento. En la actualidad, sería difícil averiguar el número exacto de conversiones en el pueblo - probablemente fueron entre quinientas y setecientas. Durante semanas, el repicar de campanas llamando a reuniones diarias convirtió a nuestro pueblo en un continuo sábado. De hecho, los antiguos habitantes nunca antes habían visto una temporada de reavivamiento como ésta en Portsmouth. Nunca, mientras permanecemos aquí en las riberas de la mortalidad, esperamos disfrutar más del cielo de lo que lo hemos hecho en algunas de nuestras más recientes reuniones y nuestras ocasiones de bautismo. A la orilla del agua, millares se reunían para presenciar esta solemne institución en Sión, y muchos regresaban del lugar sollozando." [Sylvester Bliss, Life of William Miller.]

Las nuevas del reavivamiento en Portsmouth se esparcieron como reguero de pólvora y causaron ansiedad en todos los pueblos. Las iglesias Bautistas especialmente insistían en que el Profeta Miller las favoreciera despertando a sus dormidas congregaciones, pero otras denominaciones también lo invitaban, y le llegaban llamados de todas direcciones. El pequeño pueblo de Westford, cerca de Groton, Massachusetts, obtuvo su presencia luego, pero estaba destinado a recibir un severo rechazo. Los que lo habían invitado a venir planeaban que las conferencias tuvieran lugar en la Iglesia Congregacionalista, que podía albergar a más personas que cualquier otro lugar disponible. Pero, cuando llegó el momento, el ministro rehusó permitir que la iglesia se usara para este propósito. Esto causó una tremenda conmoción en el lugar, y muchas protestas, pero el ministro se mantuvo firme y las conferencias tuvieron lugar en otro sitio. Éste fue el primer rechazo de esta clase que recibió Miller, y revelaba la ansiedad y la desaprobación que sus oponentes estaban comenzando a sentir en relación con la creciente excitación debida a la difusión de su doctrina.

Antes de esto, había sido considerado por el clero como un entusiasta más o menos inofensivo, que poseía un cierto don de apelación. El año de 1843 les había parecido como una distante manchita en el horizonte, que carecía de realidad, y no tomaron su profecía en serio. Pero ahora era diferente. El tiempo estaba pasando, acercando más y más el año que él decía que ocurriría el suceso. La profecía estaba tomando la forma de una verdadera realidad. Además, un cambio le había sobrevenido a William Miller. Cuando había estado solo en la difusión de su evangelio, había sentido la falta de amigos y de todo antecedente que lo sostuviera, y sus poderes eran restringidos hasta cierto punto. Pero la situación había cambiado súbitamente. Detrás de él ahora estaba el Reverendo Joshua V. Himes - no una mera sombra con la cual tenían que habérselas los oponentes, sino igual a una congregación entera de cualquier tamaño. En este sentimiento de seguridad y este sentido de recibir estímulo, todo su innato don de argumentación y originalidad, así como sus hasta cierto punto incultos poderes de oratoria, combinados con una sincera convicción de la verdad de sus premisas, encontraron rienda suelta, para confusión de muchos del clero ortodoxo.

El efecto de esto fue electrizante. En Octubre, había predicado por diez días en el cercano pueblo de Groton, y el ministro congregacionalista, el Reverendo Silas Hawley, había escrito algunos comentarios en relación con él. "El señor Miller," dice, "ha predicado en éste y en pueblos circunvecinos con marcado éxito. Sus conferencias han sido sucedidas por preciosos reavivamientos religiosos en todos estos lugares. Una clase de mentes, que no están bajo la influencia de otros hombres, han sido alcanzadas por él. Hasta donde me he podido enterar, sus conferencias están bien adaptadas para hacer temblar la supremacía de las varias formas de error que son comunes en la comunidad." Y ahora desde Littleton, muy cerca de allí, donde sus conferencias fueron presentadas desde el 19 al 26 de Diciembre, el ministro Bautista, el Reverendo Oliver Ayer, dice: "Bauticé a doce en nuestra más reciente comunión. Probablemente bautizaré entre quince y veinte la próxima vez. Ha habido entre treinta y cinco y cuarenta conversiones prometedoras. Hay también una obra considerable en Westford - diez o doce conversiones y entre veinte y treinta averiguaciones. La obra todavía continúa."

La verdad era que el largo e intenso estudio de la Biblia por parte del Profeta Miller, por erróneamente que él interpretara muchas partes de ella, le daba una gran ventaja sobre la mayoría del clero del país, cuyos conocimientos dejaban mucho que desear. El Pastor D. J. Robinson, pastor de la Iglesia Metodista en Portsmouth, New Hampshire, había sentido personalmente la falta de este conocimiento cuando Miller predicó allí, y escribió en relación con su propia posición: "Lo escuché todo lo que pude la primera semana, y pensé que yo podía detenerlo y confundirlo, pero, como el reavivamiento había comenzado en la congregación que se había reunido para escucharlo, no quise hacerlo en público, no fuera a ser que resultara en mal. En consecuencia, lo visité en su habitación, con una formidable lista de objeciones. Para mi sorpresa, difícilmente alguna de ellas era nueva para él, y pudo refutarlas tan pronto como yo se las presentaba. Y él a su vez me presentó objeciones y preguntas que me confundieron a mí y a los comentarios en los cuales yo había confiado. Me fui a casa agotado, convencido, humillado, y resuelto a examinar las preguntas."

El resultado de esto fue que el Profeta Miller había añadido otro converso a su lista. El Pastor Robinson se convenció de que las interpretaciones y cálculos de tiempo de Miller eran correctos, y comenzó a predicar en consecuencia." [Sylvester Bliss, "Life of William Miller."]

Esta última afirmación en relación con el Pastor Robinson es la clave para entender la mitad del fanatismo que arruinó tantas vidas y causó tanta angustia mental en 1843 y 1844. Con sólo un limitado conocimiento de muchos de los puntos de la doctrina de Miller, este buen hombre y una hueste de otros como él tomaron sobre sí mismos la tarea de ayudar a Miller a difundirla, y salieron en todas direcciones a predicar la profecía de la inminente destrucción del mundo, así como la doctrina religiosa, con la ayuda de muchas de sus propias teorías, aumentando así la confusión de pensamiento que estaba comenzando a ser vista con seria aprensión por el público más sensato.

El Reverendo Charles Fitch, pastor de la Capilla de la Calle Marlborough en Boston, tomó sobre sí el deber de advertir al público de la inminencia del fin. Al hacerlo, perdió toda conexión con su iglesia y, como dijo en un folleto que escribió en 1841 dando sus razones para creer en la profecía de Miller, folleto que fue publicado por Joshua V. Himes: "En parte, me convertí en un paria eclesiástico. Pero en este proceso encontré la liberación del temor del hombre, y aprendí la bendición de temer a Dios."

Podría ser instructivo insertar aquí como muestra unas pocas líneas de la clase de advertencia que el hermano Fitch tomó sobre sí para presentar. El siguiente extracto de un poema titulado "The Warning" [La Advertencia] fue escrito por él en esta época, y tuvo amplia circulación.
"La Advertencia"
"Seguid laborando, serviles gusanos de la tierra,
despreciad y olvidad vuestro nacimiento celestial;
recoged vuestros montones de polvo brillante,
y morid pronto, como debéis morir.
O, si vuestro espíritu siente sed de fama,
apresuraos, no descanséis, hasta que vuestro nombre
se destaque de entre aquéllos reputados como grandes
en los campos de batalla o los salones del estado.
Poneos vuestros laureles por un día.
Pronto seréis barridos de la tierra.
Si todo lo que pedís es una copa de placer,
apresuraos, llenadla, y apurad su contenido.
Llenadla nuevamente, si la vida os lo permite,
y vaciadla desde el borde hasta el fondo.
Luego dejadla caer de vuestra paralizada mano,
y estad de pie en presencia de vuestro Hacedor.
Recibid vuestra condena, y ya maldecidos, apresuraos
a morar donde vuestra atormentadora sed
ninguna gota de agua puede aliviar,
donde incontables edades pasarán.
Entonces no servirán de nada ni oraciones ni lágrimas;
los lamentos de vuestras almas perdidas y sufrientes
para siempre deberán prorrumpir en notas de agonía
sobre el mar ardiente del infierno."

No nos asombremos de que "la banca de los pecadores" y "las sillas de la ansiedad" estuviesen repletas durante las conferencias. Este aterrador poema, que acababa de salir de la pluma del Hermano Fitch, fue publicado después de que él escuchó una serie de conferencias presentadas por el Profeta Miller en la Capilla de la Calle Chardon en Boston a finales de enero de 1841. De acuerdo con su biógrafo, el lugar "estaba tan atestado que no se podía casi respirar, y miles se vieron obligados a retirarse por falta de espacio."

Las puertas que el Pastor Joshua V. Himes (como ahora se le llamaba) había prometido que se le abrirían, ahora estaban abriéndose de par en par. Más que eso, el infatigable Pastor publicaba un periódico, "Signs of the Times," ["Señales de los Tiempos"], en el cual aparecía la doctrina de Miller, así como explicaciones completas de sus cálculos en relación con el fin del mundo, y se enviaban copias a todas partes, sin importar el costo. En relación con esto, William Miller escribió más tarde:

"Con esto comenzó una época completamente nueva en la difusión de información sobre los puntos peculiares de mi creencia. El señor Murray le traspasó a él [el Pastor Himes] la publicación de mis conferencias, y él las publicó conectadas con otras obras sobre las profecías, las cuales, ayudadas por devotos amigos, él difundió por doquier hasta donde le alcanzaban sus medios. No puedo aquí dejar de manifestar mi testimonio por la eficiencia y la integridad de mi Hermano Himes." [Apology and Defense, p. 21.]

Más que eso, el Pastor Himes publicó una "Memoria de William Miller," que incluía otros escritos suyos, y que también recibió amplia circulación. Pero, considerando la energía y el dinero gastado, y el aparente entusiasmo con el cual el Pastor Himes difundió a diestra y siniestra esta profecía de la cercanía del fin de todas las cosas de acuerdo con los cálculos de Miller, la cautelosa fraseología del prefacio escrito por él mismo es ciertamente sorprendente. En realidad, uno se pregunta si Miller lo leyó alguna vez, ocupado como estaba dictando conferencias aquí y allá y en todas partes; pero difícilmente le habría satisfecho si lo hubiese leído. La fraseología del prefacio justifica la sospecha que muchos tenían en relación con el Pastor Himes, de que él aprobaba el despertar emociones religiosas a cualquier costo.

"A pesar de los temores de muchas personas reputadas como prudentes y buenas, de que el efecto de esta clase de escritos sería deletéreo para la comunidad," dice, "nosotros, por el contrario, hemos presenciado, como esperábamos, los más felices resultados. La influencia moral y religiosa de estos escritos sobre todas las clases de personas que los han examinado candorosamente ha sido de lo más saludable. ... Con respecto a los puntos de vista generales del señor Miller, los consideramos en general de acuerdo con la Palabra de Dios. Sin embargo, nosotros no adoptamos las peculiaridades de ningún hombre. A ningún hombre llamamos Maestro. Y sin embargo, afirmamos con franqueza que hay mucho en esta teoría que aprobamos y abrazamos como verdad evangélica. ... El destino final de los justos y los impíos. Sobre estos puntos estamos por completo de acuerdo con él. "Sobre la cuestión de los 'períodos proféticos' y su laboriosa y erudita cronología, no somos competentes, con nuestra limitada erudición sobre el tema, para decidir con la misma positividad que con los otros temas, no habiendo nunca prestado atención al estudio crítico del tema sino hasta el año pasado. Sin embargo, creemos en lo definitivo de los períodos proféticos, y estamos persuadidos de que vivimos cerca del fin de los tiempos. ... Algunos han fijado el año 1846, otros 1847, mientras que el señor Miller ha fijado 1843 como 'el tiempo del fin.' Creemos que él ha presentado la demostración más satisfactoria de lo correcto de sus cálculos. El advenimiento está cercano. Es posible que estemos errados en cuanto a la cronología. Puede variar por algunos años, pero estamos persuadidos de que el fin no está distante. ..."

"No somos insensibles al hecho de que recibiremos mucha deshonra a consecuencia de nuestra asociación con el autor de esta obra. Sin embargo, esto no nos causa dolor. Preferimos asociarnos con un hombre como William Miller y estar del lado suyo en la condena o en la gloria, en la causa del Dios viviente, que asociarnos con sus enemigos y disfrutar de todos los honores del mundo."

Pero, a pesar de esta cautelosa profesión de fe de parte del Pastor Himes, éste hizo todo lo que pudo para promocionar a William Miller y a su profecía. Miller, aparentemente sin estar consciente de ninguna deficiencia de su amigo y coadjutor, alzó su voz en tono resonante, con más y más insistencia y creciente solemnidad.

Desde Watertown, donde disertó por nueve días, le escribió a su hijo:
"Nunca vi un efecto tan grande en ningún lugar como el que vi allí," dice. "Mi último sermón fue sobre Gén. 19:17. Había entre mil y mil quinientas personas presentes, y más de cien fueron convencidas de pecado. La mitad de la personas en la congregación sollozaron como niños cuando me fui del lugar. El señor Medbury, el ministro Bautista - un buen hombre - sollozó como si se le fuera a romper el corazón cuando, tomándome de la mano, me despidió en su nombre y en el de su feligreses. Él y muchos otros se me colgaron del cuello y sollozaron y me besaron, y se lamentaron sobre todo de que no verían más mi rostro. Por más de una hora, no podíamos partir, y finalmente tuvimos que zafarnos."
En Portland, Maine, cierto número de tabernas fueron convertidas en lugares de reunión por sus propietarios. Algunos de los garitos de juego fueron desmantelados y, de acuerdo con el Pastor L. D. Fleming, el ministro local, los comerciantes miembros de varias denominaciones se reunían en oficinas en el distrito comercial y dedicaban una hora a la oración en la mitad del día. "En realidad," escribió, "sería imposible dar una idea exacta del interés que ahora se sentía en la ciudad. En la mente de todas las personass no hay nada parecido a una excitación extravagante, sino una casi universal solemnidad. Uno de los principales libreros me informó que había vendido más Biblias en un mes desde que el señor Miller llegó aquí que en los cuatro meses anteriores."

El "Wesleyan Journal" de Maine salió más o menos por esa época, con una descripción de la persona y el estilo de predicación de William Miller, haciendo notar algunos detalles que pintan un cuadro realístico, y por lo tanto interesante. El siguiente es un extracto de él:

En Portland, el señor Miller ha estado predicando a apretadas congregaciones en la Iglesia de Casco Street sobre su tema favorito, el fin del mundo, o el reino literal de Cristo por mil años. Como fieles cronistas de sucesos corrientes, se espera que digamos algo acerca del hombre y sus peculiares puntos de vista. El señor Miller tiene como sesenta años de edad. Es un sencillo granjero de Hampton, en el estado de New York. Es miembro de la Iglesia Bautista de ese lugar, de donde trae un testimonio satisfactorio de una posición acreditada y una licencia para predicar en público. Entendemos que tiene numerosos testimonios también de diferentes denominaciones, favorables a su carácter general. Creemos que es un hombre de una escolaridad poco común. Evidentemente, posee fuertes poderes mentales, que durante aproximadamente catorce años han estado dedicados casi exclusivamente a la investigación de las profecías bíblicas. Los últimos ocho años de su vida han estado dedicados a dictar conferencias sobre su tema favorito.

"En sus discursos públicos, él permanece dueño de sí mismo y preparado; es claro en su exposición, y con frecuencia pintoresco en sus expresiones. Tiene éxito en captar la atención de su auditorio por una hora y media a dos horas. En el manejo de su tema, utiliza muchas y frecuentes locuciones familiares con las que contesta objeciones y preguntas, proporcionando él mismo las preguntas y las respuestas, algunas veces arrancando una sonrisa de una parte de su auditorio.

"El señor Miller es muy celoso de las interpretaciones literales. Nunca admite el sentido figurado, a menos que sea absolutamente necesario para corregir el sentido o hacer encajar los sucesos que han de ser señalados. Sin duda, cree firmemente lo que enseña a otros. Sus conferencias contienen, aquí y allá, poderosas amonestacions a los impíos, y maneja el Universalismo con guantes de acero." [N. B. Los Universalistas habían surgido en oposición contra la condenación eterna.]

La resistencia del hombre es ciertamente notable. Después de su visita a Portland, regresó a su hogar en Low Hampton, después de haber estado ausente de allí por casi seis meses, y de haber presentado trescientas veintisiete conferencias.

El siguiente mes de Mayo lo encontró en New York City disertando en las esquinas de las calles Norfolk y Broom, desde la avenida 16 hasta la 29. Más tarde, Miller le escribió a sus hijos:

"Tengo más trabajo a la mano por hacer que el que podrían hacer dos hombres. Tengo que predicar dos veces por día. Tengo que hablar con muchas personas, contestar muchas preguntas, y muchas cartas que me llegan desde todas direcciones, desde Canadá hasta Florida, desde Maine hasta Missouri. Tengo que leer todos los ingenuos argumentos (confieso que no son muchos) que se me presentan. Tengo que leer toda la jerga de los borrachos y de los sobrios... hay que mantener la estrella polar a la vista; la carta consultada, la brújula observada, los cálculos hechos, las velas izadas, la nave preparada, los marinos alimentados; el viaje proseguido, el puerto de descanso fijado como destino, comprendido, y el vigilante preguntado: 'Guarda, ¿qué de la noche?'"

Y sin embargo, le gustaba sentir la presión y la tensión de la situación que él mismo había creado. Había regocijo al oír hablar de un Bautista aquí y un Metodista allí, y otros, que formaban el grupo de predicadores que ahora se estaba convirtiendo en un factor importante en la difusión de la advertencia. Y todo el tiempo, su capacidad para influir en sus oyentes aumentaba, así como su confianza, y se sentía más y más seguro de sus hechos. Mientras más a menudo reiteraba su advertencia de que el fin llegaría entre 1843 y 1844, más lo creía él mismo y más lo creían sus engañados seguidores.

El Pastor Columbus Green escribió un relato de la impresión que Miller produjo mientras presentaba una serie de conferencias en Colchester, Vermont, en Agosto:
"Los auditorios eran muy grandes. A pesar de que era una época de excitación general, nuestro lugar de adoración estaba todavía tan silencioso como la muerte. Sus conferencias eran presentadas de una manera muy amable y afectuosa, convenciendo a cada mente de que él creía en las ideas que presentaba. Hacía las más poderosas exhortaciones que yo jamás oír salir de los labios de alguien. Una profunda solemnidad prevalecía en las mentes de la comunidad. Los jóvenes y las jóvenes entre los placeres de los primeros años; los hombres en el meridiano de sus vidas, apresurándose a velocidad de locomotora tras los tesoros de la tierra; caballeros de cabellos grises; matronas cuyos canosos rizos daban evidencia de que muchos inviernos habían pasado sobre ellos, todos hacían una pausa y meditaban en las cosas que oían, preguntándose: '¿Estoy listo?'" [Sylvester Bliss, "Life of Wiliam Miller."]
Para esta época, la difusión de la profecía de Miller estaba haciendo gran progreso, y la profecía estaba siendo diseminada por todo el país por un número tan grande de auto-nombrados predicadores, que se juzgó prudente tener una convención, y se decidió que Boston sería el lugar de reunión. Se estaban haciendo grandes preparativos cuando lo inesperado sucedió: El Profeta Miller, la figura central en la cual estaban fijos todos los ojos con una extraña mezcla de curiosidad, antagonismo, temor, admiración, y credulidad, cayó enfermo con fiebre tifoidea. Fue un golpe para sus seguidores, pero el que sufrió más por la privación fue él mismo. Este golpe del destino cayó el 8 de Agosto de 1840. El 15, ya pudo dictar unas pocas líneas para que fueran leídas en la Conferencia. El pobre hombre estaba acongojado.

"En vano esperé veros a vosotros todos," escribió, "para respirar y sentir esa sagrada llama del amor, del fuego celestial; oír y hablar de esa querida pronta venida del Salvador. Pero aquí estoy, un viejo débil, gastado, en un lecho de enfermo, con nervios débiles, y peor aún, un corazón, un temor, en parte sin reconciliar con Dios. Pero, ¡bendito sea el Señor, oh mi alma! Tengo todavía grandes bendiciones, más de las que puedo contar. No caí enfermo lejos de casa. Estoy en el seno de mi familia. Tengo mi razón. Puedo pensar, creer, y amar ... Mi esperanza está en El que pronto vendrá, y no tardará. Amo la idea. Me haced feliz en mi enfermedad. Espero que lo haga en la muerte. Lo espero. Mi alma, espera en Dios!..."

¡Cuán extrañas son las inconsistencias de la mente humana! Cuando predicaba, el profeta Miller decía una cosa, pero cuando estaba enfermo decía otra, y era como cualquier otro frágil mortal, y hablaba de la muerte aparentemente con el mismo sentido de inevitabilidad. Presa de la fiebre, parece haber olvidado momentáneamente que uno de los principales dogmas de su doctrina, que él había estado impresionando en la mente del público, era que él, y todos los que creían como él, nunca experimentarían la muerte, sino que algún día o alguna noche, que ahora se aproximaba rápidamente cuando el sonido de la trompeta resonara a través del Universo, serían arrebatados en el aire, mientras la tierra y los malhechores que en ella había arderían y se convertirían en cenizas.

Pero ocurrió que se recuperó, y en Diciembre estaba otra vez en el campo, más débil y más tembloroso, pero tan decidido como siempre a despertar al mundo a su condenación inminente.

Mientras tanto, el Pastor Joshua V. Himes lo había hecho todo a su manera. Envió predicadores al norte, al sur, al este, y al oeste, con gráficos y diagramas, para demostrar la correcto de los cálculos del Profeta Miller. Viajó acá, allá, y a todas partes, esparciendo la doctrina él mismo. Imprimió y distribuyó folletos por miles, anunciando que el Día del Juicio se aproximaba. Promovió reavivamientos, y planeó una campaña de reuniones al aire libre para el comienzo de la primavera. No dejó esfuerzo sin realizar, de manera que ahora la atmósfera estaba cargada de alto voltaje, con una expectación que hasta los burladores estaban comenzando a sentir. El hecho de que en su prefacio a las "Memorias" de Miller admitiera la responsabilidad de publicar y difundir esta doctrina en todas direcciones lo coloca en una posición que el público se sintió justificado al criticar. En él, dice: "Sostenemos la doctrina de la responsabilidad personal por las ideas que una persona publica, sean suyas o ajenas. Es responsable ante la comunidad y ante el Gran Tribunal por el bien o el mal que produce."

Una afirmación como ésta conduce a la suposición de que finalmente él debe haber aceptado la doctrina por entero; de lo contrario, sus acciones son inexplicables.

Ahora se vislumbraban problemas de varias maneras que ellos no habían previsto. Se manifestaba un espíritu de agresiva oposición. Había muchos que resentían la profecía de Miller. En muchos casos, una especie de temor supersticioso estaba detrás del resentimiento que conducía a actos de violencia por parte de los maleantes de la ciudad, pero el primer brote verdadero de violencia ocurrió en al tranquilo pueblo de Newburyport. El condado de Essex siempre ha tenido sus propios e inequívocos métodos de mostrar desaprobación, como lo atestigua la historia, y esta vez no hubo excepción a la regla.

El Profeta Miller había prometido presentar su serie de conferencias allí, y una gran muchedumbre se reunió para escucharlas. En la primera, en el momento mismo en que comenzaba a hablar, le lanzaron un huevo. Por fortuna, no le acertó, sino que cayó sobre el escritorio cerca de su codo. Fue una ominosa advertencia de lo que había de venir, pero él se mantuvo firme y continuó su conferencia. Afuera, en la calle, se estaba reuniendo una chusma, y se oía claramente el ruido de pisadas y el rumor de excitadas voces, causando gran preocupación a los que estaban adentro. En el momento en que la conferencia estaba por terminar, una avalancha de piedras entró zumbando por las ventanas. El ruido de vidrios que se astillaban y la aparición de estos peligrosos proyectiles causó pánico en el auditorio. Hombres y mujeres se empujaban entre sí y forcejeaban en un frenético intento de salir del local, mientras entraban más piedras y caían entre ellos. Pronto el lugar quedó vacío, y Miller también tuvo que salir apresuradamente. Pero el valiente y viejo Profeta no se desanimó por tales demostraciones, que no le impedirían presentar sus conferencias. La noche siguiente lo vio dando frente a un auditorio aún mayor que el primero, sólo que esta vez era en la capilla de Hale´s Court, donde estaban a salvo de una repetición de los disturbios.

Fue un gran esfuerzo para él enfrentarse a las controversias y a las críticas despertadas por sus conferencias. Los periódicos estaban llenos de cartas de asistentes a las conferencias exigiendo respuestas a innumerables preguntas, que él no podía ignorar. En especial, una carta anónima puso el dedo en la llaga, y él se la leyó a su auditorio durante una de sus conferencias.

"Señor Miller," decía, "¿cómo se atreve a afirmar su teoría con tanta confianza sin un conocimiento de los idiomas hebreo y griego?"

El corresponsal añadió a su pregunta una o dos citas bíblicas, la fraseología de las cuales no era absolutamente correcta, lo cual le dio al Profeta Miller la oportunidad de contestar con una de sus rápidas respuestas, con verdadera mordacidad Yankee.

"Si no estoy familiarizado ni con el hebreo ni con el griego, sé lo suficiente para citar correctamente los textos ingleses de las Escrituras," fue su respuesta, con gran aprobación del auditorio.

Pero enfrentarse a los argumentos del clero de varias denominaciones requería una vasta capacidad de pensamiento y mucha seguridad, y además de conferencias, escribió cierto número de libros refutando sus críticos, libros que fueron publicados por el Pastor Joshua V. Himes. Esto hizo mella en sus poderes de resistencia física, en especial porque sufría de dolorosos abcesos en una pierna, que se le pasaron a la otra, haciéndole extremadamente difícil caminar. En esta deplorable condición, y después de haberse enterado de la muerte de su madre, le escribió al Pastor Himes el 7 de Diciembre de 1842, como sigue:

"...La fatiga del cuerpo y de la mente ha trastornado este viejo esqueleto casi por completo, y me ha incapacitado para soportar las cargas que la Providencia me pide que lleve. Al ponerme viejo, me he vuelto más intolerante, y no puedo soportar muchas contradicciones. Por esto, me llaman poco caritativo y severo. No importa. Esta frágil vida pronto habrá terminado. Mi Maestro pronto me llamará al hogar, y pronto el burlador y yo estaremos en otro mundo para rendir cuentas delante del justo tribunal. Por lo tanto, apelo al Supremo Tribunal del universo para la reparación de ofensas y la rendición del juicio a mi favor, mediante una revocación del juicio del Tribunal aquí abajo.

"El Mundo y el Clero vs. Miller - Quedo en espera de la bendita esperanza.
"William Miller."

¡Estaba bien agotado, el viejo Profeta!

Pero ahora, el gran año - el año de todos los años - el año en que su profecía habría de cumplirse, de acuerdo con su creencia, 1843, el punto en el tiempo hacia el cual miles se volvían ahora, algunos por curiosidad, otros con desprecio, estaba a punto de iniciarse. Pero otros, con corazón radiante y pulso acelerado, preparándose para esperar la venida del Señor, esperaban ver más señales en los cielos, y señales de los tiempos, la angustia de las naciones, hambre y pestilencia. Algunos corrían de aquí para allá, y había rumores, y rumores sobre rumores, y extrañas visiones y sonidos. ¡Hasta los burladores se sentían inquietos!

Al extenderse la agitación y el nerviosismo, el Pastor Joshua V. Himes, siempre listo, publicó y distribuyó un folleto titulado"Carta a todo el mundo," en la cubierta del cual aparecían las siguientes aterradoras palabras de advertencia:

"¡Amigo mío! ¡El Día del Señor está por llegar! Y, cuando haya llegado, Ud. y yo pasaremos a otro estado de la existencia, una existencia de eterna gloria o eterno tormento. ¡Créalo! ¡Créalo! Vendrá de repente, en un instante en el tiempo, continuando todas las cosas como estaban hasta el instante mismo de la aparición del Señor en el mundo. Ud. está mirando al cielo. Se ve una luz como de relámpago. ¡Es el Señor! Ud. está hablando a su esposa o su hijo al lado de la chimenea. Un terrible trueno revienta sobre Ud. ¡Es el Señor! Ud. está durmiendo en su cama. Escucha un terrible estruendo. ¡Es el Señor! Ud. está despierto a una hora de la oscuridad de medianoche. Contempla una terrible brillantez por encima de su cabeza. ¡Es el Señor! Ud. está viajando en ferrocarril, o a caballo, o comprando en el mercado, o trabajando en el campo, u ocupado en el jardín, o examinando sus cuentas, u obteniendo pan para su familia, o comiendo con ellos, o leyendo un libro. Ud. siente la tierra temblar con terribles sacudidas debajo de sus pies. ¡Es el Señor! Ud. va a la puerta a recibir a su madre, a un hermano, o a un amigo. ¡Ud. estará recibiendo al Señor! ¡Terrible día! ¡Terrible venida! 'Preparaos para encontraros con vuestro Dios! ¡Preparaos para encontraros con su día! ¡Preparaos para enfrentaros con su juicio! ¡Preparaos1 ¡Preparaos!"

¡Así comenzó el crucial año de 1843!

"La Alarma"

"Vivimos, moramos
En un tiempo grandioso y terrible;
En una época de épocas, que anuncia
Que estar vivos es sublime.

"Oíd el despertar de las naciones,
Gog y Magog a la batalla;
¡Oíd! ¿Qué se oye sonar? ¡Es la creación
Que gime porque ha llegado su último día?

"¡Oíd la arremetida! ¿Cruzaréis vuestros brazos
Cubiertos de fe en actitud perezosa?
¡Arriba, arriba, soldado somnoliento.
Los mundos están preparándose para el choque!
De 'The Millenial Harp' (publicado por Joshua V. Himes, 1843)


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 5

El Gran Cometa

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"A pathless comet,
The menace of the Universe;
Still rolling on with innate force,
Without a sphere, without a course."
No bien había comenzado el año, cuando el fanatismo, que había quedado más o menos en suspenso, se desbocó. Antes de esto, el inminente cataclismo había parecido lejano, pero ahora los días pasaban, y los nervios de los que habían aceptado los cálculos del Profeta Miller comenzaban a ponerse de punta. Hasta los incrédulos y los burladores insensiblemente experimentaban la influencia de las constantes reiteraciones del hecho de que el fin de todas las cosas estaba a las puertas. Los periódicos estaban llenos del tema. El público hablaba de lo mismo, y discutía las posibilidades de ello en los salones de conferencias, en las esquinas, y en todos los lugares en que se reunían grupos de personas. El clero ortodoxo se llenó de consternación al darse cuenta de que un temor nervioso dominaba a sus congregaciones. Dondequiera que el Profeta Miller y sus ayudantes se reunían, también lo hacía la multitud, y entre ellos había muchos que pertenecían a denominaciones que se oponían fuertemente a la doctrina de la inminente Segunda Venida como la interpretaba el Profeta Miller. En un esfuerzo frenético para detener la marea de engaño, el Obispo de Vermont, el Reverendo John Henry Hopkins, D. D., escribió lo que sigue en un artículo publicado en forma de folleto que recibió amplia circulación:

"Consideramos que el intento de fijar el día o el año de la venida de nuestro Señor está lleno de presunción y peligro. Lleno de presunción, porque Cristo mismo declara que 'del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre.' Y nuevamente, 'no os toca a vosotros conocer los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad.' Lleno de presunción, porque un hombre se pone a sí mismo por encima de miles y miles de maestros, predicadores, confesores, y mártires que han sido antes que él. Lleno de presunción, porque Pedro declara que 'ninguna profecía es de interpretación privada.' (2 Pedro 1:20), y sin embargo, sólo es interpretación privada lo que se nos ofrece, y además, con tanta confianza como si hubiera sido, de hecho, sancionada por el consentimiento de la Iglesia de Dios entera.

"El esquema bajo consideración reclama como su autor a un hombre de fuerte mentalidad y gran talento innato. Nosotros reconocemos libremente que sus conferencias y gráficos muestran una ingeniosidad poco común y gran familiaridad con las Escrituras. Parece haber sido el propósito principal de sus estudios, por varios años de su vida, dominar las dificultades de las profecías no cumplidas. El resultado, ya sea que tenga razón o esté equivocado, es por lo menos una notable prueba de perseverante concentración de pensamiento, y hasta ahora le ha asegurado una extraordinaria atención de parte del público y notoriedad.... Muchos, muchísimos entusiastas visionarios se han ocupado de advertir a la humanidad del juicio inminente, y sin embargo, todavía nunca dejaron de conseguir un auditorio y un oído dispuesto a escuchar. Poderosa excitación, extravagante locura, la intoxicación del fanatismo, los desvaríos de la locura, todos se han seguido los unos a los otros. Y sin embargo, ¡ay!, éstos han sido llamados frutos del estudio de las profecías, como si la Palabra de Dios, en los términos más fuertes y más claros, no se hubiera pronunciado contra la posibilidad de que nosotros supiésemos por anticipado el momento de la aparición de nuestro Señor; como si en el mismísimo último capítulo de las Sagradas Escrituras el Todopoderoso no hubiera pronunciado su ira contra el 'añadir a la palabra de la profecía,' un pecado que, tememos, se comete demasiado a menudo por las presuntuosas deducciones de cálculos humanos.

"Contemplando, por lo tanto, las historia del pasado, ninguna mente inteligente o instruída puede maravillarse del éxito, como desafortunadamente se le considera, del presente engaño. Y, puesto que, desafortunadamente, el autor ha escogido un año entero para el cumplimiento de su predicción, en vez de contentarse con un día, como la mayoría de sus predecesores, esto nos lleva naturalmente a esperar que la excitación aumente al acercarse el tiempo anunciado para su cumplimiento. De manera que, si ya han ocurrido muchos deplorables ejemplos de extravagancia, es difícil imaginar el terrible alcance de la excitación cuando comience la última semana del período establecido. A este respecto, el esquema bajo consideración es más malicioso que cualquiera que se haya impuesto a la comunidad hasta ahora, porque mantiene la intensa fiebre del fanatismo ardiendo por más de un año, mientras que en los otros casos un sólo día hizo entrar en crisis al desorden, y por lo tanto los pacientes tenían más probabilidades de recuperarse." [Publicado en 1843.]

El Reverendo Abel C. Thomas fue otro clérigo que trató de educar al público. Era universalista, y pastor de la Segunda Iglesia en 1843, habiendo sido llamado allí de Filadelfia. Era un erudito cuya opinión era apreciada.

"La frase 'el fin del mundo','"escribió, "ocurre siete veces en el Nuevo Testamento. El término griego traducido como mundo no es kosmos (que significa el mundo material), sino aion, que significa era o edad. Su significado está bien expresado cuando hablamos de la Era Cristiana, la Era Judía, la Era Elizabetina - o la Edad de Oro, la Edad Media, y así por el estilo. Los discípulos le preguntaron a nuestro Señor en una entrevista privada: '¿Cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?' (aion). En la respuesta de nuestro Salvador, él habla tres veces del fin - es decir, el fin del mundo al que se refería la pregunta, y les asegura a sus discípulos que el fin vendría antes de que esa generación pasara....

"... En ningún lugar de las Escrituras se menciona el fin del kosmos, pero el fin de aion se menciona siete veces en el Nuevo Testamento. 'La cosecha es el fin del mundo' (aion). Mat. 13:48. 'Así será al fin del mundo' (aion)." [A Complete Refutation of Miller´s Theory of the End of the World in 1843. (Refutación Completa de la Teoría de Miller del Fin del Mundo en 1843). Publicado en 1843. Véase Apéndice, pp. 264-264.]

Para los seguidores del Profeta Miller, sin embargo, el hecho de que el clero de la oposición refutara su teoría no hacía mucha diferencia. Estaban bajo el hechizo de un engaño que era más fuerte que cualquier argumento que lo denunciara. Señalaban a la visión de Daniel y al sueño del rey Nabucodonosor, y a la interpretación de su profeta del carnero, el macho cabrío, el gran cuerno, y el cumplimiento de la profecía. A esto se le hizo una contra-afirmación, declarando que el capítulo octavo de Daniel, que contenía el punto capital de la teoría de Miller de acuerdo con su personal interpretación, no tenía nada que ver con la venida de Cristo o el establecimiento del reino eterno de Dios. Se aseguraba que Antíoco Epífanes, un rey sirio, era la figura central en la visión del Profeta Daniel. Los dos mil trescientos días que allí se mencionan debían interpretarse como medios días, produciendo mil ciento cincuenta y cinco días literales, que fueron literalmente cumplidos por Antíoco, su persecución de los judíos y el pisoteamiento del templo, como ciento sesenta años antes de Cristo. [Our First Century. Publicado en 1881.] Pero esto no impresionó los excitados cerebros de los que esperaban el Gran Día. Creían en William Miller y en su teoría, y ninguna explicación lúcida de parte de las iglesias ortodoxas produjo ningún efecto sobre ellos.

El siguiente relato de una escena que ocurrió en Washington, escrito por un corresponsal del "Boston Mercantile Journal" para el editor, muestra cómo, a pesar de los esfuerzos del clero ortodoxo para explicar lo que ellos consideraban los puntos débiles de los argumentos de Miller, el público, o cierta parte de él, estaba histéricamente ansioso de oír de los labios del propio Miller sus razones para creer que el Día del Juicio estaba a las puertas.

Washington, 22 de Enero de 1843.

"Señor Sleeper:

"Le escribí ayer para decirle, entre otras cosas, que el señor Miller, el hombre del fin del mundo, estaba aquí. Se anunció ayer, por medio de volantes pegados por toda la ciudad, que él predicaría hoy (domingo) a las tres de la tarde desde los escalones de la Oficina de Patentes. Inmediatamente después del almuerzo, se vieron multitudes moviéndose en esa dirección. El Comisionado para Edificios Públicos, o algún otro oficial, había hecho levantar una barricada a medio camino hacia arriba de los escalones, con el propósito de mantener separada a la muchedumbre, y cuando yo llegué al lugar de reunión, el espacio entre las calles séptima y novena, en frente de la Oficina de Patentes, estaba casi llena de gente, cuyo número fue estimado entre cinco mil y diez mil, de ambos sexos, y de todas las edades y colores.

"El espacio arriba de las barricadas estaba protegido por policías. A este espacio los oficiales habían permitido pasar a algunas personas, principalmente los miembros del Congreso. Esto llenó a algunos de los no favorecidos de no poca indignación, y el espíritu democrático de la gente comenzó a trabajar.

"Se hicieron algunos abortados intentos para pasar por encima de la barrera, pero sin éxito. Así que sólo quedaron los pocos privilegiados. Sin embargo, una persona, más decidida que las demás, se mostró agresiva, y fue tratada con rudeza por los policías. La muchedumbre, poniéndose de su parte, y suponiendo que la tal persona estaba siendo abusada, cargaron contra la barrera para romperla, pero por el momento no tuvieron éxito. La muchedumbre se calmó, hasta que un caballero, que entiendo era un clérigo, dio un paso adelante y dijo que se le había pedido informarle a la gente que estaban delante de él que 'no había información segura de que el señor Miller estaba en la ciudad;' al oír esto, se escuchó un alarido como nunca lo oí desde los alaridos en Bunker Hill en Septiembre de 1840, entremezclados con gritos de '¡Tramposos!', '¡Farsantes!, etc.

"A los pocos minutos, sin embargo, la muchedumbre se calmó lo suficiente como para que el clérigo continuara hablando: 'Como dije antes, el señor Miller probablemente no está en la ciudad, pero como es una lástima que toda esta gente quede por completo chasqueada de recibir algún beneficio hoy, creo que sería bueno que se llamara a un distinguido caballero, el señor Briggs, un miembro del Congreso por Massachusetts, para que les hable de temperancia. Él está ahora en la plataforma.'

"Siguieron gritos de '¡Briggs! ¡Briggs!. Pero el señor Briggs no quiso saber nada de ser llamado de manera tan poco ceremoniosa, y aunque se lo pidieron urgentemente sus amigos, declinó. La muchedumbre, dándose cuenta de que no habría 'diversión' para ellos, decidieron fabricársela ellos mismos, y de nuevo cargaron contra la barricada, esta vez con éxito, logrando poner pie en la plataforma, y expulsaron a los privilegiados, damas y todo, a través de la Oficina de Patentes - cuya puerta abrieron a patadas - y hacia el sótano, y de allí, hasta donde yo sepa, los dispersaron a la calle."

Muchos pensaron que personas maliciosas habían impreso y distribuído los volantes para engañar al público, pero no se dio nunca una explicación legítima.

El biógrafo del señor Miller relata las acciones de un vasto auditorio que se aglomeró en el gran salón del Museo Chino en Filadelfia para escuchar al Profeta en febrero. Miller disertó desde el 3 hasta el 10. Cada noche, la gente acudía a sus conferencias, pero una noche, la noche del 7, tuvo una experiencia bien agitada. La multitud había comenzado a llegar muy temprano, y la sala estaba llena a su máxima capacidad.

"Cuando la conferencia comenzó," el Pastor Bliss dice, "la muchedumbre y la confusión eran tan grandes que era casi imposible escuchar al orador, y se pensó que era mejor - después de notificar a la gente de lo que se iba a hacer y dar oportunidad de salir a todos los que deseaban hacerlo - cerrar las puertas y así asegurar el necesario silencio. Se hizo así, y el orador procedió con su tema. Durante como media hora, hubo un profundo silencio, y el enorme auditorio evidenciaba profundo interés, con excepción de algunos muchachos indisciplinados. Sin duda esto habría continuado así, de no haber sido porque una dama se desmayó y fue necesario abrir las puertas para dejarla salir. Cuando la puerta se abrió, una avalancha de gente de pie afuera trató de entrar. Tan pronto algunos entraron al recinto, un muchacho indisciplinado gritó: '¡Fuego'!, lo cual causó gran confusión entre la multitud entera. Unos gritaban una cosa, otros otra. La multitud no parecía tener la intención de alterar la reunión, sino que todo sucedió a partir de la entrada en tropel de la gente, y el grito. El desorden fue causado más por los excitados temores de la gente que por cualquier otra causa.

"Se restableció el orden otra vez, y el orador siguió hablando por algunos momentos, pero tuvo lugar otra acometida de la gente afuera, y la excitación adentro creció tanto que fue necesario despedir al auditorio. La policía de la ciudad estaba dispuesta a hacer lo que podía, pero no había nada que pudieran hacer. No podían controlar los excitados nervios del auditorio."

Unas pocas noches después, la multtud de nuevo se reunió, y la excitación nuevamente prevaleció, de tal manera que los dueños del local se alarmaron y ordenaron que se suspendieran las reuniones.

Cuando el Profeta Miller anunció este hecho, no se esperaba, y el auditorio se conmovió hasta lo indescriptible. "Probablemente más de mil personas se levantaron para testificar de su fe en la verdad del cercano advenimiento," el Pastor Bliss continúa, "y trescientos o cuatrocientos de los inconversos se levantaron para pedir que se orara por ellos. El señor Miller clausuró el servicio con una muy apropiada oración y una bendición."

En contraste con los días cuando, sin ser molestado, podía predicar su doctrina en los distritos rurales, ahora Miller de repente se encontró atacado por todos lados. Muchos hasta lo declararon loco. El editor del "Gazette and Advertiser" de Long Island comentó esta última afirmación, después de entrevistarlo en Febrero de 1843:

"Nuestra curiosidad quedó satisfecha recientemente por la presentación de este caballero, que probablemente ha sido objeto de más abuso, ridículo, y vilipendio que cualquier otro hombre viviente. Un gran número de veraces editores de periódicos políticos y religiosos nos han asegurado que el señor Miller estaba completamente loco, y varios otros predicadores han confirmado esta seguridad. Nos sentimos un poco sorprendidos de oírlo conversar con una tranquilidad y solidez de juicio, que nos hizo susurrar para nuestros adentros: 'Si esto es locura, hay método en ella.'"

Muchos artículos, escritos con el propósito de refutar su doctrina, fueron contestados por Miller, pero, si esto representaba una carga sobre su resistencia, era como nada en comparación con lo que ahora demostraba ser una clara amenaza a su causa, a saber, la desusada influencia ejercida sobre gran número de personas de todas las edades por un ministro Congregacionalista, el Reverendo John Starkweather de nombre, que se había graduado del Seminario Teológico de Andover y que ahora ostensiblemente se había convertido en uno de sus seguidores. En una ocasión, este caballero había sido pastor de la Capilla Marlborough en Boston, y mientras ocupaba ese púlpito había adquirido una reputación de extrema santidad, hasta el punto de que, cuando el Pastor Himes dejó su propio púlpito para viajar por todo el país advirtiendo a la gente que el fin del mundo estaba a las puertas, lo escogió como a una persona eminentemente adecuada para encargarse de su congregación en la Capilla de la Calle Chardon durante su ausencia.

El Reverendo John Starkweather era conocido entre sus feligreses como un hombre apuesto. Tenía una excelente figura y maneras agradables, y una voz que ejercía una extraordinaria influencia sobre los que la escuchaban. Nadie podía explicar en qué consistía el encanto o el subyugante poder de ella, pero apenas había comenzado a hablar cuando la capilla se había llenado hasta la puerta. Pronto se hizo evidente que tenía extrañas y extremadamente peculiares creencias propias, que no habían sido reveladas antes, y las cuales procedió a infundir en las ya agitadas mentes de la grey del Pastor Himes. La creencia sobre la cual hacía más énfasis era la de que la verdadera conversión debería ser, no sólo del espíritu, sino manifestarse en el cuerpo también, y antes de que alguno se diera cuenta de cuál sería el efecto de tal doctrina, cientos de los que lo escuchaban comenzaban a caer en trances catalépticos y otros eran presa de ataques catalépticos y rodaban por el suelo retorciéndose como en agonía , mientras que otros más perdían toda su energía y se derrumbaban al suelo hechos un ovillo, aparentemente demasiado débiles para sentarse derechos. Cuando ocurrían demostraciones de este tipo, Starkweather declaraba que eran señales del poder de Dios limpiando sus almas de pecado. Lo llamaba "el poder sellador," y los que no lo experimentaban inmediatamente trataban vigorosamente de alcanzarlo. Generalmente, lo conseguían, con tanto éxito, que aterrorizaban y eran la admiración de los que todavía no estaban completamente preparados para aceptar esta peligrosa teoría.

Cuando el Pastor Himes regresó de sus viajes, encontró a su congregación en el paroxismo del más salvaje fanatismo, y al público de afuera en un estado de indignación y disgusto. La historia ha demostrado que el Profeta Miller y el Pastor Himes eran duchos en esto de estimular a una congregación o a multitudes en un salón de conferencias hasta un alto grado de excitación histérica, pero ninguno de ellos estaba ni por un momento dispuesto a tolerar las manifestaciones inducidas por la peculiar influencia ejercida por el Reverendo John Starweather.

Al principio, Miller y Himes se preguntaron si él ejercía su poder conscientemente. Pero no les tomó mucho tiempo averiguar que, no sólo lo ejercía conscientemente, sino que lo hacía cada vez que se le presentaba la oportunidad. Se dieron cuenta también de que lo que ahora estaba ocurriendo en la Capilla de la Calle Chardon pondría en entredicho la reputación de todos los que estaban relacionados con la doctrina de Miller, pues el autor de estos incidentes se llamaba a sí mismo seguidor del Profeta Miller. Himes trató de reconvenirlo, pero inútilmente. Finalmente, las cosas llegaron a tal punto que algo definido había que hacer para advertir a los que acudían a las reuniones en la capilla que no era una fuerza espiritual lo que los lanzaba a aquellos ataques y contorsiones, sino la influencia mesmérica del Reverendo John Starweather, y que tal influencia, siendo malvada, debería ser evitada por cada uno de los que aseguraban ser cristianos. En consecuencia, fue a una de las reuniones cuando como de costumbre un grupo de engañados hombres y mujeres, y hasta niños, se agolpaban a las puertas, y se las arregló para hacer una protesta pública contra lo que había estado ocurriendo durante su ausencia. Starkweather se levantó inmediatamente, con tanta vehemencia, que, de acuerdo con el Pastor Bliss, "el señor Himes se sintió justificado a dirigirse otra vez al auditorio y exponer la naturaleza de los incidentes que habían ocurrido entre ellos, así como de su perniciosa tendencia."

"Esto," continúa diciendo, "de tal manera escandalizó la sensibilidad de los que consideraban los incidentes como el gran poder de Dios, que gritaron y se taparon los oídos. Algunos saltaron sobre sus pies, y otros salieron corriendo de la casa. "'¡Echará fuera el Espíritu Santo!', exclamó uno. '¡Ud. está echándonos un balde de agua fría!', dijo otro. '¡Un balde de agua fría!, replicó Himes. '¡Les vaciaría encima el Océano Atlántico entero antes que identificarme con abominaciones como ésta, o soportarlas en este lugar sin reprenderlas!'"

Siguió una tormentosa escena, siendo el resultado de la cual que el Reverendo John Starkweather declaró que él y "los santos," como llamaba a los que eran adictos a caer en ataques, ya no se reunirían en la Capilla Marlborough, sino que encontrarían un lugar más agradable en algún otro sitio. Con esto, marchó por el pasillo y a través de la puerta, seguido por la congregación, y dejando al Pastor Himes de pie y solo al lado de la mesa de lectura.

Desde este momento en adelante, el Reverendo John Starkweather reunió a su alrededor un grupo de seguidores propios, pero el Profeta Miller tuvo que soportar el peso de las críticas despertadas por esta conducta inmoderada debido al hecho de que el antiguo caballero era igualmente insistente en que el mundo estaba llegando a su fin y, en consecuencia, el público siempre supuso que los seguidores de Starkweather eran Milleristas.

La siguiente anécdota nos da una idea de los espantosos efectos de la influencia mesmérica de Starkweather sobre la mentalidad de sus admiradores:

"Como muestra de la alucinación," nos informa el Pastor Bliss, "un joven de nombre M----, al regresar de una reunión, se imaginó que tenía el poder de impedir que los vagones de ferrocarril se movieran por el mero esfuerzo de su voluntad. Como estaban a punto de arrancar, dijo: '¡No se muevan!' Las ruedas de la locomotora dieron varias vueltas antes de que el pesado tren arrancara. '¡Ahora, muévanse!', dijo. 'Eso es,' dijo, '¿no detuve el tren?'"

La cuestión se le dirigió al padre, que estaba muy impresionado, y camino a casa el joven se manifestó deseoso de hacer otra demostración del poder del Espíritu.

"'Padre,' dijo el joven, 'crees que tengo el poder de Dios?'

"'Sí,' dijo el padre, que había estado fascinado en la reunión.

"'Bien, entonces, ¡pon el caballo sobre esa roca al lado del camino!' Y fue obedecido, con un poco de incomodidad."

En otra reunión, esta vez en Windsor, Connecticut, ocurrió algo igualmente sin sentido, que el Pastor Collins informó ese mismo año en "Signs of the Times.":

"Una dama creía que, como Pedro caminó sobre el mar por fe, ella también, por fe, podría caminar a través del río Connecticut, y decidió hacer el intento, pero se lo impidieron."

Como resultado de esta interferencia, el Pastor Collins continúa diciendo: "Mantuvieron la reunión en confusión por una hora o dos, y no quisieron escuchar ninguna reconvención."

Ahora el Profeta Miller tuvo que reconocer que estaba comenzando a perder el control de la situación. De hecho, había "sembrado vientos," y desde todos los ángulos se sentían los retumbos de un torbellino.

En este estado de entusiasmo histérico, los auto-nombrados predicadores de su doctrina dieron rienda suelta a su propia imaginación, y cada pueblo y villa tenía su propia versión de la gran profecía. Además, estaba acosado por solicitudes de sus impacientes seguidores para que fijara el día en que habría de venir el día. Lo indefinido de su profecía, que daba un año para cumplirse, los tenía inquietos.

De acuerdo con el Pastor Bliss, para este tiempo el "New York Herald" anunció en sus columnas que los Milleristas habían fijado el 3 de abril como el día en que vendría el fin, y esta noticia recorrió el territorio a lo largo y a lo ancho. Esto condujo al profesor Moses Stuart, que había publicado un folleto refutando la teoría en que se basaba la profecía, a referirse a Miller y a sus seguidores como "los hombres del 3 de Abril de 1843."

"Yo sugeriría," dice en su folleto, "que de una manera u otra, con toda probabilidad ellos han cometido un pequeño error en cuanto al día exacto del mes en que la gran catástrofe va a tener lugar, siendo el 1 de Abril evidentemente mucho más apropiado para los preparativos que cualquier otro día del año." [Hints, 2da. ed., p. 173.]

A lo cual respondió aprobadoramente el "New York Observer" de Febrero 11, 1843, declarando que la sugerencia del Profesor Stuart contribuía a "aquietar todo sentimiento de alarma."

El "Sandy Hill Herald," un periódico publicado en el propio condado de Miller, tomó sus garrotes al extremo de protestar con cierta simpatía contra tal ridículo:

"No estamos preparados para decir hasta dónde está errado el viejo, pero una cosa es cierta, no dudamos de que es sincero. Ciertamente, todos los que han oído sus conferencias, o han leído sus obras, deben reconocer que es un sólido razonador y que, como tal, tiene derecho a que se le presenten argumentos razonables de parte de los que discrepan con él. Y, sin embargo, a sus oponentes no les parece correcto ejercer sus poderes de razonamiento, sino que se contantan con dednunciar al viejo caballero como 'fanático,' 'mentiroso,' 'viejo tonto engañado,' 'especulador,' etc. El señor Miller es ahora, y ha sido por muchos años, residente de este condado, y como ciudadano, como hombre, y como cristiano, es tenido en alta estima por todos los que lo conocen. Nos ha dolido oír decir que el viejo tembloroso de cabellos grises ha sido denunciado como 'pícaro especulador.'"

El "Gazette" de Pittsburgh, Pennsylvania, siguió más o menos por la misma vena, y en uno de sus números de ese año hizo los siguientes comentarios:

"No concordamos con el señor Miller en sus interpretaciones de las profecías, pero no vemos ni razón ni cristianismo en los inmerecidos reproches que se amontonan sobre él por una honesta opinión. Y de que él es honesto no tenemos dudas. Es cierto, creemos que está errado, pero creemos que lo está honestamente. ... La verdad es que, hasta donde lo entendemos, muchos de los que son indecorosos e insultantes en sus denuncias del señor Miller tienen un miedo terrible de que el día, que se dice está tan cercano, 'los tome desprevenidos.' De aquí que, como chicos cobardes en la oscuridad, hagan gran ruido para mantener su propio valor, y espantar el coco."

Sin embargo, una de las grandes pruebas para William Miller era la evidencia, que venía de todas direcciones, de que él ya no controlaba a sus seguidores. El Herrmano Knapp (un hombre de lo más feroz), el Hermano Litch, el Hermano Storrs, el Hermano Fitch, el Hermano Kirk, el Hermano Bliss, el Hermano Patten, el Hermano Beach, el Hermano Whitney, el Hermano Hook, el Hermano Galusha, y una hueste de otros, todos los cuales ostensiblemente predicaban de acuerdo con la doctrina de él, en realidad estaban tomando una buena parte de las cosas en sus propias manos y afirmando sus propias ideas con aparente autoridad. Miller les escribió las siguientes palabras de advertencia:

"Queridos hermanos:

"Este año, de acuerdo con nuestra fe, es el último año que Satanás reinará sobre la tierra. Cristo Jesús vendrá, y lo herirá en la cabeza. El reino de la tierra será hecho añicos, que es lo mismo. ... El mundo observará si nos detenemos. No pueden pensar que creemos lo que decimos, porque cuentan nuestra fe como extraña. Y ahora, cuidado, no les deis ninguna ventaja sobre nosotros. Quizá esperen ver a muchos detenerse y caer. Pero espero que ninguno de los que esperan la gloriosa aparición deje desfallecer su fe. Manténganse tranquilos, dejen que la paciencia haga su obra perfecta.... Este año probará nuestra fe. Debemos ser probados, pruficados, y emblanquecidos; y si hubiere alguno entre nosotros que no cree de corazón, saldrá de entre nosotros. Pero estoy convencido de que no puede haber muchos de los tales.... Queridos hermanos, les suplico que tengan cuidado de que Satanás no se aproveche de Uds. esparciendo carbones de fuego fatuo entre Uds, porque, si no puede inducirlos a la incredulidad y a la duda, tratará de usar el fuego fatuo del fanatismo y la especulación para apartarnos de la Palabra de Dios. Sean sobrios, y velen, y esperen hasta el fin... Permanezcamos fuertes en la fe, con nuestros lomos ceñidos con la verdad, y nuestras lámparas preparadas y encendidas, esperando a nuestro Señor, listos para entrar en la tierra prometida, la verdadera herencia de los santos. Este año vendrá la plenitud del tiempo; el grito de victoria resonará en el cielo; el triunfante regreso de nuestro Gran Capitán puede esperarse, el canto nuevo comenzará delante del trono, la eternidad comienza su revolución, y el tiempo no será más.

"Este año - ¡oh año glorioso! - sonará la trompeta del Jubileo, los niños exilados retornarán, los peregrinos llegarán a su hogar, de la tierra y del cielo vendrán los remanentes dispersos y se encontrarán en el aire - los padres antes del diluvio, Noé y sus hijos - Abraham y los suyos, los judíos y los gentiles.... ¡Este año! ¡El año largamente esperado, el mejor, ha llegado!"

Pero la advertencia para "permanecer tranquilos" cayó en oídos sordos. Había llegado demasiado tarde. Ya el fuego fatuo estaba saltando de un corazón a otro y de cerebro en cerebro por toda la hueste de crédulos seres humanos ahora bajo el embrujo de la profecía de Miller. No significaba nada que él no hubiese fijado ningún día específico durante ese año fatídico. Sus seguidores consultaron los unos con los otros, y fijaron días según les pareció. Algunos se inclinaban a las fechas de la Pascua y la Crucifixión, mientras otros esperaban el tiempo de la Ascensión, o la Fiesta de Pentecostés, como el momento más probable para la venida del Señor. En las aldeas y caseríos, en los pueblos y ciudades, hombres y mujeres miraban hacia arriba ansiosamente, esperando las señales de lo que habría de venir.

La tensión y el agotamiento nervioso fueron demasiado para el Profeta Miller. Mientras disertaba cerca de Saratoga Springs, fue atacado en el brazo derecho por lo que se supuso que era erisipela. Su hijo fue llamado urgentemente para que lo llevara a su casa en Low Hampton. El 6 de abril, le escribió al Pastor Himes: "Ahora estoy en casa. Fui traído hace seis días. Estoy muy débil de cuerpo, pero - ¡bendito sea Dios! - mi mente, mi fe, y mi esperanza todavía son fuertes en el Señor. No desfallezco en mi creencia de que veré a Cristo este año...."

No pudo terminar su carta, pero su hijo la hizo llegar, tal como estaba, al Pastor Himes, escribiendo él mismo unas pocas líneas en las cuales decía: "Papá está bastante decaído y débil, y tememos que no se mejore."

De acuerdo con su biógrafo, el Pastor Bliss, "su enfemedad se manifestó en muchos sucesivos ampollas de carbunclos, que drenaban su sistema y desgastaban su resistencia rápidamente."

El 3 de Mayo de 1843, hizo otro intento de escribirle al Pastor Himes:

"Mi salud mejora, como dirían mis allegados," escribió. "Ahora sólo tengo veintidós ampollas, desde el tamaño de una uva hasta el de una nuez, en el hombro, los costados, y los brazos. Verdaderamente, estoy afligido como Job, tengo cerca de mí a otros tantos consoladores, sólo que no vienen a verme, como hacían los de Job."

Después de edsto, como no había mejoría, su hijo notificó al Pastor Himes: "En general, la salud de papá no ha mejorado. Continúa muy débil y abatido, confinado a su cama la mayor parte del tiempo."

La fiebre, que ahora se apoderó de él además de sus otros problemas, casi fue demasiado para el Profeta Miller. Estuvo muy cerca de dejar la tierra antes de que la mitad del tiempo fijado para su existencia se agotara.

Gran consternación se observaba en los rostros de sus seguidores. El Pastor Himes, el Hermano Litch, el Hermano Fitch, y toda la hermandad de predicadores y conferencistas, estaban a su lado y lo exhortaban con sonoras voces a permanecer firme en la fe.

Fue un momento crítico. Entonces, sin previo aviso, ocurrió algo inesperado que volvió la marea y la convirtió en inundación. Al medio día, cuando el sol brillaba en su esplendor, una gran luz rival apareció en el cielo, destacándose contra el color azul. La gente salía corriendo de las casas para mirarla. Los peatones, de pie en la calle, miraban hacia arriba llenos de asombro. La noticia se difundió como relámpago, y en las ciudades yv pueblos, y por las carreteras y los caminos que conducían a aldeas distantes y villorrios alejados, grupos de excitados hombres y mujeres miraban el celestial desconocido.

¡Era el cometa! ¡El grande y resplandeciente cometa de 1843, famoso en la historia como uno de los mayores que jamás se aproximara a la tierra!

Su aparición creó una sensación por todas partes, pero la exaltación de los seguidores de Miller no conocía límites. De hecho, ¡he aquí una señal que justificaba su confianza en la cercanía del fin de todas las cosas terrenales! Sin aliento, iban de aquí para allá, "haciendo sonar la alarma de que había que estar vigilantes esperando lo que ahora evidentemente estaba a las puertas."

Hay varios relatos del gran cometa de 1843. El siguiente ha sido tomado de "Our First Century," publicado por C. A. Nichols & Co. en 1881.

"SÚBITA APARICIÓN DE UN GRANDE Y BRILLANTE COMETA EN LOS CIELOS A MEDIODÍA, 1843.

"El cometa de 1843 es considerado quizás como el más maravilloso de la era presente, habiendo sido observado durante el día aun antes de que fuera visible de noche - pasando muy cerca del sol, mostrando una larga y enorme cola, y despertando interés en la mente del público como universal, profundo, y sin precedentes. Alarmó al mundo con su súbita aparición en primavera en los cielos occidentales, como una banda de aurora desde la región del sol, por debajo de la constelación de Orión. Al principio, las multitudes lo confundieron con la luz zodiacal, pero sus aspecto y sus movimientos pronto mostraron que era un cometa de los mayores. Hubo también personas que, sin considerarlo, como muchos de la entonces numerosa secta de los Milleristas, como presagio de la rápida destrucción del mundo, todavía no podían contemplarlo sin sentirse preocupados por un cierto anónimo sentimiento de duda y temor. ... Cuando su distancia del sol permitió que se hiciera visible después de la puesta del sol, presentaba un aspecto de extraordinaria magnificencia."

Este asombroso y misterioso visitante trajo a las mentes de muchas personas aprensivas una descripción del Día Final que aparecía en el libro "A View of the Expected Christian Millenium" ["Una Opinión Sobre el Esperado Milenio Cristiano"], por Joshua Priest, publicado en 1828, pero que estaba siendo leído con especial interés para este tiempo. Un extracto será suficiente para mostrar cómo sirvió para intensificar la inquietud causada por la aparición de este vagabundo del Universo:

"Porque he aquí que los planetas comenzarán a salirse de sus órbitas, y a chocar los unos contra los otros; porque ahora se ha perdido el principio latente de la fuerza centrífuga que opera en todos los planetas, y los inclina a alejarse en línea recta por el espacio interminable, lo que necesariamente les proporcionará una tremenda fuerza centrípeta hacia el sol. Siendo ese cuerpo el centro, o el punto más bajo en el sistema, es por lo tanto el centro de atracción de todos los planetas.

"Entonces, en su descenso hacia el sol, ocurrirá algo terrible: las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas, y antes de que alcancen el sol, las lanzará las unas contra las otras, y habrá destrucción de materia y un aplastamiento de mundos en fuego."


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 6

Reuniones al Aire Libre

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"I am bound for the kingdom.
Will you go to glory with me?
Hallelujah, O Hallelujah!
I am bound for the kingdom,
Will you go to glory with me?
Hallelujah, O praise the Lord"
(Antiguo himno de reuniones al aire libre, 1843)

Las reuniones al aire libre comenzaron cuando se inició la primavera. Por algún tiempo, había prevalecido la impresión general de que el fin llegaría en Abril y, aunque no hay ninguna prueba de que el Profeta Miller haya fijado ninguna fecha en ese mes, no hay duda en absoluto de que, entre sus seguidores, muchos predicaban que el Gran Día llegaría antes del primero de Mayo. Tan pronto el tiempo lo permitió, sin embargo, se erigió la gran carpa del Tabernáculo, primero en un lugar y luego en otro, y la agitación y la excitación de las exhortaciones y las oraciones y los cantos atraían multitudes de asustados seres humanos, así como una hueste que fue por curiosidad a las reuniones al aire libre de Miller. A una de estas reuniones fue nuestro poeta de la Nueva Inglaterra, John Greenleaf Whittier, que después escribió un interesante relato de sus impresiones. Algunas de ellas aparecen a continuación, escritas en un lenguaje tan descriptivo que recrean la escena vívidamente delante de los ojos del lector. Seguiremos el camino rural con él y le oiremos contar lo que vio:

"'¡Diligencia lista, caballeros! ¡Diligencia para el campamento, Derry! ¡Reunión al aire libre sobre el Segundo Advenimiento!'

"Acostumbrado como comienzo a estar a lo que se ve y a lo que se oye en esta concurrida ciudad, debo confesar que me sentí un tanto alarmado por este formal anuncio del conductor de una diligencia, de pie al lado de sus caballos balanceando el látigo con alguna impaciencia: '¡Setenta y cinco centavos al campamento del Segundo Advenimiento!' La diligencia pronto se llenó; el conductor hizo restallar su látigo, y el vehículo se alejó traqueteando calle abajo.

"¡El Segundo Advenimiento - la venida de nuestro Señor en perssona a la tierra, con señales, maravillas, y terribles juicios - los cielos enrollándose como un pergamino, los elementos fundiéndose con el terrible calor! ¡La poderosa consumación de todas las cosas, a las puertas, con su destrucción y sus triunfos, los tristes gemidos de los perdidos y los gozosos cantos de los glorificados! De esta sobrepoblada colmena de la industria - desde estos poblados molinos de las ganancias - había aquí hombres y mujeres que salían con solemne seriedad para prepararse para el temido momento que ellos verdaderamente suponen está a sólo unos pocos meses en el futuro, y alzar sus voces de advertencia en medio de los burladores y dudadores, y para clamar en alta voz a los sacerdotes ciegos y a las iglesias descuidadas: 'He aquí, viene el Esposo!

"Era una de las más hermosas mañanas de esta la más hermosa estación del año, y el aire estaba tibio y suave; una clara luz de sol caía sobre las agujas de la ciudad; las colinas de Dracut se veían tranquilas y verdes a la distancia, con sus blancas casas-granjas y árboles dispersos; alrededor mío, el continuo ruido de pisadas de gente que se apresuraba a cumplir las tareas del día; mercaderes que extendían su mercancía a los ojos de los compradores; el sonido de martillos, el agudo sonido de las llanas de los albañiles; el murmullo de las grandes fábricas, apagado por la distancia. ¿Cómo era posible, en medio de tanta vida, a la luz del sol que salía, y a la vista de tanta y tan abundante belleza, que la idea de la muerte de la naturaleza - el bautismo del mundo en fuego - pudiera tomar una forma tan práctica como ésta? Y sin embargo, aquí había hombres sobrios, inteligentes, y mujeres delicadas y piadosas que, creyendo verdaderamente que el fin estaba a las puertas, habían dejado sus oficinas, los talleres, y las tareas caseras para publicar las grandes nuevas, y despertar, si fuese posible, a una generación incrédula para que se preparara para el día del Señor y para ese bendito milenio - el paraíso restaurado - cuando, renovada y purificada por el fuego, la tierra se convertiría en lo que antaño se convirtió el jardín del Señor, y sólo los santos la heredarán....

"Confieso que no simpatizo con mis amigos del Segundo Advenimiento en la lamentable depreciación de la Madre Tierra, aún en su presente estado. Encuentro extremadamente difícil comprender cómo es que este buen, verde, y luminoso hogar nuestro reposa bajo una maldición. Realmente, no me parece para nada que sea en absoluto como el rollo que el ángel llevó al profeta en visión, 'escrito por ambos lados, con lamento, aflicción, y dolor.' Las puestas de sol de Septiembre, los cambiantes bosques, la salida de la luna y la nube, el sol y la lluvia - por lo que a mí concierne, yo me contento con ellos. Ellos llenan mi corazón con un sentido de belleza. Veo en ellos la obra perfecta de infinito amor, así como sabiduría.

"Sin embargo, puede ser que nuestros amigos Adventistas coincidan con la opinión de un antiguo escritor acerca de las profecías, que consideraba las colinas y los valles de la superficie de la tierra, y los cambios de las estaciones, como otras tantas manifestaciones de la maldición de Dios, y que en el milenio, como en los días de la inocencia de Adán, todas estas pintorescas desigualdades serían hermosamente niveladas, y la superficie plana extendida para que crezca la hierba.

"Como sería de esperarse, el efecto de esta creencia en la rápida destrucción del mundo y la venida personal del Mesías, actuando sobre una clase de incultas, y en algunos casos, crasas, mentes, no siempre está de acuerdo con el ilustrado ideal cristiano de días mejores. Uno se asombra al leer algunos de los 'himnos' de estos creyentes. Imágenes sensuales - descripciones semi-musulmanas de la condiición de los 'santos' - alborozo por la destrucción de loss 'pecadores' - se mezclan con las hermosas y tranquilizadoras promesas de los profetas. Es verdad que algunas veces se enncuentran entre los creyentes hombres de una espiritualidad refinada y exaltada, que en sus vidas y conversación le recuerdan a uno al caballero errante cristiano de Tennyson en su anhelo de de la esperanza puesta delante de él:

"'A mí me es dada
Una esperanza a la cual no temo;
Anhelo respirar el aire del celo,
Que algunos veces encuentro aquí.
Musito sobre los goces que no cesan,
Espacios puros llenos de rayos vivientes,
Blancos lirios de eterna paz,
Cuyos olores me persiguen en mi sueño.'

"Uno de los más ridículos ejemplos de la fase sensual del millerismo, la incongruente mezcla de lo sublime con lo ridículo, se me mencionó no hace mucho. Una elegante joven en la parte occidental de este estado se convirtió en entusiasta creyente en la doctrina. El día que había sido designado como el del fin del tiempo, ella empacó todos sus finos vestidos y las cosas de tocador valiosas en un gran baúl equipado con grandes correas y, sentándose encima de él, se abrochó las correas sobre los hombros, esperando pacientemente la crisis - astutamente calculando que, como tenía que ir hacia arriba, sus posesiones y bienes muebles por necesidad la seguirían.

En este punto el poeta cuenta acerca de una visita que hizo el otoño anterior a un campamento de reuniones al aire libre en East Kingston.

"El lugar había sido bien escogido," dice. "Un bosquecillo de altos pinos y abetos proyectaba su sombra melancólica sobre la multitud dispuesta en ásperos asientos de tablones y troncos. Varios cientos - quizás mil - estaban presentes, y más estaban llegando rápidamente. Dispuestas en círculo, formando un fondo de nívea blancura para las oscuras masas de gente y de follaje, estaban las blancas carpas, y detrás de ellas los quioscos de comidas y las cocinas. Cuando llegué al sitio, un himno, cuyas palabras no pude distinguir, se dejaba oír a través de los oscuros pasadizos del bosque. Pude darme cuenta enseguida que el himno tenía su efecto sobre la multitud delante de mí, aumentando a una mayor intensidad su ya exaltado entusiasmo. Los predicadores fueron puestos en un púlpito basto de ásperas tablas, debajo del cual sólo había, a modo de alfombra, las hojas muertas y las flores del bosque, y estaba adornado, no de seda y terciopelo, sino de las verdes ramas de los sombríos abedules alrededor de él. Uno de los predicadores siguió a la música en una fervorosa exhortación sobre el deber de prepararse para el gran evento. A veces era realmente elocuente, y y su descripción del día final tenía la espectral claridad del cuadro de Anelli del Fin del Mundo.

"Suspendidos del frente del basto púlpito había dos anchos lienzos de lona, sobre uno de los cuales había la figura de un hombre, la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre de bronce, las piernas de hierro, y los pies de arcilla - el sueño de Nabucodonosor. En el otro estaban representadas las maravillas de la visión del Apocalipsis - las bestias, los dragones, la mujer vestida de escarlata que vio el vidente de Patmos, y tipos, figuras, y símbolos místicos orientales, traducidos a llamativas realidades yankees, y exhibidas como las bestias de un circo viajero. Una horrible imagen, con sus espantosas cabezas y su escamosa extremidad caudal, me recordó la tremenda línea de Milton que, hablando del mismo malvado dragón, lo describe como

"'Balanceando los escamosos horrores de su doblada cola.'

"Para una mente imaginativa, la escena estaba llena de novelesco interés. El blanco círculo de las carpas; los oscuros arcos de las ramas del bosque; los rostros serios, vueltos hacia arriba; las sonoras voces de los oradores, cargadas con el terrible y simbólico lenguaje de la Biblia; el humo de las hogueras, subiendo como incienso - me retrotrajeron a aquellos días de primitiva adoración de los cuales habla la tradición en susurros cuando, en las cumbres de los cerros y a la sombra de antiguos bosques, la Religión tuvo sus primeros altares, cuando cada hombre era sacerdote y en universo entero el templo.

"Sabia y rectamente ha hablado el Dr. Channing de esta doctrina del Segundo Advenimiento en su memorable discurso en Berkshire poco antes de su muerte:

"'Hay algunos entre nosotros en el momento presente que están esperando la rápida venida de Cristo. Esperan, antes de que termine otro año, escuchar su voz y estar de pie delante del trono de su juicio. Estas ilusiones nacen de un error de interpretación del lenguaje de las Escrituras. ... El cristiano, cuyos ojos y oídos internos están tocados por Dios, discierne la venida de Cristo, oye el sonido de las ruedas de su carruaje y la voz de su trompeta, cuando nadie más las percibe. Discierne la venida del Salvador en la alborada de una verdad más grande en el mundo.... Cristo viene en la conversión, la regeneración, la emancipación, del mundo."' [John Greenleaf Whittier, Prose Works. Publicado en 1866, por Ticknor & Fields, Boston.]

Esta visita de Whittier al campamento de reuniones al aire libre de East Kingston ocurrió en 1842, cuando prevalecía una gran solemnidad y refrenaba muchas de las manifestaciones de histeria que vinieron más tarde. El finado Daniel M. Treadwell describe una visita a un campamento ese mismo año, en un libro titulado "Reminiscences of Men and Things on Long Island" [Reminiscencias de Hombres y de Cosas en Long Island], publicado en 1917. Debe decirse que él tenía poca paciencia para con la doctrina de Miller, pero la seriedad de sus seguidores evidentemente lo impresionó. El contenido del libro está tomado de los diarios que él inició temprano en la vida. Por lo tanto, no tenía que depender de su memoria.

"Domingo, Agosto 14, 1842. Hoy fui a ver al gran campamento Millerista en el bosque de Petit, como una milla al sur del villorrio de Hempstead. Creemos que han estado acampados aquí como una semana. Este trozo de bosque primitivo está encantadoramente adaptado y se usa para propósitos de esta clase. El terreno está cercado, o empalizado, y puede cerrarse por la noche para mantener fuera a los intrusos. El campamento no difiere esencialmente de un campamento Metodista ordinario. Hay un gran refugio, o estrado, desde el cual se predican los sermones o se presentan las conferencias.

"Había suficientes asientos para dos mil personas. Además, hay una gran carpa con capacidad para mucha gente, y para ser usada en una urgencia a causa del mal tiempo. Las carpas privadas, de las cuales había muchas, estaban dispuestas en el terreno casi de la misma manera que en un campamento ordinario....

"Había un vasto número de personas en el terreno hoy, la mayoría de las cuales habían sido atraídas por la curiosidad, y la novedad de la ocasión...

"Mientras la gran muchedumbre del campamento, que no eran ni adoradores ni neófitos, mantenía un maravilloso decoro, lo opuesto ocurría fuera del terreno; por un cuarto de milla al norte y al sur de la entrada principal, tenía lugar todo tráfico concebible de fluidos bebibles, y ruidosos grupos errantes ocupaban cubículos sobre la carretera. Había una corriente constante de peatones que iban y venían del villorrio de Hempstead.

"El orador más atractivo durante el día era Joshua V. Himes, santo principal y profeta. Habló dos veces durante el día desde la plataforma de afuera. Un tal Amasa Baker peroraba desde dentro de la carpa grande. Era un fanfarrón. Decía enfáticamente que todos los santos que aceptaban las enseñanzas del profeta, y estaban preparados, entrarían al reino con Cristo en el siguiente Abril. Todos los demás serían quemados, hasta convertirse en cenizas, por un Dios vengativo. Muchos otros predicaban, pero el método principal de hacer prosélitos era por la circulación de libros y folletos, no solamente para el campamento, como se hacía en aquel tiempo, sino que por años el país había sido inundado por literatura Millerista, folletos, y libros. Ninguna casa en South Side escapaba a esta aflicción. Muchos de los folletos consistían de laberintos de diagramas y signos, con un enredo de matemáticas, cronología, y referencias bíblicas, por completo más allá de la comprensión de cualquier hombre cuerdo. La devoción de estas gentes engañadas a su causa, y su absoluta fe, trasciende cualquier cosa que hayamos visto en relación con entusiasmo religioso. En todas sus reuniones de oración, sus cantos, y sus conversaciones, había una maravillosa seriedad para una causa tan débil.... Muchos prosélitos se hicieron en Hempstead por medio del robusto y trabajador South Side, que había resistido con éxito las apelaciones de otras sectas."

Las dos cartas siguientes, dirigidas a la abuela materna de la autora, la Sra. de George Peabody, de Salem, Massachusetts, relatan una reunión al aire libre en esa ciudad cuando ésta estaba en el cenit de su cultura, distinción, y prosperidad, y cuando la profecía de William Miller era uno de los grandes puntos de discusión por todo el país. Sucedió que el Sr. George Peabody y su familia estaban en Europa cuando la gran carpa del Tabernáculo fue erigida en North Salem. Ellos recibieron muchas cartas interesantes de parientes y amigos en la madre patria, contándoles acerca de la excitación religiosa que estaba arrasando la tierra. La primera carta dice como sigue:
"Charles M. Endicott a su prima, la Sra. de George Peabody.

"Salem, Enero 5, 1843.

"Querida Clara, estamos en en medio, si no de una revolución, por lo menos de una gran excitación sobre el tema de la religión. Las anteriores cartas desde casa sin duda te han informado que los Milleristas han tenido un campamento de reuniones al aire libre en North Salem, cerca de Orne´s Point, por más de una semana, y que nuestra pequeña ciudad ha estado casi desierta diariamente. Grandes muchedumbres han sido vistas moviéndose en esa dirección, y los caminos han estado literalmente bloqueados por carruajes de todo tipo, transportando pasajeros hacia y desde el lugar de reunión. Dudo de que París mismo presente a menudo un aspecto más concurrido. Entiendo que el éxito de los Milleristas en conseguir conversos es bastante satisfactorio, y han demostrado, tan concluyentemente como los Signos de Zodíaco multiplicados por las semillas de una calabaza de invierno no pueden probar nada, que este planeta mundano nuestro - el gran 'Moulin Joly' en el cual vivimos - se extinguirá, será completamente destruído, totalmente aniquilado en Abril de 1843.

"Después llegó el gran agitador religioso, el Pastor Knapp, a lo que a él le gusta llamar 'esta fortaleza de Satanás,' [N. B. Había un gran número de Unitarios en Salem para esta época; la mayoría eran oponentes de la doctrina de Miller] y la manera en que trataba a su sutil Majestad, y los términos familiares en los que parecía estar con él, hacía que muchos de sus oyentes sintieran más agudamente su inmediata proximidad de lo que nunca antes la habían sentido. El mismo olor a azufre de su persona era evidente a los nervios olfatorios de muchos, e involuntariamente se estremecían cuando miraban por encima del hombro, no fuera a ser que se lo encontraran con su trinchante, listo a lanzarlos al tormento interminable. Después de Knapp, y pisándole los talones, llegó el señor Kirk, más refinado, con su persuasiva elocuencia y florida retórica, administrándonos de manera más insidiosa, y en dosis más pequeñas, la misma clase de medicina, pero más adaptada a aquéllos cuyos delicados estómagos rehusaban las poderosas pócimas de su predecesor. Habiendo ganado para sí considerable renombre por su éxito al abrir los ojos de los ciegos, particularmente entre la gente elegante de Boston, por supuesto era muy solicitado y muy admirado. Sin embargo, siendo nosotros una generación perversa y malvada, no duró mucho - en otras palabras, esta imaginería fue un fracaso total en aquéllos a los cuales estaba destinada a ser aplicada, vale decir, la denominación Unitaria. Al mismo tiempo que con este cortés predicador, nuestra ciudad fue favorecida con una visita del erudito señor Theodore Parker, el trascendentalista, que había estado presentando una serie de sermones en el Mechanics Hall a auditorios que lo llenaban a reventar. Humildemente, espero que salga algo bueno de esta conmoción, o avivamiento, como comúnmente se le llama. Sin embargo, no puedo remediar tener mis dudas de que muchas piadosas y buenas resoluciones morirán con la ocasión que las motivó. Siempre ha habido en el mundo demasiado de esa religión que Rebeca, en 'Ivanhoe,' dijo que 'estaba siempre en la lengua, pero rara vez en el corazón o en la práctica.'

"Suyo, etc., Tu primo, C. Y."
La Sra. de George Peabody recibió otra carta, describiendo la misma reunión al aire libre, pero en mayor detalle, de su hermano, el señor William P. Endicott:
"Salem, Diciembre 30, 1842.

"... Durante el pasado otoño y en lo que va de este invierno, se han hecho esfuerzos señalados y desesperados en favor de la conversión de los pecadores. Primero, Miller, el 'Profeta,' levantó su tabernáculo en nuestro vecindario, y poderosa fue la lucha contra Satanás. Los ejercicios públicos eran irreprensibles, como lo pensé, pero la dirección familiar o privada de sus ignorantes discípulos eran inconcebiblemente repugnantes. Nadie quedaba excluído de asistir a éstos últimos hasta que la carpa estaba llena. Mencionaré un caso para ilustrar su carácter general. Yo estaba a la puerta de una de sus carpas, donde un individuo furioso e ignorante oraba por los pecadores presentes de esta guisa: '¡Oh, pecadores, el fin está a las puertas y no lo creéis! ¡Arrepentíos antes de que sea demasiado tarde, porque el fin viene! Y si Él os encuentra en vuestros pecados, ojalá no hubiéseis nacido, porque Él os tragará en su ira, y como vosotros no servís para nada sino como vómito de Jehová, cuando Él os haya tragado os escupirá derecho al infierno! Este es, palabra por palabra, el lenguaje usado, y por extraño que parezca, estos impíos desvaríos tenían el efecto de aumentar el número de los seguidores de Miller. Apenas había Miller terminado de hacer sonar su trompeta, cuando el Pastor Knapp, que había sido famoso en Boston, tomó la palabra, y ahora está trabajando día y noche, en mi opinión, no para reformar, sino para obtener seguidores, y le va bien. No puedo hacer un relato detallado de los varios mecanismos que se usan. El más prominente, sin embargo, es el 'Asiento de la Ansiedad,' al cual recurren diariamente muchos de los pecadores convencidos, y habiendo purgado sus pecados, salen inexpresablemente felices en el engaño de que su obra está consumada. No dudo de que algunos se benefician con el proceso; pero, ¿no es de temer que muchos, si no la mayoría, tristemente cometen el error de suponer que algunos días de frenético convencimiento de pecado pueden expiar toda una vida malgastada? He escuchado a este predicador, y veo en él mucho para explicar el maravilloso poder que ejerce sobre las mentes de los ignorantes. Es un atrevido e inescrupuloso denunciante de la venganza de Dios contra todos los que tienen una fe diferente. Se destaca al hacer terroríficas descripciones del infierno y la tortura. Abre el abismo, y su lenguaje gráfico apunta los ojos de la mente hacia los tormentos materiales que han de ser infligidos por el diablo, el cual, con sus cuernos, sus pezuñas, y su cola, se alza ante sus aterrorizados ojos, y tan intensamente horrible pinta este hombre el cuadro, que muchos se desmayan después de un alarido de desesperación. En mi opinión, sus oraciones osn blasfemas por su familiaridad. Por ejemplo, dice; '¡Envía, oh Señor, la lluvia de tu gracia sobre esta asamblea, como lluvia de billetes de a cincuenta!' De los Episcopales, dice: 'La adoración de ellos es tan fría y formal, que algunos de sus libros de oraciones lanzados al infierno lo congelarían, de manera que el diablo podría patinar muy bien.' De los Unitarios dice: 'Las agujas de sus templos deberían apuntar hacia abajo, para dar una idea correcta de hacia dónde se dirige la gente.' "Así que vosotros veis que, si no todos somos hechos mejores para cuando volváis a nosotros, no será por falta de prédica conmovedora. El señor Kirk está aquí, un hombre por completo diferente, etc., etc.

"Tu afectuoso hermano, W.P. E."
Es evidente que la salud del Profeta Miller se había deteriorado todavía más en esta época, puesto que no se hace ninguna referencia a su prédica en ninguna de estas cartas, aparte de que, después de que él había "hecho sonar su trompeta," fue sucedido por el Pastor Knapp y el más refinado señor Kirk, los cuales parecen haber causado una definida impresión, por no decir nada del hermano tragafuegos de los barrios bajos. El hecho de que estos hombres de tan diferentes calibres predicaran en la misma carpa y casi al mismo tiempo a muchedumbres de igualmente variados tipos muestra cuán rápida e infaliblemente una sugerencia hecha con fuertes palabras se apoderará por igual de la imaginación de educados y no educados, por lo menos despertando su curiosidad, si no por ninguna otra razón. A la dad de noventa y tres años, Daniel Kinsley, de Worcester, le hizo a la autora un relato de una reunión a la que él asistió en Fletcher, Vermont, donde William Miller predicaba. El señor Kinsley tenía quince años de edad en ese tiempo. La reunión tuvo lugar en un bosuq fuera de la población. Era un excelente día de Junio y una gran muchedumbre se había congregado allí, habiendo venido desde todos los pueblos y aldeas vecinos en coches ligeros y en carromatos.

Cuando el Profeta Miller subía a la plataforma, parecía tener una estattura un poco menos que mediana. El señor Kinsley lo describió como "un hombre serio y celoso, con un maravilloso poder de conservar la atención del auditorio y de persuadirlos a aceptar su propia creencia. No gritaba ni despotricaba, como hacen muchos reavivacionistas. Impresionaba por medio de su maneras serias y su modo de dirigirse a sus oyentes. Cuando hablaba, la gente tenía que enderezarse en sus asientos y escuchar. No podían evitarlo."

El señor Kinsley también dijo que muchos hombres que uno nunca supondría serían influídos por Miller o por su teoría a menudo se convertían en seguida y caían por completo bajo el hechizo del engaño.

Otro relato de una reunión, en la cual predicó el Profeta Miller, fue recibido por la autora de parte de la Sra. Susan L. Harrisy, de West Millbury, Massachusetts.

"Tengo ochenta y dos años de edad," escribió, "y en ese tiempo tenía sólo cinco años. Pero, oyendo a mi madre contar acerca de ello años más tarde, me parece como si yo misma lo recordara.

"En esa época, mi madre vivía en Chicopee, cerca de Springfield, en la parte occidental del estado. Miller mismo vino aquí, y tuvo un buen número de reuniones. El interés en la Segunda Venida de Cristo alcanzó niveles de fiebre.

"Mi madre, habiendo oído hablar mucho, asistió a algunas de las reuniones ella misma. Recuerdo haberle oído contar cómo fue a una de ellas, y mientras la excitación era altísima, las damas se despojaban de sus aretes (estaban bastante de moda en aquellos días) y anillos. Sentada al lado de mi madre estaba mi hermana mayor, que tenía puestas las cuentas de oro de mi madre, y comenzó a soltárselas para ponerlas en el platillo, cuando un oportuno codazo de mi madre y una indirecta para que dejara quietas las cuentas, detuvo el programa.

"Recuerdo también haberle oído decir que, en el día señalado, se reunieron en una colina alta cercana vestidos de blanco, esperando ser de los que habrían de encontrarse con el Señor en el aire, pero creo que todos ellos deben estar durmiendo tranquilamente en los cementerios en este momento."
"¡Pero con qué terribles sonidos
Se les habla a los impíos!
El cielo resuena con sus gemidos
Al ser puestos a su izquierda -
'Apartaos, malditos,' el juez exclama,
'Para ser destruídos en ardientes llamas!"'
De The Millenial Harp. Publicado por Joshua V. Himes, 1843.


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 7

La Construcción del Tabernáculo

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"Hark, the Sinner thus lamenting
At the thought of future pain;
Cries, and tears he now is venting,
But he cries and weeps in vain;
Greatly mourning
That he ne'er was born again."
The Millennial Harp, 1843.

Pasó Abril, y la tierra, en vez de partirse en dos y ser barrida por el fuego, se vistió con las galas de la primavera y se abrió en follajes y canciones.

Al principio, hubo evidencia de sorpresa y desencanto entre los Milleristas, pero pronto cedieron su lugar a una renovada confianza. "Después de todo," se recordaban el uno al otro, "hay un año entero en el cual esperar la Venida. La esperamos demasiado pronto. Eso es todo." Y los cantos y las exhortaciones se redoblaron con nuevo fervor.

Mientras todo esto sucedía, una gran estructura de madera, conocida como el Tabernáculo millerista, se construía en Howard Street, Boston, siendo éste el mismo sitio en el cual años más tarde se levantaría el teatro conocido como el Ateneo Howard. El edificio era circular, como de ciento quince pies de diámetro, y dispuesto de manera que pudieran caberle varios miles de personas. Este era el gran punto de reunión de los milleristas en Boston y los suburbios. El público, cuya curiosidad no conocía límites, lo observaban constantemente. Se decía que el edificio había sido asegurado por siete años, pero una negación de esto apareció en "The Midnight Cry" del 18 de Mayo de 1843, como sigue:

"Muchos periódicos han repetido la falsa afirmación de que el Tabernáculo de Boston ha sido asegurado por siete años. Hemos sido autorizados por la Secretaría del Comité para decir que el edificio ha sido asegurado por un año por necesidad, para proteger el pago de los gastos. Una compañía ofreció asegurarlo por siete años, pero la oferta fue declinada."

La idea de construir un Tabernáculo germinó en el fértil cerebro del Pastor Joshua V. Himes. Habría de ser terminado a comienzos de año, pero algunas demoras dilataron el trabajo, y no fue dedicado sino hasta el 6 de Mayo de 1843.

La dedicación tuvo lugar en presencia de un enorme auditorio, y como el Profeta Miller estaba muy enfermo, el Pastor Himes fue el maestro de ceremonias.

Se necesitaba una mente astuta y ágil como la suya para manejar la situación, que era uin poco delicada. Abril había pasado, y los seguidores de Miller, así como el público, evidentemente esperaban alguna explicación. En vez de presentar el discurso él mismo, el Pastor Himes ncomendó esta tarea al Reverendo S. Hawley, que había sido ministro presbiteriano pero que ahora se había convertido, y en el cual se podía confiar para que hiciera resaltar en fuerte relieve ciertas afirmaciones que el Pastor Himes deseaba que se enfatizaran. En referencia a la cuestión concerniente a la llegada del fin, cada palabra se escogió cuidadosamente, como muestra el siguiente extracto:

"En relación con ese suceso, lo esperamos en 'la plenitud del tiempo', en cumplimiento de todos los períodos proféticos, ninguno de los cuales parece extenderse más allá de 1843 D.C. Por lo tanto, lo esperamos para este tiempo. Seis mil años desde la creación era el tiempo en que la iglesia primitiva esperaba el Advenimiento, y Lutero, Bengal, Burnet, Fletcher, Wesley, y otros, todos tenían sus ojos puestos más o menos en este período de tiempo. Y ahora el cumplimiento de las profecías, el fin de los períodos proféticos, y las señales de los tiempos, nos amonestan de que verdaderamente está a las puertas."

Después de esto, vino una afirmación que ciertamente debe haber asombrado al auditorio, especialmente a los que habían estado asistiendo a las reuniones en las carpas a principios de ese año:

"El público ha sido engañado por la prensa secular y religiosa en relación con los particulares días y meses que se dice que se esperaba al Salvador. Hay demasiadas dificultades al tratar de fijar con certeza cualquier día en particular para que sea seguro señalarlo con algún grado de positividad, aunque a algunas mentes les pueda parecer que más probables circunstancias apuntan más a algunos días en particular que a otros. Cuando nuestros hermanos les han puesto nombre a estos días, éstas han sido sólo sus propias y personales opiniones, y no la opinión de sus amigos. Por lo tanto, la causa no es responsable de cualesquiera limitados puntos de vista y cálculos. Ocupamos el mismo terreno que hemos ocupado siempre, de acuerdo con la página principal de todas las conferencias del señor Miller, es decir, que el Segundo Advenimiento ocurrirá por el año de 1843. El 23 de Abril, al que todos nuestros oponentes han apuntado, nunca fue mencionado por ninguno de nuestros amigos, sino sólo por nuestros enemigos.

"Debemos evitar todos estos conceptos extravagantes, y todo lo que pueda conducir al fanatismo. Dios no es el autor de confusión. 'Hágase todo decentemente y con orden,' dice el Apóstol.

Luego, el Comité del Tabernáculo hizo esta declaración específica, aunque pronto fue olvidada en la agitación de los meses siguientes:
"Se nos ha ordenado que nos mantengamos ocupados hasta que Cristo venga. Hemos de plantar nuestra semilla y recoger nuestra cosecha mientras Dios nos dé tiempo de plantar y tiempo de cosechar. Si mejoramos el tiempo de la siembra venidera, y no tenemos cosecha, habremos cumplido con nuestro deber, y si se nos da una cosecha, estaremos preparados para segar. Nuestro deber es estar continuamente ocupados, ya sea proveyendo para las necesidades de los que dependen de nosotros, como aliviando las angustias ajenas. Hemos de hacer el bien según tengamos oportunidad, y de ninguna manera malgastemos nuestro tiempo en ociosidades. Eso traería reproche sobre nuestro Salvador. Asegurémosnos de que nuestros corazones estén bien a la vista de Dios, y luego, ya sea que velemos o durmamos, que estemos trabajando para salvar almas u ocupados en nuestros diarios deberes, de que nos encontraremos con nuestro Señor en paz. Que el Dios de paz dé, a todos los que profesamos amar Su aparición, la sabiduría que nos guiará en lo correcto, y nos conduzca por el camino de la verdad, y que redunde en Su mayor honra y gloria.

[Firmado] "Prescott Dickinson
"Frederick Clapp
"Wm. M. Hasltat
"Stephen Nichols
"John Lang
"Micajah Wood
"Joseph G. Hamlin
"John Augustus
"Joshua V. Himes
"Comité del Tabernáculo."


Habiendo establecido estos puntos a la aparente satisfacción de los seguidores de los Milleristas, el Pastor Joshua V. Himes y su comité sostenían reuniones diarias en el Tabernáculo, en el cual la gente ocupaba cada espacio disponible. Los cantos podían oírse a gran distancia, y los que no podían entrar al edificio llenaban las calles afuera. En toda esta agitación, un hecho psicológico resaltaba muy claramente, y éste era la completa incapacidad tanto de parte de la multitud como de la mayoría de los seguidores de Miller para captar una idea tan estupenda y tan abrumadora como la súbita aparición de nuestro Señor - la tierra disuelta en llamas, el cambio instantáneo de este mundo material en cielo o en infierno. Los labios podían pronunciar las palabras, pero los cerebros no las registraban. En consecuencia, la conducta de las multitudes burlonas y de los creyentes era a menudo inconsecuente hasta lo último. Para ilustrar esto, mientras las reuniones tenían lugar en el Tabernáculo, afuera se tenía la impresión general de que durante la reunión los Milleristas esperaban elevarse, pasar a través del techo, y flotar hacia el cielo, y un gran número de personas se reunían fuera en el Común con la esperanza de alcanzar a verlos después de que se hubiesen elevado por sobre los edificios y estuviesen en camino. Esto no es cuento de hadas - es un hecho. La autora de este libro tiene un pariente cuyo padre fue llevado al Común de niño "para ver a los Milleristas subir" en una de estas ocasiones.

El 28 de Mayo, el hijo del Profeta Miller le escribió las siguientes líneas al Pastor Himes: "En términos generales, la salud de papá no ha mejorado. Continúa muy débil y desanimado, y confinado a su cama la mayor parte del tiempo."

Durante este período y a través del verano, Miller estuvo demasiado enfermo para participar en absoluto en lo que ocurría, y el Pastor Himes hizo todo lo que pudo, o por lo menos trató. No pudo hacerlo con el Reverendo John Starweather, quien continuó proyectando su mesmérica influencia sobre los confiados auditorios, y se apareció en una reunión al aire libre que comenzó el 9 de Agosto de 1843 en Plainfield, Connecticut. En esta reunión, de acuerdo con el biógrafo de Miller, "hubo algunas manifestaciones completamente nuevas para los presentes, que ellos no pudieron explicar."

Pero no se necesitaba al hermano Starkweather para inducir condiciones anormales. El Pastor Bliss nos cuenta que en Stepney, cerca de Bridgeport, en ese mismo mes, algunos jóvenes, profesando tener el don de discernir espíritus, "se apresuraron a cometer grandes extravagancias."

Más tarde, en Septiembre, un artículo protestando contra las acciones de la ocasión y firmado por el Pastor J. Litch apareció en "The Midnight Cry."

"Rara vez he presenciado una escena más ignominiosa bajo el manto de la piedad," escribe. "Más o menos cada año durante los últimos diez años, he estado en contacto con el mismo espíritu, y he tomado nota de su evolución, sus comienzos, y sus resultados, y ahora estoy preparado para decir que es impío, y solamente impío, y esto continuamente. Yo me le opuesto siempre dondequiera que lo he visto aparecer, y de la misma manera ha sido deunciado por oponerse al poder de Dios y resistirse a la operación del Espíritu. El origen de él es la idea de que los individuos involucrados de esta manera están por completo bajo la influencia del Espíritu de Dios, son Sus hijos, y Él no los engañará ni los hará extraviarse. De aquí que cedan a todo impulso que reciben como si viniera de Dios y, siguiéndolo, no hay límites para el fanatismo al cual pueden llegar." [The Midnight Cry, Septiembre 14 de 1843.]

Para este tiempo, circulaba todo tipo de rumores en relación tanto con el dinero que el Pastor Joshua V. Himes recibía por sus publicaciones como con el dinero recogido en las carpas, etc., que el público calculaba que alcanzaba grandes sumas. En realidad, un gran porcentaje de los folletos que él publicaba se distribuían gratuitamente, lo cual reducía considerablemente el dinero recibido. De seguro, las ventas de las conferencias de Miller deben haber sido tan grandes como la venta de "The Midnight Cry," pero los gastos eran elevados. Había el edificio del Tabernáculo, y el constante transporte y levantamiento del enorme Tabernáculo, una característica que ayudaba a diseminar la doctrina del Profeta Miller; había gastos de viaje aquí y allá, incurridos por un gran número de predicadores que no podían sufragárselos. Estas cosas no eran tomadas en cuenta por el público. Había también un rumor de que, como prueba de que el Profeta Miller no creía en su propia profecía, se estaba construyendo un alto muro de piedra alrededor de su granja. Hay dos informes de visitas a su casa, que son interesantes. Uno contradice al otro por completo. El primero es un extracto de una carta que apareció en "The Midnight Cry" el 6 de Julio de 1843, firmado por A. Spaulding, y cuenta de una visita a Miller durante su enfermedad:

"No había yo estado allí sino un corto tiempo cuando él manifestó su hospitalidad preguntándome si mi caballo había sido atendido. Intercambiamos libremente opiniones sobre las profecías y conversamos sobre la Venida de nuestro Señor... Le dije que yo no había visto alrededor de su granja el alto muro del que tan a menudo había oído hablar. Dijo que el señor Tilden, que estaba presente, iría conmigo a buscarlo. Así que dimos un paseo alrededor de la granja. Hay un muro de piedra común y corriente, como los que hay en todas las otras granjas vecinas. Siendo el terreno pedregoso y disparejo, éste es un método de construir cercas tan bueno como cualquier otro. Aunque su granja no tiene las marcas del descuido, no vi mejoras recientes, excepto un portón común. Los edificios estaban en buenas condiciones, y todo estaba en orden. La granja es manejada por sus hijos, granjeros sencillos e industriosos, que sostienen a la familia y le pagan una suma anual para sus gastos personales. Su casa, como cierto número de otras en la vecindad, es una buena casa de dos pisos, con persianas verdes, y el frente y los extremos pintados deblanco. El mobiliario es sencillo, hecho como está para ser usado, no como adorno. No vi nada extravagante. En una habitación hay un banco de zapatero, usado por uno de sus hijos, que es paralítico.

"El hermano Miller ocupa una de las habitaciones frontales inferiores, donde tiene su cama, algunas sillas comunes, su antiguo librero, y un reloj. En la otra habitación hay un retrato, pintado hace como veinte años; un gran diagrama de la visión de Daniel y de Juan, pintado sobre lienzo y parecido al que aparece en una miniatura en la última parte de su libro. El artículo más elegante en la casa era una Biblia, que le había sido presentada por un amigo en Boston.

"La granja, con sus mejoras, es el resultado de muchos años de duro trabajo y economía. Todo conectado con ella parece indicar que él cree en lo que predica. Trabajaba en su granja, estudiaba su Biblia, se convenció de la verdad, y luego la declaró sin temor a sus paisanos (viajando las más de las veces a su propia costa), y ellos a su vez dijeron toda clase de infamias contra él."

La otra carta apareció en el "Troy Times" de Julio de 1894, y contenía un relato por el Reverendo Profesor Wentworth, que entonces trabajaba en la Troy Conference Academy, de una visita que le hizo al Profeta Miller el día antes de la gran conflagración que se esperaba. Dice en ella que, "aunque el juicio final estaba tan cerca, y los fieles estaban deshaciéndose de sus bienes materiales como muestra de su desprecio de todo lo que fuera perecedero, no sucedía así con Miller mismo. Creía en el mandato: 'Manteneos ocupados hasta que yo venga,' y sus campos estaban limpiamente segados y cosechados, su leñera estaba llena de leña aserrada y apilada para ser usada en el invierno. Cuarenta varas de un nuevo muro de piedra habían sido levantadas ese otoño, y una rastra estaba lista allí cerca con rocas para ser puestas en el muro al día siguiente." [Daniel Treadwell, Personal Reminiscences of Men and Things on Long Island.]

Es posible que los hijos del Profeta Miller que manejaban la granja pensaran que era mejor errar del lado seguro.

Para Septiembre, Miller había recobrado su salud lo suficiente como para entrar al campo de acción nuevamente, e hizo una gira bastante extensa por New Hampshire, incluyendo Claremont, Springfield, Wilmot, Andover, Franklin, Guilford, Gilmantown, Concord, y Exeter. Desde allí, fue a Massachusetts y disertó en Lowell, terminando finalmente con tres conferencias en Boston, después de lo cual regresó a su hogar en Low Hampton para descansar.

Durante su enfermedad, no había tenido oportunidad de descubrir el alcance del fanatismo que para entonces se había convertido en un serio problema dondequiera que sus seguidores se congregaban. En su última visita a Massachusetts, sin embargo, se encontró cara a cara con condiciones que lo sorprendieron y lo preocuparon. Escribió una carta de protesta que fue publicada en el "Signs of the Times" de Noviembre 8 de 1843.

"Mi corazón se sintió profundamente adolorido durante mi gira," escribe, "al ver en algunos de mis anteriores amigos una proclividad a extremos desaforados y estúpidos, así como a vanos engaños, tales como hacimiento de milagros, discernimiento de espíritus, puntos de vista liberales y vagos acerca de la santificación, etc. Por lo que respecta a los milagros, no tengo fe en los que pretenden de antemano que pueden hacer milagros. Siempre que a Dios le ha parecido bien efectuar milagros, los instrumentos aparentemente no han estado conscientes de haber tenido el poder hasta que la obra se ha efectuado. En ningún caso que yo recuerde, se ha proclamado con una trompeta que ellos podían hacer o harían un milagro. Moisés y los profetas eran más modestos que esos modernos pretendientes a este poder. Usted puede estar seguro de que cualquiera que reclama para sí este poder tiene el espíritu del Anticristo. Me temo que el discernimiento de espíritus es otro movimiento fanático para apartar a los Adventistas de la verdad, y llevarlos a depender de los sentimientos, las costumbres, y el engaño de sus propias mentes, más que de la palabra de Dios. He observado que las personas que creen que han sido bautizados por el Espíritu Santo, como lo llaman, se vuelven más sensibles a sí mismos, y muy celosos de su propia gloria; menos pacientes, y llenos de un espíritu de denuncia contra otros que no son tan afortunados como ellos. Hay muchos espíritus en el mundo, y se nos ordena que probemos los espíritus."


Pero ni siquiera el Profeta Miller - el hombre que había sembrado las semillas de este fanatismo - tenía suficiente poder para evitar la densa maleza que surgió y que extendió sus tentáculos en todas direcciones, impidiendo el crecimiento de la vegetación saludable que estaba a su alcance. Miller salió de su aislamiento de muchos meses de enfermedad para encontrarse con que sus seguidores se le habían adelantado mucho. Además, ellos ahora estaban siendo dirigidos por una hueste de otros predicadores de la doctrina, especialmente el Pastor Joshua V. Himes, que era el editor de los varios periódicos y folletos que promocionaban la causa Adventista, controlando así el material de lectura que se les repartía a los fieles, y quien hizo poco para detener este exceso de fanatismo mientras al mismo tiempo profesaba deplorarlo.

Unos pocos extractos de "The Midnight Cry" dará una idea de la manera en que la doctrina se difundía:

"Charles Fitch, anteriormente pastor de la Iglesia Presbiteriana Libre, de Newark, New Jersey, predicará sobre la Segunda Venida de Cristo a las Puertas, en la esquina de las calles Catherine y Madison, el próximo sábado por la mañana. Su permanencia en New York será corta. Se recogerá una ofrenda para sufragar sus gastos en el Oeste." [The Midnight Cry, Junio 1, 1843.]

"El Reverendo Thimball presentará un discurso, sobre profecías no cumplidas, el próximo domingo por la noche en la gran capilla de la Universidad de New York en Washington Square." [New York.] [The Midnight Cry], Junio de 1843.

"Las conferencias continuarán tres veces los sábados en el Salón Apolo, en el número 410 de Broadway, y en el Salón Columbia, en el número 263 de la calle Grant los lunes, martes, miércoles, y viernes por la noche. Habrá reuniones de oración los jueves por la noche en varias residencias privadas." [New York.] [The Midnight Cry, Junio 3, 1843.]

"Reunión en carpa sobre la Segunda Venida, en la granja de Michael N. Stoner (si el tiempo continúa) como a milla y media de Middleton, a la vista del Peaje del Ferrocarril de Harrisburg y Lancaster y el Canal de Pennsylvania. Comenzará el viernes 28 de Julio y continuará por diez días. A todos los que amen la aparición del Señor se les pide que asistan y traigan sus propias tiendas de campaña. Se les proporcionará cómodo alojamiento en tiendas a todos los que vengan desde cierta distancia, y habrá alimentación disponible en el terreno a razón de $1.50 por semana o 12 1/2 centavos por comida.

"Se les prohibe a todas las personas desordenadas permanecer en o cerca de la carpa. La ley prohibe la venta de toda clase de artículos de tráfico, bebidas alcohólicas, vino, oporto, cerveza, sidra, etc., dentro de tres millas de cualquier reunión religiosa. Se requerirá de todos el más estricto orden durante todo el tiempo que dure la reunión.

"El público en general está invitado." [The Midnight Cry, Julio 27, 1843.]

La Reunión en Carpa de Buffalo, New York

El editor, Joshua V. Himes, dice de ella:

"El sábado tuvimos un gran número de residentes de la ciudad y el vecindario; y de todos los lugares que he visitado hasta ahora con la Carpa, debo decir que nunca fuimos saludados con mayor respeto, ni tuvimos mayor orden de la muchedumbre que en este lugar. La impresión causada ha sido favorable y poderosa. La ciudad entera está animada. La gente está ansiosa de luz. Hemos distribuído material impreso por miles, y está siendo leído en toda la ciudad."

"El Hermano Himes visitó Toronto, Canada, el noveno instante. Se hicieron arreglos para que el Hermano Fitch presentara una serie de conferencias en esa ciudad como el primero de Septiembre." [The Midnight Cry, Agosto 17, 1843.]

"Nuestro próximo movimiento general será en Ohio, probablemente en Cincinnati o en las cercanías, o donde a los hermanos les parezca mejor. Si es posible, nos proponemos reunirnos con nuestros hermanos en esa parte del país para distribuir material impreso por valor como de $2000 en esa parte de la Unión. Hasta donde sea práctico, le proporcionaremos a cada pueblo una biblioteca. También nos proponemos proporcionar material impreso sobre el tema a todos los ministros, que ellos leerán. Si ellos mismos no pueden obtenerlo, nosotros se lo proporcionaremos. No tendrán excusa.

"Esperamos ver una gran congregación en el Oeste. Varios eficientes maestros estarán allí para presentar a la gente las fuertes razones que tenemos para nuestra gloriosa esperanza." [The Midnight Cry, Agosto 3, 1843.]

"El Hermano Hutchinson escribe que él está haciendo todo lo que puede para difundir el Clamor en Canada y otros lugares.... Cualquier ayuda que se le preste será recibida con gusto.

"Reunión en carpa en Groton, Massachusetts, como a dos millas de la población, sobre el camino principal que va desde Groton a Keene, comenzando el 15 de Agosto. Estarán presentes capaces exponentes de la doctrina." [The Midnight Cry, Agosto 10, 1843.]

Al pasar los meses, la situación se volvió aún más tensa para los seguidores del Profeta Miller, y con la excitación de las reuniones en las carpas, los cantos, las exhortaciones, y los permanentes estremecimientos de temor creados por la espera, hora tras hora, del fin, la histeria cruzó repetidamente la línea que la separaba de la locura, y los asilos se llenaron de pobres hombres y mujeres engañados, mentalmente incapaces de resistir el esfuerzo. En un libro titulado "Boston Notions," impreso por Nathaniel Dearborn en 1848, y vendido por W. D. Ticknor & Co., en Boston, y William A. Colman, en Broadway, New York, se hace un relato del Movimiento Miller, en el cual se hace la siguiente afirmación: "Cientos de estos desafortunados fanáticos están ahora en los hospitales, y en el informe oficial del hospital de Worcester, el número de internados allí a causa del frenesí religioso iguala al número de víctimas de la intemperancia."

Hay un interesante artículo escrito por el finado Festus C. Currier, de Fitchburg, titulado "Observations On the Nineteenth Century" [Observaciones Sobre el Siglo Diecinueve], que él leyó ante la Fitchburg Historical Society en 1902. Habiendo visto personalmente al Profeta Miller y habiéndole oído predicar, sus afirmaciones tienen un claro valor. Comentando los muchos y lastimosos casos de locura notables durante este período, menciona una ocurrencia que presenció en Junio 17 de 1843.

"Tarde en la tarde," dice, "regresaba de Boston, donde había asistido a la celebración de la terminación del Monumento de Bunker Hill, y adonde había ido a escuchar a Daniel Webster y a ver al Presidente John Tyler (que era un invitado de la Asociación Pro Monumento). Viajando en la parte de afuera de una diligencia, cuando pasaba por la calle cerca de la estación de Wellesley Hills del Ferrocarril de Boston y Albany, conocida entonces como la Estación Grantville, observamos a cuatro hombres que llevaban, en dirección de la estación, a un hombre que supusimos estaba ebrio o era víctima de un ataque. Al preguntar, nos enteramos de que estaba siendo llevado al Manicomio de Worcester. Los periódicos del día siguiente informaron del caso. Aparentaba ser un hombre como de cincuenta años de edad, de buena posición y medios, pero que bajo la influencia de la doctrina de Miller se había vuelto loco de remate. Éste fue sólo uno de muchos infortunados de los cuales se informó que habían sido apartados de la razón y el buen juicio. Pero la cercanía del 'último día,' como lo llamaba Miller, sólo aumentaba la excitación, y muchos ciudadanos equilibrados fueron afectados por ello, particularmente los de fuertes sentimientos religiosos y temperamento emotivo."

Si las personas de edad madura eran afectadas, los niños no lo eran menos. En un sermón predicado por el Reverendo James A. Hayne en la Iglesia Congregacionalsta de South Wilbraham durante ese período, él contó la siguiente anécdota como advertencia a sus feligreses en relación con la influencia de la profecía del Profeta Miller sobre la mente de un niño.

"Una niñita," dijo, "aterrorizada por las conversaciones de que el mundo llegaba a su fin y que los impíos iban a quemarse, dijo: 'Madre, quiero morir este verano. No quiero vivir el año siguiente y quemarme'."

Un relato de lo que los niños experimentaron en ese tiempo apareció en "The Outlook" de Mayo 18, 1908, escrito por Jane Parker y basado en su propia experiencia. El Hermano Marsh era una figura familiar en "The Midnight Cry," siendo citado repetidamente, y las reminiscencias de su hija, por lo tanto, son doblemente interesantes. Unos pocos extractos revelarán la presión bajo la cual vivían estas personitas:

"Yo tenía seis años de edad [1843 D. C.] cuando mi padre, que era pastor de una parroquia rural en el este de New York, 'salió de Babilonia,' quemó sus naves tras él, y trasladó su familia a Rochester para ocupar la plaza designada para él por Padre Miller como cabeza del centro occidental del Movimiento, convirtiéndose en el director del periódico semanal y de incontables publicaciones de la causa. Su hogar era un puerto de refugio contra las tormentas para predicadores viajeros y sus familias. Su flexible hospitalidad abarcaba a un gran contingente de los fieles de la región alrededor, que habían dejado todo para pasar el resto del tiempo asistiendo constantemente a las reuniones de los creyentes. La esperanza de 'subir todos juntos con aclamación' era amplia compensación por dormir en en el piso de nuestra sala, como muchos tuvieron que hacerlo, y por dejar a sus bebés todo al día al obligatorio cuidado de los niños de mi madre.

"Que la trompeta podría sonar en cualquier momento no había peligro de que nosotros los niños lo olvidáramos ese verano porque, aunque se había fijado un día para el Fin, cabía la posibilidad de que se cometiera otro error al calcular los períodos proféticos, así como en las interpretaciones, eslabones faltantes, etc. Que no había que correr ningún riesgo en desobediencia pesaba con fuerza en nuestras mentes infantiles. Debíamos hacer lo mejor que podíamos cuidando los bebés que demasiado a menudo quedaban en nuestras manos. La temida expectación de escuchar 'la terrible trompeta' quedaba maravillosamente atenuada por la larga demora - felizmente - porque nunca nos olvidamos de que el d&iaacute;a que se acercaba ardería como un horno. Yo sabía cómo era el calor de un antiguo horno de ladrillos. Una vez que abrí la puerta de uno de ellos se me chamuscó el cabello. Otro día, lancé mi muñeca de trapo a una fogata de basura de jardín y, viendo la muñeca encogerse hasta convertirse en cenizas, aprendí lo que era 'arder sin dejar ni raíz ni rama.' ¡Y yo con una manzana verde en el bolsillo en ese momento! Nunca dejaba de decir por la noche: 'Si el Señor viene antes de la mañana, ojalá que yo sea arrebatada para encontrarme con Él en el aire.' ¡Pobre pequeña Millerista! Me decía a mí misma: 'Papá se asegurará de que yo sea sacada del fuego a tiempo.' Pero éramos tres niñitas, además de mamá, y los truenos y los relámpagos siempre la hacían desmayarse. ¡Por supuesto, mi gatito tendría que ir también, así como un muchachito que me gustaba pero que decía malas palabras! Pero estos estados de ánimo eran breves, y ocurrían sólo cuando yo había sido muy arrogante. En general, no me había ido demasiado mal ese verano, porque no había tenido que ir a la escuela, ni había tablas de multiplicar, ni libro de deletrear. Aunque habíamos tenido que leer mucho en nuestras Biblias, y recitar de un catecismo sobre el Libro de Daniel, haciendo tan claro como fuera posible que el fin del mundo llegaría ese mismo año.

"Daría mucho ahora por ver uno de esos catecismos de niños sobre Daniel preparados para los pequeños Milleristas. Estoy bastante segura de que había también un libro sobre Apocalipsis, porque ¿de qué otra manera se puede explicar mi marcada preferencia de niña por la visión de 'San Juan' por sobre las visiones del libro de Daniel? ¿O mi precoz relación con todos los sietes - candelabros, ángeles, iglesias, sellos, copas - cada uno de ellos una fuente para mi imaginación? ¿O aquellas langostas con dientes de león y colas de escorpión? ¿Quién relegó a un segndo plano hasta el fascinante macho cabrío de Daniel, que pisoteaba no sólo el terrible carnero, sino también las estrellas del cielo?

"'Ir a la reunión,' de lo que hubo mucho para los los niños ese verano (y oh, ¡cuántos días de ayuno!) fue maravillosamente aliviado por los incultos burladores que a veces diversificaban los largos sermones con ruidosas interrupciones. Cuando llegaba la policía, aquéllo era siempre un episodio impresionante para nosotros. Algunas veces, una mujer caía en trance y veía cosas extrañas, o el Hermano Alguien hablaba en lenguas y había que callarlo cantando. Eso siempre lo disfrutábamos inmensamente. O teníamos bautismo por inmersión en el río, cuando la gran muchedumbre en la orilla cantaba

"'Veremos al Señor venir en la mañana de resurrección,
Mientras la banda de música resuena en el aire.'

"Los niños acostumbraban levantarse para orar en aquellas grandes reuniones, y contar sus 'experiencias.' Mamá nos aconsejaba mantenernos fuera de eso, y así lo hacíamos.

"Otra característica era la gran imagen de madera del primer sueño de Nabucodonosor, que usualmente estaba debajo del diagrama pictórico de Padre Miller de las profecías - aquellos austeros retratos del sueño de Daniel y las visiones de Juan - bestias desconocidas para la zoología. La imagen podía ser desmontada, reino por reino, hasta que no quedaba nada, salvo los pies de hierro y de barro cocido, condenados a ser hechos pedazos 'el día décimo del mes séptimo del Jubileo' ...

"Contar historias, siempre de la Biblia, y jugar a tener reuniones de oración eran pasatiempos favoritos de los pequeños Milleristas. Estos juegos siempre terminaban con estas palabras: '¡Y así es como el mundo llegará a su fin 'el día décimo del mes séptimo en el año del Jubileo!

"Todos recitábamos a coro la suerte de Nabucodonosor:

"'Fue echado de entre los hombres; con las bestias del campo fue su habitación;
"'Comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo
Hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves.'

"Podíamos contestar con confianza las preguntas: '¿Quién es el rey del norte?' y '¿Quién es el rey del sur?' Nos sabíamos las características peculiares de cada una de las terribles bestias - la plaga de cada copa - los nombres de los jóvenes hebreos - la lista de los instrumentos musicales usados en la dedicación de la gran imagen que el Rey de Babilonia erigió. ¡Con cuánta soltura contestábamos cualquier pregunta de nuestro catecismo acerca de Daniel el Profeta!

"Y los días pasaron y todavía la visión se tardaba ... ¡Bienaventurado el que espera, Selah!'"

La Sra. de Tehodore C. Parsons, de Agawam, Massachusetts, proporciona una pequeña anécdota que revela la sencilla credulidad de la mente de un niño. Su madre, que a la sazón vivía en South Scituate, Rhode Island, tenía muchos recuerdos de la agitación creada por la profecía de William Miller durante 1843 y 1844.

Había un hombre llamado Barker que también vivía allí, y era un entisiasta seguidor del Profeta. Un día, un muchachito fue visto encaramado en la cerca en frente de la casa de este buen hombre, y mirando fijamente hacia la casa con los ojos muy abiertos. Estuvo sentado allí tanto tiempo, que algunos vecinas sintieron curiosidad. Una de ellas cruzó la vereda, y le preguntó qué estaba mirando. El jovencito levantó la vista y la miró de un modo en que se mezclaban el temor, la curiosidad, y asombro. "Estoy esperando ver al Sr. Barker subir al cielo," susurró en tono de asombro.

Otro ejemplo del temor oculto en lo profundo de los corazones de los niños durante este período de agitación proviene de la Srta. Eugenie J. Gibson, de Woodsville, New Hampshire, cuyo tío tenía muchos recuerdos de la excitación que prevalecía en 1843 y 1844. Ella tenía diez años de edad en ese tiempo, y su familia vivía en un pueblecito en el sur de Vermont.

"Él estaba muy impresionado," dice la Srta. Gibson, "con los preparativos de los vecinos para el día en que el ángel Gabriel hiciera sonar la trompeta. Muchos vendían sus granjas y su ganado (nunca se le ocurrió preguntar qué esperaban hacer con el dinero), y todos se fabricaban capas blancas. Él se sentía muy acongojado por la falta de interés de su madre, y un día le preguntó cuándo iba ella a comenzar a fabricar las capas de ellos. Cuando ella contestó que no pensaba fabricar ninguna, él decidió que lo único que a podía hacer era mantenerse cerca del granjero Jones, que era corpulento y fuerte, y colgarse de su capa cuando viniera la señal, y así ascender al cielo con él."

La Sra. de Paul Ruggles, de Camden, Maine, recuerda que su madre con frecuencia contaba una experiencia que había tenido cuando llevó a una de sus hijitas a una carpa Millerista en 1844. En aquella ocasión, hombres y mujeres, "se lanzaron al piso, rodando y gritando." Su pobre niña estaba tan aterrorizada, y gritaba tan desaforadamente, que tuvo que llevársela a casa.

El Sr. John M. Fountain, de Eastport, Maine, (que nació en 1835), pidió a su hija que le enviara a esta autora la siguiente divertida anécdota acerca de sí mismo cuando era niño, cuando todos esperaban el fin:

"Dice que recuerda aquel tiempo muy claramente," escribió su hija, "cuando él era un muchachito, de lo que toda la gente hablaba, y de la gran excitación que había. Una cosa recuerda especialmente, y es haberle dicho a su madre que, si venía el fin del mundo, ¿por qué no matar todos los pollos y gallinas, y comer bien antes de que llegara el momento? Ella le dijo que se callara y se quedara quieto."

"Ahora, ¡oíd!, el sonido de la trompeta rasga los cielos;
Ved cómo, millones que dormitan, despiertan y se levantan.
¡Qué gozo, qué terror, y qué sorpresa!
Tomado de "The Millenial Harp," publicado por Joshua V. Himes en 1843.


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 8

El Equinoccio de Primavera

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"Now despisers look and wonder,
Hope and Sinners here must part,
Louder than a peal of thunder
Hear the dreadful sound 'Depart!'
Lost forever!
How it quails the Sinner´s heart!"

El verano se acercaba a su fin, y todavía no había ninguna señal del fin. Habían ocurrido ciertas cosas que parecían ser de importancia sobrenatural para los expectantes creyentes en la profecía. Hubo el gran cometa que relampagueaba en los cielos nocturnos. Hubo la enjoyada corona que alguien había afirmado haber visto en los cielos, y la sangrienta luna, y la sangrienta guadaña. Y había habido una catástrofe en Rochester, que había causado gran conmoción cuando un terrible ventarrón había levantado el enorme Tabernáculo por los aires y lo había dejado caer sobre quinientas personas que se habían reunido allí para tener una reunión, y ni una sola de ellas había sido lesionada seriamente. Esto había sido considerado una manifestación de la especial protección divina y la seguridad de que el fin se aproximaba. Pero pasaban los días uno tras otro, y los rostros anhelantes y ansiosos se volvían macilentos a fuerza de esperar. Entonces, un revolotear de duda y vacilación se hizo evidente en ciertas comunidades, pero pronto se disiparon cuando se recordó que ya por 1839 el Profeta Miller había dicho en alguna ocasión, pero había sido olvidado en medio de la general excitación, que él no estaba seguro de que el suceso tendría lugar durante el año cristiano desde 1843 hasta 1844, y que él afirmaría que ocurriría en el año judío entero, lo cual llevaría la profecía al 21 de marzo de 1844. Un anuncio a propósito de esto se difundió, y para esta época el engaño se había afirmado tanto en la imaginación de sus seguidores que cualquier explicación simple, por cruda que fuera, parecía suficiente para tranquilizar todas las dudas y preguntas. El hechizo de la profecía estaba aletargando la natural percepción de sus víctimas.

Habiendo aceptado esta prolongación del tiempo calculado, los hermanos que habían asumido la responsablidad de hacer sonar la alarma comenzaron su trabajo con renovada energía y se superaron en sus esfuerzos para aterrorizar al ejército de incrédulos, para que se dieran cuenta de los horrores que los aguardaban, y para fortalecer la fe de los que ya estaban en sus filas. Pero los meses transcurrieron, uno por uno, y llegó el invierno con sus remolinos de nieve, enceguecedoras ventiscas, y feroces vientos del norte, y todavía "la visión se tardaba."

Se podían oír las voces de los Milleristas cantando y clamando, exhortándose los unos a los otros a permanecer firmes y a asegurarse de que sus lámparas estuviesen preparadas y ardiendo, listas para el terrible momento, cuando ocurriera. ¡Y todavía nada sucedía!

Poco a poco, los días se prolongaron, al girar el antiguo planeta hacia el equinoccio de primavera, indiferente a la profecía de los hombres de una inminente destrucción; la luz del sol se volvió más tibia y los capullos comenzaron a hincharse; entonces la exaltación se volvió febril y agitada, y los gritos más estridentes.

El Profeta Miller había estado esperando el fin por semanas en su casa de Low Hampton, y allí estaba cuando el último día llegó - el 21 de marzo, que cerraba el año judío. Desgastado por la mala salud y los prematuros achaques de la edad, esperaba en suspenso, sin aliento; leyendo y releyendo el libro de Daniel, y consultando su diagrama; alerta, y prestando atención al terrible sonido de la trompeta que despertaría a los muertos que dormían. Su confianza en la profecía permanecía imperturbable; esperaba una victoria final sobre los burladores y detractores que lo habían acosado en su camino y escarnecido su doctrina; y creía que su galardón estaba cerca. ¡Pero la incertidumbre era abrumadora!

Con el pastor Joshua V. Himes el asunto era diferente. Trabajó con energía infatigable hasta el fin. En la misma mañana del 21 de marzo, se distribuyó una gran edición de "The Midnight Cry." En ella, anunciaba con alarmante inconsistencia la llegada del primer número de un nuevo periódico llamado "The World´s Crisis," en el cual aparecían las siguientes palabras de exhortación:

"Estando en vísperas de la Crisis Mundial, en los mismísimos últimos momentos del período que ha de presenciar la terminación de todas las cosas terrenales, urgentemente les rogamos que, con oración, revisen estas páginas, que contienen algunas de las razones de nuestra fe de que el presente Año Judío cerrará el drama de esta tierra e introducirá la eternidad."

Después de citar algunas de estas razones, el Pastor Himes hace el siguiente cauto anuncio:

"A los lectores de The Midnight Cry.

"No tenemos ninguna nueva luz en relación con los períodos proféticos. Nuestro tiempo termina en este año judío. Si el tiempo continúa más allá de él, no tenemos ningún otro período para fijar, sino que de aquí en adelante esperaremos el suceso cada hora hasta que el Señor venga. Otros, bajo su propia responsabilidad, pueden ofrecer sus puntos de vista sobre la terminación de los períodos. Si fuera necesario, nosotros ofreceremos los nuestros sobre este punto.

"Estemos preparados, habiendo ceñido nuestros lomos y preparado nuestras lámparas, para que cuando venga el Maestro podamos abrirle inmediatamente.

"J. V. Himes, New York City."

Hora tras hora, durante el día y la noche, grupos de engañados hombres, mujeres, y niños permanecían mirando al cielo, observando las nubes y el sol, y más tarde las estrellas, esperando la señal del fin. Algunos estaban aterrorizados; otros se autoinducían a un estado que bordeaba el frenesí, gritando ¡Aleluya1 ¡Aleluya!, y otros estaban como aturdidos y no podían hablar.

Pero la alborada del 22 de marzo se hizo visible en el cielo, iluminando los pálidos rostros de los vigilantes. Nuevamente, el tiempo había pasado, y la profecía no se había cumplido, y el fin no había llegado.

¡Sin duda, muchos de los fieles se regocijaron para sus adentros, pero había entre ellos almas sinceras, para las cuales el darse cuenta de la fría realidad resultaba aplastante!

¿Cómo enfgrentarse al mundo ahora? ¿Cómo enfrentarse a los burladores?

El Profeta Miller, debilitado por el esfuerzo y la tensión, y vencido por el choque del fracaso, permaneció recluído en su casa de Low Hampton. Después de cuatro días de semi-postración, se levantó como de un estupor y le escribió al Pastor Himes:

"Low Hampton, Marzo 25, 1844.

"Mi querido Hermano Himes:

"Estoy sentado a mi antiguo escritorio en la habitación del este, habiendo obtenido ayuda de Dios hasta ahora. Todavía estoy esperando que nuestro querido Salvador, el Hijo de Dios, venga desde el cielo... El tiempo que yo calculé se ha agotado, y yo espero ver al Salvador descender del cielo. Ahora no tengo nada más que esperar. Sólo tengo esta gloriosa esperanza. Estoy lleno de fe en que toda la cronología profética, exceptuando los mil años de Apocalipsis 20, no se ha cumplido. Si Dios desea que yo les siga advirtiendo a los habitantes de esta tierra o no, no lo sé. Me siento casi confiado en que mi obra está terminada, y, con profundo interés en mi alma, espero a mi bendito y glorioso Redentor... Puedo decir que éste es mi deseo principal... Es mi meditación todo el día. Es mi canción en la noche. Es mi fe y mi esperanza. ¡Todavía creo que el tiempo no está lejos!"

El mundo se burlaba de los apuros del Profeta. Las pullas y las mofas de los "burladores" eran verdaderamente insoportables. Si cualquiera de los seguidores de Miller salía de su casa, tenía que soportar el ridículo más despiadado.

"¿Qué? ¿Todavía no se ha ido Ud. al cielo? ¡Pensé que ya se había ido! Su esposa no se fue para no dejarlo atrás para que se quemara. ¿O sí?" El elemento camorrista de la comunidad no los dejaba en paz.

Finalmente, el 2 de mayo, el Profeta Miller se había recuperado lo suficiente para hacer una declaración que apareció en "The Midnight Cry." Decía así:

"A los creyentes en el Segundo Advenimiento.

"Si viviera mi vida otra vez, con la misma evidencia que entonces tenía, para ser honesto con Dios y los hombres, habría hecho lo mismo que he hecho. Aunque los opositores decían que no vendría, no ofrecieron ningún argumento de peso. Evidentemente, estaban adivinando. Entonces pensé, como pienso ahora, que su negación se basaba más en que no deseaban que viniera el Señor que en cualquier argumento que condujera a tal conclusión.

"Confieso mi error, y reconozco mi desengaño; sin embargo, todavía creo que el día del Señor está cercano, a las puertas. Y los exhorto a Uds. mis hermanos, a estar vigilantes, y no dejar que el día los tome por sorpresa. Los impíos, los arrogantes, y los intolerantes se ufanarán de nosotros. Trataré de ser paciente... Quiero, mis hermanos, que no os apartéis de la verdad."

La actitud del Profeta Miller al enfrentarse a esta humillante situación fue notablemente diferente de la del Pastor Joshua V. Himes. El primero no hizo ningún intento de evadir la responsabilidad por los errores en los cálculos; admitió francamente su error, y este mismo hecho sirvió para fortalecer la confianza que sus seguidores le tenían. El público tampoco dejó de apreciar esto cuando la Conferencia Anual se reunió durante la última semana de Mayo en el Tabernáculo de Boston. El edificio se llenó hasta la puerta con un auditorio que le mostró alguna simpatía, especialmente cuando, al final de la Conferencia, Miller se levantó y, dando frente a esta gran concurrencia de amigos y enemigos, habló con sentimiento de su gran desengaño. El "Boston Post" de Junio 1 informó de esta ocasión bajo el titular "La Confesión de Padre Miller." Decía así:

"Mucha gente deseaba escuchar lo que se llamó 'La Confesión de Padre Miller,' la cual, de acuerdo con los rumores, habría de ser presentada en el Tabernáculo el martes último por la noche, cuando y donde una gran concurrencia, yo mismo incluído, se había congregado para escuchar la conclusión de todo el asunto; y confieso que mi tiempo y mi molestias bien valieron la pena. Debería decir también, por el aspecto del auditorio, y las observaciones que les escuché a uno o dos caballeros que no eran de la fe de Miller, que se sentía una gran satisfacción. Nunca lo oí más elocuente y animado, o más feliz al comunicar sus sentimientos a otros... Confesó que se había sentido frustrado, pero en modo alguno desanimado o sacudido en su fe en la bondad de Dios o en el completo cumplimiento de su palabra, o en la pronta venida de nuestro Salvador y la destrucción del mundo. 'Si la visión se tarda, espérela,' dijo. Permaneció firme en la creencia de que el fin de todas las cosas está a las puertas. Habló con mucho sentimiento y efecto, y no dejó ninguna duda de su sinceridad." (Firmado "D.")

Hubo muchos, aún entre los burladores, que sintieron una especie de lástima por el pobre y viejo Profeta a consecuencia de la franqueza con que admitió el error en sus cálculos, y la evidente legitimidad de su desengaño. El Pastor Joseph Litch fue a verlo el 8 de junio.

"Que él se siente grandemente chasqueado al no ver al Señor dentro del tiempo calculado," le escribió, "debe ser evidente para todos los que lo oigan hablar; mientras que los ojos llorosos y la voz apagada muestran de dónde salen las palabras que pronuncia. Aunque frustrado en cuanto al tiempo, nunca lo vi más fuerte que ahora en la corrección general de su exposición de las Escrituras y en la fe en la pronta venida de nuestro Señor." [Sylvester Bliss, Life of William Miller.]

Pero, a pesar del fracaso de la profecía, el fuego del fanatismo aumentó. Las llamas de estas emociones no pueden apagarse a voluntad. Como todas las grandes conflagraciones, deben consumirse solas. Y así fue en 1844. En vez de disminuir, el fracaso pareció excitar aún mayores muestras de lealtad a la expectación del inminente Día del Juicio. Aún antes de que estos engañados seguidores hubiesen despertado por completo a la situación, los Hermanos Storrs, Southard, Snow, y cierto número de otros predicadores de la doctrina, habían consultado el gran diagrama y el calendario judío, los libros de Daniel y de Juan, y el Apocalipsis, y habían descubierto que el día décimo del mes séptimo del año corriente judío, que era el tiempo de la cosecha de la cebada en Jerusalén, era el tiempo real y más probable para que llegara el fin. En el momento en que se hizo este descubrimiento, se le comunicó a los fieles, y aunque el Profeta Miller rehusó respaldarlo, lo recibieron gozosamente y lo saludaron con aclamación. Todos a una, y con entusiasmo febril, renovaron sus preparativos para el fin. ¡Pobres almas! El Pastor Luther Boutelle describe este período, que condujo a la trágica desilusión final.

"Para el mes de julio," escribe, "había una tal concentración de pensamiento entre los fuertes en cálculos de tiempo que se le llamó 'El Clamor de Medianoche.' Así se creó un nuevo ímpetu, y aumentó la obra de tener reuniones y predicar. Al caer cada uno de nosotros, uno tras otro, en la creencia general de que el otoño vería la venida de nuestro Señor, se convirtió en certeza por fe. Creíamos con la totalidad de nuestras almas... El argumento tiempo marcaba el fin en el otoño de 1844, del calendario judío, en el día décimo del mes séptimo, que se suponía debía ser Octubre 20, 21, o 22. Esto nos trajo a un tiempo definido, y al hacer esto, las obras de los Adventistas demostraban su fe y honestidad, que no habían de ser puestas en duda. Al moverse hacia adelante con este punto en el tiempo delante de sus ojos, todos se entusiasmaron más. Las cosechas se dejaban sin recoger, esperando sus dueños nunca tener necesidad de lo que habían cultivado. Los hombres pagaban sus deudas. Muchos vendían sus propiedades para ayudar a otros a pagar sus deudas, pues no habrían podido hacerlo ellos solos. El ganado de engorde era sacrificado y distribuído entre los pobres. Nunca había se había visto nada igual desde el tiempo de Pentecostés. Nunca se había visto Pentecostés tan completamente duplicado como en 1844.

"Había una gran agitación y se hablaba mucho en muchos lugares acerca de poner a los Milleristas bajo custodia, pero esto no hizo a ninguno de ellos renunciar a su fe. Estaban firmes, y se mantuvieron firmes, creyendo que deberían hablar y actuar. Al acercarse el momento que todos esperaban, se estudiaba la Biblia aún más, y se hacía una consagración más completa."

Esto difiere ampliamente del cáustico comentario de Lydia Maria Child acerca de los Milleristas, en el sentido de que ella había oído de muy pocos casos de "propiedad robada que había sido devuelta, o de falsedades admitidas, como preparación para el temido suceso." [Daniel M. Treadwell, Reminiscences.]

A pesar de la opinión de ella, sin embargo, hubo muchos más de lo que parecía posible en este día, los cuales, como el Pastor Boutelle, eran hombres formales, sobrios, y temerosos de Dios, a pesar de su engaño. Este buen hombre pertenecía a un grupo de los seguidores del profeta cuyas mentes estaban llenas del aspecto devocional de la experiencia; y el hecho de que había una (a pesar de los burladores) ofrece una nota de patetismo y tragedia a lo que desde el punto de vista de un extraño parecía sólo estupidez. Éstos eran los verdaderos Milleristas, pero además de éstos había dos otros grupos, uno de ellos compuesto de hombres y mujeres histéricos, aterrorizados, y aturdidos, y el otro de los que meramente anhelaban la excitación y el mórbido regocijo.

En este momento, el público, deplorando seriamente el aumento de la locura y el fanatismo, gravemente censuraba las acciones y la influencia del Pastor Joshua V. Himes. La mayoría de los que se oponían a la doctrina desconfiaban de él, y hubo algunos entre los seguidores de Miller que a veces pusieron en duda su sinceridad. En Julio, un artículo firmado por "Delta" apareció en un periódico llamado "New Sun" protestando contra la venta de las publicaciones de Miller. "Me he enterado por una nota en el 'Christian Reflector,' decía el artículo, "de que este editor Unitario, Joshua V. Himes, en vez de reparar el daño casi incalculable causado por él a las iglesias de Cristo en los últimos dos o tres años abogando por un esquema de interpretaciones proféticas que el tiempo ha probado ser falsas, recientemente salío con una nueva especulación sobre la credulidad de sus seguidores en forma de un folleto quincenal de 144 páginas, que se vende a 37 ½ centavos el número. El siguiente extracto de la nota a la que nos referimos dará una idea del objeto, espíritu, y contenido de este folleto: 'El tenor y objeto de la obra entera,' afirma, 'es mantener vivas, soplando fuertemente sobre ellas, las llamas que ardieron tan vivamente hace uno o dos años.'"

Esto fue copiado en "The Midnight Cry" de Julio 4, 1844, y despectivamente revisado por el editor, pero era evidente que él ahora estaba comenzando a ser mirado como el principal fomentador de problemas debido al tono de sus publicaciones. Las caricaturas populares suelen revelar la dirección de la opinión pública. Una de ellas, publicada en ese tiempo y que ahora está en poder de la Sociedad para la Conservación de las Antigüedades de Nueva Inglaterra, en Boston, demuestra en qué estima se tenía a los dos hombres, William Miller y Joshua V. Himes. La caricatura en cuestión presenta al Edificio del Tabernáculo en Boston en el acto de ser arrebatado en el aire. Desde el techo y las ventanas, miserables pecadores, tanto hombres como mujeres, pueden verse cayendo por el espacio al lugar de tormento, mientras, sereno y seguro, sentado sobre la parte más alta del techo, está sentado el Profeta Miller, su famoso diagrama extendido debajo de él. Abajo en la tierra está el Pastor Joshua V. Himes, sus brazos extendidos hacia arriba en un frenético esfuerzo por agarrarse del edificio para ascender con él, pero Satanás lo retiene firmemente, pronunciando las crípticas palabras: "¡Joshua V., tienes que quedarte conmigo!"

El hecho de que el Pastor Himes y el Profeta Miller permanecieron en el Medio Oeste durante el verano de 1844 dejó el campo libre a los Estados del Este para que fueran líderes por parte de algunas de las luces menores entre los hermanos. El hecho de que éstos aprovecharan la ocasión para promulgar teorías propias es quizás una explicación para algunos del abundante simbolismo durante este período, una manifestación segura de la cual estará siempre asociada con la excitación Millerista de 1843 y 1844. Debido al ridículo lanzado sobre ellos a consecuencia de estos actos de simbolismo por un público despiadado que lo mantuvo activo por largo tiempo después de que la oleada de fanatismo se había aplacado, los exasperados y humillados seguidores del Profeta se volvieron contra sus perseguidores después de algunos años, y declararon que las cosas que excitaban el ridículo nunca habían ocurrido y eran fabricaciones de sus propios cerebros. Seguramente, muchas historias imposibles, que eran enteramente falsas, circularon en ese tiempo, pero quedaron demasiadas pruebas de la verdad acerca de este período de indebida agitación, cartas, y recuerdos de los que todavía viven, y de auténticos relatos que pasaron de la generación que entonces vivía a la siguiente en línea, y de los escritos de los mismos Milleristas en las columnas de sus varias publicaciones, para admitir cualquier incertidumbre acerca de lo que realmente sucedió. Además, la clase de fanatismo que se apoderó de los seguidores de Miller se parecía en casi cada caso a explosiones similares cuando el fin del mundo había sido esperado a intervalos en los siglos precedentes. Casi en cada caso, la expresión de este fanatismo había sido simbólica, excepto cuando la influencia mesmérica se había desviado hacia canales mórbidos. El buscar las cimas de las colinas, las copas de los árboles, y los techos de las casas; el ponerse túnicas blancas al aproximarse el tiempo del esperado fin; el lavarse los pies los unos a los otros, saludándose con un beso - todos estos actos tenían significados esotéricos que habían pasado a través de las edades revestidos de solemne belleza, pero cuando eran ejecutados por los no instruídos y los ignorantes parecen actos absurdos y sin significado. Ahora, el subirse a las copas de los árboles, a lo cual los Milleristas recurrían mucho, sin duda tuvo su origen en el acto natural y espontáneo de Zaqueo en el Nuevo Testamento, quien, según el Evangelio de Lucas, se subió a un sicómoro para ver al Maestro cuando pasaba por Jericó en su viaje de la muerte a Jerusalén. Se puede decir, sin embargo, que la mayoría de los engañados seguidores de Miller ejecutaron el acto sin saber su origen, pensando sólo en la elevación ventajosa desde la cual podían ascender cuando viniera el fin. Pero, para ilustrar cómo estas oleadas de histeria religiosa, dondequiera que vibren, generarán los mismos impulsos, el Reverendo C. V. A. Van Dyke, un clérigo episcopal, que conoció a la hermosa Harriet Livermore durante el peregrinaje de ella a Jerusalén, escribió al Reverendo St. Low Livermore en relación con el fanatismo de ella: "Recuerdo haber oído decir a la Srta. Livermore que ella había pasado el sábado anterior encaramada en un olivo en el Monte de los Olivos."

En el Oriente, las laderas y las cimas siempre han sido considerados como refugios para la meditación y la oración. Durante todo el memorable verano de 1843 y 1844, podían verse largas procesiones de Milleristas subiendo por las verdes laderas de algún cerro en su pueblos o aldeas, para esperar la venida del Señor. El hábito de subirse a los techos de las casas para esperar el fin estaba de acuerdo con el hábito de los pueblos orientales, que se suben a los techos para recitar sus oraciones a la salida y a la puesta del sol. Como sus techos son planos, se consideran un lugar adecuado para la contemplación.

"El que esté en los tejados que no baje... y el que esté en el campo, que no regrese." Estas palabras de admonición en el capítulo veinticuatro del evangelio de Mateo fueron seguidas literalmente en muchos casos, y los pobres y engañados hombres y mujeres se acurrucaban lo mejor que podían en las goteras de los techos inclinados cuando pensaron que el fin estaba cerca. Pero aquí nuevamente y en la mayoría de los casos, se había perdido de vista la aplicación bíblica por el deseo de ponerse donde pudieran ser arrebatados en el aire sin estorbos ni obstrucciones; por lo menos era así seguramente entre la gente del campo. El simbolismo de las túnicas blancas es, por supuesto, muy evidente, como emblemas de pureza.

"Y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos." [Apoc. 7: 9-13.]

"Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Éstos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?"

Estas ropas blancas también se consideran el vestido de bodas de que se habla en la parábola de la fiesta de bodas.

"Y entró el rey entró para ver a los convidados, vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda, y le dijo: Amigo, ¿cómo es que entraste aquí sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera." [Mateo 22:11-13.]

Una explicación de esto, escrita por J. Hamilton, de Londres, que apareció en una publicación Millerista llamada "The Morning Watch," es como sigue:

"Usted observará que la bienvenida del Rey depende enteramente de lo que la parábola del evangelio llama 'un vestido de boda.' Este vestido, de acuerdo con las antiguas costumbres orientales, lo proporciona el dueño de casa, y se le pone a cada invitado al entrar, por supuesto, sólo si éste está dispuesto a aceptarlo. Pero nadie que esté dispuesto a aceptarlo necesita desearlo, porque se le proporciona a todos gratuitamente. El vestido es la Justicia - no la del hombre, sino la de Jehová."

Y así los Milleristas, temiendo ofender al Todopoderoso, y anhelando pertenecer a esa gran compañía alrededor del trono, se hicieron vestidos blancos - "túnicas para la ascensión," se les llamaba a menudo - y se envolvieron en ellas cuando el fin parecía cercano, tal como otros fanáticos lo hicieron antes de ellos en los siglos anteriores. Aquí y allá en los distritos rurales se usaron túnicas negras, pero esto era muy raro. Éstas simbolizaban humildad.

Esta explicación es importante en este punto, pues de ahora en adelante varios relatos de fuentes auténticas están llenos de referencias a estas observaciones.

Durante todo el verano, mientras el Profeta Miller y el Pastor Himes estaban fuera en Ohio, sonó el clamor: "¡El día décimo del mes séptimo, año del Jubileo!" Se convirtió en una especie de slogan entre los creyentes, así como entre los no creyentes, de la doctrina. Hasta los "burladores" lo adoptaron. Sin embargo, entre los fieles despertó emociones como nunca antes las habían experimentado. Poco les importaba ahora si el Profeta Miller o el Pastor Himes respaldaban o no la nueva fecha que habían fijado. Más o menos la mitad de los auto-denominados predicadores Milleristas lo proclamaba de manera que todos pudieran oírlo, y los seguidores lo coreaban en sonoros tonos, en desafío a la razón, en desafío a las pullas de las multitudes indiferentes; en desafío a los que intentaban tranquilizarlos, rogándoles que conservaran el equilibrio; en desafío a todo y a todos. Cuando el Profeta Miller y su compañero de labores el Pastor Himes volvieron sus rostros hacia el hogar y llegaron a Filadelfia el 14 de Septiembre de 1844, encontraron a sus seguidores en un torbellino de emociones preparándose para el fin, repitiendo cada uno de ellos con ardiente convicción: "¡El día décimo del mes séptimo, año del Jubileo!"

Lo mismo sucedió a su llegada a New York el 19 de Septiembre. El grito de "El día décimo del mes séptimo" resonaba en sus oídos dondequiera que iban. Agotado por las conferencias que había presentado por todo el estado de Ohio, así como por la enfermedad y lo avanzado de su edad, el pobre y viejo Profeta estaba agitado y preocupado. El Pastor Himes estaba preocupado. Era fácil ver que durante su ausencia las riendas habían pasado a las manos de los que ahora conducían el carruaje Millerista pendiente abajo a velocidad vertiginosa. Con virtualmente sólo un mes que esperar antes de la llegada del esperado día final de la tierra, muchos estaban regalando sus propiedades, o vendiendo sus granjas y posesiones, empujados por algunos de los predicadores, que se habían estimulado a sí mismos hasta un condición tal de caos mental que cualquier intento de razonar con ellos era inútil. Cuando el Profeta Miller llegó a su casa en Low Hampton, se encontró con que su valor casi le había fallado. Le escribió al Pastor Himes el 30 de Septiembre:

"Querido hermano:

"Estoy una vez más en casa. Estoy tan desgastado con la fatiga de mi viaje, mi fortaleza está tan agotada, y mis achaques físicos son tan grandes, que estoy a punto de llegar a la conclusión de que nunca podré volver a trabajar en mi viñedo como hasta ahora. Ahora deseo recordar con gratitud a todos los que me han ayudado en mis esfuerzos por despertar a la Iglesia y hacer que el mundo tenga una idea del terrible peligro en que se encuentra... Muchos de ustedes han sacrificado mucho - su prestigio, antiguos asociados, halagadoras esperanzas en la vida, la ocupación y los bienes. Conmigo han recibido desprecio, reproches, y escándalo de parte de aquéllos a quienes nuestra alma deseaba beneficiar. Y sin embargo, ni uno sólo de ustedes a quienes he dado mi confianza alguna vez, que yo sepa, ha murmurado o se ha quejado... Ha habido engañadores entre ustedes, pero Dios me ha guardado de darles mi confianza para engañar o traicionar."

El Pastor Boutelle describe este período de esta manera: "El 'Advent Herald,' 'The Midnight Cry,' y otros periódicos, folletos, tratados, y volantes Adventistas que voceaban la gloria venidera, fueron difundidos en todas direcciones y en todas partes como hojas de otoño en el bosque. Cada casa era visitada por los ... [Como aparece en el original en Internet - Nota del T.] Eran ángeles de misericordia enviados en amor para la salvación del hombre. Ahora todo comenzaba a convergir hacia un punto. Octubre marcaba el fin de la oportunidad; el juicio y las recompensas. Se hizo un poderoso esfuerzo por medio del Espíritu para traer pecadores al arrepentimiento y hacer que los descarriados regresaran. Todos eran conscientes de este gran fin - la salvación. El día décimo del mes séptimo se acercaba. Con gozo, todos los que estaban listos anticipaban el día. Solemnes, sin embargo, fueron las últimas reuniones. Aquéllos de una familia que estaban listos para encontrarse con el Señor, esperando la eterna separación de los que no lo estaban. Esposos y esposas, padres e hijos, hermanos y hermanas, separados, y para siempre!"

Las reuniones en carpas al aire libre estaban ahora tan concurridas que ya no eran ordenadas como antes. Si hubo un tiempo en que los elementos indeseables podían ser mantenidos fuera, ahora era imposible. De hecho, el fin del mundo estaba tan cerca, como afirmaban, que cualesquiera precauciones que se tomasen difícilmente parecían valer la pena ya. El hermano Stoddard, que ahora predicaba en una carpa en Litchfield, Connecticut, escribió acerca de sus experiencias allí, que eran típicas de lo que estaba ocurriendo en reuniones así en mayor o menor grado.

"El sábado por la noche," dice, "el gran enemigo de nuestra doctrina mandó como a trescientas personas que creían que el Señor retarda su venida. Comenzaron defendiendo su doctrina lanzando manzanas y tabaco a los predicadores en la plataforma, y después se pusieron a burlarse y a blasfemar, y cuando les pareció conveniente rompieron a pedradas los candeleros y apagaron las luces, y después rompieron la plataforma en pedazos, y comenzaron a quemar las tablas; el comisario jefe y uno de sus asistentes, que estaban presentes, comenzaron a aconsejarles que desistieran, con algo de vehemencia, pero teniendo cuidado de no amenazarlos. Nos hemos enterado de que la autoridad civil fue estorbada, y no pudo contener a los malandrines, ni siquiera en Connecticut. Asistimos a nuestro trabajo, continuamos reuniéndonos por todo el tiempo que planeamos, y ni un solo cabello de nuestra cabeza fue dañado." [The Midnight Cry, Octubre 3, 1844.]

En el mismo periódico, el hermano E. L. H. Chamberlain escribe acerca de esta reunión: "Fue un tiempo de gran poder; se hizo mucho bien. No creo que hubiera un solo predicador que no creyera por completo en el mes séptimo. Terribles momentos éstos - y es así, sí, la palabra y el Espíritu concuerdan, gloria a Dios... Creo que tendré que cerrar mi tienda, y arrendarla, y predicar la venida del Señor. Ésta será una pesada cruz, ciertamente. Mi hijo está ahora en la tienda y quiere que yo advierta a la gente."

Había muchos cuyas inconsistencias eran tan flagrantes como las del hermano Chamberlain. Como él, eran lo bastante cautos para arrendar sus tiendas, aunque creyeran que el fin estaba cerca. Después de todo, es difícil para algunos ahorrativos Yankees ser completamente indiferentes a la ventaja de hacer un buen negocio por si acaso se vuelve necesario.

El Sr. John Whitcomb, de Amesbury, Massachusetts, ahora en su octogésimo séptimo año, escribió a la autora el 28 de Noviembre de 1921 acerca de haber sido llevado a Fitchburg, Massachusetts, cuando era pequeño.

"Fuimos a Fitchburg a ver a algunos de los parientes de mi padre, y la familia del Sr. Miller tenía una gran carpa fuera del pueblo, donde tuvieron reuniones por una semana. Algunos vivían allí, y los muchachos los molestaban por la noche. Una noche, fueron y consiguieron un muchachito, le dieron un cuchillo afilado y le dijeron que lo lanzarían a la parte superior externa de la carpa, y que cuando llegara allí, metiera el cuchillo, que lo sostuviera, y que oiría todo lo que se dijera. Así que lo lanzaron, y él metió el cuchillo en la tela de la carpa, y cayó, con cuchillo y todo, y rasgó la carpa de arriba abajo. Sopló el viento y apagó las velas, y cuando las luces se apagaron, arrojaron un chancho adentro. Algunas personas tuvieron carne de puerco debajo de ellos, y algunos sobre ellos, por un buen rato. Aquéllo desbarató la reunión de esa noche."


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 9

Recuerdos Personales del Fin

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"T'is time we all awake;
The dreadful day draws near;
Sinners, your proud presumption check,
And stop your wild career!"
-- Himno Millerista

Ninguna palabra puede expresar adecuadamente la jadeante agitación, la aterradora solemnidad que llenaba los corazones de los seguidores del Profeta Miller cuando llegó el mes de Octubre. Esta vez, a pesar de que él no lo había respaldado, ellos avanzaron en sólidas filas de convicción hacia la nueva fecha que estaba a las puertas. Parecía como si la adversa actitud del público incrédulo estuviese estimulando una especie de desafío entre los pobres y engañados fanáticos. Ellos QUERÍAN creer; ellos SABÍAN que esta vez no habría error - el Señor seguramente vendría - ellos serían justificados - ellos serían salvados - y todos sus atormentadores serían lanzados al lago ardiente, sufrirían eternamente.

El 3 de Octubre, el hermano George Storrs escribió lo que sigue en "The Midnight Cry":

"Tomo la pluma con sentimientos como nunca antes experimenté. SIN DUDA ALGUNA en mi mente, EL DÍA DÉCIMO DEL MES SÉPTIMO presenciará la revelación de nuestro Señor Jesucristo en las nubes del cielo. Estamos entonces a unos pocos días de ese gran suceso. Terrible momento para los que no están preparados, pero glorioso para los que están listos. Siento que estoy haciendo la última apelación que haré por medio de la prensa. Mi corazón está pleno. Veo a los impíos y a los pecadores desaparecer de mi vista, y están delante de mi mente los PROFESOS CREYENTES en la cercanía de la venida del Señor."

Al describir estos trascendentales momentos, el Pastor Luther Boutelle escribió:

"Nunca antes se había visto un concentración de pensamiento y una unidad de fe como ésta. Ciertamente, no en los tiempos modernos. Todos los que hablaban lo hacían de lo mismo. El pensamiento era solemne, pero gozoso. ¡Jesús viene! ¡Nos encontraremos con Él! Se hacían reuniones en todas partes. Se hacían confesiones, los que habían hecho agravios pedían perdón, los pecadores preguntaban qué tenían que hacer para ser salvos. Los que no estaban con nosotros eran afectados profundamente. Algunos se sentían extremadamente asustados, con terribles presentimientos." (Life of Elder Boutelle).

"The Midnight Cry" de Octubre 3 publicó unas pocas palabras del hermano N. Southard bajo el encabezamiento "Confesión":

"Uno de mis constantes pecados ha sido un deseo de complacer a los que están a mi alrededor, en vez de preguntar simplemente qué querría el Señor que hiciese, que fuese, y que dijese. Confieso esto delante del mundo, pero no puedo confesar que no he pensado que estaba haciendo lo correcto al publicar la evidencia de que la venida de Cristo está cercana. No he estado medio dormido ante la grandeza del tema. Que Dios me perdone en esto, y me conceda gracia para estar COMPLETAMENTE DESPIERTO hasta que Él venga. Estimado lector, ¿está Ud. despierto? Si no, ¡es tiempo de despertar de su sueño!"

Pobre Hermano Southard, habría de enderezar todo en lo que a él concernía antes de que llegara el Gran Día, porque en otra página de este mismo número de "The Midnight Cry," bajo el encabezamiento de "Nota," aparece lo siguiente: "Si alguna persona tiene algún asunto pecuniario que reclamarme, le solicito que me lo haga saber inmediatamente."

Otro hermano exhorta a cada uno de los de la fe a mantener sus "vestidos inmaculados," y morar en amor, y morir al mundo.

Otro escribe: "Asegúrese de tener puesta una VERDADERA TÚNICA PARA LA ASCENSIÓN - sin cuya santidad nadie verá al Señor."

Y otro más dice: "Ahora estamos viviendo en un terrible momento en el tiempo. Digan, hermanos: ¿Han cumplido con sus deberes para con sus parientes, sus amigos, y el mundo? ¿Han puesto su todo sobre el altar? ¿Están allí Uds., sus talentos, y sus propiedades? ¡EL TIEMPO CASI SE HA ACABADO!

Un colaborador, lleno de temor reverente y de asombro, llama la atención a la manera en que se estaban cumpliendo las antiguas profecías una por una, y escribía así bajo el encabezamiento "La Cosecha de Papas":

"Cuán doloroso es enterarse de que cosechas enteras de este valioso tubérculo se han podrido. La única área de la cual se oyen pocas quejas es Maine, pero aún allí la cosecha no ha escapado a la enfermedad." De esto es de lo que habla el Profeta Hageo: "Buscáis mucho y halláis poco." (Tomado del "Claremont Eagle" de New Hampshire).

Un periódico de intercambio dice también: "Se dice que las papas enfermas son venenosas, y que han causado la muerte de cerdos alimentados con ellas." El Profeta Joel dice: "¡Cómo gimieron las bestias!"

Quienquiera que haya enviado esta colaboración añade: "No tenemos ni tiempo ni espacio para revisar más la profecía. Este pequeño item se añade a la permanente evidencia que teníamos antes."

El Pastor Himes había tratado en vano de enderezar las cosas publicando los siguientes hechos en las columnas de "The Midnight Cry" de Octubre 3:

"Ha prevalecido extensamente la impresión de que este año es observado como Jubileo por los judíos. Acabamos de llamar al Rabino M. Isaacs, de la ciudad, que se refirió al calendario judío, y dijo que el aniversario del Jubileo no se celebrará en los SIGUIENTES VEINTICINCO AÑOS. Ellos inician su año en el otoño, y calculan este año, comenzando con la luna nueva de Septiembre 14, como el año 5605 desde la Creación, y su siguiente Jubileo no tendría lugar sino hasta el año 5628."

Pero era demasiado tarde. Era como si hubiese hablado al viento. "Será el JUBILEO DEL SEÑOR, no el Jubileo judío," clamaron los seguidores.

Y ahora escribió nuevamente en un fútil intento de salvar su responsabilidad por la oleada de esperanza que barría con todo a su paso: "Puede que nuestros lectores hayan notado," afirma, "que hemos hablado con cierto titubeo en relación con el mes séptimo, aunque hemos insertado las comunicaciones de los hermanos plenamente convencidos de que el Señor vendría entonces."

Evidentemente, el Pastor Himes no se acordaba de otra afirmación que él había hecho una vez en el sentido de que un editor es responsable de lo que aparezca en las columnas de su periódico. Pero, por una vez en su vida, se sentía perplejo. No sabía qué hacer, o cómo manejar la situación. El público lo denunciaba; por otro lado, los mismos hombres a quienes él había ayudado a plantar las semillas de la histeria religiosa ahora lo miraban interrogadoramente, sin entender su actitud de reserva. Es difícil saber lo que el Pastor Himes esperaba en un momento en que él hacía lo mejor que podía para despertar a los hermanos que dormían, pero es evidente que no había anticipado una situación como la actual.

Los hermanos Storrs y Snow, y algunos de los otros hermanos alucinados, no le daban tiempo para pensar las cosas. Se apresuraban ansiosamente a hablar con el pobre, enfermo, afligido, y agotado Profeta Miller, anunciando su convicción de que esta vez su profecía seguramente se cumpliría, y le explicaban primero un punto y después otro para respaldar sus afirmaciones, y antes de que se diera cuenta, Miller se encontró bajo la influencia del extático entusiasmo de ellos, la latente esperanza en él se convirtió en llama, y fue arrebatado otra vez por la corriente de engaño como una hoja seca en los remolinos de una corriente. En tres días, sucumbió por completo bajo sus argumentos y firmó su respaldo a ellos.

Entonces, temblando de gozo, el engañado anciano escribió la siguiente histérica efusión al editor de "The Midnight Cry" de Octubre 12:

"Querido hermano Himes: Veo una gloria en el mes séptimo que nunca antes vi. Aunque el Señor me mostró el significado típico del mes séptimo hace año y medio, todavía no me había dado cuenta de la fuerza de los tipos... ¡Gracias al Señor, oh mi alma! ¡Sean benditos los Hermanos Snow, Storrs, y otros por haber sido instrumentos para abrir mis ojos! Ya casi estoy en mi hogar. ¡Gloria! ¡Gloria! ¡Gloria! Veo que el tiempo es correcto. Sí, mi hermano. Nuestros cálculos acerca del año 1843 eran correctos. ¿Cómo así, dice Ud.? ¿No dijo el Señor: 'Hasta dos mil y trescientos días, luego el santuario será purificado'? Pero, ¿cuándo? Cuando venga el mes séptimo... Ése es el tiempo típico; entonces el pueblo y el lugar serán santificados. ¿Cuándo terminaron los dos mil y trescientos días? En la primavera pasada. Luego la visión se tardó. ¿Por cuánto tiempo? Hasta el mes séptimo, y no se tardará otro año, porque si lo hace, serían dos mil y trescientos un años.

"Pero, ¡bendito sea el Señor! Él no nos ha engañado. ¡Oh, mi alma, cuán claro es que tiene que tardar hasta el mes séptimo - y no más allá. Lo creo, sí, lo amo.

"¡Oh, la gloria que he visto hoy. Mi hermano, doy gracias a Dios por esta luz. Mi alma está tan plena que no puedo escribir. Mis dudas, temores, y oscuridad han desaparecido. Veo que todavía estamos en lo cierto... y mi alma está llena de gozo; mi corazón está lleno de gratitud hacia Dios. ¡Oh, cuánto deseo poder gritar; pero gritaré cuando venga el Rey de Reyes.

"Me parece oírle decir a Ud.: '¡El Hermano Miller es ahora un fanático!' Muy bien - llámeme como quiera. No me importa - Cristo vendrá en el mes séptimo y nos bendecirá a todos. ¡Oh, gloriosa esperanza! ¡Entonces le veré - y seré como Él - y estar&eaacute; con Él para siempre - sí, para siempre y siempre!>

"William Miller."

El pobre anciano estaba quebrantado de salud y a veces abatido, pero esta renovación de sus esperanzas lo estimuló y transportó su alma. Estudió su diagrama otra vez con todo el fervor de un entusiasmo ciego. "¡Si Cristo no viene en veinte o veinticinco días, me sentiré dos veces más frustrado que en la primavera!" Así escribía, de acuerdo con su biógrafo, el Pastor Bliss.

Todos se estaban alineando ahora. "The Voice of Truth" de Octubre 2 anunció que los Pastores Marsh, Galusha, y Peavy, que se consideraban más conservadores que algunos de los otros, habían dado su pleno respaldo a la creencia de que el día décimo del mes séptimo vendría el fin. Ahora todo estaba lleno de significado. Hasta los sucesos ordinarios, triviales, asumían una nueva expresión. Pero había informes de sucesos desusados de los cuales se susurraba de boca en boca, y éstos aumentaban la agitación diez veces. Entre éstos estaba el caso de la Hermana Mathewson. El 10 de Octubre, aparecieron informes acerca de ella en "The Midnight Cry," que llevaron a los seguidores a creer que agentes sobrenaturales estaban activos.

Un escritor que firmaba como C. Morley hace el siguiente relato:

"Lectores, ¿se dan Uds.cuenta de que el Señor está obrando maravillas en estos días, maravillas que no tienen paralelo en la historia del mundo?

"En un oscuro pueblo de Connecticut, vive ahora una mujer que había estado enferma por diez años y había sido desahuciada por hábiles médicos y sólo esperaba la muerte. ELLA DICE QUE MURIÓ, y desde entonces ha vivido más de tres veces cuarenta días con sus noches SIN COMER. Éste es un milagro que de suyo debería alarmar al mundo. Es un milagro efectuado en estos últimos días para confirmar un mensaje - un mensaje de misericordiosa advertencia de que EL TIEMPO ES CORTO. Ud. puede pensar que es superstición, pero hay que ser enloquecedoramente incrédulo para no ver y sentir que el dedo de Dios está en esto. Si Ud. mira este asunto con indiferencia, Ud. tiene razón para temblar por Ud. mismo."

George A. Stirling, un pastor, da un informe más detallado:

"La semana pasada fui a South Coventry, donde en un lugar muy retirado de este mundo solitario contemplé esta maravilla. Por largo tiempo, ella había estado tan débil que no podía soportar el mínimo ruido, hasta el punto de que ERA NECESARIO ANDAR SIN ZAPATOS EN LA COCINA ADYACENTE.

"Su sensación de muerte y sus dolores comenzaron por los pies. Cuando el dolor alcanzó la región de su corazón, rompió a cantar en MUY ALTA VOZ y cantó POR CINCO HORAS. Desde ese momento, el ruido no le ha afectado más que a cualquier persona que esté en el mejor estado de salud posible. Esto es un hecho. Esto es sobrenatural. Esto es milagroso. Es el poder de Dios DESPERTANDO UN CUERPO MORIBUNDO. ¿Dónde se ha visto a una persona en excelente salud que pueda cantar con toda facilidad por cinco horas, y lo bastante alto para que pueda ser oída en toda la casa, que es grande y de dos pisos? Ella lo hizo, y sin embargo, no era ella, sino Dios en ella. Este es el primer hecho.

"El segundo es que ella continúa en el mismo estado hasta este día, SIN NINGÚN ALIMENTO, dando testimonio a todos de que 'el tiempo es corto.' No es simplemente el hecho de los cuarenta días y cuarenta noches, sino que es un hecho, aún ahora, de más de ciento veinte días y noches. Ella toma media taza de té diluído (una taza de tamaño común) dos veces al día, con la normal cantidad de azúcar y leche. Al principio se intentó hacerla comer alimento nutritivo, sin sospechar sus amigos el poderoso cambio que le había sobrevenido.

"¿Dónde hay una persona que esté dispuesta a intentar, ni por todo el oro del mundo, vivir la mitad de este número de días tomando sólo la cantidad acostumbrada de té, que ella afirma que toma sólo por la humedad que contiene, pero que no le apetece comer?...

"El tercer hecho es que, durante este largo período de abstinencia no ha habido ningún cambio perceptible en el aspecto ni la cantidad de carne en su esqueleto. Al principio se puso muy delgada, y continúa así hasta el presente, siendo la expresión de sus ojos dulce, plácida, y celestial.

El cuarto hecho es éste, que cuando su familia se convenció de su estado milagroso, y esto se divulgó fuera de la familia, se reunió una gran multitud, que se aglomeraba en la casa de la mañana a la noche, algunas veces hasta doscientos por día. Con esta gente ella conversaba acerca de su cambio y advertirles, a menudo desde temprano por la mañana hasta tarde en la noche. Pasaba gran parte, si no todo el resto, de la noche cantando con los ángeles, como ella decía, que rodeaban su cama, y cuyos resplandecientes cuerpos a ella le era dado contemplar y admirar.

"Estos cuatro hechos son perfectamente suficientes para demostrar su estado sobrenatural....

"Para satisfacción de los demás, un clérigo Bautista hizo una declaración pública de lo que antecede, pero NO SACÓ NINGUNA CONCLUSIÓN DE ELLO. ¡Oh, mi Dios, los ministros profesos, que dicen que vigilan sobre las murallas, no sacan ninguna conclusión de las más maravillosas providencias! ¡Eso le viene bien al Diablo! ¡Oh guarda, ¿qué de la noche? Esta hermana dice, primero, QUE MURIÓ; segundo, que antes de su muerte su espíritu fue arrebatado y llevado por ángeles hasta la puerta del cielo... La duración de esta ausencia fue un momento, al final del cual ella murió, y en cuyo estado ella continuó por espacio de media hora, al final de la cual ella volvió en sí, habiendo perdido la memoria de todas las cosas, excepto sus amigos. Habiendo sido restaurada su mente, rompió en llanto, porque, dijo: 'He regresado a este mundo impío.' Ella es perfecta mansedumbre, no hace acepción de personas, sino que habla igualmente a los poderosos y a los humildes, a los ricos y a los pobres, en el espíritu de un niño pequeño. La humildad y la sabiduría parecen marcar su vida, hasta el punto de que todo parece estar en perfecta armonía con la idea de que su mensaje viene de una fuente divina. ¡Gloria a Dios, lo creo! ¡LO SÉ! Lo acataré por la avivadora gracia de Dios, que me vuelve humilde, y estaré listo el día décimo del mes séptimo del presente año (judío) cuando la gran trompeta del Jubileo suene con TODA SEGURIDAD..."

No puede decirse si fue porque el Profeta Miller de repente respaldó la teoría del mes séptimo, o porque él era incapaz de mantener ningún tipo de equilibrio en medio de tanta alucinación histérica, pero el siguiente artículo, que apareció en "The Midnight Cry" de Octubre 10, registra el Reverendo Joshua V. Himes como apoyando ahora la esperanza del día décimo del mes séptimo.

"El Hermano Himes predicó el viernes por la tarde y por la noche en la Calle Chrystic, mostrando la evidencia de la venida del Señor el día décimo del mes séptimo, relatando los benditos efectos de la doctrina."

En un número de del 12 de Octubre, encontramos esta carta:

"A nuestros lectores - "Queridos hermanos y hermanas:

"Encontramos que hemos llegado a una crisis de lo más solemne y trascendental, y por la luz que tenemos, estamos convencidos de que en el día décimo del mes séptimo debe ocurrir la gloriosa aparición de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Por lo tanto, encontramos que nuestra obra está terminada y que todo lo que tenemos que hacer es salir a encontrar al Esposo y preparar nuestras lámparas en consecuencia....

"Sentimos que estamos haciendo nuestra última apelación, que nos estamos dirigiendo a Uds. a través de estas columnas por última vez. En esta crisis, tenemos que permanecer solos. Si Uds. están colgados de nuestras faldas, nosotros las sacudimos. Vuestra sangre sea sobre vuestras propias cabezas. Pedimos perdón a Dios y a todos los hombres por todo lo que pueda haber sido inconsistente con su poder y su gloria, y deseamos ponernos sobre el altar. Aquí ponemos nuestros amigos y nuestros intereses.

"J. V. Himes."

Es interesante notar que en esta misma fecha el "Boston Post" hace esta advertencia: "La indignación pública contra Himes es tan grande que creemos que sería prudente que él publicara un aviso general de sus movimientos."

Sin duda esto se debía al temor por la salud mental de los que ahora tomaban parte en las reuniones del Tabernáculo en la Calle Howard, donde eran demasiado evidentes las señales de la tensión mental bajo la cual muchos estaban trabajando. Al aproximarse la fecha, atemorizados hombres y mujeres de los distritos vecinos se aglomeraron en Boston con el deseo de estar bajo el techo de aquel extrañamente construído edificio y "subir" con la multitud reunida allí. Y aquí, como en cada uno de los otros lugares de reunión de los fieles, se leyeron estas terribles palabras del Profeta Miller, mientras hombres y mujeres se encogían de miedo, y se cubrían los rostros con las manos:

"Pero ustedes, impenitentes hombres y mujeres, ¿dónde estarán entonces? Cuando el cielo resuene con el poderoso cántico, y el eco del sonido se oiga en las distantes regiones, díganme, ¿dónde estarán entonces? ¡EN EL INFIERNO! ¡Piensen! ¡EN EL INFIERNO! ¡Terrible palabra! Otra vez, ¡piensen! ¡EN EL INFIERNO! Alzando los ojos, estando en tormento. ¡Detente, pecador, y piensa! ¡EN EL INFIERNO!, donde están la bestia y el falso profeta, que serán atormentados día y noche, por siempre jamás. Les ruego que piensen: ¡EN EL INFIERNO! Sé que odian la palabra. Suena demasiado áspera. No hay música en ella. Uds. dicen que rechina al oído. Pero piensen que rechina al alma, la conciencia, y el oído, y no por el sonido solamente, sino por una temible realidad de la cual no hay respiro, ni descanso, ni liberación, ni esperanza. Hubo un tiempo cuando habló la conciencia, pero Uds. cerraron sus oídos y no quisieron escuchar. Hubo un tiempo cuando la razón y el buen juicio susurraron. Pero Uds. pronto ahogaron las voces que pedían ayuda contra sus propias almas. Al buen juicio y a la razón Uds. opusieron LA VOLUNTAD y EL INTELECTO, y dijeron que 'EN EL INFIERNO' sólo significaba EN LA TUMBA. Ustedes construyen en esta vana ciudadela, en esta frágil casa de arena, hasta que se rompa el último sello, suene la última trompeta, se pronuncie el último ay, y la última copa sea derramada sobre la tierra. ¡Entonces, impenitentes hombres y mujeres, despertarán Uds. en agonía eterna!" (Novena conferencia.)

¡Horribles palabras, que llenaron de terror los corazones de sus seguidores!

"Pecadores por montones suplican misericordia," decía "The Midnight Cry" de Octubre 12, y hasta el menos imaginativo debe haber sentido las vibraciones de temor que emanaban, a través de los años subsiguientes, de los engañados seguidores que creyeron en la profecía.

"History of Philadelphia" (Sharp & Westcott) da una de las más gráficas descripciones de los días finales, y por eso la insertamos aquí:

"El fuego habría de destruir la tierra en Octubre de 1844. En Filadelfia, la excitación había estado aumentando por dos o más años, y para el verano de 1844 había llegado a ser indescriptible. La Iglesia Millerista estaba situada en la Calle Julianna, entre Wood y Callowhill, y allí se reunían los seguidores de Miller día y noche, y observaban las estrellas y el sol, y rezaban y advertían a los que no se habían arrepentido qu 'El Día del Juicio estaba a las puertas.'

"Muchos de ellos comenzaron a vender sus casas a precios que eran meramente nominales. Otros regalaban sus efectos personales, cerraban sus negocios, o desocupaban sus casas. En una tienda en la Calle Quinta, arriba de Chestnut, había una placa que decía:

"ESTA TIENDA ESTÁ CERRADA EN HONOR DEL REY DE REYES, QUE APARECERÁ COMO EL 20 DE OCTUBRE. PREPÁRENSE, AMIGOS, PARA CORONARLO COMO SEÑOR DE TODOS."

La gente que laboraba bajo la excitación se volvió loca.

"En una ocasión, todas las ventanas de la casa de reunión fue rodeada por la noche por una pandilla de jóvenes, y a una señal, la oscuridad y las tinieblas se iluminaron con el resplandor de llameantes antorchas y el aire resonó con el rugido de triquitraques. Los santos que estaban dentro enloquecieron de terror, porque pensaron que el furioso remolino había llegado.

"El domingo antes del día final fue memorable. La Capilla de la Calle Julianna estaba llena. Una pandilla de incrédulos en el pavimento afuera apedreó las ventanas y abucheó a los adoradores. La policía de Northern Liberties y de Spring Garden, y una comisión del alguacil, encabezados por Morton McMichael, estaban a la mano para sofocar los disturbios que amenazaban. Los miembros de la congregación se fueron a sus casas, y después, en muchos casos, dejando abiertas las puertas y las ventanas, y regalando sus muebles, se dirigieron a los distritos suburbanos. Un gran número se fue a New Jersey, pero el grupo principal se reunió en el campo de Isaac Yocomb sobre Darby Road, tres millas y media del puente de Marker Street. Mientras aquí un furioso huracán reforzaba la fe de los Milleristas y sembraba el terror y el espanto en las almas de los tímidos, ese mismo huracán barría la ciudad, destruyendo embarcaciones y demoliendo casas...

"En Darby, la gente se reunió en dos carpas, pero el gentío era tan grande, que por dos días los niños se vieron obligados a correr por los campos, expuestos a la tormenta inmisiericorde, y llorando la ausencia de sus padres. Los padres, vestidos con sus blancas túnicas para la ascensión, estaban casi exhaustas por falta de alimento, dormían sobre el suelo frío y mojado, y oraban y cantaban himnos y gemían sin cesar.

"A medianoche el 22 de Octubre, el Esposo habría de venir, una lluvia de fuego habría de descender del cielo, y los santos habrían de ser arrebatados juntos en un torbellino. Allí estaban, de pie, en aquella noche negra y tempestuosa de Octubre, temblando de frío y de miedo, sus rostros vueltos hacia el cielo, y sus ojos tratando de captar un rayo de la terrible luz que penetraría las nubes. Llegó la mañana, y con ella llegó el fin del engaño. La gente se dispersó desalentada, y se escurrió, en silencio y abatida, cada uno hacia su hogar."

Por todos los estados el este, así como por los del sur y el oeste, tenían lugar escenas más o menos similares. Por todas partes, grupos de engañados hombres y mujeres se congregaban y esperaban el temido sonido de la trompeta.

Esta escritora recibió la siguiente carta, que traza un cuadro de ellos en el antiguo pueblo de Lunemburg, en la parte occidental de Massachusetts:

"Pasé el Día de Acción de Gracias en Hollis, New Hampshire, y sólo por casualidad mis ojos se posaron sobre una nota en el semanario 'Hollis Homstead' pidiendo información sobre los Milleristas.

"¡Qué recuerdos despertó esta nota! Me sentí transportada a los días de mi niñez, cuando escuché a mi padre contar lo que había visto y sabido de esta secta.

"Más de una vez, estuvieron preparados para la Segunda Venida. Se levantaban en la noche, se vestían de blanco, y oraban en alta voz y fervorosamente, pidiendo ser encontrados listos para la venida de su Señor, al cual esperaban ver venir en nubes de gloria.

"Recuerdo que una vez, su dirigente los reunió y juntos fueron a la cima de una colina, esperando estar más cerca del Señor cuando viniera desde el cielo acompañado por los santos, y los ángeles haciendo sonar sus trompetas para llevarlos a la gloria celestial. ¡QUÉ CUADRO! Estos pobres mortales ataviados de blanco, orando y cantando y esperando la Venida, de acuerdo con el relato bíblico. ¡Qué traducción tan literal de la maravillosa historia, en la cual hoy día creemos - la venida diaria de nuestro Señor por medio del silbo suave y delicado, y las otras maneras por las cuales él entra en nuestros corazones y nuestras mentes!"

En sus "Reminiscencias," Daniel M. Treadwell describe en pocas palabras el resultado final de la profecía en Hempstead, Long Island:

"El 22 de marzo de 1844," dice, "los Milleristas, vestidos con sus túnicas para la ascensión, se reunieron en las cimas de las colinas, esperando en vano la venida de Cristo desde el este. Era una patética compañía, y el engaño estaba acompañado de mucho patetismo, en el curso del cual se desquiciaron las mentes más débiles, y no pocos se suicidaron."

En una entrada en el diario del abuelo de la autora, el Sr. George Peabody, de Salem, Massachusetts, fechada el 22 de Octubre de 1844, se lee lo siguiente:

"Este es un día importante para los Milleristas, que creen que el fin de todas las cosas va a tener lugar hoy. Muchos están tan convencidos de esto, que han descuidado sus propiedades, y otros las han distribuído entre sus vecinos. El engaño ha producido gran tensión en las familias de los engañados - y mucho más resultará de ello."

Vale la pena insertar aquí un incidente que a él le gustaba contar una y otra vez: Su casa era lo que es ahora el Salem Club House en Washington Square, y el día antes del predicho fin del mundo estaba sentado conversando con su esposa y una de sus hijas cuando la criada vino a la puerta y anunció con voz más bien alarmada que el Sr. ---- estaba abajo y deseaba ver al Sr. Peabody especialmente, "y," añadió con tono misterioso la mucama, "tiene puesto su vestido dominguero y parece nervioso."

El Sr. Peabody bajó, y los que quedaron arriba oyeron el sonido de una muy animada conversación abajo. Cuando el Sr. Peabody regresó, su rostro revelaba tanto diversión como tensión, porque su corazón era bondadoso y sentía verdadera pena por las víctimas de un engaño tan lastimoso. Contó lo que había sucedido.

Parece que cuando saludó a su visitante, éste exclamó: "¡Sr. Peabody! ¡Sr. Peabody! ¡Querido señor! Escuche. El fin del mundo ocurrirá mañana. He venido a avisarle. Mi esposa y yo creemos en la profecía, pero mi hijo no, es terco. Le he regalado mi propiedad, pues no la necesitaremos más. Sr. Peabody, Ud. y la Sra. Peabody han sido amables conmigo. Uds. son buenas personas. ¡Odio pensar que Ud., la Sra. Peabody, y sus hijos ardan en el fuego del infierno. De verdad, de verdad!"

El Sr. Peabody trató de calmarlo, y le dijo claramente que no creía que necesariamente llegarían a un final tan espantoso, pero le fue imposible tranquilizarlo. Sintiendo mucha curiosidad por saber qué planes había hecho el pobre hombre para enfrentarse al fatal cataclismo, éste último le aseguró que, por lo que concernía a él y a su esposa, todo estaba preparado - sus túnicas blancas esperaban que se las pusieran, y ellos se proponían subirse al techo de la casa y desde allí esperar el fin. Y, para justificar su decisión, dijo: "El que esté en la azotea, no descienda," palabras que él consideraba como una afirmación de que el techo es donde ellos estarían mejor.

Viendo que su interlocutor no estaba convencido, abandonó la casa con tristeza, deplorando la inminente condenación de este buen caballero y su familia.

Al contar esto, el Sr. Peabody acostumbraba decir: "¡Pobre alma! ¡Pobre alma! ¡Daba lástima!" Cuando la profecía falló, y averiguó que el Sr. --- y su esposa estaban en la indigencia, habiendo rehusado el hijo devolver la propiedad, el Sr. Peabody estuvo pendiente de ellos por muchos años y se aseguró de que no murieran de necesidad. Siempre mantuvo que, aparte de este engaño, el Sr. --- era un hombre normal y perfectamente sensible, y merecía una mejor suerte.

Un grupo grande de Milleristas, vestidos de blanco, marchó a Gallows Hill, donde las brujas eran colgadas, y desde esta elevación esperaron las señales del inminente fin.

El Sr. Henry Clair, de New Bedford, cuyos padres eran seguidores del Profeta Miller, envió a la autora (en 1921) una descripción gráfica de su experiencia de niño aquella noche fatal:

"La hora fijada era la medianoche," dice. "Por fin llegó el día memorable. Pasó la mañana y llegó la hora de la cena, pero ninguno de los mayores comió mucho. Poco después de la cena, los mayores se pusieron muy callados y solemnes. No se oía nada más fuerte que un murmullo. Los niños notaron que los mayores iban a las puertas y a las ventanas y escrutaban el cielo ansiosamente, y pensaron que algo terrible estaba a punto de ocurrir, y se mantuvieron agarrados de los vestidos y las manos de su madre.

"Llegó la hora de la cena, pero ninguno de los mayores quiso comer (la hora final se acercaba). Después de que los niños hubieron comido lo que sus asustadas naturalezas aceptaron, los miembros de la casa se reunieron para una serie de oraciones, y de cuando en cuando alguien se levantaba, iba a la puerta o a las ventanas y trataba de ver alguna señal del suceso.

"Como a las nueve, el papá de mi mamá se puso su túnica de la ascensión y se sentó al lado de la ventana para estar listo para subir al cielo. Todo estaba tranquilo, y sólo se oían los latidos de nuestros corazones.

"De tanto en tanto, alguien iba hasta la ventana y miraba hacia el cielo, y echaba un vistazo al reloj para calcular cuánto faltaba para el último momento. El momento final por fin llegó, pero no había señales del fin.

"Entonces algunos de los mayores se aventuraron a ir hasta la puerta, la abrieron muy cuidadosamente y se asomaron, y como no vieron nada inusual, se armaron de valor y salieron, caminaron alrededor de la casa, y volvieron a entrar, y consultaron entre ellos acerca del asunto, y llegaron a la conclusión de que William Miller había cometido un ligero error en el cálculo del tiempo. El papá de mi mamá se sentó cerca de la ventana con su túnica de ascensión puesta, hasta las tres de la mañana (tres horas después de que el tiempo había expirado), luego se levantó y se ocupó de sus asuntos diarios.

Otro relato de la expectación sufrida durante la espera del fin lo proporciona la Sra. Ellen G. T. Wood, de Springfield, Massachusetts.

"A menudo he oído a mis padres relatar lo siguiente: Mi madre, cuyo hogar estaba en New Haven, Connecticut, era una de cinco hermanas (todas bastante jóvenes). Además de la familia, había una joven norteamericana que ayudaba a mi abuela (en aquellos tiempos no había empleadas extranjeras), y la criada era considerada como una más de la familia. Mi abuelo estaba bastante interesado, pero no era uno de los seguidores...

"Como a las ocho de la noche del día señalado por los Milleristas para ascender al cielo, las campanas de la iglesia comenzaron a tañer; el cielo se veía completamente cubierto de un rojo brillante, el suelo estaba cubierto de nieve, la escena era fantástica y misteriosa, y sin duda muchos estaban inclinados a tener alguna fe en el Sr. Miller.

"Mi abuelo, sin hablar mucho para no alarmar a los niños, propuso que salieran a investigar. Los niños estaban asustados, y rogaron a sus padres que los llevaran. Pensando que era mejor estar juntos a todos, la familia salió, los niños asidos de sus padres.

"Poco antes, la criada se había mandado a hacer una dentadura postiza, y como le molestaba un poco, ella aliviaba las encías quitándosela, lo cual había hecho en ese momento, y la dentadura estaba sobre la mesa de la cocina.

"Por una hora, después de mucha sorpresa, lo rojizo del firmamento aminoró, y los miembros de la familia regresaron a sus hogares, mientras mi abuelo se aventuraba a alejarse una corta distancia de la casa, donde se encontró con los que habían encontrado que la causa del cielo rojizo era un gran incendio como a cinco millas de New Haven, en un lugar suburbano llamado Westfield.

"Durante este tiempo, la criada estuvo histérica. Después de que la excitación pasó, le dijo a mi abuela: 'Sra. G.---, ¿sabe Ud. que yo dejé mi dentadura postiza en la mesa de la cocina? ¿Y qué cree Ud. que habría dicho el Señor si yo me hubiese presentado delante de él sin dientes?

El Sr. John Whitcomb, de Lunenburg, Massachusetts, que contó cómo había ido a la carpa de Fitchburg, también le escribió a la autora un corto relato del último día:

"Yo vivía en Wells, Maine, y recuerdo cuando los Milleristas iban a ascender al cielo. Algunos de ellos tenían granjas, y las regalaban a cualquiera que las quisiera. Algunos dejaban todo, y se despedían de sus amigos diciendo: '¡Ya no nos veremos más!'

"Venían a nuestro pueblo de cerca de y de lejos para estar cerca el uno del otro cuando el Señor los llamara. Y llegó el día, y todos estaban sentados esperando, algunos con sus túnicas puestas.

"Una anciana estuvo sentada casi toda una semana con su túnica puesta, y dijo que ella adivinaba que el Señor se había olvidado de ellos.

"Uno de nuestros vecinos le dijo a mi madre: '¡Oh, Sra. Whitcomb!, ¿No tiene Ud. miedo de que llegue el día?' Y mi madre contestó: 'No. No se preocupe, Sra. Cain, el mundo no se termina todavía.'

El Sr. Frank Stevens, de Stow, Massachusetts, dio a la autora el beneficio de sus recuerdos de lo que le sucedió en aquel pintoresco pueblito de Nueva Inglaterra al acercarse el tiempo del fin. Tenía un tío y una tía que eran ardientes seguidores del Profeta Miller. El Sr. Miller, que era un muchachito en aquel tiempo, recuerda el día antes del fin esperado, cuando estos mismos tíos llegaron en una calesa en un estado de excitación histérica. Llamaron a su padre y a su madre en voz alta: "¡Moisés! ¡María! ¡Viene el fin del mundo!" Y entraron corriendo a la casa, y a todas las habitaciones, como si estuviesen aturdidos.

El padre del Sr. Stevens era un Yankee cabeciduro que no se dejaba influir tan fácilmente, y les dijo claramente lo que pensaba de ellos - en lenguaje nada suave además - así que lo dejaron en paz, considerándolo como irremediablemente perdido, y volvieron su atención a la madre de él. Sin embargo, ella rehusó cambiar de posición en cuanto a sus afirmaciones y exhortaciones, y les dijo que se estaban comportando como locos.

El Sr. Stevens dijo que claramente recordaba la calesa entrando al corral, y a su tía, que era muy corpulenta, saliendo y corriendo por el sendero hacia la casa, gritando y gesticulando como loca; pisaba sobre el suelo tan fuertemente mientras corría, que pisó un pollo medio crecido y lo mató.

Mientras gran número de Milleristas buscaban las cimas de las colinas como el lugar más adecuado para esperar el fin, muchos buscaban las tumbas donde sus amigos estaban enterrados, de manera que pudieran reunirse con ellos al levantarse de sus lugares de descanso terrenales y ascender con ellos. La emoción causada por la expectación de ver a los muertos resucitar resultó en demostraciones de excitación anormal. La Srta. Julia M. Warner, de Filadelfia, escribió a la autora algunos de los recuerdos de su padre de este período, de los cuales es el siguiente extracto:

"Papá estaba visitando a su tía, que vivía en New London, Connecticut, cuando el gran día final debía llegar. Temprano por la noche, justo antes de que se hiciera oscuro, se dirigieron al camposanto más antiguo a ver qué sucedería. Encontraron allí un gran gentío, que evidentemente habían llegado con el mismo propósito. Sin embargo, sólo había unos pocos Milleristas. Papá dijo que era muy divertido para muchachitos como él ver a adultos, hombres y mujeres, envueltos en yardas y más yardas de tela blanca, gritando, cantando, orando, o dando vueltas en la hierba, 'como hacen los perros cuando sufren un ataque.'

"Cuando llegó la hora señalada para el fin del mundo, se hizo sobre todos un gran silencio. La gente esperaba y esperaba..."

La Sra. Ellen M. Davenport, de Worcester, también contribuye con algunos de los recuerdos de su padre, uno de los cuales éste es uno:

"Mi padre nació y se crió en Portland, Maine. En 1843 tenía veinticuatro años de edad, y recordaba la gran excitación. Estuvo presente en la siguiente reunión del camposanto, aunque no era simpatizante. Una gran compañía de hombres y mujeres se habían confeccionado sus túnicas para la ascensión y marcharon cantando por las calles hasta el Cementerio del Este, donde creían que los muertos resucitarían. Un hombre se arrodilló sobre la tumba de su primera esposa, diciendo: 'Aquí me quedaré hasta que me reúna con mi amada, y ascienda con ella.' Esto enfureció de tal manera a su segunda esposa que rehusó volver a vivir con él jamás, y así lo hizo. ¡No podía perdonarlo!

"Un fuerte aguacero con truenos contribuyó a la escena, y el gentío arrodillado exclamó: 'Ven, Señor Jesús, ven pronto!', y rehusaron levantarse a pesar de estar empapados. Una mujer exclamó: ¡Veo su rostro! ...

"Al acercarse la noche, algunos se vieron forzados a irse a sus casas, pero muchos permanecieron allí toda la noche, reacios a creer la verdad..."

Otro relato de los que se reunieron en los cementerios para la ascensión lo proporciona la Sra. de George B. Ladd, de Worcester.

"Mi madre, que ahora tiene ochenta y seis años de edad, recuerda vívidamente a los Milleristas de Wardsboro, Vermont. Ella tenía ocho años de edad en ese tiempo. La madre de ella reunió alrededor de ella a sus cinco o seis hijos y les explicó la excitación. Ella dice que el día mostraba características peculiares - una luz roja, y algo ocurrió en los cielos, parecido a las luces del Norte. Abuela se los llevó a todos al cementerio para ver a los creyentes reunirse allí envueltos en túnicas, gritando y llorando. ¡Una mujer que había muerto varios días antes fue mantenida envuelta en su túnica y sin enterrarla, para que se encontrara con el Señor! Abuelo, como uno de los Seleccionados, fue allí a protestar.

"Mi madre es inusualmente observadora. Hemos descubierto que sus recuerdos de sus primeros años son invariablemente correctos y sagaces."


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 10

Más Reminiscencias

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"When shriveling like a parched scroll,
The flaming heavens together roll,
And louder yet and yet more dread,
Resounds the trump that wakes the dead!"
- Himno Millerista
La mayoría de los pueblos y aldeas en la parte occidental del Massachusetts eran semilleros del Millerismo, y cada uno tuvo su propia experiencia mientras esperaba el fin de todas las cosas terrenales.

Westford, encaramado sobre una alta loma de rocas graníticas, guarda un recuerdo de lo más vivo de la última noche del gran engaño. El Sr. John Fletcher, miembro de una de las más antiguas familias allí, hizo a la autora un relato vívido de esa noche, que él oyó en su niñez de su padre, que no era creyente en la doctrina del Profeta Miller, pero estaba profundamente interesado como observador, y fue testigo de todo lo que les sucedió a los seguidores de Miller en Westford.

En ese lugar, el principal lugar de reunión de los Milleristas era una excelente mansión antigua que daba frente al césped del sitio donde ahora se levanta Fletcher Memorial Library. El dueño era un hombre llamado Bancroft, y él y su familia eran tenidos en gran estima por la gente del pueblo. Se comentaba mucho que ellos, la familia Leighton, y la de los Richardson, todos gente acomodada con cierta educación, hubiesen caído tan completamente bajo el influjo del engaño, pero lo hicieron con gran entusiasmo y fe, y la casa Bancroft se llenaba a reventar con gran número de personas tan engañadas como ellos. En Westford, cada uno de los creyentes era un creyente ardiente. No había una sola alma tibia entre ellos. De acuerdo con el padre del Sr. Fletcher, muchos de ellos tenían listas túnicas blancas, y cada uno de ellos oraba en voz alta, y cantaba en voz alta, y gritaba a voz en cuello; y en esta última noche los incrédulos que no estaban levantados para ver lo que iba a suceder, se quedaron despiertos escuchando el tumulto y el ruido que salía de la mansión Bancroft.

Había un hombre que vivía cerca, y que era generalmente conocido por "El Loco Amos." Era un poco adicto a la bebida, y uno de esos extraños personajes que a veces se encuentran en los distritos rurales. Poseía un cuerno enorme, y sucedió que, mientras estaba en su cama escuchando el sonido de las voces que subían y bajaban como las olas de una marea que se acercaba, de repente un pensamiento le pasó por su aturdido cerebro, y saltando de su cama, se vistió apresuradamente, y tomando su cuerno, se puso sobre el césped, y sopló en su cuerno, lanzando un terrible trompetazo en dirección de la casa. Los pobres fanáticos engañados, que ahora se habían congregado en la casa Bancroft para esperar el terrible llamado del Santo Ángel Gabriel, oyeron el sonido y, por un momento, un silencio como de muerte le sobrevino al gentío; entonces, con una gran exclamación de exaltación, se lanzaron a una tumultuosamente fuera de la casa y sobre el césped, apretujándose y empujándose los unos a los otros en un frenético esfuerzo por conseguir una posición ventajosa desde la cual poder ser fácilmente "arrebatados en el aire."

Cuando llegaron al césped, miraron a su alrededor perplejos, escudriñando los cielos, mirando primero al este, luego al norte y al sur, después al oeste, y para su asombro, no pudieron ver nada raro en el cielo nocturno. Entonces, de pronto se dejó oír otro terrible trompetazo de un cuerno - fuerte y claro - y el eco reverberó.

Al unísono, se elevó un gran grito - "¡ALELUYA! ¡ALELUYA! ¡GLORIA A DIOS!", y creyendo que había llegado el cumplimiento de la profecía, se esforzaron en mirar hacia arriba, escrutando los cielos de nuevo, esperando ver aparecer en cualquier momento la hueste angélica, y alzaron sus brazos por encima de sus cabezas en ademán de oración y súplica. Luego sonó una fanfarria regular, y uno de ellos observó al vecino "El Loco Amos" soplando su cuerno como si su vida dependiera de ello.

Una apagada exclamación de consternación, mezclada con ira y resentimiento, escapó de los labios de los humillados entusiastas, que se retiraron a la casa nuevamente llenos de confusión, agotados y temblando por el alto grado de éxtasis que habían alcanzado por espacio de algunos supremos instantes, y por una sensación de vergüenza por haber sido embaucados de esa manera, mientras se tapaban los oídos con las manos para no oír las pullas y las mofas de "El Loco Amos," que les gritaba: "¡Estúpidos! ¡Vayan a cavar la tierra en busca de patatas, porque el Ángel Gabriel no va a cavar la tierra por ustedes!"

Todo el lugar se conmocionó con el incidente. Algunos se dieron palmadas en sus costados, y se rieron a carcajadas por la frustración de los engañados Milleristas, mientras otros sacudieron la cabeza, y sintieron lástima por ellos, y deploraron la acción del "Loco Amos."

Los miembros de la familia Richardson habían escapado a la ignominia que habían sufrido estos otros, porque esa misma mañana habían ido a Littleton, que quedaba a sólo unas pocas millas de distancia, para ascender con la familia Hartwell, con la cual estaban emparentados. Antes de esto, habían dispuesto de todas sus propiedades, regalando todos sus muebles, sus vacas, herramientas de labranza, y dinero, creyendo que ya no necesitarían más nada que perteneciera a la vida en esta tierra. Cuando llegaron a la casa de la familia Hartwell, encontraron que un gran gentío se había reunido allí y que la casa estaba llena. Había un buen número de niños que habían ido a acompañar a sus padres. Uno de éstos, ahora un hombre de edad, hizo a la autora un relato de lo que sucedió.

"En este lugar de reunión, la gente estaba callada y solemne. El peso del juicio inminente se sentía pesadamente sobe ellos, causando largos períodos de silencio entremezclados con temblores nerviosos. Los mayores sostenían sus Biblias sobre las piernas y trataban de leer, pero de vez en cuando se hablaban el uno al otro en susurros, y los niños les oían decir: 'Seguramente ocurrirá antes de que amanezca, quizás poco después de medianoche.' Los niños se acurrucaban juntos en las esquinas, sus pequeños corazones encogidos de temor. Se echó paja sobre el piso de manera que los que lo deseaban pudieran acostarse y descansar. Uno o dos lo hicieron, pero la mayoría de las personas se sentaba en sillas y sobre bancas, completamente despiertos y vigilantes.

"Al transcurrir la noche, los niños, que estaban agotados por la tensión nerviosa, uno por uno se acurrucaron en el piso y se sumieron en un sueño intranquilo. Los mayores, notando esto, intercambiaron miradas y enarcaron las cejas, pero no dijeron nada. Se sentaban inmóviles, escuchando, y esperando el fin con el pulso acelerado ...

"Como a mediodía del día siguiente, la familia Richardson, completamente frustrada y y desilusionada, buscó el camino a su casa. Era un pequeño grupo empobrecido y descorazonado, su carreta tirada por un viejo caballo que se veía tan desamparado como ellos. Cuando llegaron a cierto lugar cerca de la cima de la colina, desde la cual podían contemplar su granja, vieron a dos o tres de sus parientes más cuerdos recogiendo las cosechas que habían sido dejadas en el abandono porque ellos habían creído realmente que nunca más la necesitarían. Un vecino amable de un pueblo cercano visitó a todos aquéllos a quienes habían regalado su dinero atolondradamente, y les rogó que se lo devolvieran a estas desafortunadas víctimas del engaño. Algunos de ellos cumplieron con la petición, pero uno o dos rehusaron."

Una curiosa afirmación hecha por un converso de la doctrina durante una reunión que tuvo lugar en Springfield en este tiempo mostrará cómo convirtieron el abandono de las cosechas en un acto de fe.

"En la primavera de ese año," se ufanó, "mi esposo no había visto la luz todavía, y plantó sus campos. Pero ahora él ha encontrado al Señor, y la maleza está más alta que el maíz. ¡Gloria a Dios!" (Contado a Frederick L. Avery, de Ayer, Massachusetts, por la ex-seóra de Eastman, de Springfield, Massachusetts, que recordaba incidentes que sucedieron en esa ciudad y de los cuales ella tuvo conocimiento personal.)

De acuerdo con la Sra. Rose P. Preston, de Fair Haven, Vermont, muchos de los habitantes de esa localidad rural cortaron sus huertos de manzanos.

En Groton, Massachusetts, la tensión estaba en su punto culminante. Este pueblo era la patria chica del Pastor Boutelle, pero, como él, un buen hombre, estaba corriendo de un lado para otro con el mensaje todo el tiempo, la dirección estaba en manos de Benjamin Hall, un fanático jactancioso, que ostensiblemente era un seguidor de William Miller, pero que en realidad diseminaba algunas teorías propias que estaban en completo desacuerdo con la doctrina de Miller, con el resultado de que la confusión de ideas en relación con lo que se anunciaba casi distraía a los que esperaban el fin. Groton había adquirido alguna reputación como centro de rebelión de los credos ortodoxos, y algunos años antes, en 1840, había sido sede de una convención de seguidores de William Miller y de Los Disidentes. Había llamado la atención del público, y cierto número de personas había ido allí, mayormente por curiosidad, para enterarse de en qué basaban sus teorías. Entre otros estaban Theodore Parker, A. Bronson Alcott, Georges Ripley, famoso por la Granja Brook, y Christopher P. Cranch, de Newton, que había llegado caminando desde Concord. Desde entonces, los Milleristas habían excedido con mucho a los Disidentes en número, y muchos de los hombres más prominentes del lugar habían sucumbido al engaño de que el fin de todas las cosas había llegado.

El edificio principal donde las reuniones Milleristas tenían lugar se levantaba sobre el sitio de lo que es ahora el Parent´s Club House de la Escuela de Groton. (Escuela Episcopal de Saint John. Director: Reverendo Endicott Peabody.) El edificio era una estructura de aspecto extraño que estaba dividido en dos partes, una para los varones y la otra para las mujeres. Alrededor del edificio había casas dispersas, donde ahora están situados los edificios de la Escuela Groton, y estaban ocupadas por Milleristas, y a ellas se les llamaba invariablemente la "Comunidad."

El Sr. Phineas Harrington, de Groton, que había nacido en 1827, proporcionó a la autora los siguientes items:

"Los Milleristas también tenían uin lugar de reunión a mano izquierda bajando hacia Willowdale, y era llamado por los 'burladores' la Capilla Renacuajo, porque el terreno allí era pantanoso. Había cultos los domingos todo el día, y la gente traía su comida. Llegaban en todo tipo de vehículos. Unos bueyes tiraban de un trineo cargado con personas, hombres, mujeres, y niños, que iban a pasar el día fuera de su casa, lloviera o tronara.

"El Sr. Pullman mandaba su yunta de bueyes a recoger a cualquiera. Tenía reuniones en su propia casa en West Groton, la que ahora está ocupada por James Hill. La gente llenaba todas las habitaciones de la planta baja. En el día final, sacó a su propia familia al campo con la yunta de bueyes. La gente se reía y decía: ''¡Cómo! ¿Se va Ud. a llevar también esos excelentes bueyes?'"

¡Cuán despiadados eran los "burladores" con sus pullas y sus mofas!

La Sra. Ellen A, Barrows, de Groton, también tiene recuerdos de aquellos días, que revelan el alcance del engaño. Ella recuerda claramente que su madre la envió a la "Comunidad," una semana antes del esperado fin, a tratar de conseguir que una muchacha que vivía allí viniera a "ayudar" en la cocina. "El hombre que guiaba el caballo," le dijo la Sra. Barrows a la autora, "afirmaba que era una tontería ir allí porque todos estaban listos para 'subir', y que estaban haciéndose túnicas, y todo eso. Cuando toqué el timbre, una mujer pálida de rostro asustado vino a la puerta, y en respuesta a mi pregunta de si tenía una hija que pudiera ir a ayudar a mi madre, contestó: 'Lo siento mucho, pero he llamado a mi hija a casa para que prepare su alma para el gran cambio que viene. El tiempo se termina y vamos a abandonar la tierra.' Yo dije: '¿Cómo se van a ir?' Ella contestó: 'El Señor se llevará al cielo a todos los buenos que estén preparados, y el mundo será destruído.' Yo dije: '¿Puede su hija venir a mi casa por una semana si esto no sucede?' ¡A pesar de ser tan joven, nunca olvidé su mirada horrorizada y las lágrimas que llenaron sus grandes ojos azules!"

La Sra. L. E. Starr, de Pepperell, proporciona un curioso relato de lo que sucedió en su propia familia.

Su abuelo, Aaron Mason, vivía entonces en una bella y antigua casa conocida ahora como el Hospital Groton. Era un ardiente seguidor del Profeta Miller, y en una de las ocasiones en que éste último pronunciaba una conferencia en Groton, este buen hombre asentía en voz tan alta a todo lo que el Profeta decía, y repetidamente exclamaba "¡Amén!" en un tono de voz tan retumbante, que los muchachos le pusieron por sobrenombre "Gabriel Mason" porque afirmaban que la trompeta del Ángel no sonaría más fuerte de lo que lo hacía su voz durante las reuniones. Su esposa tenía algunas dudas vagas, pero su hija estaba igualmente convencida de la verdad de la profecía, y la Sra. Lizzie Davis, que vivió en Groton la mayor parte de su vida y ahora tiene ciento tres años de edad, confeccionó una túnica de ascensión para la hija de Aaron Mason, y también una para que se la pusiera el amigo de la hija cuando llegara el Gran Momento. La autora ha conocido a la Sra. Davis por años, y ha conversado con ella cierto número de veces acerca de las circunstancias, y esta querida y anciana señora le ha explicado que "la hija de Aaron Mason tuvo que contentarse con una tela de algodón blanco que tenía un diseño de una ramita negra, porque toda la tela blanca sencilla disponible allí se había vendido a otras personas para la confección de túnicas, pero," afirmó ella, "no se podían ver las ramitas a cierta distancia, así que no importaba."

Cuando llegó el día, la familia Mason decidió ir a la "Comunidad" para ir al cielo con sus amigos, pero temprano por la mañana la Sra. Mason, que ostensiblemente era una firme creyente, todavía se aferraba a ciertos elementos de cautela, y dijo que antes de ir "le parecía que debería hacer algo de pan."

Su esposo se molestó sobremanera por la observación y dijo que era inútil hacer pan puesto que el mundo estaba llegando a su fin. "Sí," replicó ella, asintiendo lentamente con la cabeza, "pero, ¿supón que no suceda?"

Al oír esta sugerencia, Aaron Mason se puso extremadamente furioso, y allí mismo le prohibió que hiciera ningún pan. "Pero," dice la Sra. Storr, "ella siempre horneó algo de pan a escondidas, y lo puso en el aparador, de manera que, cuando regresaron a la mañana siguiente, ella tenía algo para darle en el desayuno, y después de la terrible excitación de esperar el fin y ver que no llegaba, Dios sabe que él tenía el hambre suficiente para comerlo."

La incapacidad para apreciar plenamente el inspirador pensamiento del Día del Juicio era lastimosamente evidente por todas partes. La mayoría de los cerebros no pudieron registrar el hecho; estaban llenos de confusión. El Profeta Miller y el Pastor Boutelle, así como algunos de los hermanos más espirituales, contemplaban con gozo y reverencia la esperada Segunda Venida del Salvador. Debe decirse, sin embargo, que en la mayoría de los casos - ciertamente en todos los distritos rurales - esta expectación estaba tan envuelta en misterio que la destrucción de la tierra y el mal que había en ella, y la expectación de ser súbitamente arrebatados en el aire con amigos y parientes, tenía prioridad sobre toda otra consideración. Si la experiencia no mostraba nada más, sí revelaba cuán imposible es para la mayoría de las mentes humanas despojarse de conceptos materiales. Así, la Srta. Betsy Farnsworth - "tía Betsy," como siempre la llamaban en Groton - sintiéndose muy confundida por todo lo que le habían dicho en relación con lo que estaba a punto de suceder, y estando en extremo nerviosa, declaró finalmente que iba a prepararse para cualquier cosa, sin importar lo que fuera, y a continuación se compró una costosa dentadura postiza, se confeccionó una túnica de ascensión, y, cuando fue a la "Comunidad" para irse al cielo con los demás, llevó con ella un paraguas verde de seda, presumiblemente para usarlo como paracaídas si fuese necesario. La pobre había regalado la mayor parte de sus posesiones, pero afortunadamente la recuperó más tarde.

Estimados y curiosos personajes, ¿dónde podría encontrarse alguien hoy día que reaccionara tan ingenuamente a la expectativa de una experiencia tan avasalladora? Esto sólo podría compararse parcialmente con un relato hecho a la autora por la Srta. Marion R. Sawyer, de Rockville, Long Island, acerca de una anciana, que ahora vive con ella, la hermana de cuyo esposo tenía su casa en Edentown, New Jersey, por el tiempo de la gran excitación sobre el inminente fin del mundo. Esta anciana, habiendo escuchado toda suerte de especulaciones en cuanto a lo que con toda probabilidad sucedería, y habiendo oído los puntos de vista de varios autonombrados predicadores, pero encontrando poco a qué aferrarse con certeza, decidió seguir sus propias impresiones, y la noche antes del esperado fin "se lavó el cabello con gran cuidado, y a la mañana siguiente se puso una muda de ropa completamente nueva para estar escrupulosamente limpia, y pasó la noche entera orando por su familia entera, y para que su vida futura fuera casi una continuación de su vida en la tierra."

Éstos son con certeza casos individuales, pero sirven para subrayar las limitaciones de la visión espiritual que tienen hasta personas buenas y concienzudas.

Diferentes tipos de mentes son afectadas de manera diferente. Algunas pobres almas, oyendo hablar mucho de "ser arrebatados en el aire," y no pudiendo entender cómo podría ocurrir una cosa así, compraron grandes canastas de las que se usan para ropa de lavandería, e hicieron planes para sentarse en ellas cuando llegara el momento. La Srta. Lucy C. Hazelton, de Hampton, New Hampshire, corrobora esto en una carta dirigida a esta autora. "Nací en Hampton," escribe, "y he oído a mis parientes hablar de una compañia de Milleristas vestidos de blanco que tenían canastas en las cuales ir al cielo. Oí también que estas personas fueron a Hampton Hill y se quedaron allí todo el día." De acuerdo con la misma carta, regresaron después de anochecer, arrastrando las canastas tras ellos.

Debe recordarse que había una buena razón para toda la confusión de ideas que preocupaba las mentes de tantas personas en los distritos rurales. No había diarios ni entregas gratis de éstos a domicilio para mantener a los que vivían en poblados apartados o en granjas solitarias en contacto con los grandes centros del mundo exterior. Un semanario o dos quizá llegaban a algunos afortunados individuos, y ellos a su vez los pasaban a sus vecinos - en el mejor de los casos un lento proceso de impartir noticias. En esta ocasión, sin embargo, cada poblado estaba inundado de literatura que anunciaba el inminente fin del mundo y las teorías relacionadas con él, muchas de las cuales eran demasiado complejas para que las comprendiera la mente humana promedio. Más que eso, la educación general no estaba tan disponible como ahora, y había muchos granjeros y sus familias que no podían descifrar el difícil sueño del rey Nabucodonosor ni la interpretación de William Miller de las profecías de Daniel. Todo lo que entendían era que el mundo estaba llegando a su fin, y actuaban de acuerdo con su capacidad mental para absorber un pensamiento tan devastador. El efecto de esto sobre algunas de las mentes menos adiestradas fue extraordinario. Por ejemplo, John F. Wilson, de Rutland, Vermont, conocía personalmente a un hombre que se fabricó un par de alas, "y al acercarse el momento, se subió al granero, y al sonar la hora, se lanzó a volar, pero terminó en el suelo a pocos pies del granero y con una pierna rota. Este hombre después llegó a ser diácono en una iglesia ortodoxa y era muy respetado en la comunidad cuando yo lo conocí."

Este acto de saltar desde lugares altos prevalecía mucho. George Newhall, de Swampscott, cuenta de otro caso. "Recuerdo muy bien," escribe, "haber oído a mi madre contar acerca de la carpa en el potrero para caballos en North Salem, cerca de donde nosotros vivíamos en aquél tiempo. Recuerdo un incidente en particular que ella decía que ocurrió en esos días. Un hombre de nombre Chase (lo conocí bien años después) parecía muy excitado y entusiasmado por el Millerismo. Se subió a un árbol como a treinta pies de altura y saltó. Por fortuna para él, aterrizó sobre una gran parra de bérbero que le salvó la vida. Yo conocí a varias familias de Milleristas. Una de ellas era la Glidden y otra era la Hambler."

Una corresponsal de Worcester contribuyó con un incidente aún más lastimoso pero ridículo, que mostraba la condición de las pobres mentes desviadas que quedaron, al menos temporalmente, desequilibradas por el engaño.

"Un hombre," escribe ella, "(no usaré nombres, pues puede que a sus descendientes no les guste que los use) se puso unas alas de pavo, se subió a un árbol, y oró para que el Señor le llevara al cielo. Trató de volar, cayó, y se rompió el brazo... Recuerdo bien a mi padre y a mi madre hablando de ello. Recuerdo oírles decir que algunos se volvieron locos por el engaño."

Como se dijo más atrás, las estadísticas muestran que el Asilo para Locos de Worcester estaba lleno de desafortunados hombres y mujeres de aquel tiempo cuyas mentes habían cedido bajo el esfuerzo de esperar el llamado que precedería a la terrible destrucción del mundo.

Por medio de su madrastra, que vivía en Springfield durante este tiempo y que estaba interesada, aunque no era creyente en la profecía, y presenció muchas demostraciones de la febril excitación que existía en ese mismo tiempo entre los adherentes, Frederick L. Avery, de Ayer, Massachusetts, proporcionó algunos hechos interesantes, habiéndole escuchado a ella contarlos muchas veces. Él citó un caso de la misma clase que el anterior, como sigue:

Cuando llegó el día señalado, un gran número de asustados hombres y mujeres fueron conducidos por uno de los pastores hasta un lugar a medio camino hacia arriba de una colina fuera de la ciudad, y bajo la influencia de una anormal exaltación, él fue vencido por este mismo deseo de saltar en el aire, que había atacado a tantos otros. Mientras que todos trémulamente buscaban señales del inminente fin, y mientras el tiempo pasaba y no sucedía nada, la tensión se volvió muy severa. "Después de una larga espera," dice el Sr. Avery, "el Pastor, vestido en una túnica blanca, se subió sobre un gran tocón de árbol, y con los brazos abiertos, saltó hacia arriba, pero aterrizó en la tierra. Este engaño," continúa diciendo, "resultó en la locura de muchos."

Hay un hecho curioso en relación con este extraordinario período, y es que los hombres eran aún más proclives a cometer extravagancias que las mujeres, las cuales no era raro que creyeran, aunque con reservas. La Sra.de Aaron Mason, de Groton, que horneó una hogaza o dos de pan antes de prepararse para ascender al cielo, para estar lista, sucediera lo que sucediera, era sólo una de muchas esposas que conservaron un ápice de sentido común dentro de sus cerebros, aunque sus esposos habían lanzado el suyo a los cuatro vientos. Estaba la esposa del Dr. Smith, un dentista de Castleton, Vermont, que ilustra esto muy claramente. Su esposo era un hombre muy prominente allí; poseía una granja grande, y también un hato de fino ganado. Al acercarse el otoño, él cayó víctima del engaño, y cuando el tiempo señalado se aproximó, se sentó por tres días y tres noches en el pasillo frontal con la capa a cuadros de su esposa, esperando el terrible llamado. Su esposa pensaba mucho en su capa, y le sugirió que cuando llegase el momento "de ser arrebatado en el aire, era mejor que dejase caer la capa de sus hombros."

¡La felicitamos por su sentido ahorrativo y su previsión!

La Srta. Honora Harrison, de ochenta y nueve años, y su hermana la Srta. Sarah N. Harrison, de ochenta y seis años, de Castleton, Vermont, conocían muy bien al Dr. Smith y a su esposa, y le comunicaron a esta autora muchas cosas acerca de ellos, como también lo hizo la Srta. Mary Gerrish Higly, cuyo padre sabía todo sobre este incidente tan bien como los demás. Pero, cuando la Sra. de E. H. Parmelee, de Brandon, Vermont, escribió que había conocido al Dr. Smith cuando era un anciano una mañana de Navidad, y lo saludó con un alegre "Feliz Navidad," recibió la siguiente respuesta, un tanto alarmante: "Usted no sabe si el Señor nació el cuatro de Julio o no." Es permisible sospechar que las nieblas del engaño aún entonces no se habían disipado por completo del cerebro del pobre hombre.

Es un hecho curioso que oleadas de engaño producen impulsos similares, prescindiendo de latitudes y longitudes geográficas. Con Lady Hester Stanhope, la excéntrica inglesa que vivía en su villa en Mount Lebanon, estas oleadas tomaron la forma de mantener un caballo árabe blanco en el cual el Señor pudiera entrar en Jerusalén a su Segunda Venida, a tantos miles de millas de distancia. En el pequeño pueblo de Castleton, Vermont, en la Nueva Inglaterra, la gente confeccionó una túnica blanca para cuando Él viniera, y la Sra. Catherine (White) Grant, de Leicester, Massachusetts, dice: "He oído decir a mi padre que David Parsons, de Worcester, estaba tan seguro de la venida del Señor que hizo que su coche ligero fuera pintado, barnizado, y reparado, para que el Señor pudiera viajar en él." Y de la misma manera que la hermosa aunque excéntrica Harriet Livermore se subió a un árbol en el Monte de las Olivas y pasó la noche entre las ramas, así también, en un distante punto del globo terráqueo, en Harvard, Massachusetts, el anciano Sr. Hardy, un hombre respetable, aunque lleno de reumatismo, se las arregló para subirse a la misma copa de un manzano que había en el pastizal, y pasó en él una noche de lo más incómoda, esperando el fin, y cuando fue descubierto allí por sus vecinos a la mañana siguiente, había quedado como enyesado, y no podía mover ni las manos ni los pies, y se necesitaron horas para bajarlo. El Sr. Chaffee, padre de la Sra. W. S. Dudley, de Harvard, fue uno de los vecinos que ayudaron en la empresa.

Una anciana señora de New Bedford le escribió a la autora acerca de una familia entera (parientes de la suya) que se encaramaron en las ramas de un manzano con sus túnicas blancas puestas, y se quedaron allí una noche entera. "Pasó la noche," escribió, "y el padre y su familia bajaron a tierra desilusionados y empobrecidos, a comenzar la vida otra vez."

En un extracto de un documento preparado en relación con la celebración del sesquicentenario de la incorporación del pueblo de Wilbraham, Massachusetts, en Junio 15, 1913, un documento escrito por Chauncey E. Peck, se dice:

"Recuerdo haber oído al Dr. Abial Bottom, de South Wilbraham, contarle a mi tío abuelo, el Dr. Gideon Kibbs, una experiencia que tuvo mientras conducía su coche por Main Street hacia su casa, un poco al sur de los 'Greens.' Era temprano por la noche, y de repente su caballo se detuvo, aparentemente asustado por algo que vio arriba en un árbol cercano. El doctor mismo miró y vio una forma parecida a una figura humana entre las ramas, y preguntó: '¿Qué está Ud. haciendo allá arriba a estas horas de la noche?' Una voz de mujer contestó, más o menos: 'Antes de que el sol de la mañana salga, descenderá fuego del cielo y esta tierra será consumirá por el terrible calor. Me he puesto mi túnica de ascensión, y estoy esperando ser llevada por el aire al reino de la luz más allá del firmamento.'

"El sonido de la voz de la mujer alivió la ansiedad del caballo, y el doctor continuó su camino hacia us casa sin más contratiempos."

Actos como éste nos parecen inconcebibles en estos tiempos más ilustrados, pero en todos los tiempos hay personas desafortunadas que carecen de la capacidad de mantener su equilibrio mental bajo la tensión de grandes emociones, y esperar un suceso lleno de tan terribles posibilidades como una conflagración y la completa destrucción de la tierra que se siente tan sólida debajo de nuestros pies, y la súbita llegada del juicio, fue suficiente para aturdir y confundir a más de un cerebro que, bajo circunstancias ordinarias, funcionaba con cordura y en orden. Los espantosos efectos se manifestaban en jóvenes y viejos; ninguna edad era inmune a los desintegradores procesos producidos por esta aplastante anticipación del caos.

Gran número de mujeres jóvenes de Lowell quedaron sujetas a las devastadoras emociones, y la Sra. S. H. Parker, de Pratt´s Junction, cuya madre vivía en Lowell durante este período, hace el siguiente relato de ellas:

"Recuerdo bien oír a mi madre contarme cuando yo era joven," escribe ella, "acerca de una joven que ella conocía, que se fue al río, vestida con su túnica de ascensión y en compañía de muchas otras jóvenes, después de despedirse de los amigos que no habían llegado a creer realmente que ascenderían entonces. Los que se habían convencido pasaban mucho tiempo cantando y orando mientras las horas pasaban una tras otra, y por fin sintieron que había habido un error, así que con tristeza regresaron a sus hogares o lugares de alojamiento.

"Una muchacha, de nombre Hannah Dodge, se alojaba en el mismo lugar que mi madre, y cuando ella y otras llegaron a la casa y trataron de entrar, encontraron la puerta asegurada. Alguien vino a la puerta y llamó: '¿Quién está allí?' Hannah Dodge dio su nombre. '¡Oh, no!', dijo la persona desde dentro. 'Ud. no es Hanna Dodge - ella se fue al cielo!' Cada vez que Hannah pedía que se le permitiera entrar, recibía la misma respuesta: 'Oh, no - ella se fue al cielo!' Pareció m&aaacute;s bien difícil, pero finalmente se les permitió entrar a Hannah y a las otras."

Más de una desilusionada víctima de la profecía tuvo esta misma clase de recibimiento cuando regresó a su hogar. En la mayoría de los casos, era una manera de burlarse, que hería a las víctimas en lo más vivo. No era raro que los que tenían que soportar el ridículo que seguía al desengaño se apartaran de las otras personas y se volvieran tímidos e hipersensibles.

Sin embargo, aquí y allá la sorpresa de los que abrían la puerta a los cansados que regresaban era legítima. En la confusión general de pensamiento, había quienes, profesando ser no creyentes en la profecía, ocultaban dentro una sensación de incertidumbre acerca de lo que podría o no podría suceder. Por largo tiempo después de que la oleada de este engaño hubo retrocedido, muchos de los habitantes de las áreas rurales acostumbraban referirse a este período como "la vez que los Milleristas se fueron al cielo." Hay registrado un cierto número de casos de así llamados incrédulos en la profecía, que corrían hacia lugares elevados desde podían contemplar a alguna familia especial de Milleristas subiendo al cielo.

La Sra. Caroline F. Austen, de New Bedford, que pasó su niñez en la Isla de Nantucket, dice que había una mujer llamada Meader, a la cual muchos esperaban ver subir al cielo, y que había niños de escuela, de los cuales la Sra. Austen era una, reunidos alrededor de su casa con la esperanza de presenciar el vuelo de Meader. En muchos sectores, prevalecían los engaños ópticos, y la Sra. Elmira Edson Titus, que vivía en Claremont, New Hampshire, cuando era jovencita, dice que "algunas personas allí vieron ángeles volar por el aire, que iban en dirección de Woodstock, Vermont."

La gente consideraba la situación, y reaccionaba a ella, cada uno de acuerdo con su manera de ser. Lo que parecía un caso individual resultaba pertenecer a un grupo, miembros del cual podían estar separados y en varios lugares de la tierra, o muy cerca los unos de los otros. El único eslabón entre ellos era una inconsciente similitud de acción. Así, algunos se sentían impulsados a destruir cosas o a lanzar lejos de sí sus más preciadas posesiones en los últimos momentos del tiempo. En Portland, Maine, al acercarse el momento esperado, de acuerdo con la Sra. Ellen M. Davenport, de Worcester, cuyo padre recordaba todo lo que sucedió, "las mujeres se cortaban el cabello, cortaban los volantes de sus faldas, lanzaban lejos y regalaban sus joyas, y de hecho todas sus posesiones en algunos casos." Otros rompían todos sus muebles, declarando que ya no habría más necesidad de mesas, sillas, o las armazones de las camas, y las demolían sin piedad.

La Sra. Delia E. Dalrymple, de Millbury, Massachusetts, dice que su abuelo era amigo personal de una familia que rajó para leña cada uno de los muebles. Otros fanáticos lanzaban sus posesiones a las calles de las ciudades o a los caminos rurales. Un zapatero de New York, el día anterior al esperado fin, se sintió impulsado a lanzar a la calle todas sus botas y zapatos, así como sus herramientas, y los que no creían en la profecía se aprovecharon al máximo, peleándose por cualquier cosa a la que pudieran ponerle las manos encima.

La Srta. Marion R. Sawyer, de Rockville, Long Island, escribe acerca de esta ocurrencia, diciendo: "Hasta le fecha, tenemos con nosotros uno de los martillos de zapatero que mi abuelo, que era entonces un chiquillo, trajo a casa."

El Sr. Henry Kittredge, de Lowell, que ha hecho un extenso estudio detallado de la historia de Massachusetts, proporcionó a esta autora la siguiente anécdota, la verdad de la cual ella está en condiciones de confirmar, puesto que se la contó el ahora difunto Frank B. Sanborn, familiarmente conocido como "el sabio de Concord," cuya muerte rompió uno de los últimos eslabones en la cadena de hombres eminentes asociados con Emerson, Thoreau, Hawthorne, Channing, Alcott, etc., que vivían en ese pintoresco e histórico pueblo. Habiendo oído repetir esta anécdota, el Sr. Sanborn le preguntó un día al Sr. Emerson si era cierta, y éste último dijo que sí con una sonrisa. Se incluye aquí, de acuerdo con una carta del Sr. Kittredge fechada el 2 de Julio de 1921:

"Un hombre bastante emocionado, que había aceptado la creencia de que el mundo se iba a acabar ese día en particular, se encontró en los caminos de Concord con Ralph Waldo Emerson y Tehodore Parker. Parecían muy calmados e imperturbables. El Millerista pensó que era su deber informarles y avisarles del hecho trascendental del cual ellos no parecían estar nada conscientes. Así que caminó hacia ellos de manera que delataba su excitación, y dijo: '¡Caballeros! ¿SABEN ustedes, se dan CUENTA, de que el mundo llega a su fin hoy?'

"El Sr. Parker dijo: 'Eso no me preocupa a MÍ, porque yo vivo en Boston.' Y el Sr. Emerson dijo: 'El fin del mundo no me afecta a mí; yo me las puedo arreglar sin él.'"

Lo cual quiere decir que estos serios caballeros no estaban desprovistos de cierto sentido del humor.

Otra fase curiosa del engaño se hizo presente entre ciertos creyentes en la profecía que vivían en Harvard, Massachusetts. Su actitud es exactamente opuesta a la de los que botaban sus pertenencias o abandonaban sus cosechas. Había un hombre llamado Andrew Lawrence, que vendió sus vacas, con toda seguridad perdiendo mucho dinero, porque dijo que no habría nadie que las cuidase cuando él se hubiera ido. Sin embargo, tuvo buen cuidado de aferrarse fuertemente al dinero que recibió por sus animales, dinero que esperaba llevarse con él. Otro granjero, que vivía cerca de él, casi se mata tratando de recoger sus cosechas antes del 22 de Octubre, que se decía iba a ser el último día de la tierra, y hasta contrató cierto número de peones para que le ayudaran.

Varias sensatas matronas de Bare Hill, que es parte de Harvard, trabajaron hasta casi agotarse para terminar de enlatar sus conservas como de costumbre. Cuando sus escépticos y perplejos vecinos les preguntaron por qué hacían esto, replicaron que su punto de vista personal del asunto era que "Dios aprobaba a los cristianos ahorrativos, y que dejar todo en orden se les acreditaría en su favor."

Éstos son hechos bien conocidos en Harvard, y muestran las aterradoras limitaciones de la comprensión espiritual que puede existir en hombres y mujeres que por lo demás son fuertes, capaces, ahorrativos, y sensatos.

Y mientras registramos los efectos del engaño entre la gente del campo de Harvard, Massachusetts, debemos contarles acerca de Ben Whitcomb, de Stow, porque, no sólo era un personaje como rara vez se puede encontrar fuera de un apartado poblado de la Nueva Inglaterra, sino que fue un trágico ejemplo de los terribles efectos que la profecía producía en ciertos tipos de mentes. La autora tuvo la fortuna de escuchar este relato de labios de aquéllos cuyo recuerdo de él permanecía vívido, y que podían hacer una descripción exacta de este hombre extraño. La Sra. Annie Page, que vive en la cima del Cerro Boxboro, la Srta. Sarah Houghton, de Bolton, el Sr. Frank Stevens, de Stow, el Sr. Jerome Dwennell y su esposa, y el Sr. Eliphalet Tenney (conocido entre sus vecinos como "Life" Tenney), todos lo recuerdan bien.

Pregúntesele a algunos ancianos en esas áreas si recuerdan a Ben Whitcomb, y alzarán los brazos y exclamarán: "¿RECORDARLO? ¡Bueno, creo que sí! ¡Caramba, él acostumbraba asustarme cuando yo era niño! ¡Todos los mayores estaban asustados también, por millas a la redonda!"

El siguiente es un bosquejo de su espantosa experiencia:

Habiendo recibido calabazas el hermano de Ben Whitcomb, James, se dio a la bebida y se ahorcó. Después de esto, Ben vivió solo en la antigua propiedad situada sobre un solitario lote de terreno fuera del pueblo de Stow, un lugar que por alguna razón inexplicable era conocido como Monkey Street.

Sobre el camino entre Stow y West Acton vivía un hombre a quien sus vecinos llamaban el "Profeta" Houghton, porque se había echado sobre los hombros la tarea de predicar la profecía de William Miller de que el mundo se acercaba a su fin, y estaba dejando a su hato de fino ganado morir de hambre porque declaró que alimentarlo era un desperdicio de tiempo y dinero estando el fin tan cerca. En un intento de demostrar que estaba imbuído de poderes sobrenaturales, permaneció un día entero en su campo mirando directamente al sol, o al menos así lo afirmó. Sin embargo, algunos que lo vieron de pie allí dijeron que el hecho de que su tía Martha Houghton había salido y sostenido una sombrilla sobre la cabeza de él buena parte del tiempo en gran medida empañó la impresión que él deseaba producir. Pero era considerado un líder, y su casa era un centro de reuniones de naturaleza de lo más exagerada y fanática. Fue allí donde Ben Whitcomb se convirtió en ardiente seguidor de la versión del Profeta Houghton de la profecía de William Miller, y una y otra vez alzó su voz para testificar de su creencia de que el fin estaba cerca. La excitación y y la aprensión fueron más de lo que su sobrecargado cerebro podía soportar y se convirtió en la criatura extraña y estrafalaria que, según se recordaba, había aterrorizado a toda la región rural.

Ben poseía dos caballos, y después de que perdió la razón, les explicó a sus amigos que guardaba uno de ellos en excelente forma para poder entrar al Reino de los Cielos en él cuando llegara el momento. Adiestró al otro caballo para que saltara sobre las más altas cercas y muros de piedra, para que diestramente salvara de un salto los gallineros y pilas de leña de sus vecinos, y para galopar sobre los papales y a través de los maizales sin dañarlos; y aunque probablemente se le podía encontrar cabalgando por los caminos a todo galope, dando a gritos una advertencia de condenación inminente, era más frecuente que cabalgara a campo traviesa, salvando todos los obstáculos a su paso como si las pezuñas de su caballo tuvieran alas. Algunas veces, para terror de los viandantes, Ben y su caballo saltaban por encima de los arbustos que bordeaban el camino, aterrizando en medio de los viajeros y dispersándolos, llenos de pánico y con los corazones golpeándoles dentro del pecho, porque cuando él cabalgaba tenía un aspecto extraño y de lo más asombroso, aunque, de acuerdo con Eliphalet Tenney, se sentaba sobre su caballo como un general, y tenía una figura dominante, a pesar de su extraño atuendo. Este atuendo era tan extraordinario como para merecer una minuciosa descripción. Maravillaba a todos los que lo contemplaban. Desde los hombros, una capa de llameante escarlata se agitaba al viento, cubierta con lo que Eliphalet Tenney llamó "un revoltijo de estrellas doradas" que brillaban a la luz del sol. Algunas veces, este revoltijo se derramaba detrás de él, y algunas veces a sus costados, pero se desenrollaba en amplias curvas envolventes cuando la elevaba el viento, como una enseña de guerra de extraño presagio.

La anciana Sra. Sawin, quw vivía más abajo sobre el camino, confeccionó esta capa para Ben Whitcomb durante uno de sus ataques de locura. Ella los sufría a veces, y los vecinos tenían que ir y sostenerla.

Si la capa era alarmante, más lo era el enorme nido de avispas cortado en dos que llevaba sobre los hombros como gigantescas charreteras que le cubrían la mayor parte de la espalda y el pecho, dándole la apariencia de un gran crustáceo prehistórico. Un viejo, negro y raído birrete de colegial, coronado por un penacho, le cubría la cabeza, con un trozo de tela negra cosido a él, que le caía sobre las orejas y le pasaba bajo la barbilla, de manera que sólo su rostro demacrado y pálido era visible. Algunas veces variaba su tocado poniéndose en la cabeza la andrajosa ala de un viejo sombrero de paja, y poniendo encima de él los restos de una raída gorra de tela, fruncidos en forma de tres picos, con largas y estrechas tiras de franela roja flotando desde cada esquina, mientras de la frente se levantaba hacia arriba un enorme cepillo de escoba de maíz, arrancado de alguna escoba vieja. Como si esto no fuera suficiente, tenía cosidas por todas partes en su ropa campanas de todas las formas y todos los tamaños, siguiendo las costuras de su chaqueta y sus pantalones. Había campanas de trineo, cencerros, una gran campana de llamar a comer, e innumerables campanitas tintineantes; más que eso, había cortado en cintas ondeantes todos los trapos viejos que pudo encontrar. Estas flámulas también habían sido cosidas por toda su ropa, así como cintas de todas las longitudes y colores y botones de todas clases, y en la espalda, atado por un cordón que le colgaba del cuello, tenía un avispero de buen tamaño. Algunas veces blandía dos espadas desenvainadas, mientras que en otras ocasiones llevaba en alto, como una bandera, uno de los gráficos Milleristas hechos de lino, en el cual había pintadas ilustraciones de bestias terribles, y del carnero, el macho cabrío, y el gran cuerno, todos intrincadamente envueltos n la profecía.

Seguramente no fue ninguna sorpresa que cuando Ben Whitcomb, montado en su caballo, venía galopando a toda velocidad por el camino, con su maravillosa capa arremolinándose y ondeando al viento detrás de él, y el avispero rebotando hacia arriba y hacia abajo, o de un lado al otro, con todas las campanas sacudiéndose y tintineando, y los trapos y las cintas flameando, y las hojas de las espadas desenvainadas destellando, y él gritando que el Día del Juicio se acercaba, que los niños de escuela que jugaban durante el recreo tuvieran que correr enseguida hacia el edificio de la escuela a la vista de él y trancar la puerta, gritando de terror: "¡Aquí viene Ben Whitcomb! ¡Aquí viene Ben Whitcomb! ¡Cuidado con Ben Whitcomb!", y acurrucarse llenos de pánico por temor de que él sospechara el lugar en el que se ocultaban y los buscara.

La esposa del Sr. Jerome Dwennell, que se crió en Stow, experimentó esto muchas veces en su niñez, como también lo hicieron la Srta. Sarah Houghton, de Bolton, y la Sra. Annie Page, de Boxboro, porque Ben Whitcomb cabalgaba a lo largo y a lo ancho de la campiña.

La gente decía que era un loco fanático, y por extraño que parezca, él asentía a esto. "No tienen que tenerme miedo," algunas veces le confiaba a los asustados viajeros que encontraba en el camino. "Sólo soy un loco fanático religioso. Eso es todo." Para los desconocidos, sin embargo, esta afirmación no siempre era por completo convincente.

Pero, a pesar de estas evidencias de locura, Ben Whitcomb tenía períodos de lucidez, cuando era como cualquier otra persona. Era por naturaleza un hombre amable, y algunas veces iba a la casa de la Sra. Dwennell cuando ella era niña y ella se sentaba sobre sus rodillas y escuchaba los relatos que él le hacía, y en aquellas ocasiones ella no tenía temor de él. Era cuando él estaba a horcajadas sobre su caballo y galopaba a toda velocidad por el campo cuando causaba alarma.

Algunas veces sus observaciones eran singularmente atinadas. Había un hombre que vivía en las cercanías y que era adicto al alcohol, de acuerdo con el Sr. Tenney. Cuando estaba bajo la influencia del licor, iba al establo y le cortaba el rabo a una de sus vacas, dejándole sólo un muñón. Después de un tiempo, casi todas sus vacas estaban desprovistas de cola, y fue cuando él cayó enfermo.

Oyendo decir que su amigo estaba moribundo, Ben Whitcomb fue a verlo. Permaneció de pie mirándolo en silencio por varios segundos.

"¡Bueno," dijo como pensativo, "apuesto a que a donde vas no le vas a cortar la cola a ninguna vaca!"

Y muy probablemente tenía razón.

Una muy fría mañana de Febrero, Ben fue visto entrando al cementerio. Se hicieron observaciones sobre este hecho, que despertó cierta curiosidad. Sin embargo, a la noche siguiente, cuando ocurrió lo mismo, uno de los hombres del pueblo decidió averiguar el significado de ello, y se coló en el lugar detrás de él. A la mañana siguiente, se entrevistó con los miembros del concejo municipal y les dio el aterrador informe de que Ben Whitcomb se las había arreglado para quitar la lápida de la tumba de la familia Whitcomb y estaba pasando la noche allí con el termómetro cerca de cero. La sola idea de una cosa así era para pasmar a cualquiera, y los concejales no sabían cómo enfrentarse a esta contingencia, especialmente porque Ben era un hombre corpulento y fuerte, y en extremo inclinado a salirse con la suya. El asunto estaba siendo discutido, cuando se oyó el ruido de los cascos de un caballo, y un alboroto de excitación enseguida tuvo lugar en la calle del poblado. La gente corría fuera de sus casas, gesticulando y protestando con vehemencia, y luego corría hacia adentro nuevamente como para ponerse a salvo, pues Ben, con su capa escarlata y todos sus adornos, galopaba en su caballo de un extremo al otro del pueblo, y luego repetía la maniobra, con la nueva adición de un cráneo humano que le colgaba del cuello por un hilo, que se sacudía hacia arriba y hacia abajo mientras él galopaba, y que se golpeaba contra el avispero.

¡Había consternación en todos los rostros! "¡No me digan que es el cráneo de su papá!," alguien exclamó excitadamente. "¡O el de su mamá!", sugirieron las mujeres, poniendo los ojos en blanco de horror.

Pero Ben Whitcomb adivinó lo que estaban diciendo: "¡Es el de mi hermano Jim!", gritó, blandiendo sus espadas, y al decir esto, hundió un par de viejas espuelas de caballería en los ijares de su caballo y desapareció camino abajo.

Era inútil especular sobre lo que probablemente sucedería después, porque el cerebro de Ben Whitcomb cambiaba de idea inesperadamente, como todo el mundo sabía, pero creó una sensación cuando comenzó a acercarse caminando a la gente del pueblo a la hora de la comida y a poner la horrible reliquia bajo la mesa cuando la gente estaba tranquilamente comiendo bizcochos y donas. Los timoratos por naturaleza quedaban completamente desconcertados al verla, y algunos hasta se ponían histéricos. Nadie se atrevía a meterse con él porque era muy fuerte, pero finalmente los concejales, estimulados por la opinión pública, se pararon firmes. Le ordenaron que pusiera el cráneo de su hermano donde lo había encontrado, lo que en seguida se negó a hacer, pero accedió a llevarlo con él en una bolsa de papel, lo cual era mejor, sin duda, pero que no conducía a un completo sentido de seguridad, como averiguó una ama de casa cuando se sentó sola en su cocina para comer y entró Ben Whitcomb con la bolsa bajo el brazo.

"¡Llévate esa bolsa, te digo!," le gritó aterrorizada. "¡No te atrevas a acercárteme con esa bolsa, Ben Whitcomb! ¡Sé muy bien lo que hay en ella!" Y sintiéndose súbitamente imbuída de una fuerza nacida del miedo, se las arregló para hacer que caminara hasta la puerta, y enseguida la cerró y la trancó, y luego se sentó junto a la estufa y echó una buena llorada.

Finalmente llegó el día en que los distraídos concejales pudieron poner el pobre cráneo donde pudiera continuar su largo sueño en paz, pero Ben buscó otros medios de usar la energía que le sobraba. Los encontró cuando cabalgó hasta una carpa en Sterling llevando puestos todos sus adornos, y allí creó un alboroto tal que fue llevado al asilo en Worcester.

"No es necesario que se preocupen por mí," les aseguró amablemente cuando llegó allí. "Yo soy un loco religioso. Nada más." Y se comportó tan cuerdamente que lo enviaron de vuelta a Stow, declarando que, hasta donde podían ver, él había diagnosticado su caso correctamente y que era inofensivo. Y hasta la fecha, permanece en la memoria de los que todavía viven y que pueden recordarlo apareciendo y desapareciendo en los caminos rurales o sobre los campos de labranza, con su capa color de fuego ondeando detrás de él, y sus cintas y trapos, y todos sus trastos estrafalarios, sacudiéndose al viento, todavía pronunciando su advertencia de que el fin de todas las cosas estaba cerca, aunque William Miller y su profecía ya habían pasado a la historia, y la vida había continuado su curso sobre la tierra serenamente y sin cambiar.

Fue en la mañana del 11 de Marzo de 1877 cuando Ben Whitcomb, trágica víctima de la profecía, desapareció de la tierra, dejando sólo su extraño recuerdo como prueba de que había estado aquí. Sucedió de esta manera:

Estaba cansado de la vida, el pobre hombre engañado; se estaba haciendo viejo, y se sentía infeliz. Los que lo vieron informaron que parecía abatido, y temieron que falleciera de la misma manera que su hermano James. Comenzó a hablarse mucho de esto en el pueblo. En la noche del 10 de Marzo, tres de sus vecinos, Jerome Dwennell, Fred Moore, y Eliphalet Tenney, fueron a su casa preparados para quedarse allí hasta la mañana, pues ese día parecía especialmente desanimado.

Era una noche fría y borrascosa, y la nieve todavía era profunda en el suelo. Se sentaron cerca de la estufa de la cocina conversando en voz baja. Ben había estado allí con ellos, y no les había preguntado por qué estaban allí, lo cual les sorprendió. Había parecido tranquilo y hasta alegre, y después de un rato, se había ido a la cama. Los tres hombres continuaron sentados al lado de la estufa, alimentándola con combustible de vez en cuando. Al pasar las horas, recordaron a James, el hermano de Ben, y cómo le habían dado calabazas y se había dado a la bebida, y luego se había colgado; y luego recordaron a su padre y a su madre, y toda la historia de la familia, una historia que era conocida en el pueblo. Poco después de medianoche, uno de ellos tomó una luz y fue a la puerta de la recámara de Ben y, abriéndola suavemente, se asomó, y al hacerlo, lanzó una exclamación que atrajo a los otros rápidamente a su lado. ¡La habitación estaba vacía - y la ventana abierta de par en par!

"¡Por los cielos, se ha ido!", exclamó uno de ellos; y se miraron entre sí entre asustados susurros, y volvieron a mirarse y permanecieron silenciosos por unos instantes. "Quizás sea mejor mirar en el granero," sugirió el tercer hombre nerviosamente. Los otros asintieron con la cabeza.

Su búsqueda fue en vano.

En la profundidad del bosque, donde el helado y cortante viento no podía penetrar, Ben Whitcomb ya había cortado de un sólo golpe el delicado cordón que lo ataba a la tierra, y cuando en las tempranas horas de la madrugada Eliphalet Tenney lo encontró colgando de la rama de un pino, su alma se había ido volando a otra y más feliz esfera.

Y el pueblo lo comentó; y los que lo conocían mejor dijeron de él: "Digan lo que quieran, pero Ben Whitcomb era inofensivo. Nunca tuvo mala intención. Sólo era un loco religioso."

Y así, le pusieron al lado de su hermano James en la tumba familiar en el centro del antiguo cementerio. Que descanse su alma en paz.


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 11

La Historia de Mary Hartwell

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"And here we wander in illusions;
Some blessed power deliver us from hence!"
Los siguientes hechos e incidentes concernientes a Mary Hartwell y su prometido, Enoch Robertson, durante estos últimos días, cuando los seguidores del Profeta Miller esperaban el fin, fueron relatados a la autora por la hija del finado William Boles Willard, descendiente directo del mayor Simon Willard, de fama Revolucionaria, y residente de por vida del pequeño pueblo de Still River, que mira sobre el Valle de Nashua en la parte occidental de Massachusetts. Los recuerdos de ella de este período son muy vívidos, y como los Hartwell vivían muy cerca y al lado de la antigua propiedad de los Boles Willard, el trato entre las dos familias era diario, y aunque ella era una niña en ese tiempo, observaba este romance con interés absorbente, y años más tarde oyó repetir una y otra vez todos los detalles de él, que fueron vertidos en los oídos de sus padres por el padre y la madre de la heroína de esta pequeña historia, además de oír de ellos el relato proporcionado por el joven mismo en relación con su penosa experiencia. Algunos detalles menores se obtuvieron también de fuentes confiables.

Había tres hijas en la familia Hartwell, pero sólo una de ellas era hermosa. Era tan dulce y gentil de carácter como adorable en su aspecto, y el joven Enoch Robertson adoraba el suelo que ella pisaba. [Por consideración a sus descendientes, los nombres de Hartwell y Robertson han sido cambiados ligeramente del original a solicitud de la venerable dama que proporcionó a la autora los hechos de la historia.] Él era un muchacho orgulloso; había sido más bien inmanejable hasta que él y Mary se dieron palabra de casamiento y juraron amarse por la eternidad. Después de esto, él no tuvo sino un sólo pensamiento, día y noche - Mary Hartwell, la adorable Mary Hartwell.

A pesar del hecho de que por todas partes se decía vehementemente que el el mundo estaba llegando a su fin, se publicaron las amonestaciones desde el púlpito de la pequeña Iglesia Bautista de Still River.

Los padres de Mary no tenían paciencia con los que creían en la profecía, ni la tenían sus vecinos, Boles Willard y su familia, ni les hacía caso la familia Robertson. Todos ellos seguían con sus ocupaciones habituales, recogiendo sus cosechas con la íntima convicción de que volverían a plantarlas la primavera siguiente.

Pero se necesita más que una profecía para erradicar las cualidades fundamentales de la naturaleza humana ordinaria, y cuando el padre de Enoch, conocido por ser extremadamente acomodado, se mostró listo a prodigar tanto dinero como afecto a la futura esposa de su hijo, aún los que clamaban más en alta voz que el tiempo que quedaba era corto mostraron una adecuada porción de curiosidad cuando varios miembros de ambas familias dejaron filtrar los rumores de los preparativos para la boda, y cuando el joven Robertson no sólo le regaló a Mary un anillo de compromiso más resplandeciente que cualquiera que se hubiese visto en Still River, y, como si esto no fuera suficiente, sacó de una valija de cuero reluciente un hermoso reloj de oro sólido y lo colocó en las manos de ella, tal extravagancia causó una profunda impresión. Los padres de Mary, no deseando ser menos, le compraron un equipo de boda que ciertamente causó conmoción en el pueblo. Había un cofre de dote repleto de ropa interior; y un baúl nuevecito de cuero, listo y esperando la luna de miel, contenía todo lo que una novia podría desear para adornarse. En cuanto al vestido de boda, a la gente se le entrecortaba el aliento cuando hablaba de él; se rumoraba que era adecuado para una novia de ciudad.

Y los jóvenes enamorados eran tan felices como largos eran los días - él, ardiente y orgulloso de su elección, y ella, tierna y sonriente y adorable como una flor. El pueblo los miraba con indulgencia cuando caminaban camino abajo tomados de la mano.

Pero, al aproximarse el día de la boda, un cambio indescriptible le sobrevino a Mary Hartwell. Los vecinos tomaron nota de ello, y se preguntaron por qué. Algunos pensaban que estaba enferma, se veía tan pálida. Su novio se sentía perplejo e incómodo. Algo, que él no podía definir, se estaba interponiendo entre ellos. Él recurrió a la madre de ella para que se lo explicara, pero ella sólo contestó: "No es nada; es sólo un capricho de muchacha. Todo estará bien después de la boda." Trataba así de consolarlo. Algunas veces tenía éxito, y la confianza de él retornaba, pero cuando buscaba a Mary y la miraba inquisitivamente al rostro otra vez, no podía cerrar los ojos al cambio que veía allí, y un día le preguntó intempestivamente: "¿Está todo listo para la boda, Mary?"

Ahora bien, antes de ahora, cada vez que el feliz día de la boda se mencionaba, las mejillas de la muchacha se coloreaban, y ella lo miraba con la luz del amor en los ojos. Pero en esta ocasión, para completa consternación de él, ella le dio la espalda. "No hay prisa," dijo, "es mejor esperar un poco."

Esto fue para él como un golpe de muerte. Todos comenzaron a observarla con ansiedad.

Mientras tanto, los días iban pasando, acercando más y más el gran día que, de acuerdo con las teorías, deducciones, y cálculos matemáticos del Profeta Miller, habría de poner fin al tiempo y abrir los cielos para la Segunda Venida de nuestro Salvador. Muchos de los que no habían hecho caso de la advertencia antes ahora cayeron en un estado de gran agitación, y fueron a la propiedad Willard para conversar el asunto con Boles Willard, siendo uno de los hombres más prominentes del lugar y conocido por su despierto juicio. La conversación a menudo tenía lugar en voz alta y en tono vehemente, y su hija, que entonces era una niña, escuchaba lo que se decía, y se quedaba despierta por las noches, helada de miedo y de pavor por la trompeta que decían que sonaría desde un cabo de la tierra hasta el otro, y del terrible "infierno de más abajo" del cual hablaban tan locuazmente, y del "lago de fuego" y los gritos y los gemidos. Más de una vez, ella ocultó su cabeza bajo las sábanas y sollozó, siendo su único consuelo que su padre afirmaba positivamente que todos estos vecinos estaban equivocados en lo que decían, y que ninguna de esas cosas sucederían. Más de una vez, les oyó decirle a su padre : "¡Vaya, Boles Willard, hombre, qué es eso de no creer que el fin está cerca? ¿No has leído tu Biblia? ¿No has leído acerca del sueño de Nabucodonosor y las profecías en el Libro de Daniel?" A lo cual, para gran consuelo de ella, Willard contestaba con alguna vehemencia: "¡Yo leo mi Biblia, y en ella encuentro que Jesús dijo: 'No sabéis el día ni la hora,' y eso es bastante bueno para mí!"

Ahora bien, se notaba que cada vez que estas conversaciones tenían lugar en la propiedad Willard, Mary Hartwell cruzaba el camino apresuradamente y escuchaba atentamente a cada palabra que se decía. También se notaba que con bastante frecuencia ella desaparecía y se ausentaba por varias horas, y cuando regresaba, su rostro se veía tenso y pálido, y sus ojos brillaban de manera sobrenatural. En terrible angustia, Enoch Robertson buscó a los padres de ella otra vez.

"¿Qué puedo hacer?", les preguntó. "El día de la boda está fijado, y llegará pronto, y cuando le hablo de ello a Mary y le digo: 'Mary, nuestra boda se acerca,' ella da media vuelta y dice: 'Esperemos. Es mejor que esperemos.' Mi corazón está adolorido y estoy lleno de pena."

Trataron ansiosamente de tranquilizarlo, y nuevamente la madre dijo: "No es nada. Téngale paciencia," pero lo dijo con menos confianza que antes, y él intuyó que ellos también estaban preocupados. ¡Y sí que lo estaban! Allí estaba el vestido de boda, listo y esperando; y el cofre lleno de ropa blanca, y los atavíos y los accesorios para la luna de miel. ¡Y todos ellos habían costado dinero, más de lo que ellos podían sufragar! Pero, más que estas cosas, era la pareja de lo que estaban tan orgullosos. Y había el costoso anillo de compromiso y el reloj de oro sólido, regalos que ninguna otra muchacha de Still River había recibido nunca de su prometido. "¿En qué estaba pensando Mary?", se preguntaban el uno al otro, consternados. "¿Estaba ella cayendo víctima del engaño de que el mundo estaba llegando a su fin?" Como ella no decía nada acerca de ello, no le preguntaron directamente si era esto lo que la preocupaba. En vez de eso, comenzaron a lanzar invectivas contra estos engañados fanáticos que estaban, como ellos dijeron, "causando muchos problemas por todas partes." Ridiculizaron sus predicciones; señalaron a cierto número de familias que vivían en la comunidad de lo que es ahora Harvard Depot, declarándolos "nada mejores que gente loca"; objetaron las reuniones de carpas que tenían lugar en los rocosos pastizales de la granja Whitcomb, ahora conocida como la Granja de Beaver Brook, cerca de Littleton, desde donde, según se rumoraba, los cantos y los gritos podían oírse a una milla de distancia. Señalaron a la "Comunidad" de Groton, y nuevamente exclamaron: "¡Locos! ¡Locos!", y de hecho le prohibieron estar cerca de la granja de Josiah Whitington sobre el camino entre Harvard y Stow. "Según todas las apariencias, lo que ocurre allí es algo terrible."

Esto era cierto, porque los que todavía viven y que lo recuerdan dicen que nadie que no fuera creyente en la profecía se atrevía acercarse al lugar, tan terrible eran el griterío y los cantos y algunas veces los chillidos que venían de ese lugar solitario y que podían oírse a gran distancia. Muchos lo llamaban "el lugar más loco de Massachusetts."

Cuando le hablaron de estas cosas a Mary, ella guardó silencio, pero cada día vieron su rostro ponerse más pálido hasta que parecía una flor frágil y delicada del bosque, a punto de marchitarse y desaparecer.

Sucedió que un día la echaron de menos cerca del mediodía. Había ocurrido antes, pero esta vez, aunque no podían explicar por completo la razón de ello, se sintieron excepcionalmente inquietos. Enoch Robertson, inquieto e infeliz, fue a la casa de los Hartwell al atardecer, y se le dijo que ella todavía estaba ausente. Él y la Sra. Hartwell estaban discutiendo la situación ansiosamente en la cocina cuando de repente Mary apareció en el quicio de la puerta.

"¡Madre! ¡Madre!", exclamó. "El Hermano Hall en Groton dice que es tiempo de preparar nuestras lámparas; dice que todas las cosas apuntan a que el fin está cerca; habrá un gran incendio en la Montaña Wachusett que nos avisará; afirma que será la luz del Espíritu, y la reconoceremos cuando la veamos, pues su belleza sobrepasará cualquier cosa que jamás hayamos soñado. Dice que el valle se convertirá en humo, las rocas serán arrancadas de la tierra y nosotros seremos arrebatados con ellas en el aire, esto es, si somos dignos. ¡Madre! ¡Madre! ¿Por qué no escuchas lo que te digo?"

Fueron tomados tan por sorpresa que al principio no podían hablar. La expresión del rostro de la muchacha era como transfigurada. Parecía haber tenido una visión.

Su madre contuvo el aliento. "¡'Mary, niña! ¡Mary!," balbuceó. "¡No vayas a creerle a Benjamin Hall. Él no sabe de lo que está hablando - ni tú tampoco - diciendo todas esas cosas locas que no son así! ¡Caramba, Mary! ¡Es en el día de tu boda en lo que deberías estar pensando, hija!"

"¡El día de la boda!" - las palabras vinieron de Mary como si el pensamiento que ellas encerraban la llenara de horror. Entró a la cocina, y miró primero al uno y después a la otra.

"No es el momento," dijo lentamente, "para que pensemos en casarnos o darnos en casamiento. Sólo tenemos tiempo para pensar en nuestras almas, y lo que va a ser de ellas."

Enoch Robertson enrojeció hasta la raiz de los cabellos, y luego su rostro adquirió una palidez cadavérica. Dio dos o tres pasos hacia ella, pero de repente se detuvo.

"¿No te irás a echar para atrás de la palabra que me diste, Mary?", balbuceó. "¿No harás eso, verdad?" Su voz temblaba, a pesar de su esfuerzo para aparentar dominio. Esperó un momento. "Me gustaría tener una respuesta," dijo, mirándola directamente al rostro. Pero ella no contestó. Parecía como si no lo hubiese oído.

Uno de ellos corrió, atravesando el camino, para traer a Boles Willard. "Venga a hablar con Mary," lo instaron, casi sin aliento. "¡Está hablando cosas extrañas!" Y se apresuraron hacia el hogar de los Hartwell. Pero ni siquiera Willard pudo impresionarla en lo absoluto. ¡El engaño se había apoderado de ella, y la había hechizado!

Fue cerca de la víspera del día de su boda cuando Mary Hartwell desapareció. Cuando primero la echaron de menos, dijeron: "Va a regresar, como la hecho antes." Pero cuando cayó la noche y todavía no había regresado, un terrible temor se apoderó de ellos. Cada vez que se oía pasar una carreta camino abajo, corrían fuera de la casa a ver.

"¿Estaba Mary en el camino por donde Ud. venía?", le preguntaban al conductor. "No," era la invariable respuesta, "hasta donde pudimos ver, no estaba por ninguna parte."

Al caer la noche, se corrió la voz de que la muchacha no aparecía. Después de la cena, la mayoría de los hombres del pueblo llegaron a la casa de los Hartwell y se ofrecieron para buscar en el bosque, mientras la mujeres se reunían en grupos en el camino y discutían la situación. "Se había estado viendo mal por algún tiempo," algunos estuvieron de acuerdo. "¡Es extraño!" dijeron otros, intercambiando miradas y sacudiendo la cabeza - "¡y sólo faltan algunos días para la boda! ¿Sería que se cansó de él?" "No," decían otros. "Es el temor del fin lo que la preocupaba, la pobre. No pudo soportar la tensión de la espera."

Mientras tanto, el joven Robertson, con el rostro tenso y pálido por la emoción, se preparaba para guiar al grupo de búsqueda.

"Está el lago," susurró la madre de Mary en tono tembloroso, "y el río, Enoch; sería mejor buscar allí. Puede que haya vagado a la ventura, como aturdida, y haya caído en ellos, la pobre niña. ¡Oh, la pobre niña!"

Al hacerse noche plena, el temor de ellos aumentó. La búsqueda duró muchos días y muchas noches más. El pueblo entero, los hombres, las mujeres, y hasta los niños, revisaron el bosque y las orillas del lago, y hasta los rocosos pastizales de Oak Hill, pero no encontraron rastro de ella. Su novio, frenético de dolor, corría de aquí para allá, llamándola por su nombre, pero no obtuvo respuesta. Visitó todos los lugares de reunión de los seguidores del Profeta Miller y buscó en las muchedumbres que se reunían en ellos, pero Mary no estaba entre ellos. Después de un tiempo, la gente del pueblo abandonó la búsqueda.

"Es inútil," dijeron, "la hemos buscado por todas partes. No podemos hacer nada más." Pero Enoch juró que nunca abandonaría la esperanza. "¡Buscaré a Mary mientras tenga sangre en las venas!" declaró febrilmente, y recorrió el Valle de Nashua a lo largo y a lo ancho; en cada pueblo donde llegaba, preguntaba ansiosamente: "¿Han visto a Mary Hartwell, de Still River?" Pero siempre reecibía la misma respuesta: "No. No hemos visto a ninguna forastera por aquí." Y sin embargo, a pesar de la opinión prevalente entre sus vecinos, ni él ni los padres de Mary podían creer realmente que Mary estaba muerta. "Está en alguna parte con esa gente loca," se aseguraban el uno al otro con confianza. Pero ¿dónde? Enoch la había buscado por todas partes, sin hallar rastro de ella.

Finalmente llegó el día que habría de presenciar el gran cataclismo de la tierra y de sus impíos moradores. Esa mañana, el joven Robertson, que había pasado la noche sin dormir, se apresuró a ir al hogar de los Hartwell.

"Hay rumores de una gran excitación en Lowell," le dijo a la madre de Mary, "y por alguna razón siento como si algo me atrajera hacia allí. Si salgo ahora, creo que llegaré al anochecer. Pienso que Mary, pobre muchacha, anhelaba alejarse de la gente que la conocía. Quizás esté en Lowell. No se sabe."

"En Lowell! exclamó la Sra. Hartwell, dubitativamente. "No, está demasiado lejos." Él no esperó oír más. Casi corrió camino abajo, y al poco rato se le vio conduciendo su coche de dos asientos sobre la colina.

La noche ya había descendido sobre el pueblo. El joven Robertson había dejado su coche en la caballeriza, y ahora revisaba las carreteras y caminos apartados de Lowell, a través de angostos valles y anchas calles, buscando alguna pista que lo condujera al lugar en que se ocultaba su novia. En muchos lugares tenían lugar demostraciones de excitación histérica. Podía oír gente cantando y gritando al lado del puente, y se apresuró hacia el lugar con el corazón golpeándole dentro del pecho, se abrió paso a codazos a través de una muchedumbre de hombres y mujeres en la angustia de una gran excitación, y examinó cada rostro a la luz mortecina de las linternas que portaban, por ver si podía encontrar a Mary entre ellos; pero no había allí ningún rostro que se pareciera al de ella. Algunos en la muchedumbre estaban cantando con intenso fervor, sus voces estridentes, revelando la aprensión que se mezclaba con sus exaltadas emociones. Algunos estaban pálidos de temor y se agrupaban nerviosamente, mientras otros parecían estar fuera de sí de gozo, pero en todos los rostros Enoch veía un peculiar destello de algo no completamente cuerdo. Se alejó rápidamente, con el repulsivo temor de ver esa misma mirada en el rostro de la pobre muchacha engañada a quien amaba tan entrañablemente, si es que la encontraba.

Estaba doblando la esquina de una gran bodega, cuando hirió sus oídos una babel de voces que venía del piso superior del edificio, donde las ventanas estaban abiertas de par en par. Las habitaciones estaban iluminadas lo suficiente para que pudiera ver figuras de hombres y mujeres que iban de aquí para allá. Permaneció quieto, mirando hacia arriba, y una súbita sospecha lo asaltó.

Encontrando sin llave la puerta del edificio, subió las escaleras a grandes trancos, siguiendo la dirección de las voces.

Jamás olvidaría la escena que se ofreció a sus ojos cuando llegó al piso superior, según le dijo a la madre de Mary después. Todo ello era tan contrario a su sentido del equilibrio y la cordura que se sintió aturdido. Miró a su alrededor y vio a hombres y mujeres, en parejas o en grupos, cada sexo separado del otro, moviéndose rápida y ligeramente de un lado al otro como incapaces de permanecer quietos; un momento cantando y gritando, y al siguiente deteniéndose repentinamente y escuchando. Cada vez que hacían esto, una viva emoción parecía pasar a través de la muchedumbre; la atmósfera estaba cargada con corrientes que confundían el cerebro, y se apoderó de él un loco deseo de abrirse paso a empujones hasta el centro de la habitación, y denunciar a estas personas que creían en una profecía de una influencia tan devastadora que le había robado a su prometida, a su novia, de la hermosa muchacha que le era más querida que cualquier otra cosa en el mundo. Se sintió exasperado, enfurecido contra ellos. Luego miró los rostros que pasaban delante de él, y su pasión disminuyó; estaban tensos y melancólicos, y se encontró preguntándose cuántos de ellos se habían separado de sus seres queridos, esperando la eternidad sin ellos, tal como Mary esperaba alcanzarla sin él, puesto que él no podía creer como ella creía.

Dos mujeres pasaron en frente de él. Ellas, como la mayoría de los otros, tenían puestas ropas blancas que parecían más o menos camisones de dormir, y el cabello, que les colgaba suelto sobre los hombros, les ocultaba parcialmente el rostro. Pero lo que vio de la que estaba más cerca de él hizo que la sangre corriera más rápidamente por las venas. ¿Era Mary? Miró nuevamente, y luego saltó hacia adelante, y miró el rostro de ella fijamente. ¿Era Mary en realidad? ¿Era su adorable Mary Hartwell? Sintió que el corazón se le encogía dolorosamente. ¡Cuán cambiada estaba! ¿Dónde se habían ido aquellas suaves curvas redondeadas de la juventud? El rostro en frente de él parecía de cera.

"¡Mary!" exclamó con angustia. "¡Mary!" Ella se volvió y lo miró, y su expresión apenas cambió. "¡Mary!" Él le tomó la mano. "¡Oh Mary, sal de aquí. Regresa a casa. No deberías estar en un lugar como éste!"

La voz de él estaba llena de ruego y de anhelo. En su corazón no había ni asomo de reproche para ella; era una gran oleada de compasión por ella lo que ahora lo inundaba, por dentro y por fuera, de la cabeza a los pies. ¡Nunca había soñado encontrarla así! La pequeña mano que él apretaba entre la suya parecía sin vida; él no sintió ninguna presión en respuesta, y estaba fría; él le puso emcima su otra mano para darle calor. "Mary, ¿no quieres hablarme?"

Ella lo miró de nuevo. Su espíritu parecía desconectado y distante. Él apenas podría decir si ella lo había escuchado, hasta que ella habló en voz baja y apresurada: "El fin está muy cerca ahora," dijo, como si la impacientara la interrupción. "Si has venido aquí como creyente en la profecía, quédate con nosotros, Enoch, pero si no, entonces vete, y vete pronto, porque la trompeta puede sonar en cualquier momento."

La mujer que estaba con ella trató de alejarla de él, pero ella se resistió lo bastante para decir, con un pequeño jadeo después de cada palabra: "¿Sabes lo que significa no creer? ¡Enoch! ¡Enoch! ¡Significa el Lago de Fuego y el infierno de abajo! ¡Oh, Enoch!"

La sangre fluyó al rostro de Enoch. "¡No significa nada de eso, Mary!" replicó, súbitamente airado. ¡"Lo que dices es blasfemia! Dios no es así. Él está lleno de misericordia y amor. Todos ustedes es mejor que tengan cuidado de no hacerlo aparecer de esa manera. Es blasfemia, te lo aseguro!"

Al oír estas palabras, los ojos de la pobre muchacha engañada se llenaron de horror, y su compañera tiró de ella, alejándola de él. "¡No lo escuches!", le advirtió excitadamante.

En ese momento, una voz hombre gritó: "Guarda, ¿qué de la noche?" Se hizo un súbito silencio, y cada uno permaneció silencioso, sosteniendo la respiración.

Un hombre subió algunos escalones de madera rústica, empujó la puerta de un tragaluz que se abría al techo, y metió la cabeza por él, mirando hacia el cielo.

"Veo una extraña luz allá, detrás de aquellos árboles; parece que viene algo," les anunció a los que estaban abajo.

Una mujer en la muchedumbre exclamó: "¡Gloria! ¡Gloria!" - y un estremecimiento de agitación saltó de corazón en corazón. La multitud comenzó a ondular hacia atrás y hacia adelante, cuando el pastor se asomó otra vez.

"No es nada, no es nada, hermanos," anunció rápidamente. "Estaba equivocado. No es sino la luna saliendo."

En ese momento, un grito brotó de la muchedumbre abajo en el puente - se podía oír a través de las ventanas abiertas - pero cesó enseguida. (Un incidente similar a éste sucedió en Ludlow, Massachusetts.)

"¡Mary!" imploró Enoch, caminando hacia ella, "¡no te quedes aquí con esta gente loca! ¡Mary, muchacha, el mundo no se va a acabar; todo es un engaño; lo que esta gente dice no tiene sentido! El sol saldrá lo mismo que siempre cuando venga la alborada."

Ella se volvió hacia él enojada. "¡Vete de aquí," ordenó. "¡Déjame ir al cielo en paz. No regresaré contigo. No tengo nada que hacer con un incrédulo!"

Su novio dio un paso atrás como si lo hubiesen golpeado. Entonces notó nuevamente cuán macilento estaba aquel rostro adorable, y cuán pequeña y delgada se veía su juvenil figura en su patética y pequeña túnica de ascensión. Olvidando la afrenta que acababa de recibir, él vino a su lado otra vez y la tocó en el brazo, habiéndosele ocurrido un súbito pensamiento.

"¿Dónde están tu sombrero y tu vestido y todas tus cosas, Mary?," susurró con un súbito sentido de vergüenza y lástima ante estas palpables evidencias de su completo engaño.

Ella lo miró con ojos brillantes y sin parpadear. "No lo sé," murmuró, sacudiendo la cabeza. "No recuerdo dónde los dejé. Ya no importa."

"Pero, Mary," insistió él. ¿"Qué has hecho con el anillo? ¿Y el reloj de oro?" "No lo sé," contestó ella después de hacer una pausa por algunos momentos, como si tratara de recordar. "No sé qué hice con ellos. Ahora ya no los necesito, así que no importa."

Enoch se volvió y bajó trastabillando la oscura escalera lo mejor que pudo. Sentía que se asfixiaba. ¿Qué había sido de su novia, de la muchacha que le había prometido amarlo?, se preguntaba con desesperación. La pequeña figura semejante a un fantasma en el piso superior no se parecía en modo alguno a su adorada Mary Hartwell.

Se sentía muy miserable e infeliz, mientras estaba sentado en los escalones de la puerta al otro lado de la bodega para seguir vigilando lo que sucedía allí. Se alegraba de tener una oportunidad para meditar. En la emoción de encontrar a Mary y la agitación de su encuentro con ella, en realidad había perdido de vista el hecho de que cuando terminara la noche y estas pobres criaturas hubieran descubierto su error, él debía hacer que ella aceptara que la llevara a casa; en realidad, habiendo presenciado el poder de convicción al cual estas personas estaban sometidas, inconscientemente había caído en la aceptación de la idea de que por lo menos algo debía suceder antes de la mañana; hasta se encontró mirando al firmamento estrellado de tanto en tanto para ver si todo estaba bien allí. Pero ahora que estaba solo, se volvió un hombre práctico otra vez. Comenzó a considerar con aprensión el ridículo que los que ellos llamaban "burladores" seguramente lanzarían a las cabezas de estas pobres víctimas de la profecía del Profeta Miller, y el darse cuenta súbitamente de que Mary podría estar sujeta a una humillación como ésta, despertó en él toda su ira. Estaba confundido por la ansiedad.

Pasaban las horas.

Oyó a los relojes dar las horas al pasar cada una, y cuando esto ocurría, un gran silencio caía sobre los que esperaban el fin. De cuando en cuando, veía a algunos de los hombres salir al techo y mirar alrededor, entrando nuevamente cuando los cantos y las oraciones se renovaban, pero ahora le parecía que las voces estaban comenzando a flaquear, como si el agotamiento estuviese comenzando a invadirlos. Durante una de estas pausas, Enoch subió quedamente las escaleras para ver lo que sucedía.

Por todo el pueblo, los relojes estaban dando la hora otra vez, y se estaba levantando una brisa, trayendo con ella el frío peculiar que presagia el paso de la noche. Cuando llegó al descanso superior, miró adentro, más allá de la puerta. Todos estaban arrodillados ahora, y la palidez de sus rostros vueltos hacia arriba lo asustó, haciéndolo contener el aliento. Apresuradamente, buscó a Mary con la mirada. Y sí, allí estaba, la pobre muchacha, arrodillada sobre el áspero piso, con sus delgadas manos cruzadas con fuerza sobre el pecho y sus dulces labios temblorosos. Todo el amor en el corazón de él brotó en anhelo hacia ella; había algo tan devocional en su actitud y su delicado rostro era tan puro y semejante a una flor, que él se abrió paso por entre la gente y llegó a su lado.

"Mary," susurró con ternura, "Mary, la noche pronto habrá pasado. Te estaré esperando afuera, Mary. No diré nada más, excepto que estoy aquí para protegerte - ahora y siempre - puedes creerme en esto."

No esperó ninguna respuesta, sino que se bajó las escaleras, con el corazón latiéndole tumultuosamente.

No fue sino hasta que el sol salió que abandonaron la esperanza. Con los primeros albores de la aurora, Enoch vio figuras moviéndose con presteza en la calle como si se apresuraran a alejarse para ocultar el fracaso de la profecía, antes de que la luz del día brillara con fuerza. Algunos se quedaron hasta que los rayos del sol brillaron sobre el horizonte, firmes hasta el fin. Podía ver grupos de ellos dispersándose al lado del puente. Y mientras él miraba, comenzaron a aparecer los de la bodega, retirándose en todas direcciones, algunos llorando, algunos tambaleándose de agotamiento, algunos con la desesperación y la desilusión retratada en sus rostros. Muchos de ellos parecían aturdidos y pálidos como cadáveres.

También apareció Mary en la puerta. De un salto, Enoch estuvo a su lado. "Ven por aquí, Mary. Por aquí," la instó en voz baja, que temblaba de excitación.

Le pareció a él que los movimientos de ella eran puramente automáticos, como si apenas estuviera consciente de los contornos , y el único pensamiento de él era llevarla a la caballeriza donde había dejado su coche, antes de que alguien en la calle la reconociera. Al mirarla con solicitud, la pobre y pequeña y arrastrada túnica de la ascensión atrajo su atención. Sintió un súbito e inesperado deseo de ocultarla también, pues recordaba lo que representaba.

"¿No puedes recordar dónde dejaste tu otra ropa, Mary? ¿No puedes recordar, querida?, le preguntó, mirando alrededor apresuradamente con la esperanza de evitar a los burladores. Ella sacudió la cabeza pesadamente. "Quizás lo recuerdes si te quedas quieta y piensas por un momento."

Esta vez no hubo respuesta. Mary escrutaba los cielos con expresión de inquisitivo asombro, en la que se mezclaba un asomo de reproche. Pequeñas y algodonosas nubes blancas navegaban gozosamente por el éter claro y azul, y las hacían chispear los rayos del sol saliente; otro día, con su porción de deberes, su llamado al trabajo, y su abundancia de oportunidades, había amanecido, trayendo con él esa indescriptible energía que acompaña a los nuevos comienzos.

"Vamos por el coche," dijo Enoch rápidamente, tratando de ignorar la condición de ella y de hablar con naturalidad. Le pasó por la mente momentáneamente la pregunta de si podría algún día ganarla para sí nuevamente, pero la desechó como falta de fe en ella, y se concentró en instarla a caminar hacia la caballeriza, y cuando finalmente llegaron allí, la alzó para subirla al coche, e iniciaron el camino a casa.

¡Fue un extraño regreso al hogar! Para Enoch, "la tierra y su plenitud" parecía muy hermosa en esta mañana de Octubre, pero cada momento era consciente de la pequeña figura silenciosa y aparentemente desolada que estaba sentada acurrucada a su lado. De tanto en tanto, algo como un sollozo escapaba de ella, que lo hería vivamente, pero cada vez su amor por ella triunfaba sobre la herida en su corazón, y se obligaba a sentir sólo una tierna piedad y solicitud. Recordó la pasada felicidad de ambos, y el gozo con el que hablaban juntos de su futuro hogar. ¿Podría estar muerto todo el amor que ella le había mostrado?, se preguntaba, cuando un súbito temor le atenazó el corazón. Pero nuevamente repudió el pensamiento y llamó en su auxilio a la paciencia.

Cuando el largo trayecto había casi llegado a su fin y se estaban acercando a su destino, un viejo granjero que los pasaba en su carromato tiró de las riendas de su caballo, para decirles: "Bueeno, después de todo el mundo no llegó a su fin, había una luz brillante sobre el Monte Wachusett anoche, lo mismo que decían que iba a haber. Creo que la deben de haber visto. La mayoría de la gente la vio."

A la mención de una luz sobre Wachusett, Mary se despabiló como si una chispa eléctrica la hubiera tocado. Se aferró al brazo de Enoch. "¡Pregúntale qué quiere decir!" susurró excitadamente, una súbita esperanza destellando en sus ojos - "pregúntale rápido lo que quiere decir! ¡Una luz en Wachusett, Enoch - ésa habría de ser una señal! Quizás debimos haber esperado un poco más. Todavía puede venir." Él podía sentirla temblar mientras la mano de ella le agarraba el brazo.

Esperando calmarla siguiéndole la corriente, se volvió y miró al anciano. "¿Una luz dice? ¿Cómo es eso?" "Los muchachos lo hicieron," contestó el hombre con una prolongada sonrisa ahogada. "Una pandilla de muchachos traviesos encendieron una hoguera, que podía quemar la montaña. La gente de todos los alrededores estaban muertos de susto y pensaron que de verdad el fin había llegado."

Enoch sintió la ligera figura a su lado derrumbarse como postrada por un golpe. Hizo restallar el látigo sobre la cabeza del caballo para que apurara el paso.

"Dígame - espere un momento," gritó de repente el viejo granjero, que había estado mirando a Mary con curiosidad. "Dígame, ¿no es esa Mary Hartwell, de Still River, sentada junto a Ud? Dígame, Enoch Robertson, espere -"

Pero el caballo del joven Robertson ya estaba galopando camino abajo, llevando el coche y sus ocupantes fuera del alcance de la voz del anciano.

¡Pobre Mary Hartwell - pobre muchacha engañada - cuán amargo fue su despertar! Cuanndo el caballo disminuyó la velocidad , Enoch la miró de reojo, y vio que que ella se había cubierto el rostro con las manos y lloraba lastimosamente. Las palabras del anciano habían hecho trizas los últimos restos de su destrozado sueño.

Enoch de consolarla, pero en vano. Él estaba lleno de angustia y estupefacto por no poder calmarla. No sabía qué hacer o qué decir, porque cuando extendió la mano para rodear la de ella expresando simpatía, ella la alejó de sí.

"¡No me molestes!" exclamó miserablemente. "¡No puedes entender - no eras uno de nosotros!"

La joven estaba completamente agotada para cuando llegaron a su hogar, el hogar que el engaño le había hecho desertar y dejar abandonado.

Al sonido del coche que se aproximaba, las hermanas y padres de Mary, temblando de emoción, corrieron a la puerta y permanecieron allí, esperando saludarla. Al bajarla Enoch del coche, extendieron los brazos para recibirla.

"¡Mary - hija!" exclamó su madre con una voz que temblaba a pesar del gozo - "Has regresado a nosotros - has regresado al hogar!"

Se reunieron alrededor de ella tratando de contener las lágrimas, porque vieron la palidez de cera de su rostro y miraron con aprensión a lo delgado de sus frágiles y esbeltas manos. Con tiernas palabras de estímulo y amor, la condujeron a la casa y cerraron la puerta.

Al otro lado del camino, los vecinos observaban la escena. Boles Willard sacudió la cabeza tristemente. "No sabéis ni el día ni la hora," dijo, citando la Biblia nuevamente. "Es extraño que no prestaran atención a esas palabras!"

En el pueblo se decía que nunca hubo amante más cariñoso ni más fiel que Enoch Robertson. Esperó y esperó a Mary Hartwell, pero ella no le prestaba atención. Triste y abatida como una flor marchita, se sentaba día tras día en la ventana, mirando adoloridamente a través del valle hacia la Montaña Wachusett. Alguien dijo: "Sería mejor que se fuera de aquí." Otros decían: "Ella nunca volverá a ser la misma otra vez."

Su madre y sus hermanas trataron de hacer volver sus pensamientos hacia la boda. "Enoch te está esperando, Mary," le dijeron; "ya ha esperado suficiente." Pero ella sólo sacudía la cabeza y no hacía ningún comentario.

Y así pasó el tiempo; hasta que una primavera, cuando las flores de los manzanos y las lilas llenaban el aire con su fragancia, Mary se puso el vestido de boda, y la corona de pimpollos de color naranja sobre su pálida frente, y en la pequeña Iglesia Bautista en el centro del pueblo, ella y Enoch se convirtieron en marido y mujer. Entonces, con tierno cuidado, él se la llevó lejos del hogar de su niñez al mundo exterior de amplias actividades, donde ella pudiera olvidar, y empezar una nueva vida. Y el pueblecito no los vio más.

Pero algunos años más tarde, el pueblo recibió noticias de ellos. Fueron traídas por dos de sus antiguos camaradas, que se los encontraron en una estación de ferrocarril - a Enoch, Mary, y sus niños.

"¿Cómo estaba Mary?" el pueblo preguntó ansiosamente. "Ahora parece como otras personas," fue la respuesta, "y Enoch la ha hecho feliz."


[...]


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Capítulo 12

La Muerte del Profeta Miller

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

"Watchman! tell us of the night,
For the morning seems to dawn.
Traveler, darkness takes its flight;
Doubt and error are withdrawn!"
Los relatos precedentes acerca de las varias maneras en que fueron enfrentados la aproximación y el paso del momento del esperado fin de todas las cosas, relatos que fueron recibidos de fuentes auténticas, deben ser seguidos por una corta descripción de la perplejidad de los que eran responsables de todo este trastorno del equilibrio mental. En su libro "Life and Experiences" [Vida y Experiencias], el Pastor Luther Boutelle nos da un vistazo de lo que sucedió:

"Pasó el 22 de Octubre, poniendo indeciblemente tristes a los fieles y a los que anhelaban, pero haciendo que se regocijaran los incrédulos y los impíos. Todo estaba tranquilo. No había 'Advent Herald;' no había reuniones como antes. Todo el mundo se sentía solitario, con apenas deseos de hablarle a alguien. ¡Todavía estaban en el frío mundo! Nada de liberación. ¡El Señor no había venido! Ninguna palabra puede expresar el sentimiento de desencanto de los verdaderos Adventistas en ese momento. Sólo los que experimentaron este sentimiento pueden adentrarse en él en la forma en que tuvo lugar. Era algo humillante, y todos lo sentíamos de la misma manera. Todos estaban silenciosos, excepto para preguntar: '¿Dónde estamos?' y '¿Ahora qué?' Todos se metieron en sus casas, escudriñando sus Biblias para averiguar qué hacer. En algunos pocos lugares, pronto comenzaron a reunirse para esperar que se hiciera alguna luz en relación con nuestra frustración.

"No contento con estarme en mi casa después de estos agitados tiermpos, fui a Boston. Encontré la oficina del 'Advent Herald' cerrada, y todo silencioso. Después fui a New Bedford. Encontré a los hermanos en un estado de confusión. Tuvimos algunas reuniones; consolamos a los que llegaban lo mejor que podíamos, diciéndoles que se mantuvieran firmes, pues yo creía que algo bueno saldría de este asunto. Regresando de New Bedford a Boston, encontré abierta la oficina de nuestro 'Herald' y al hermano Bliss encargado. Dijo que apenas si había salido de su casa después de que el momento hubo pasado. Preguntó si se estaban teniendo algunas reuniones. Le dije que iba a haber una en la ciudad esa noche, y que en otros lugares se estaban reuniendo para consolarse los unos a los otros."

Pero, como era de esperarse, desde el momento en que comenzaron a discutir las cosas, comenzaron las controversias. Habiendo fracasado la profecía total y completamente, se cruzaron reproches, negaciones, y hasta acusaciones entre los varios dirigentes de la doctrina, y mientras el público disparaba dardos de ridículo y sarcasmo contra la posición en que se encontraban estos infelices hermanos, ellos forcejeaban en un cenagal de explicaciones y refutaciones, hundiéndose más y más al tratar de librarse de su dilema. El Pastor Joshua V. Himes, que no podía soportar la humillación del ridículo, dio media vuelta, contradiciendo osadamente, y aún negando, las exhortaciones que había hecho con apasionado fervor antes del esperado fin. Así, en el "Midnight Cry" de Noviembre 5, 1844, en un intento de sofocar los brotes de indignación pública por el fanatismo histérico que tanto se había difundido como resultado de la prédica que miles habían estado escuchando, Himes afirma que "aunque en este movimiento muchos han dejado sus llamamientos seculares, es bien sabido que este curso de acción ha sido contrario a todo nuestro consejo y nuestras enseñanzas mientras estuvimos comprometidos con esta causa." Y sin embargo, fue él quien, justo antes del esperado fin del mundo, como editor de "The Midnight Cry," publicó la confesión pública del Hermano George Storrs, en la cual aparecían estas palabras: "Confieso que he sido conducido al error y por lo tanto he hecho desviarse a otros, aconsejando a los creyentes Adventistas a abandonar sus ocupaciones por completo, y solamente asistir a las reuniones." Se recordará también con cuánta fuerza Himes finalmente se pronunció a favor del día décimo del mes séptimo en un artículo que abundaba en aparente confianza en esta nueva fecha. Pero ahora, para asombro del común de los seguidores, a quienes había ayudado a alcanzar un estado de histeria, afirma en el "Morning Watch" de Febrero 20, cuatro meses más tarde, que "el clamor del mes séptimo era local y parcial, y que estaba limitado a este país," y continúa diciendo que el clamor no produjo ningún efecto en absoluto en Europa. Hasta trató de culpar por el origen de la teoría del mes séptimo a un hombre de Filadelfia llamado Gorgas, que, según dijo Himes, pretendía estar inspirado para dar la hora precisa del Advenimiento del Señor; y en el "Morning Watch" de Febrero 27, que era el nuevo nombre de "The Midnight Cry," y del cual él era el editor, tuvo la temeridad de hacer una solemne advertencia: "Primero, de prestar atención a las teorías, especulaciones, y forzadas interpretaciones de las Escrituras."

"Los hechos que han ocurrido en nuestra historia," continúa diciendo, "muestran que cuando estas teorías fallan, los que las han recibido han sido lastimados, como debe ser siempre el caso cuando sostenemos el error en lugar de la verdad" - y cita las Escrituras: "Porque se levantaarán falsos Cristos y falsos profetas, y mostrarán grandes señales y maravillas, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aún a los escogidos."

¿Es de asombrarse que muchos de los seguidores, especialmente los que ahora estaban privados de sus pertenencias terrenales por haber sido llevados a creer que el fin de todas las cosas se aproximaba, resintieran esto por venir de alguien que había sido prominente en la promulgación de teorías, especulaciones, y forzadas interpretaciones de las Escrituras, entre otras cosas?

Demasiado enfermo y decrépito para escribir una explicación del fracaso de la profecía, que el público exigía de él, el pobre y anciano Profeta Miller le dictó al Pastor Bliss una larga explicación, que él llamó su "Apología y Defensa," que fue publicada por el Pastor Himes en Boston. En ella, trató de explicar cómo había ocurrido que él había finalmente patrocinado la fecha del 22 de Octubre como el día en que vendría el fin, después de haberse opuesto a ella por tanto tiempo. Dice que él "no se identificó con el movimiento sino hasta como dos o tres semanas antes del 22 de Octubre cuando, viendo que había alcanzado tal prevalencia, y considerando que era un punto probable en el tiempo, fui persuadido de que era la obra de Dios." En otras palabras, el anciano fue arrastrado hacia el torbellino del engaño que originalmente se había generado en su propio cerebro, y había naufragado, con el resto de las víctimas de la profecía, en un paroxismo de histeria. Por lo menos era honesto en esta afirmación. Pero no pudo resistir lanzar una invectiva contra todos los auto-nombrados predicadores de su doctrina, en una carta dirigida a "Los Hermanos," y que fue publicada en el "Advent Herald" de Diciembre 3, 1844. En ella dice: "Las causas que requirieron la mano castigadora de Dios sobre nosotros fueron, en mi humilde opinión, el Orgullo, el Fanatismo, y el Sectarismo."

"El orgullo," escribe, "trabajó de varias maneras. Buscábamos los honores o el aplauso de los hombres más que de Dios. Algunos de nosotros buscábamos ser dirigentes, en vez de ser siervos, y nos jactamos demasiado de nuestros hechos."

En relación con el fanatismo que había estado causando tanto tumulto, escribió:

"Sé que nuestros enemigos nos acusaron de esto antes de que fuéramos culpables; pero esto no era excusa para que nosotros tropezáramos con él...

"Algunas veces nuestras reuniones se distinguían por el ruido y la confusión y - perdónenme, hermanos, si me expreso con demasiada fuerza - me parecía más una Babel que una solemne asamblea de penitentes inclinándose en humilde reverencia delante de un Dios santo. A menudo he obtenido más evidencia de piedad interior de una mirada encendida, una mejilla húmeda, y una expresión ahogada que de todo el ruido en la cristiandad."

En medio de todas estas interminables y fútiles explicaciones, refutaciones, y represalias que estaban causando terrible confusión y amargura de espíritu entre los seguidores del Profeta Miller, fue el Hermano George Storrs el que, despertando súbitamente del engaño cuando la profecía fracasó, puso la experiencia entera en pocas palabras haciendo la inflexible afirmación de que él creía que ¡el mesmerismo había sido la raíz de todo el asunto de principio a fin!

Un rugido de indignación brotó de los que continuaban sosteniendo la doctrina, pero él rehusó apartarse de esta convicción recientemente adquirida. El hecho de que él había sido uno de los principales defensores de la teoría del día décimo del mes séptimo, y de que había servido como instrumento para convertir al Profeta Miller a esta posición, aumentaba el resentimiento y la perplejidad que esta afirmación inesperada había despertado entre sus asociados. Pero mientras mayor era el resentimiento, más positivamente la afirmaba él.

En "The Morning Watch" de Febrero 20 de 1845, él presenta el caso con claridad y según los principios de la moderna psicología:

Con referencia a algunas cosas en relación con la excitación del día décimo, escribe: "No era sino mesmerismo, con lo cual quiero decir que era el producto de una mera influencia humana; en otras palabras, no era de Dios; y yo no diría que era del diablo; a consecuencia de esto, debo decir que era de nosotros mismos - una mera influencia humana llamada mesmerismo.

"¿Qué es mesmerismo? Es la influencia que un cuerpo, o persona, ejerce sobre otro para actuar sobre él y producir ciertos resultados. En otras palabras, es una mera influencia humana. En sí misma, no es mala. Es esencial para la sociedad, y puede usarse para bendecir a la humanidad cuando es dirigida por la Palabra y el Espíritu de Dios, pero cuando es dirigida por el capricho de uno mismo, o se le deja correr sin ser guiada por la comprensión o la razón, conduce al extravío.

"El gran punto que le dio poder al movimiento fue el positivismo con que nosotros exclamamos: 'El Señor vendrá en las nubes del cielo' el día décimo del mes séptimo. Quítese el positivismo y el suceso al cual se refiere ese positivismo, y nadie creerá que la excitación que existía hubiese nacido. Ahora, bien, ¿era de Dios el positivismo de que ese suceso ocurriría en ese tiempo? No me atrevo a decir que lo era, no más de lo que me atrevería a acusar al Espíritu Santo de falsedad. El suceso no ocurrió....

"Como el suceso no ocurrió, nos equivocamos al suponer que éramos impulsados por el Espíritu Santo al anunciar el clamor que anunciamos con respecto a la manera y al tiempo. Repito, no era de Dios. No estoy dispuesto a decir que era del diablo, pero no hay sino otra fuente a la cual puede atribuírsele. De aquí que la expresión más suave que puedo usar es decir que era mera influencia humana, o mesmerismo. Cada día me confirma más y más que esta es una palabra verdadera, y el fanatismo que se manifiesta casi continuamente en alguna forma entre los que todavía insisten en que el movimiento entero acerca del día décimo era completamente de Dios, sirve para reforzar mi convicción de que fuimos engañados por una mera influencia humana, que confundimos con el Espíritu de Dios... Que el Señor nos perdone en lo que hemos errado o nos hemos descarriado, y nos ayude a ser humildes y poseer mansedumbre cristiana en el tiempo que ha de venir.

"Esta carta es dirigida en amor a todos a los que les pueda concernir.

"George Storrs."

Ninguna palabra puede expresar el asombro y la completa consternación que este cambio de fe causó en los infelices seguidores del Profeta Miller. Maravillados al oír tal opinión expresada por uno de los principales instigadores del movimiento del día décimo del mes séptimo, protestaron fuertemente contra una declaración así en relación con las grandes emociones que los habían sacudido, pero cuando cada denuncia y cada reconvención era lanzada contra él, el Hermano Storrs replicaba con desconcertante precisión:

"Es una verdad que Dios ha declarado: 'Cuando un profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, es palabra que Jehová no ha hablado.'

"De aquí que sea una verdad que el clamor del día décimo no era del Señor. ¡Y de aquí también que atribuir ese clamor al Espíritu del Señor se parezca mucho al pecado contra el Espíritu Santo!"

Y como si su restaurado equilibrio hubiese despertado en él un incontrolable deseo de poner las cosas en un inflexible nivel de sentido común, efectivamente les quitó el aliento a sus antiguos amigos declarando lo siguiente en el mismo artículo que apareció en "The Morning Watch" de Febrero 20m 1845, cuyo editor era el Pastor Himes:

"Podría entrar en detalles y demostrar, como puede verse fácilmente, que los que se sienten menos sospechosos han actuado bajo una mera influencia humana, ¡pero me abstengo!"

Tal ataque, evidentemente dirigido a su dirigente, confundió y alarmó a los que todavía permanecían bajo la influencia del engaño, y "The Morning Watch" de todo ese período resuena con reconvenciones y controversias - todos diciendo lo que pensaban.

Los seguidores del Profeta Miller estaban ahora saliéndose de las filas por miles, estando algunos de ellos tan hechos trizas por la excitación por la que habían pasado que en la reacción que siguió se convirtieron en ateos, y pateaban el suelo y denunciaban las cosas del Espíritu; mientras que, por las mismas leyes de acción y reacción, muchos de los que todavía estaban engañados iban a extremos aún mayores de fanatismo, perdiendo todo sentido de las proporciones y el cuerdo razonamiento. Un grupito, aunque aturdido y casi abrumado por las pullas y las provocaciones del implacable mundo, permaneció fiel a los credos de la doctrina del Profeta Miller, pero hasta ellos continuamente cambiaban y modificaban ciertos puntos de ella para ajustarla a la situación. [Se ha calculado que el número de Milleristas sinceros y genuinos sumaban 50,000, pero a éstos se añadían ejércitos de seguidores que creían tentativamente y seguían a los verdaderos creyentes en un estado de aterrorizada incertidumbre. Eran tan sonoros en sus expresiones de convicción como cualesquiera, pero cuando el fin no llegó, se apartaron, negando haber participado alguna vez en el movimiento. Había también gran número de personas que se convirtieron en seguidores principalmente por la excitación, asistían a todas las reuniones que tenían lugar en su vecindario, y hasta el fin hicieron su parte en difundir el fanatismo a la derecha y a la izquierda. La inminente aproximación del Juicio no preocupaba a éstos tanto como a los mórbidos y a éstos, la placentera excitación de prepararse para él.]

Ciertamente muchas cosas estaban sucediendo para desconcertar hasta a los más leales. Como ejemplo, el caso de la Hermana Mathewson hizo que muchos se detuvieran a reflexionar. Después de una investigación general en relación con la suerte final de su caso, "The Morning Watch" de Marzo 20, 1845 dice: "Contestamos que la Hermana Mathewson ha seguido el camino de todos en la tierra. Murió hace como dos meses. Es bien sabido que ella a menudo afirmaba que viviría hasta que viniera el Salvador."

Pero, al mes siguiente, el 11 de Abril, el Pastor Himes escribió una carta, que publicó, y que decía: "El Hermano Mathewson me infoma que nosotros estábamos equivocados en cuanto a la muerte de su hermana. Es también un error el que ella haya dicho que viviría hasta el Advenimiento. Esto fue inferido de algunas de sus observaciones por los que la visitaron. Ella todavía vive, pero está bastante débil. Ella ahora come lo suficiente para sostenerse con vida."

Fue descorazonador. ¡Todo sobre lo cual habían hecho énfasis parecía súbitamente convertirse en polvo y cenizas!

En cuanto al anciano Profeta, es evidente que no comprendía la situación por completo. Estaba agotado y enfermo de cuerpo y afligido de mente, y su grey ya no acataba cada palabra que salía de sus labios con el mismo sentido de convicción que la había cautivado antes. Parece haber estado completamente ignorante de las negaciones del Pastor Himes, e ignoraba las acusaciones del Pastor Storrs en relación con las influencias mesméricas; su mente se aferraba tenazmente a su idea fija - el Señor venía. No tardaría mucho. Podría venir en cualquier momento, ¡y no debería encontrarlos durmiendo! Y así, como un viejo soldado herido, se ciñó sus lomos nuevamente, y pidiendo la ayuda de uno de sus hermanos en la fe, salió impávido a dar la voz de alarma una vez más, pero el gastado esqueleto terrenal vacilaba. El amargo descubrimiento de que había perdido el poder de dirigir a muchos a los que una vez había sido profeta y guía, junto con el agotamiento de achaques físicos, le arrancó una exclamación de queja, y el 27 de Noviembre de 1846 le escribió al Pastor Buckley:

"Todavía tengo dolores. Desde que Ud. se fue, me han estado molestando los dolores de cabeza, los dolores de muelas, los dolores en los huesos, y el dolor en el corazón, pero mucho más éste último, cuando pienso en mis una vez queridos y amados hermanos que, desde nuestro desengaño, se han convertido en fanáticos de todas las clases. ... Y ahora, ¿puede Ud. culparme por desear una ermita, lejos de las malas nuevas y las vergonzosas acciones de nuestros amigos en este tiempo de severas pruebas?"

Su biógrafo, el Pastor Bliss, habla de esta angustia de mente y corazón como sigue: "Como sus achaques aumentaban, y sus fuerzas disminuían, le dolían mucho las irregularidades, las extravagancias, y los extraños caprichos practicados o aceptados por los que se habían apartado de sus enseñanzas y consejos."

Ignorante de lo que ahora se llama "psicología de multitudes," se sentía perplejo por la incapacidad de sus palabras para reprimir esas misteriosas corrientes mentales que habían sido los medios para acelerar los pensamientos, pero que ahora ya no podían controlarlos. En vano suplicaba a sus seguidores que no fijaran ninguna otra fecha específica para la venida del Señor. No le prestaban atención. Era inútil que el Pastor Himes reiterara el anuncio que había publicado en "The Midnight Cry" el 7 de Noviembre de 1844 después del fracaso de la profecía: "No sabemos el tiempo preciso de este suceso... Con nuestra luz actual, no tenemos una revelación de un día u hora definida, pero sí creemos plenamente que debemos velar y esperar..."

Era inútil; ahora querían salirse con la suya, y hacer sus propias profecías; se protegían hasta donde era posible de los ojos del público, pero entre ellos mismos, iban hacia atrás y hacia adelante, exclamando primero esto y luego aquéllo, tratando deencontrar soluciones a las preguntas que los inquietaban.

Algunos de ellos, en profunda y genuina angustia mental, comenzaron a ver destellos de luz. "El error estuvo en pensar que la venida debía ser material en vez de una experiencia espiritual," exclamaron; y éstos, que súbitamente adquirieron una más clara visión, eventualmente lograron salir del laberinto de su dilema y llegar a terreno seguro y seco, pero el anciano Profeta no quiso escuchar esta opinión. Anhelaba ver al Señor en su carne - escuchar su voz con sus propios oídos humanos - sentir el corazón terrenal dentro de él palpitar con éxtasis al sonido de su voz. No podía y no quería aceptar el significado exclusivamente espiritual de las palabras que él había ponderado por tanto tiempo; era la realización material de ellas lo que él anhelaba - el cálido toque de la mano humana de nuestro bendito Salvador, verlo morando de nuevo en esta tierra que, aunque purificada por el fuego, sin duda se parecería a la tierra que él, William Miller, conocía y a la cual estaba acostumbrado. Esa era la suma total de sus deseos. Se aferraba a ella, y no quería soltarla.

Pero ahora se notaban muchos cambios en él. Ya no aterrorizaba a sus seguidores con espeluznantes relatos del infierno; ahora parecía desear impresionar en sus mentes la consoladora esperanza del cielo. Todas las controversias entre ellos lo procupaban y lo irritaban. Su cabeza se sentía cansada con sus preguntas y especulaciones. Mientras ellos adaptaban los dogmas de su fe para ajustarlos a ellos mismos, y discutían sutilezas acerca de cuál habría de ser la suerte de los impíos, la mente de él se explayaba sobre la paz y el gozo prometidos a los que se esforzaban por vivir en rectitud.

El 27 de Septiembre de 1847, le escribió al Pastor Himes: "La cuestión del aniquilamiento de los impíos no me es útil en esta vida. Por lo que a mí concierne, estoy decidido, que Dios me ayude, a no pertenecer a esa clase de personas en el mundo por venir. No me maravilla que el mundo nos llame locos, porque confieso que me parece locura ver a hombres religiosos e ingenuos malgastar su tiempo y su talento en cuestiones de tan poca importancia aquí y en el más allá."

Ahora se propaló por todas partes, no solamente por el mundo en general, sino también por muchos de sus seguidores, la idea de que las opiniones del Profeta Miller estaban por completo bajo el control del Pastor Himes, y esto inquietaba su orgullo y lo enojaba. De acuerdo con su biógrafo, el Pastor Bliss, Miller escribió una carta el 26 de Octubre de 1847, dirigida al Pastor Himes, publicada para beneficio del público, y que decía así: "Algunos me han acusado de que yo he sido influído por Ud. y por otros. No es así. Quiero decir a todos que nunca he sido mandado por el Hermano Himes; que yo sepa, jamás trató de dirigirme a mí. Pero estas cosas no me afectan. Puedo soportar todo lo que mis enemigos pueden amontonar sobre mí, con la ayuda del Señor."

El mundo no da cuartel a los fracasos, y el fracaso de la profecía naturalmente sometió a William Miller a un completo ridículo, pero la disminución de su supremacía sobre la opinión de muchos, que hasta el momento del fracaso habían considerado su palabra sobre las interpretaciones bíblicas como la autoridad final, fue una humillación tan amarga como cualquiera que hubiese tenido que soportar. ¡Pero cuán seguramente llega la retribución! En su juventud, él se había burlado y había ridiculizado a otros por sus convicciones religiosas; ahora le tocó el turno de sufrir todo el dolor que él había infligido a otros, y bajo la tensión de él, su salud se deterioraba de manera muy notable. Entonces cayó sobre él un golpe demoledor. ¡Los ojos que por tanto tiempo habían escrutado los cielos buscando señales de la venida del Señor fueron atacados de ceguera! Fue como si su vista humana tuviera que desaparecer antes de que pudiera obtener la visión espiritual.

"Nunca lo he oído murmurar o decir que aquello fue duro. Creo que se siente algo decaído, pero no abandonado." Así escribía una de sus nueras en relación con su aflicción.

Para finales de Abril de 1849, sus fuerzas comenzaron a faltarle rápidamente. En una carta que le dictó al resto de sus seguidores que se reunió en una conferencia en Boston el 10 de Mayo, dijo:

"Mis múltiples y crecientes achaques me advierten que el tiempo de mi partida se acerca. Mis trabajos terrenales han cesado, y ahora espero el llamado del Maestro, para cuando él aparezca estar listo o, si le place a él por un poco de tiempo mientras se dilata su venida, partir para estar con Cristo, que es mucho mejor que morar en la carne. Siento que sólo tengo pocas opciones, ya sea que continúe con vida hasta ese suceso, o que mi espíritu se reúna con los espíritus de hombres justos hechos perfectos.

"Comoquiera que a Dios le plazca disponer de mí, me sostiene la bendita seguridad de que, ya sea que esté despierto o duerma, estaré presente con el Señor."

Un corto relato de él, proporcionado por el Pastor Robinson, que lo visitó en Diciembre, es como sigue: Después de describir su aproximación a la granja, dice:

"Se me dio la bienvenida en el estilo sencillo, cordial, y moderado de la familia de un granjero cristiano de Vermont. Ese semblante agradable y radiante de su esposa, y el cordial apretón de manos, me dijeron que yo estaba en casa; y la marmita de maíz molido acabada de quitar del fuego enseguida anunciaba mi cena. Y todos los miembros de la familia, inteligentes, modestos, y cordiales, me hicieron sentir cuánto se alegraban de mi visita y de oír noticias de fuera.

"En seguida se me invitó a entrar al 'cuarto del este,' donde 'Papá Miller' me saludó... Había cambiado mucho, y sin embargo, no tanto como para dejar atrás todos los delineamientos alimenticios de una anterior amistad. Sus sufrimientos durante el verano y el otoño habían sido muy grandes. Sus venerables mechones blancos eran pocos y escasos, y su carne como la de un niño. Pero su voz era plena, su memoria buena, y su intelecto notablemente fuerte y claro, y su paciencia y resignación notables.... Estaba seguro de que no faltaba mucho para la venida del Señor. Deseaba que viniera pronto; pero, si no, que él fuera llevado a la presencia del Señor."

Y así, el Profeta errante - que había recorrido los caminos ruurales y las calles de las ciudades, al norte y al sur, al este y al oeste - había regresado, ciego y hecho trizas, al pulcro y bien cuidado hogar donde durante todos estos años su fiel esposa, Lucy Miller, había mantenido el fuego encendido y criado ocho de los diez hijos que le había dado. Allí yacía él, en su impotencia y aparente derrota. Cuando ella miraba dentro de los ojos sin vista y veía el esqueleto desgastado y el cabello café que se había vuelto plateado, ¿recordaría ella al joven soldado de sus años mozos, que habían pasado hacía tanto tiempo?

En la mañana del 17 de Diciembre de 1849, cuando vieron que el fin estaba cercano, mandaron a traer al Pastor Himes. El hombre que había sacado a William Miller de los distritos rurales y lo había llevado al torbellino de las grandes avenidas, que había preparado el camino durante los turbulentos años del engaño, y le había ayudado a proclamar su trascendental advertencia, era el hombre que ahora él llamaba. Sobre él deseaba que cayera su capa.

Una carta del Pastor Himes, escrita en retrospectiva, hace un corto pero memorable relato de las pocas palabras que se cruzaron entre ellos. [Sylvester Bliss, Life of William Miller].

Al entrar a la habitación," escribió, "inmediatamente reconoció mi voz. Me tomó la mano y la sostuvo por algún tiempo, exclamando con mucha seriedad y en tono afectuoso: '¿Es éste el Pastor Himes? ¿Es el Pastor Himes? Oh, ¿es el Pastor Himes? Me alegro de verlo.'

"'Entonces me conoce, Padre Miller, ¿verdad?'

"'Oh, sí. Entiendo, sé lo que está pasando'

"Permaneció silencioso por algunos instantes, aparentemente en profunda meditación. Luego entró en el tema de mi relación con la causa del Advenimiento, y habló de mi responsabilidad; expresó mucha ansiedad acerca de la causa, y aludió a su propia partida."

El Pastor Himes trató de tranquilizarlo. "Por lo que a mí concierne," le dijo, "espero que la gracia me permita ser fiel en el ministerio que he recibido."

Esto pareció consolarlo, y cayó en una especie de sueño ligero, pues estaba muy débil.

En algunos minutos, se recuperó. "El Pastor Himes ha venido," dijo. "Amo al Pastor Himes." Luego vino otra pausa.

Si había sido abandonado por todos, excepto por un grupo comparativamente pequeño de seguidores, su propia familia habia compensado eso con su tierna solicitud y devoción. Parecía querer oír los antiguos himnos de los días de su juventud, y todos se reunieron alrededor de él, y a solicitud de él cantaron:
"Hay un mundo de puro deleite
Donde los santos reinan inmortales
El día infinito excluye la noche
Y el placer destierra el dolor."
Pareció encontrar gran solaz en estas palabras. Luego le cantaron: "Feliz el espíritu librado de su arcilla."

Y el cansado anciano murmuraba una y otra vez: "¡Oh, anhelo estar allí!"

A pesar de todas las vicisitudes de su extraña vida, tan completamente entregada a proclamar su fallida profecía; a pesar del desengaño y la amarga humillación que recibió como fruto de su trabajo, su muerte fue feliz, y debe decirse que la enfrentó con el valiente espíritu de un viejo soldado.

Nunca se apartó de su idea fija, sino que les aseguró a todos con su acostumbrado positivismo que el Señor venía, que estaba "a las puertas," y en la mañana del 20 de Diciembre, lo miraron, y luego se miraron entre sí e inclinaron las cabezas, porque supieron que, para él, esto era verdadero.

Fue mientras su esposa y sus hijos e hijas y el Pastor Himes velaban en silencio al lado de su cama, cuando el llamado llegó.

Como centinela de guardia en su puesto, el anciano Profeta respondió. Sus ojos sin luz se abrieron de par en par y miraron fijamente al espacio, pero era con los ojos de su alma con los que contempló la todo suficiente visión.

"¡Victoria! exclamó varias veces, alzando su desfalleciente voz. "¡Victoria! ¡Clamar en la muerte!"

Y así, supieron que, por fin, para él, el bendito Salvador había venido.

[Se construyó una iglesia en Low Hampton, New York, a la memoria de William Miller.]


EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER

Apéndice

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site
Traducción de Román Quirós M.

SINOPSIS DE LA TEORÍA Y LOS CÁLCULOS

Daniel habla de 2300 días de manera prominente. También tiene cuatro números, a saber, 1260, 1290, 1335 días, y 70 semanas (iguales a 490 días).

El Sr. Miller considera a cada uno de estos días como un año, y es una de sus proposiciones cardinales que en la profecía hay que considerar siempre este método. En consecuencia, los 2300 días mencionados anteriormente se calculan como otros tantos años, y se declara que comienzan con la salida del mandamiento para reconstruir Jerusalén, y se extienden hasta la resurrección y el fin del mundo en D.C. 1843; por lo tanto, se suponen que abarcan a todos los otros números en el Libro de Daniel. Los que se adjuntan son los cinco cálculos principales:

CÁLCULO 1
Desde la salida del mandamiento para reconstruir Jerusalén en 457 A. C. hasta la crucifixión de Cristo, 70 semanas, o 490 años 490
Desde la crucifixión de Cristo hasta la remoción de la abominación desoladora, que se supone significa el paganismo 475
Desde la fecha de de la remoción de los ritos paganos hasta el establecimiento de la desolación, o Gobierno Civil Papal 30
Desde el establecimiento de la abominación papal hasta su fin 1260
Desde la remoción del Gobierno Civil Papal hasta la primera resurrección y el fin del mundo en 1843 45
Una vez sumados estos números dan como resultado, en años 2300


CÁLCULO 2
Del período completo de la visión, como se muestra arriba 2300
Restar 70 semanas de años hasta la crucifixión de Cristo 490
1810
Añadir a esto el período de la vida de nuestro Salvador 33
Fin del mundo en el año 1843


CÁLCULO 3
Desde la crucifixión, hasta la remoción de la abominación desoladora, el segundo item del primer cálculo 475
Añadir la edad de nuestro Salvador, 33, y el número de Daniel, 1335 1368
Fin del mundo en el año 1843


CÁLCULO 4
Desde el período completo de la visión, como se muestra arriba 2300
Restar la fecha de la salida del mandamiento para rconstruir Jerusalén (A. C.) 447
Fin del mundo en el año 1843


CÁLCULO 5
En Levítico 26:23,24, el Señor habla de castigar a la casa de Israel "siete veces por sus pecados." Siete veces (o años) - cada día calculado como un año - 360 multiplicado por 7 2520
Restar la fecha de la primera cautividad en Babilonia, cuando se asume que comenzó este castigo (A. C.) 677
Fin del mundo en el año 1843


¡Fijaos cuán claramente queda demostrado, por medio de estos cuatro métodos, que el mundo estaba condenado a la destrucción en el año 1843 D. C.! El cálculo y los resultados seguramente hubiesen sido innegables si los días en la profecía se calcularan siempre como años, y si un tiempo significara 360 años, y si las referencias asumidas fueran correctas, y si todas las fechas fueran correctas, y así sucesivamente hasta el final de las contingencias.

1 - Tomado de A Complete Refutation of Miller´s Theory of the End of the World en 1843, por Abel Thomas. Publicado en 1843

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